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Trabajadores de otra clase

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Una hipótesis Sin Patrón. Hace una década comenzamos a acompañar el proceso de recuperación de empresas quebradas por las políticas neoliberales impulsadas desde el Estado y el mercado. En 2003 escribimos esta hipótesis sobre qué representan: el nacimiento de un cambio de paradigma en los modos de producción, pero también el de una nueva identidad, la del trabajador autogestionado. Hoy, en el contexto de la crisis financiera global y bajo la perspectiva de la coyuntura local, su lectura se ha resignificado. ¿Cuáles son las lecciones y las claves de esta forma de ser y hacer que permiten poner en marcha proyectos que democratizan los lazos sociales? ¿Por qué esta forma comunitaria de gestión sigue siendo ignorada por universidades públicas? ¿Qué nuevas obligaciones surgen a partir de organizar lo común sin moldes ni patrones?

Trabajadores de otra claseEn épocas favorables para los simuladores, la información encuentra terreno fértil para disfrazar de opinión, intereses. El tráfico de noticias se atora con el piquete de los lobbies y lo que se deja de ver sigue el aritmético ritmo de la exclusión: hay más afuera que adentro de la agenda mediática. Y lo poco que hay queda desfigurado.
Así nos pintan estos tiempos: perversos y crueles.
Y así funcionan los medios comerciales para que los aceptemos: como una píldora para generar impotencia.
Vemos todo lo que está mal.
Y, cegados por el horror, no quedan ni la energía ni la paciencia necesarias para la confianza.
Ésta es la historia de un cambio.
De cómo producir un cambio es transformar un paradigma. Un proceso cuya intensidad no depende de la cantidad, sino de la constancia. De la gota sobre la gota.
Pero como todo pecado no deja una lección sino una penitencia, eludimos los pronósticos: el límite de toda predicción es lo que las personas somos capaces de hacer.
No es el azar sino el coraje lo que torna el futuro impredecible.
De eso se trata esta historia y este cambio.
Lo nuevo
Si partimos de entender al capitalismo no como un sistema que produce y distribuye bienes de tal o cual manera, sino como un productor y distribuidor de identidades, cada cambio, entonces, estará marcado por una transformación en los paradigmas que modifican las perspectivas de esas identidades. Pero ¿cómo detectarlos?
Adam Smith identificó uno: la riqueza de una nación depende exclusivamente de la destreza del trabajo y la proporción entre el número de trabajadores útiles e inútiles.
Marx señaló el definitorio: la propiedad de los medios de producción.
Para cualquiera de ellos, los modos de producción de una sociedad constituyeron el principio axial de sus teorías.
Hoy son relatos históricos que nos permiten reconstruir los cimientos del capitalismo industrial. Sin embargo, los cambios que registraron no fueron evidentes hasta que lo fueron. Es decir, de los viejos maestros lo primero que podemos aprender es que no hay ninguna seguridad de que las nuevas ideas, valores o procesos sean genuinamente decisivos en la historia social.
Hasta que lo son.
Lo viejo
La división clásica de la economía determinaba hasta hace relativamente poco tiempo la existencia de tres sectores: primario (agricultura y ganadería), secundario (industrias) y terciario (servicios). Lo cual originaba, de acuerdo al grado de desarrollo de cada uno, una correspondiente pirámide social, con sus diferentes clases e identidades. El conjunto formaba un mismo cuerpo económico y una misma organización social: el Estado-nación.
El capitalismo global rompió estos moldes, y con ellos las implicancias políticas y culturales que de esta estructura derivaban.
Clavó la estaca en el pecho de las burguesías locales, descuartizó la división de tareas desparramando los pedazos a lo ancho y largo del mapa y con ello asesinó todos los sistemas teóricos de sostén y oposición al capitalismo industrial.
Hacia fines del siglo XX la escena se complicó, como en esos video games en los que los diferentes niveles de juego imponen dificultades cada vez mayores. Para los sistemas teóricos que analizaron el capitalismo industrial, el trabajo determinaba la clase social de pertenencia, pero también la potencia de cambio y el calibre de los conflictos, entre otras cosas. La globalización destruyó la interacción de estas fuerzas hasta reducirlas a lo que esencialmente eran: meras relaciones de explotación. El poder no es ya un lugar, sino una capacidad. Zygmunt Bauman la define así:
