Mu48
Se va a acabar, se va a acabar…
Un director, Santiago Mitre, su ópera prima y un actor, Esteban Lamothe, logran hacer de esta película un suceso. Para confirmar si el entusiasmo es justificado, la más veterana y el más joven de MU vieron lo mismo.
Uno
Había que esperar a este elegante y pulcro caballero, de metro noventa y suéter canguro, para anunciar la buena nueva: el futuro llegó. Para darse cuenta de que nada de lo visto hasta hoy era genuinamente nuevo. Para entender, finalmente, aquello que escribió el mítico crítico francés Serge Daney, cuando intentó mensurar la herida ética y estética que en la imaginación y en el alma de una época deja un genocidio. Para “aprender a contar de manera distinta otra historia en la cual el género humano es el único personaje y la primera antiestrella”. Eso representa, nada menos, Santiago Mitre, su película El Estudiante y su maravilloso protagonista, Esteban Lamothe. El fin de la dictadura. Con dos M: militar y de mercado.
Dos
Es domingo y en el estacionamiento de la Facultad de Ciencias Sociales, autogestionado por el Centro Estudiantil, hay dos grupos de jóvenes, cada uno por su lado, cada uno en su propia ronda, con mate o con cerveza, compartiendo lecturas fotocopiadas. Santiago propuso el lugar para hacer las fotos cuando me escuchó comentar cómo me había impactado una toma del edificio que aparece en la película.
–Nunca me había dado cuenta de que estaba así– repito ese domingo en ese lugar.
–Yo tampoco, y eso que pasé mil veces por acá– completa Esteban, el protagonista.
–Esto es bárbaro– digo.
–Es bárbaro, sí– dice Esteban.
Por su tono me doy cuenta de que no estamos hablando de lo mismo aunque usemos idénticas palabras. Lo miro y lo compruebo: está sonriendo, está entusiasmado. “Acá te das cuenta del significado que tiene lo público. Algo que es de todos y no es de nadie. Podés entrar, salir… claro que quién va a venir acá si no es a cursar o hacer una película, como fue nuestro caso”. No es el deterioro, entonces, sino la libertad lo que esta escenografía representa.
Pienso en lo que me hace pensar Esteban: la nostalgia por el orden es siempre reaccionaria.
Me dan ganas de abrazarlo.
Tres
El Estudiante costó poca plata y no se nota porque no es una película de bajo presupuesto, sino una producción que utilizó recursos de otro tipo. ¿Cuál fue el más importante? Difícil establecerlo ahora, con el resultado a la vista, pero ordenados cronológicamente, podría armarse la siguiente lista:
Escribir un guión y saber hacerlo. Santiago estudió en la Universidad del Cine donde se formó como director. Una vez recibido, la industria –por así decirlo– lo ubicó en su rol de guionista. Ése es ahora su trabajo: de eso vive. Su primera película comenzó, entonces, por ahí: investigando, entrevistando, visitando y compilando información sobre la vida política universitaria.
Escuchar un no y saber hacerlo. Santiago se presentó al concurso de óperas primas del INCAA y fue rechazado. “Fue una suerte, visto desde hoy, porque las películas que fueron aceptadas todavía ni comenzaron a rodarse. Y estoy hablando del concurso de hace tres años. Éste todavía no fue abierto y a esta altura del año, dudo que se haga”. Noticia: parece que todos los recursos del Instituto han sido derivados hacia la tevé pública y digital. Le pregunto: ¿cuántas veces pensaste que una película así no le iba a interesar a nadie? “Miiiiilessssss”, me responde.
Trabajar en equipo y saber hacerlo. Fue Pablo Trapero –para quien Santiago escribió guiones–, el que lo incitó a comenzar a filmar sin dinero. Hizo algo más importante: le prestó los equipos. Así comenzó a reunir lo que necesitaba y a usarlo en función de la película, sin que interfieran los tiempos de cada colaboración, sean personas o cámaras. Siete fueron los meses que insumió el rodaje. Cuatro fueron los directores de fotografía. No se nota. El Estudiante tiene la impronta de la historia que narra. “Siempre tuve en claro que para hacer esta película, salvo Esteban, todos los demás éramos prescindibles”, dirá ahora Santiago y lo confirma con una anécdota. “Hubo un día de filmación en que ni pude ir yo, porque estaba con 40 grados de fiebre. No hacía falta y lo sabía”. Está claro entonces por qué El Estudiante es una película con protagonista, pero sin ego.
Trabajar con la realidad y saber hacerlo. No es un documental, pero casi. Éste es uno de los principales aportes de Santiago a la industria del cine nacional. Al cómo se hace. Las escenas no tienen extras porque la falta de presupuesto lo hacía inviable. La limitación se convirtió en virtud porque supo conseguir el apoyo de las autoridades y los estudiantes de la Facultad, pero también por cómo supo capturar con la cámara imágenes de la realidad (las asambleas, la votación) con las de ficción (las charlas en clase, en los pasillos) a partir de un uso sabio y preciso de los planos. Los actores llevan la cámara al hombro, podría decirse. Planos cortísimos, que le dan una estética existencial. Los planos amplios de la ciudad y de la facultad imponen la impronta de época, la forma de mentir lo verdadero. La combinación da por resultado que la película reciba premios en el Bacifi porteño o en el suizo Festival de Lorcano. Aquí y allá se entiende de qué habla. El Estudiante es una película generacional, en el sentido en que Daney le da a ese término: el cine como arte del presente.
