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Clase de encierro

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La segunda parada del Parque Temático de la Pobreza es en la Unidad 48 de este complejo penitenciario donde se abrió un centro universitario cuyas clases comparten presos y guardiacárceles. Y donde se puede aprender qué es realmente la libertad.

Clase de encierroEn el centro de la prisión, Mosquito asocia con libertad a los fantasmas, la antropología y la flor de loto. “A este lugar le decían la cárcel fantasma, porque en los papeles había 1.200 presos, pero en realidad no había nadie. Y se robaban los desayunos, la ropa, los remedios, todo el presupuesto. Ahora pudimos hacer un centro universitario, con una carrera. Hoy la clase va a ser de Antropología. ¿Sabés cómo es esto? Como la flor de loto, que nace en el barro y en la basura”.
Mosquito ha sido profesional de la salidera bancaria en el ámbito local y también el europeo, con trayectoria más reciente en el rubro piratería del asfalto. El mundo está protegido de quienes ahora estamos aquí adentro por un alambrado de campo de concentración, estilo Guantánamo. Se supone que los guardias nos vigilan desde las garitas, pero estamos al sol, jaula a cielo abierto. Apuntes:
La flor de loto efectivamente logra nacer en las ciénagas y el fango.
Esta cárcel, la Unidad 48 del complejo penitenciario Zona Norte ubicada en José León Suárez, partido de San Martín, está literalmente construida sobre la basura y se la llamó cárcel fantasma por las razones detalladas por Mosquito.
Ya normalizada en 2007, con presos menos fantasmales, se descubrió que beber el agua que mana de estos basurales es un asunto peligroso. Por eso traían bidones de agua.
Ernesto Lalo Paret, ex cartonero y vecino del barrio, conoce a varios de los huéspedes de la cárcel. Integra la Cooperativa Unidos por el Calzado (cuc) de San Martín, fábrica recuperada por los trabajadores, y también el Centro Comunitario 8 de Mayo que tiene una planta de reciclado de basura. Pensó que los bidones podían ser reciclados. No servían.
Los presos le plantearon otra idea: ¿por qué no armar una biblioteca? Lalo empezó a ver de dónde sacar libros, se conectó con Carlos Ruta, rector de la Universidad de San Martín (unsam), y lo llevó a conocer la cárcel.
La circulación ansiosa del mate regó otra pregunta: ¿por qué no armar un centro universitario? El rector movió los hilos necesarios, los presos pusieron toda la presión de su entusiasmo, la necesidad de hacer olvidar la cárcel fantasma tal vez colaboró. Propuesta insólita: la unsam planteó que los guardiacárceles que quisieran podrían estudiar junto a los presos.
Hoy se dicta la Licenciatura en Sociología en una construcción ubicada en el medio de ese complejo penal gigantesco. El centro de estudiantes se llama Azucena Villaflor, homenaje a la fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Hay 24 detenidos y 9 guardiacárceles como alumnos. Del otro lado de la casa, varios jóvenes presos están haciendo lo que jamás pudieron: aprender a trabajar. En este caso, cómo armar los velcros (“los abrojos”, me dice Pablo) de las zapatillas de cuc.
De ese modo, a partir de unos bidones vacíos y unas imaginaciones llenas, viejos vecinos que quedaron parados de lados diferentes de la reja inventaron un medio de transporte con nombre de flor, para navegar y salir de la basura.
 
