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Política y miseria
El horno, de Esteban Piliponsky. En su documental registra cómo las políticas sociales intentan desarmar la organización social de un barrio tucumano. Lecciones de cooptación y resistencia.
Del otro lado de la vía está el asentamiento; de este lado de la vía también está el asentamiento. Lo único irreal es la vía. Así me ayuda Paco Urondo a describir esta línea que cruza un espacio homogéneo, ancestral, y divide en un norte y sur ficticios. El asentamiento en cuestión se llama inspiradamente La Vía, acaso por esos rieles del tren Belgrano que cruzan el monte tucumano. Estamos a treinta cuadras de San Miguel de Tucumán, no más, pero las distancias aquí no son geográficas sino arbitrarias: según el Instituto Provincial de la Vivienda, el asentamiento La Vía tiene un norte y un sur, y políticas sociales sólo para uno.
La única verdad
Mi sensación es que ésta es una historia conocida”, se adelanta Esteban Piliponsky, realizador del documental. Le aseguro que no. Que se repite y atraviesa otros movimientos a lo largo y ancho del país, seguro. Pero puesta en primera persona, con la intensidad del relato vivo de los protagonistas, ésta es una historia jamás contada, muchas veces discutida y nunca resuelta. No se trata, ahora, de poner otra vía en la discusión: no hay un aquí y un allá. O mejor: no sólo hay un aquí y un allá. O mejor aun: si acaso hubiese un aquí y un allá, ¿por qué no mirar, aunque sea un ratito, desde el otro lado? Urondo ya sentenció: la única verdad es la realidad. El documental El horno no muestra otra cosa.
“En ningún momento aparece nada ni nadie hablando sobre el kirchnerismo. Pero está todo el tiempo”, describe otra vez Esteban, y explicita de qué vamos a hablar. Concretamente, La Vía es un grupo organizado en nombre de un asentamiento a no más de 30 cuadras de San Miguel de Tucumán, a la vera de los rieles del tren Belgrano. La historia de La Vía se remonta a la de la propia provincia: “El campo tucumano fue muy golpeado desde fines de los 60, con once ingenios que se cierran, un cuarto de la población exiliada, muchos desalojados… Y la gente migró a una ciudad que no podía dar respuestas en salud, educación y vivienda”, cuenta Esteban. La génesis del relato lo ubica en su verdadero lugar, no en el de documentalista y mucho menos cineasta: Esteban es egresado de Historia de la Universidad de Tucumán, becado por el CONICET y cursando un posgrado en Filosofía y Letras de la UBA. Las necesidades de vivienda y trabajo, entonces, parieron improvisados asentamientos como el del costado de La Vía.
Esteban llega a la historia por su militancia en el Centro de Estudiantes de la facultad, que en ese momento comenzó a articular sus quehaceres con gente de la Coordinadora de Organizaciones Barriales Autónomas. La idea fue agregar trabajo territorial en una serie de barrios, entre ellos La Vía. Esteban: “Yo empecé a militar ahí haciendo apoyo escolar, primero para los niños y después con las propias madres”. Así empezó a ver y palpar y sentir la realidad del asentamiento. Si a partir de los 70 las urgencias eran la vivienda y el trabajo, en los 90 se agregó la preocupación por el pan. Fueron dos o tres mujeres quienes impulsaron un comedor para combatir el hambre. En el 2000 reflotó el problema de vivienda y trabajo. Las mujeres razonaron: “Lo que hacían en el comedor era un trabajo y necesitaban que se lo retribuyeran de alguna manera”, dice Esteban. A fines de 2002, con Duhalde, llegaron los primeros planes provinciales y nacionales.
La lógica
o fue, sin embargo, un favor del Estado. “Las políticas sociales son conquistas de los movimientos, que exigen respuestas y el gobierno responde. Quiero decir: todas esas políticas de Duhalde y después Kirchner tienen que ver con presiones que los movimientos vienen ejerciendo desde hace años. El problema es la lógica con que te lo dan”, analiza Piliponsky. Y volvemos al principio: como si fuera un favor…
Las mujeres del comedor reclamaban que se les reconociera su labor. La teoría de Piliponsky dice que los movimientos sociales no pedían planes sociales sino trabajo digno: “Pero no había, entonces se dio un reparto burocrático de planes sociales”. Esa intromisión burocrática y verticalizada en un puntero (incluso las mujeres dejaron de ser las protagonistas) es el primer ataque a los movimientos sociales, según Piliponsky: pérdida de autonomía. El resto de los “ataques” al movimiento surgió a partir de una supuesta reubicación de las viviendas del asentamiento. Pero no de todas. Según Piliponsky, es otra de las lógicas de las políticas sociales: dar menos de lo que se necesita.
El límite
l 2007 es el año de la reubicación: todas las viviendas quedaban del lado sur, pero las reubicadas eran las construidas por el gobierno. Esteban: “Ni siquiera era por un mejoramiento de vivienda. Y la franja que deciden reubicar, además, es donde funciona físicamente el merendero. Cuando viene el IPV a censar dice que en el espacio del merendero no hay nada, aunque ahí estaban el horno y un tinglado conocido por la militancia tucumana como lugar de reunión, de apoyo escolar, de capacitación del INTA. Todos pasaron por ahí en algún momento”. La desesperación (y la promesa de los planes) logró que los mismos vecinos tiraran abajo el tinglado, el merendero y el horno de barro. “La destrucción del horno significó un límite casi pornográfico de lo que estaba sucediendo. Tenía que hacer algo”, dice Esteban. Así nació el documental.
El horno
in el horno y sin merendero, las mujeres se alejaron de La Vía. Esteban: “Se partió en muchos casos el entusiasmo por participar, apareció la idea de que con el oficialismo es más fácil. A pesar de todo, triunfó la idea de resistir”. La Vía es el caso que se sobrepuso al menos, como dice Esteban, cualitativamente: sigue el merendero y el mítico horno fue reconstruido por unas vecinas. La COBA, desde entonces, reclama al IPV que las casas sean donadas al movimiento, para encargarse ellos de la construcción y así brindar trabajo. Y que luego se decida, en asamblea, la ubicación prioritaria de esas viviendas.
El documental fue visto por primera vez junto a sus protagonistas que son los propios vecinos de La Vía. Según Esteban, El horno les significó la posibilidad de ver el proceso de manera integral y reflexionar sobre eso. “Movilizó muchos recuerdos, porque fueron momentos muy duros. Pero al mismo tiempo, siempre, la idea de que están de pie y no fueron derrotados”.
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