“Es el lápiz que separa lo legítimo de lo ilegítimo. El derecho a trazar el límite entre la coerción legítima (admisible) y la ilegítima (inadmisible) es el primer objetivo de toda lucha por el poder.”
La clase
En primer lugar –y sólo para priorizar lo que nos interesa para esta historia– el trabajo asalariado se convirtió en trabajo flexibilizado o basura, creando así una nueva categoría social. Una no clase. No hay derechos ni posibilidad de conquistarlos cuando de lo que se trata, día a día, es de garantizar la mera subsistencia.
La fotografía de la extinción del tradicional proletariado industrial la escribió, palabra por palabra, Pierre Bourdieu junto a un equipo de sociólogos. La llamó La miseria del mundo y en su afán por registrar la “profunda desintegración del orden industrial y, por consiguiente, del orden social” entrevistó a quienes estaban a punto de convertirse en piezas del museo social. Es el relato de “toda la distancia que separa al proletario –aun venido a menos o en decadencia, con ingresos reducidos pero regulares, sus cuentas en regla, su futuro pese a todo relativamente asegurado– del obrero al que la caída en la desocupación, sin protecciones ni garantías, remite a la condición de subproletariado, desamparado, desorganizado, obsesionado por la preocupación de vivir, mal que bien, al día, entre los alquileres impagos y las deudas impagables”.
El desempleo –es decir, el no trabajo– se convirtió así en una nueva categoría social, pero también en una alternativa.
El territorio de la exclusión del mercado laboral y, con ello, de las identidades de clase, es tan ancho, profundo y vasto que se transforma así en otro mundo.
Un universo paralelo que necesita crear, con nada, todo lo que le es negado.
Miseria planificada
El capitalismo industrial no murió de muerte natural. Mucho menos en América Latina.
En primer lugar, porque, como nos lo recuerda Raúl Zibechi, “fue la rebelión obrera y de los sectores populares del Tercer Mundo, la que derribó todo el entramado construido luego de la crisis de 1929”.
En segundo lugar, porque estas rebeliones sembraron oleadas de conquistas y pérdidas de derechos absolutas. Sin medias tintas, Argentina pasó de ser un país con una legislación laboral modelo a un modelo de precarización laboral y desocupación sin precedentes.
El punto de inflexión entre uno y otro fue la dictadura militar.
Fue el escritor Rodolfo Walsh el primero en denunciarlo en la carta que escribió días antes de ser secuestrado y desaparecido por militares argentinos. En esa carta denunció torturas, secuestros y muertes, al cumplirse el primer año del golpe, pero también que “en la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.
La dictadura militar cayó tras la borrachera de la guerra de las Malvinas y la democracia nació débil. El gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) fue una mezcla dubitativa de víctima y cómplice de esa economía reconcentrada en pocas manos. No concluyó su mandato. Llegó entonces Carlos Menem para culminar el trabajo sucio. Aquel plan que Walsh denunciaba en su carta, Menem lo llevó a cabo entre 1989 y 1999 corregido, aumentado, y en democracia: Argentina había entrado en la era del pensamiento único. Ya no hacía falta el terrorismo de Estado para aplicarlo. La estrategia de la represión cambió por la del desempleo y la exclusión social: la desaparición económica de las personas. En treinta años, la ocupación industrial declinó cerca de un 50 por ciento, lo cual representó, entre otras cosas, la pérdida de más de 600.000 puestos de trabajo. Para fines de 2000, según un trabajo realizado por el Ministerio de Economía, entre los diez mayores empleadores del país había cuatro supermercados, una cadena de comida basura y una empresa de seguridad privada. Es decir, empleos de baja calidad y poca estabilidad. El sector industrial, a excepción de los casos del ingenio Ledesma y la alimenticia Arcor, no figuraba en el grupo de las primeras treinta empresas generadoras de empleo. Un ejemplo: McDonald’s contrataba el doble de empleados que la petrolera Repsol-YPF.
Así, la clase media comenzó a caer masivamente bajo la línea de pobreza.
Y los pobres, bajo la línea de indigencia.
Luego llegó Fernando de la Rúa para caricaturizar lo peor de Alfonsín y lo peor de Menem. Terminó decretando el estado de sitio y escuchó el trueno de cacerolas.