Desaparecido en la basura
La cárcel forma parte de una recorrida propuesta por Lalo, que él y Lorena Pastoriza (del Asentamiento 8 de Mayo) llaman el Parque Temático de la Pobreza. La humorada de Lalo y Lorena sobre el Parque Temático suena a un signo de fuerza, y de no victimización. Integran el parque, como se relata en la anterior mu, el asentamiento construido sobre un basural clandestino, del que los ocupantes tuvieron que echar ratas y punteros duhaldistas para poder instalarse junto a un lago de basura en el que los chicos juegan a matar ratas con hondas, mientras los patos comen lo que encuentran. Más allá están las cordilleras de basura del ceamse donde cientos de personas van diariamente a hurgar y rescatar todo lo imaginable para vivir, comer y vender. Allí Diego Duarte, 15 años, trataba un día de 2004 de esconderse entre los desperdicios de un policía que quería echarlo. El policía señaló el lugar al conductor de la retroexcavadora del ceamse. Obediencia ciega. Toneladas de basura cayeron sobre Diego: jamás se pudo encontrar el cuerpo. Otro desaparecido sub 20 en la tierra de los derechos humanos, y acaso un símbolo de lo que propone la modernidad con respecto a los jóvenes pobres.
Pero en el barrio hay además centros comunitarios, de madres, plantas de reciclado de basura, está cuc, la ex Gatic fabricante de Adidas, que cuadruplicó la cantidad de trabajadores originales, tienen un jardín de infantes en la planta, un centro cultural, puentes de trabajo con las villas y asentamientos de la zona, y hasta con la cárcel. cuc también es flor de loto.
Lalo ha tenido una historia fuera de lo “normal”: fue niño ciruja, desocupado, precarizado. Aclara: “No chorié. Mi hemano sí, y estuvo en cana. Mi sobrino está preso. Todos los amigos de mi hermano están muertos por chorros, los mató la policía. Yo pensé: hay que hacer otra”. Fue armando su vida con esa especie de forma divertida y desafiante de pensar las cosas. “¿Y qué vas a hacer, si las respuestas que te trajeron no te sirven más?”
En ese universo está la cárcel.
Mosquito se llama Oscar, Tito también, Mula es Alfredo, pero casi nadie lo sabe. La identidad no se hace sólo con el DNI. Son del grupo veterano, entre 40 y 50 años. Mosquito: “Le pusimos Azucena Villaflor al centro, vos dirás que aquí no hay tortura física pero hay tortura psicológica, peor que la golpiza. Estamos acá charlando y ahí enfrente están los buzones”. Son las cárceles de castigo, donde apenas una ranura es el contacto con el exterior. “Sabemos que hay compañeros sufriendo, no pueden salir de la caja”. Tito pregunta: “¿Qué puede pensar una persona encerrada todo el día? Maldades nomás. Los tienen hacinados ahí. No son peligrosos. Son como nosotros”.
El Mula: “A uno lo ven como a un bicho enjaulado. Pero somos personas muchas veces en manos de jueces que se creen dioses. Le dije a una jueza que me tenía que dejar libre por el artículo 18 de la Constitución, hasta tener una sentencia. Me contestó: ‘Me cago en la Constitución’ y me hizo sacar del juzgado” (omito el nombre, para evitar que Su Señoría ejerza su diarrea también sobre esta publicación).
Mula tiene 16 tatuajes: “Los nombres de mis 5 hijos, mi nieto, mi señora Patricia”. Tito contabiliza 14, empezando por el de Nueva Chicago: “Mis hijos, mujeres que tuve, la cruz, y el santo chorro”. Se trata del dibujito de la viejísima serie El Santo, con Roger Moore: “Yo soy de esa época, Simon Templar”. Mosquito agrega: “Bonanza, y Ladrón sin destino”. Mula: “Y Mike Torello”. Tito, que no deja escapar una, le dice entre risotadas: “Ése lo nombrás porque a vos te gusta la cana”.
 
Sinfonía en Re
Lula está aquí por robo calificado por el uso de armas sin fecha de juicio: “Soy reincidente, antes tuve robo, piratería del asfalto, pero me puse a estudiar, y es como que me colgué del último vagón del tren que se me estaba yendo. No sé quién me va a dar trabajo, por los antecedentes. Es distinto hablar de reinserción que lograrla, pero estoy feliz con lo que hacemos acá”.
Tito está por tentativa de robo, tercera reincidencia. ¿Por qué te pasó esto? “La droga. Lo hablé mucho con la psicóloga. Mi viejo me había dejado un buen oficio, de carnicero. Aparece la cocaína, gastás lo que no tenés, te endeudás, robás, no podés parar. En mi barrio éramos muchos pibes en el 83. Debemos quedar 3 ó 4 vivos. Los demás murieron por el hiv y el pinche (hace el gesto de inyectarse), otros cayeron por robar. Terminás acá o en un cajón”.
Mula: “Yo me drogué unos 25 años, me pasaba 10 ó 12 días sin dormir por la cocaína. Mucha plata”. Tito: “Pero no nacés delincuente, te hacés de grande”. Mula: “Y también dime con quién andas, te diré quién eres. Hay pibes que andan con zapatillas de 6 gambas, que consiguieron robando. El que labura no se la puede comprar. Igual yo digo: cada uno es dueño de sus actos”.
El presidente del Centro Azucena Villaflor es Gustavo, o Cebolla. En una pared han pintado la imagen de El Eternauta, y hay nombres como los del propio Oesterheld, Rodolfo Walsh y el padre Carlos Mugica. “Azucena es el símbolo de alguien que deja todo por los derechos y la justicia social. Acá pelear por los derechos es romper la lógica del encierro”.
La noticia de la instalación del Centro Universitario ocurrió el día en que estaban jugando un partido de fútbol con la Unión Obrera Metalúrgica (uom-San Martín). “Somos muchos de San Martín, entonces que venga la universidad, la uom, cuc, es como una utopía. El apoyo que encontramos en el rector Ruta, en el profesor Gonzalo Nogueira y en Lalo fue enorme. Cuando las personas se ponen de acuerdo se pueden lograr muchas cosas, si uno lo hace con humildad”. Hay 480 detenidos en la Unidad. El Correntino (Marcelo) dice: “Ahora estamos alfabetizando a grupos cada vez más grandes. Qué es un verbo, una sílaba, empezar a leer y a escribir”. Lalo luego me cuenta: “Te conmueve ver cómo estos muchachos les enseñan a otros compañeros; tipos pesados, pero vieras el respeto”.
Cebolla: “Con eso rompés la psicosis del sistema, que en el fondo nunca hace nada para ayudarte”. Mosquito acuerda: “Hay que humanizar, porque todo lo otro es la Sinfonía en Re: resocializar, regenerar. Primero humanicemos, socialicemos, generemos. Después si no te salió mandate todos los re que quieras”.
Cebolla está acusado de homicidio. Me habla con una mezcla de tensión y sinceridad: “Más allá de lo injusto, cada uno sabe lo que hizo”. ¿Te sentís una víctima? “No, suena un poco cobarde. Sí siento la falta grave que pudo cometer uno, yo daría la vida por la persona; creo que ningún razonamiento está en matar a alguien. Leímos a Hobbes. El hombre es lobo del hombre. Pero yo separo al lobo del hombre. Aquí queremos darle un sentido a las cosas, pagar algo que uno hizo mal en la vida y tratar de decir al compañero que el camino no es la faca, no es la violencia ni la maldad”.
Me habla de otro encierro: “Mi madre, por ejemplo, se encerró en su medicación, en su habitación, en su televisor. Piensa que la inseguridad se arregla con una reja en la ventana, pero ésa es la cárcel psicológica de las personas. La gente así está más afectada que nosotros. Yo acá soy libre cuando leo un libro, cuando escribo, cuando hacemos cosas con mis compañeros. No somos lo que muestran los programas de televisión”. Le pido que me lea algo que haya escrito:
 