Cuatro
¿Seguimos con Daney? “El cine moderno tenía una característica: era cruel. Y nosotros teníamos otra: aceptábamos esa crueldad. La crueldad era el lado bueno”. Lo viejo del moderno cine argentino, su crueldad, es su machismo. No voy a mitigar la palabra para que se entienda qué hay de nuevo en El Estudiante: otra forma de ser hombre. (Dejo para las chicas las escenas de sexo –la primera en particular–, su erótica. Ellas sabrán mejor que nadie de qué hablo). Lo diferente en esta historia es el lugar de lo femenino. Allí está la integridad, el saber que no es conocimiento sino pasión y convicción y consecuencias: error, herida, traición, decepción. Ellas saben. El protagonista las transita como puertas que abren mundos. Y esa pueril crueldad es, paradójicamente, un reconocimiento, su lado bueno.
Cinco
Esteban Lamothe es un galán. No sé qué dice hoy esta palabra, pero la escribo en el sentido más clásico del término: un actor que enamora a la cámara. Santiago dirá que lo eligió “porque es el mejor actor de su generación” y tiene razón. El prestigio lo ganó en el teatro, donde ahora mismo y todos los miércoles está interpretando El tiempo todo entero, escrita por Romina Paula, su coprotagonista en la película. Nació en Ameghino, como su personaje de El Estudiante y como él, llegó a Buenos Aires apenas terminó el secundario, pero para cursar Nutrición. “En el CBC me saqué todos unos y dejé”, dirá con una sonrisa. Fue mozo durante diez años en un restaurante de Puerto Madero, pintor de brocha gorda, bajista de la banda que integró con 3 de sus 5 hermanos y finalmente actor; dirá que por casualidad, pero luego, cuando la charla se alarga, confesará que fue cuando vio la obra El pecado que no se puede nombrar, de Ricardo Bartis y se dijo “Yo quiero eso para mí”. Estudió apenas un año largo con Alejandro Catalano (“mi maestro”), para luego seguir su formación directamente en el escenario. Desde hace dos, ya vive de eso que no considera un trabajo. “Todavía tengo que acostumbrarme a estar sin hacer nada y, por temporadas, no tener tiempo para otra cosa. Ahora mismo estoy todo el día paveando en el Facebook. Me siento extraño sin eso de tener que levantarme todos los días para ir a laburar y cobrar un sueldo”. Los recursos los consigue tanto en el teatro (“las giras por festivales europeos te dejan un dinero”) y la publicidad (es uno de los tres amigos que juegan al poker con los escotes de las mujeres en la publicidad de Pepsi, por ejemplo). En cine hizo algunas incursiones en películas de directores debutantes. El Estudiante es su primer protagónico. La estrenaron primero, por supuesto, en Ameghino, donde acondicionaron el centro cultural local para agasajarlo. “El nombre de él estaba gigante y, debajo y chiquito, el mío” cuenta con orgullosas carcajadas Santiago. Se nota que lo quiere o lo admira.
Seis
¿Es una película sobre el rol de Franja Morada en la rosca universitaria? ¿El personaje del pelado está inspirado en Coty Nosiglia? ¿El rector es Hallu? ¿La toma del rectorado es un acto de dignidad frente a lo abyecto de la jerarquía académica? ¿La imagen de Mariano Ferreyra resignifica al personaje del militante? ¿La referencia a los laboratorios alude a cómo la Universidad está hoy corrompida por y desde el mercado? Santiago responde afirmativamente todas las preguntas, pero su afirmación no es sólo un sí, sino un también. La película es sobre todo eso si acotamos su relato a la UBA, pero está claro que es algo más. Una mirada desde el hoy hacia el sistema. Esa máquina que llamamos democracia representativa está ahí, analizada desde abajo, desde donde el poder puede medirse a escala humana y por el tamaño de sus pequeñeces.
Siete
“Democracia real”, gritan en España los indignados. En Chile, Inglaterra o Grecia son los jóvenes, los futuros posibles, los que gritan “No”. En El Estudiante “No” es la palabra que marca el final. “No” como límite, pero también como inicio. ¿De qué? Santiago sonríe. No hay palabras, hay película, parece decirnos con ese silencio que habla de una propuesta. Pensar la política como una práctica cotidiana. Pensar ese “no” como una forma de repensar los tantos sí no pronunciados, pero explícitos, esos que nos convierten en cómplices de todo lo que odiamos.
Ocho
Le pido a Santiago que sintetice en una palabra su película, lo que representa, lo que aporta, lo que señala. Piensa largo, se frota la barba rala, busca en algún lugar del techo vaya a saber qué y larga:
–Democracia.
–¿Democracia?
–Sí, es la palabra. Porque es una película coral, donde todos los personajes tienen su desarrollo, su voz, su visión, y sus posibilidades de elección no están condicionadas. Si son buenas o malas, es otro debate. Pero hay posibilidades para ese debate.
Pienso en lo que me hace pensar Santiago: aquello que él ve como una posibilidad, quizá como una esperanza, representa para mí su noble ingenuidad.
Pienso en lo que me hace pensar después: el cinismo es siempre reaccionario.
Y sí: me dan ganas de abrazarlo.
Y Medio
La película se grabó con técnicas digitales, lo que implica que no tiene sala donde pueda apreciarse con la calidad con que fue filmada. Santiago me cuenta que sólo los multicines tienen esa tecnología, pero están consumidos por el fast food en 3D. Queda la Lugones, en el San Martín, y la del Malba. Hasta ahí, entonces, habrá que ir para poder abrazarla.
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