En síntesis: Argentina tenía en 1974 una distribución de la riqueza similar a la de muchos países desarrollados. La diferencia entre el escalón más pobre y el más alto era de 12 veces. Las cifras de 2003 indican que la distancia entre el sector más rico y el más pobre es ahora cincuenta veces mayor. Esto representa, según la explicación del especialista Artemio López, que “el grueso de la población transfirió a la cima el equivalente anual a 15 mil millones de dólares”.
El gurú
Con el grito de “que se vayan todos” como música de fondo y la escenografía de un país reducido a escombros institucionales, podemos comenzar a ponerle nombres a esta historia.
Escuchemos el primero: Juan Navarro.
En la década del 90 fue señalado como paradigma del éxito. Los medios comerciales lo consagraron empresario del año en 1997, usando tres adjetivos: exitoso, ambicioso y audaz. También se lo llamaba gurú, talento financiero y ejecutivo brillante. Se decía que estaba creando una nueva cultura empresaria. Su imperio: el Exxel Group, un fondo de inversión que manejó el destino de 73 empresas y 40.000 empleados.
“Sin fortuna propia ni heredada, se puede decir que construyó con la velocidad de un rayo el tercer grupo económico privado más poderoso de la Argentina, con ventas por 3.800 millones de dólares, a fines del 99”, sintetizan los periodistas Silvia Naishtat y Pablo Maas en El cazador, la biografía que escribieron sobre Navarro.
La fábula cuenta que el 17 de marzo de 1992 Juan Navarro convenció a la banca Oppenheimer & Co de que lo ayudara a construir un fondo de inversión. A los pocos meses le enviaron 47 millones. Gastó 22 en la compra de las empresas Ciabasa, Poett (en la provincia de San Juan) y la división de aerosoles de la estatal petrolífera YPF. En menos de sesenta días, vendió esas empresas a la multinacional Clorox por 95 millones.
Para su segundo fondo recaudó 155 millones. Compró empresas de medicina prepaga y compañías eléctricas del interior. Para los fondos subsiguientes, prescindió de Oppenheimer. Desde entonces, ya nunca estuvo claro de dónde provenía el dinero. “Cuando la Comisión Antilavado preguntó a los fondos norteamericanos que Navarro había presentado como sus inversores si efectivamente eran socios de Exxel, la mayoría lo desmintió u optó por el silencio” aseguró la entonces diputada Graciela Ocaña, integrante de esa comisión legislativa.
Un dato para tener en cuenta: del equipo de dirección del Exxel Group participó el ex embajador norteamericano en Argentina, Terence Todman.
Pregunta:
¿Cómo compraba el Exxel tantas empresas?
Respuesta:
Por el sistema de apalancamiento.
Explicación:
“Las empresas tomaban créditos excesivos, aprovechando las bajas tasas de Estados Unidos. Eran créditos puentes para pagar su propia compra. Una vez en el poder de la empresa, la compañía lanzaba bonos garantizados con los bienes de la firma. Con la venta de los bonos, cancelaba los créditos”.
¿Qué significaba esto?
Que Navarro obtenía un giro o adelanto bancario millonario para comprar las empresas. Apenas adquiridas, ese adelanto se convertía en un crédito que las empresas compradas eran forzadas a adquirir, ofreciendo sus activos como garantía. De esta manera, empresas sanas comenzaban una nueva administración con una flamante deuda millonaria. E impagable.
Así se describió la operatoria del Exxel Group en el informe parlamentario de la Comisión Investigadora de Lavado de Dinero:
“Cuando el Exxel se dispone a comprar una empresa, se asegura dos cosas: conseguir inversionistas del exterior que aporten capital y que algún banco le adelante una parte del precio de compra, en forma de crédito a corto plazo. Una vez con la compañía en su poder, el Exxel emite bonos a nombre de la empresa por una cantidad sustancial (la super endeuda) e hipoteca todos sus bienes como garantía del pago del bono. En síntesis, compran una empresa –en gran parte– con el propio dinero de ella”.
La gran duda
Cuentan que Navarro detestaba el manejo empresarial familiar, casi artesanal, de las empresas que compró. Por eso, su primera medida era desarticular el organigrama. Sentaba arriba de la pirámide a jóvenes y agresivos ejecutivos, que en ningún caso –decía– debían durar más de tres años en el puesto. Por eso les pagaba más.
La Comisión Investigadora en su informe trata de responder la pregunta del millón:
“Mucha gente se pregunta de dónde viene el dinero del Exxel. Sobre el origen de los fondos se han tejido las más diversas especulaciones: desde que es el continuador del imperio económico de Yabrán hasta que maneja dinero del ex presidente Carlos Menem. En esta investigación no se pudo comprobar ninguna de estas conjeturas. Pero una cosa es segura: al menos una parte sale del bolsillo de los contribuyentes (…) Las empresas que son adquiridas por los fondos, que luego las endeudan e hipotecan sus bienes, dejan de pagar el impuesto a las ganancias gracias a que las leyes impositivas permiten deducir los pagos de intereses. El costo fiscal de estas deducciones, es decir, la pérdida de ingresos al Tesoro Nacional por la menor recaudación es soportado, de este modo, por el total de los contribuyentes, que no gozan de una ventaja similar”.
Así, con la complicidad del Estado y los bancos, en el año 2000 el Exxel Group acumuló activos por 4.500 millones de dólares. Dos años después, el valor de su canasta de empresas apenas alcanzaba los 300 millones. El “empresario del año” las había, literalmente, vaciado.
Helados
De todas las empresas que compró el Exxel Group, la que nos interesa en esta historia es la más pequeña: la heladería Freddo.
Fundada por un inmigrante italiano, Freddo acumulaba una historia de cincuenta años liderando el mercado ofreciendo productos de calidad a través de seis sucursales. Sus cinco socios recibieron del Exxel Group una oferta imposible de rechazar: 82 millones de dólares.
La primera medida de la administración Navarro fue remodelar todos los locales.
La segunda, bajar la calidad de sus materias primas.
La tercera, subir los precios.
No hubo cuarta: ya estaba quebrada.
Así fue como en la primavera de 2001 la heladería pasó a formar parte de los activos del Banco Galicia, como forma de capitalizar los 30 millones de dólares que había acumulado en deudas. El banco convocó al antiguo propietario, Juan José Guarracino, para que la rescatara e inauguró con esta fórmula una modalidad que se repitió luego en varias empresas quebradas y apropiadas por los bancos. Los buitres financieros la llamaron el “modelo Freddo.”
Ocupar
El veloz rayo de Navarro arrastró, en su efecto dominó, a una de las proveedoras de materias primas de las heladerías Freddo. Los ajustes de costos de la nueva administración dejaron a la firma Ghelco, del barrio de Barracas, sin uno de sus clientes. Tiempo después, acosada por la recesión y la especulación financiera, terminó en la quiebra.
Para los 40 obreros de Ghelco la maniobra significó primero un racionamiento de salarios; luego, meses sin cobrar un peso y por último, el cierre definitivo, que los dejó en la calle y sin posibilidad de reclamo: la Ley de Quiebras había sido modificada en tiempos de Carlos Menem y los trabajadores ya no eran considerados los acreedores privilegiados.
Primero estaban los bancos.
Por entonces, en la calle la desocupación se cotizaba a un 22 por ciento.
Y todos allí sabían qué les esperaba: tenían un promedio de 40 años, eran obreros especializados, con familias, deudas y necesidades impostergables.
No tenían ningún lugar a dónde ir y con esa convicción, se quedaron.
Una carpa verde, de camping, los albergó durante meses en la puerta de la fábrica cerrada. Dos patrulleros y una docena de uniformados los custodiaron.
Fue un policía, precisamente, quien les comentó que unos meses antes habían tenido que desalojar a palos a los obreros de una fábrica cercana. “Pero volvieron”, les dijo. “Formaron una cooperativa y entraron”.
Los obreros de Ghelco fueron ese mismo día a conocer a los otros obreros –de Lavalán–, quienes, a su vez, los llevaron a conocer a un abogado que ahí mismo les copió los 84 artículos del estatuto de una cooperativa de trabajo: Vieytes, la llamaron.
La historia termina así:
La fábrica fue expropiada.
Los obreros, organizados en la Cooperativa de Trabajo Vieytes, se hicieron cargo de la reapertura.
De Navarro ya nadie habla.
Producir
Hoy, los obreros de la ex Ghelco ganan el doble de salario. “El día que entramos no teníamos ni para pagar una bolsa de azúcar. Los muchachos de otra cooperativa –Unión y Fuerza– nos prestaron para comprar la materia prima y pagar la luz y así empezamos. Con el primer cobro, lo primero que hicimos fue devolverles la plata. No teníamos ni para comer, pero las deudas están primero y estábamos orgullosos de poder pagarlas”.
Aquí es donde otra historia comienza.
Si uno ingresa ahora a la cooperativa Ghelco, en la sala de máquinas puede ver el siguiente escenario:
En rueda, alineadas contra la pared, están las mezcladoras y moledoras funcionando a pleno.
En el centro, acomodados en tres filas, hay 40 pupitres escolares.