“Encuentro en mi interior una soledad, un largo camino de obstáculos que día a día voy superando a través de la luz que ilumina una pequeña ranura allá a lo lejos…”.
 
Se acerca Emiliano (El Tano, 24 años): “Estar acá me hizo pensar en la pregunta ‘¿por qué?’ Es una pregunta molesta. De chico te contestan: ‘porque yo lo digo’. Pensé: ¿por qué a la pobreza se le da de comer? Le das de comer sin educar, y no sirve. Y si educás sin dar trabajo ni comida, tampoco. Siempre te tienen agarrado”. El Tano cayó por el robo de una caja fuerte. “Mi mamá murió epiléptica al lado mío, cuando yo tenía 5 años. Crecés sólo, la calle. Yo insultaba a Dios. No es justificación. Hoy aquello que me pasó es mi fuerza para salir adelante”.
Me cruzo con el profesor que está dictando Antropología. Para presentarse sólo dice Héctor (o sea: abstemio del clásico autobombo). ¿Cuál es la diferencia entre los alumnos de la cárcel y los de la universidad? “Acá leen. Allá cuesta mucho. Acá hay un gran entusiasmo. Se sienten responsables y saben que de ellos depende que esto funcione. Estando acá me olvido de que es una cárcel. Me choca cuando salgo, y ellos se quedan”. ¿Qué se puede esperar? “El sentido de esto lo vamos a construir entre todos. Al final sabremos qué pudimos construir. Mientras tanto lo único seguro es que esto vale la pena”.
La cárcel tiene sus panópticos, las garitas desde las que se vigila todo, interconectadas por pasillos a unos 5 metros de altura por los que circulan los guardianes. Mosquito: “El otro día un guardián me chifla y me saluda. No estoy acostumbrado. Pero era éste”. Señala a un hombre musculoso que sale de la clase de Antropología, Eduardo, uno de los guardiacárceles que al entrar aquí se convierte, al menos en teoría, en compañero de los presos. “Yo estudiaba Trabajo Social en La Matanza, pero cuando supe que podía hacer Sociología acá ni lo pensé”. Se habla de situaciones de maltrato, violencia hacia los detenidos. ¿Algo que declarar? “Si se habla es porque ocurre, pero no estoy de acuerdo con usar la violencia. Ya están castigados por estar aquí. Pegarle a un tipo esposado es un acto de cobardía”.
Mosquito estudió Derecho la anterior vez que estuvo detenido. “Pero preferí seguir siendo ladrón antes que abogado. Esos roban almas. Que me perdonen algunos buenos abogados que hay, pero el mundo sería mejor sin esa profesión”. La explicación sobre su propia situación: “Yo también pensé en vivir bien. Tener todo lo que hay. Cuando era pibe parecía que había dos opciones: estudiar o trabajar. Hoy las dos son inalcanzables para una cantidad de chicos. Pero a la vez te meten desde lo mediático: tenés que ser, que tener. Un cuentito que nos cabe a todos. Por eso hay que armar algo distinto, para no ser los desaparecidos de hoy”.
 