“Son para las asambleas. Nos decían que no podíamos resolver todo por asamblea porque si no parábamos el trabajo. Entonces a uno se le ocurrió que lo mejor era reunirnos en la sala de máquinas, para que los que estuvieran de turno trabajaran, opinaran y votaran”.
Los obreros muestran orgullosos su obra: máquinas y democracia directa. Sonríen, se los ve relajados, seguros, conformes, plenos.
Ése es el cambio.
El costo patronal
La viabilidad económica de las cooperativas de trabajo es una cuestión a analizar caso por caso. En principio, depende de la situación de la que parten. Para muchas, se limitó al trabajo à façon, una modalidad que consiste en que el cliente adelante el capital necesario para que la cooperativa adquiera la materia prima para elaborar el pedido. Es la propuesta que inventaron para vencer las limitaciones que les imponen la falta de crédito y de financiación.
Así lograron poner a producir estas empresas, con el propio esfuerzo, incluso en el difícil contexto de falta de capacitación en áreas administrativas o comerciales, desconfianza de los antiguos clientes y hostigamiento policial-judicial. Con el tiempo, hay empresas que han logrado exportar o liderar el mercado.
En cualquier caso, a partir de la experiencia de la gestión obrera, los trabajadores han podido identificar las verdaderas causas de las quiebras de sus empresas. Y llegaron a una conclusión: lo que las funde es el costo patronal.
Costo patronal no sólo refiere a la gran tajada que se llevan los patrones, sino también a toda la serie de gastos que debe amortizar la producción: los altos sueldos y prebendas gerenciales, las comisiones, los viáticos, viajes, choferes y el pago a consultoras para realizar ajustes que, inevitablemente, concluyen que el costo laboral es el responsable del déficit.
Este nuevo concepto acuñado por los trabajadores –y que describe una realidad de la que la ciencia económica tiene pocas noticias— coloca la responsabilidad en el otro extremo. La idea de costo patronal deja al descubierto esas erogaciones que se hacen innecesarias bajo control obrero, ubicando la culpa de la quiebra claramente en la gestión empresaria. Lo curioso es que hoy en día varias de estas fábricas están siendo analizadas por expertos en management, con el interés de reformular los conceptos de gestión que la década del 90 impuso como manual incuestionable.
Resistir
Toda empresa autogestionada sabe que su subsistencia depende de la legitimidad y los lazos sociales que sepa construir. Su defensa está basada en la convicción de sus trabajadores, pero también en el apoyo que logren cosechar entre vecinos, asambleas barriales, organismos de derechos humanos y partidos políticos, en ese orden. Incluso, una vez recuperadas y debido a su constante precariedad legal, algunas fábricas recogieron la experiencia de la pionera IMPA para instalar en los espacios vacíos un centro cultural destinado a la comunidad. IMPA lo hizo como forma de autodefensa: ante la amenaza de un desalojo violento, abrió sus puertas para actividades tales como teatro, video, cursos, apoyo escolar y charlas, la mayoría gratuitas y llevadas adelante por estudiantes universitarios o integrantes de asambleas barriales. Garantizaron así que en los horarios considerados más vulnerables –las noches y los fines de semana– hubiese gente adentro de la fábrica. Son los creadores, también, de una exitosa forma de recuperar la educación: los bachilleratos populares.
Autogestionar
El lápiz ha tachado, así, cuestiones que el poder consagra como verdades inapelables:
1) La supremacía de la propiedad privada, a cualquier costo.
2) El Estado como único escenario posible donde dirimir los conflictos sociales.
3) La necesidad de contar con una clase gerencial para organizar la producción.
La comprobación de que ninguna de estas proposiciones es inevitable está presente cada vez que los obreros relatan su experiencia. En la fábrica Grissinopoli, por caso, uno de los obreros recuerda que lo que más le costó no fue resistir en la calle, ni soportar el hambre, ni desafiar a la policía, ni discutir con el juez ni conmover a los ediles. Lo que más le costó fue convencer a sus compañeros de que ellos estaban perfectamente capacitados para poner la fábrica a producir.
Ser sus propios patrones les devolvió otra imagen de sí mismos.
Supieron, entonces, que nunca más volverían a ser los mismos.
Que no les había cambiado la vida, sino el destino.
El desafío