Armando abrojos
Uno de los salones de este espacio universitario está dedicado a un taller instalado por cuc como capacitación para algunos presos en el armado de zapatillas, lo cual puede derivar en formas futuras de empleo e ingresos para ellos. Pablo, 24 años, no tiene apodo. “Si no tenés nada, el medio para tener plata es el robo. Yo empecé a los 14 y no salís. Pero después si pensás bien, cada uno es grande y hace lo que quiere con su vida. Si querés, cambiás”.
Maxi tiene 22. “Para mí fue la necesidad, a los 13 empecé con la droga en La Cava y la delincuencia. Quería tener algo. Estoy desde los 18 años. Tengo una nena de 4 años y mi señora de 20”. ¿Se puede salir de la droga? “Sí, está en uno. Yo hace como un año que no me drogo”. Está preso hace cuatro años, pero no se droga hace uno. ¿En la cárcel se puede consumir droga? Maxi se ríe por mi inocencia: “Acá se consigue todo lo que está en la calle”. Mi presencia en la cárcel provocó un rato de sano esparcimiento y risas, ante preguntas tales como: ¿Y la policía no sabe?
En el Pabellón 7 hay 16 celdas para dos personas que al menos están abiertas, los presos pueden estar en contacto. “Los otros pabellones son el infierno” dice Cebolla. “Pensá que, además de la locura del encierro, actualmente hay un muerto cada tres días en las cárceles”.
Ahora hay tres lugares libres, y los presos están tratando de sacar gente de las otras tumbas para traerlos aquí. “Cuando viene un pibe se le dice: no fierro, no faca, no violencia física, no pastillas. Las pastillas te hacen perder”. Las pastillas son los psicofármacos que cunden en los botiquines de la gente “libre”.
En cada habitación hay dos camas, un bañito, algún pequeño televisor; se mezclan estampas del Gauchito Gil y San La Muerte con el Che, la Virgen de San Nicolás, la de Luján, chicas poco vírgenes en tanga (¿andarán presos de imágenes irreales de mujeres?), y la frase de Brecht: “Hay quienes luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”.
Lalo cree que todo lo que estoy viendo es la demostración de que en Argentina se judicializa a la pobreza. Mosquito cree que la cárcel “es el ámbito madre de todos los movimientos de podredumbre social”. Tito: “Acá se arman las bandas, los contactos. Vos manejás, vos sabés apretar, otro sabe computación, ya hicimos una organización”. “Es la universidad del delito”, remata Mosquito, que sugiere lisa y llanamente abolir las cárceles. Mientras uno va masticando semejante idea, conviene saber que las prácticas universitarias en Villa Devoto demostraron que el promedio de 30% o más de reincidencia delictiva, baja a menos del 3 % en quienes pasan por esas experiencias. Es algo técnico, sin Sinfonía en Re: el estudio y el trabajo son mejores humanizadores que el castigo.
El Ruso se llama Hernán, tiene 30 años, hace ocho que está preso, es uno de los únicos rubios del pabellón, técnico en automotores, inventor de las antenas de televisión que usan en el pabellón. Asegura que de algún modo cayó preso por buscar la libertad: “Es que hay un sistema donde usted tiene que alimentar a su familia, sale a trabajar, hace cosas, vuelve a su casa, y va pasando el tiempo sin disfrutar la vida, sino tratando de sobrevivir o ganar plata”. El Ruso no deja de sonreírme: “¿Quién decide sobre su vida? La vida no es normal, hay que luchar contra un sistema que no quiere que pienses y no quiere que cambies. Las personas tienen miedo a los cambios, aunque sean buenos. Hay que afrontar ese miedo, y aprender a salir adelante”.
La salida de la cárcel siempre es una frontera de ruidos de puertas metálicas cerrándose detrás de uno, una pesadez difícil de explicar, y la cabeza revuelta con esas charlas sobre la libertad, la violencia, el afuera y el adentro.
Es casi de noche, Lalo se acuerda de contarme que uno de los que ya salió, ahora está capacitando a cirujas para armar una cooperativa de reparación de computadoras. Más que ilusiones, Lalo busca hechos: “No se sabe qué puede pasar, todo es muy nuevo. Estas cosas que surgen inconcientemente son las mejores”. La inconciencia se refiere a algo que nació más de las ganas que de la planificación. Flor de loto: hacer sobre la marcha.

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