Para las débiles instituciones de la democracia argentina, estas fábricas representan un dilema político y social para el que no tienen respuesta. Las que dieron han sido provisorias y arrancadas por la tenacidad de las luchas, la validez de los reclamos, la flagrante ilegalidad de las situaciones que las originaron y la orfandad de medidas para la creación genuina de empleo. No fueron, entonces, ni los funcionarios ni los jueces ni los expertos ni los académicos quienes les enseñaron a estos trabajadores a plantear con claridad sus reclamos ni a presentar las soluciones para calmarlos. Fue la propia experiencia acumulada la que les fue dictando las salidas.
Sin embargo, se podría decir que el destino de los obreros de las casi 200 fábricas recuperadas en Argentina ya fue escrito:
“La división de la sociedad en una reducida clase fabulosamente rica y una enorme clase que no posee nada hace que esta sociedad se asfixie en su propia abundancia. Cada día que pasa, este estado de las cosas va haciéndose más absurdo y más innecesario. Debe eliminarse y puede eliminarse”.
Así habló Federico Engels el 30 de abril de 1891.
Ciento trece años después, los obreros de Zanon, en el sur de Argentina, eliminaron algo.
Bautizaron su creación con un nombre de ensueño: Fábrica Sin Patrón.
De ellos y de otros como ellos es esta historia y este cambio.
A estos obreros les debemos, entre otras cosas, la forma de organizar la producción que tenemos los que editamos esta revista, pero sobre todo, los interrogantes sobre nuestra identidad (¿somos trabajadores de prensa, periodistas, comunicadores?), y las dudas sobre cómo crecer. Y hasta si es necesario hacerlo.
Les debemos, finalmente, leer la siguiente frase:
“Más allá de nuestras diversas creencias, a menudo tan distintas, y a veces encarnizadamente enfrentadas, todos deseamos vivir con dignidad y sin miedo, que no nos humillen y que se nos permita buscar la felicidad. Esto constituye un terreno común lo suficientemente firme y amplio sobre el cual comenzar a construir la solidaridad de acción.”
Y comprenderla.
Con energía, paciencia y confianza.

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Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

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La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.

Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.

Fotos: Juan Valeiro.

Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos. 

“Pan y circo”, dice. 

Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro. 

Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.

Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.

Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.

Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El poco pan

La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:

“Si no hay aumento, 

consiganló, 

del 3% 

que Karina se robó”. 

Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”. 

Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”. 

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El mucho circo

Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes. 

Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

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Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena. 

“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial. 

Silencio. 

“¿Me pueden decir sí o no?”. 

Silencio.  

Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.

Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”

“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.

La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

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Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival. 

Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:

  • “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
  • “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
  • El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.

El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.

Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

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Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

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Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

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Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro
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CABA

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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