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Femicidios seguidos de suicidio: la violencia como máquina de muerte

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Durante el mes de octubre el 20% de los femicidas se suicidaron luego de matar a sus víctimas. En este informe del Observatorio Lucía Pérez, la antropóloga e investigadora Florencia Paz Landeira analiza el suicidio de los agresores como otra muestra de la violencia patriarcal como maquinaria de muerte. El desarme de la masculinidad hegemónica. Y el análisis de la psicóloga clínica y terapeuta gestáltica Susana García sobre las escaladas de odio y violencia.


El mes de octubre cerró con una de las cifras de femicidios más altas en lo que va del año: 37 víctimas de la violencia patriarcal. A este dato, de por sí alarmante y estremecedor, se suma otro. Más del 20% de los femicidas se suicidaron luego de asesinar a sus víctimas. En todos los casos se trató de lo que se conoce como “femicidios íntimos”, es decir, aquellos que ocurren en el marco de relaciones de pareja o ex pareja. Como desde el Observatorio se viene señalando, el femicidio es una expresión sistemática y extrema de patrones generizados de violencia, subordinación y discriminación. Desde esa perspectiva, el suicidio de los agresores parece ser otra muestra de la violencia patriarcal como maquinaria de muerte.

El Observatorio registra 792 femicidios seguidos de suicidio, de los cuales 444 fueron con armas de fuego. Solamente en octubre de este año, se registraron los siguientes casos:

– Guillermo Vega (41 años), asesinó por asfixia a sus hijos (12 y 9 años) en un contexto de violencia de género hacia la madre y, luego, se ahorcó. Fue en Rosario, Santa Fe.

– Gastón Farías (35 años), asesinó a golpes a su hijo de 3 años, intentó matar a su ex pareja y se suicidó. Fue en Balcarce, Buenos Aires.

– Ramiro Anchordosqui (48 años) asesinó a su pareja, María Noel Orozco, y se suicidó. Tenían 3 hijos. Fue en Chacabuco, Buenos Aires

– Sebastián Tejerina (36 años) asesinó a su ex pareja, Analía Nieves, y se suicidó. Encontraron a los dos cuerpos juntos. Tenían 2 hijos. Fue en Orán, Salta.

– Juan Ignacio Benítez (32 años), asesinó a su ex pareja, Maria Belén Salinas, y se suicidó. El femicida tenía restricción de acercamiento. La interceptó en la calle y la mató de un disparo. Fue en Bernal, Buenos Aires.

– Ricardo Cardozo (69 años), asesinó a su pareja, Dora Samaniego, y se suicidó. La hija de ambos encontró los cuerpos. Fue en Posadas, Misiones.

– José Luis Lascano (71 años), asesinó a su pareja, Susana Beatriz Seitz, y se suicidó. El hijo de ambos encontró los cuerpos. Fue en Olavarría, Buenos Aires.

– Facundo Recalde (43 años), asesinó a su pareja, Mariela Arias, y se suicidó. La asfixió. El femicida se ahorcó luego de matar a la víctima. Fue en CABA.

– Raúl Ricardo M. (72 años), asesinó a su pareja, Gladys Graciela Soprano y se fugó en bicicleta. Dos días después encontraron el cuerpo, ahogado. Fue en San Lorenzo, Santa Fe.

*

“Femicidio-suicidio”, “suicidio extendido”, “suicidio machista”, son algunas de las categorías que se han elaborado para intentar comprender este fenómeno. Más allá de cómo se lo nombre, se trata del tipo más frecuente de suicidio de homicidas en las 24 horas posteriores al crimen. Desde la perspectiva de Susana García, psicóloga clínica y terapeuta gestáltica, no pueden pensarse estos suicidios por fuera de relaciones de violencia y dependencia emocional, donde hay un varón que controla y una mujer que es controlada. “Sin embargo, la base de ese control y búsqueda de dominio es una profunda inseguridad”, agrega. Frente al abandono por parte de la mujer o frente a cualquier mínimo gesto percibido como una resistencia a esa voluntad de control y dominio, “ese hombre, de haber sido controlador y autoritario, da un paso más y se vuelve peligroso. Sus sentimientos son ambivalentes y absolutamente disociados. Esto es muy frecuente. Por una parte, la necesita y siente que su vida no tiene sentido sin ella y, por otra parte, la odia. Finalmente, cuando la destruye, también la pierde y con su muerte su propia vida pierde sentido, ahí se da el suicidio”, analiza Susana García para el Observatorio.

En el análisis de estas escaladas de odio y violencia, Susana agrega: “En esta historia, entonces, todo comienza con un hombre inseguro y falto de confianza en sí mismo. Esa inseguridad es la que lo lleva a controlar, a ser como el amo de ese pequeño mundo. La paradoja es que es un hombre que se volvió cruel y con un autoestima deshecha. Justamente eso es lo que lo volvió tan peligroso. La gente rota rompe”. Mientras reflexiona, aclara que siente que las palabras resultan por momentos insuficientes para abordar hechos tan profundamente delicados y dolorosos para nosotras. En ese sentido, cualquier tecnicismo o saber especializado se vuelve irrelevante si no es atravesado por una mirada ética y sensible. Desde allí insiste en la importancia de las redes de mujeres y los espacios de escucha para acompañarnos, poder advertir a tiempo indicios de prácticas violentas y aprender a cuidarnos de esos hombres que, en su opinión, están muy deshechos. “Antes de que no haya opción. Sobre todo, porque por la sociedad patriarcal en la que vivimos, llega un momento en que como el Estado no nos cuida y la Justicia no nos cuida, hasta yéndonos estamos en peligro”, reflexiona Susana.

En una línea similar de análisis, la socióloga María Alejandra Otamendi también propone pensar que, como el sentido de la vida del agresor estaba dado por la dominación traumática de la mujer, al matarla desaparece el centro de su vida. De allí que estos suicidios machistas sean también abordados como resultado de la relación de dominación de dependencia entre el agresor y la víctima. Esto iría asociado, a su vez, a la incapacidad de estos varones de asumir y manejar su propia vulnerabilidad y dependencia, que es transmutada en odio y violencia misógina. Otro aspecto también señalado por Otamendi es que en Argentina la mayoría de los femicidios seguidos de suicidio del agresor están asociados al uso de armas de fuego. Para la socióloga, esto no es casual, ya que éstas aparecen como símbolos de virilidad asociados al poder, la fuerza y la agresividad. De allí que proponga, en términos fácticos y metafóricos, “el desarme de la masculinidad hegemónica”.

Otra hipótesis que se ha barajado en relación a este fenómeno es que el suicidio emerge de la desesperación del agresor frente a la posibilidad de enfrentar la sanción social y las consecuencias judiciales. Si bien ha sido matizada -puesto que en general los femicidas tienen largas trayectorias en el ejercicio de formas cotidianas y sistemáticas de violencias de género, asociadas a su vez a mecanismos de naturalización e impunidad- podría constituir parte de la explicación en el caso de femicidas de sectores sociales altos y de mayor edad. En todo caso, lo que es central a destacar es que el suicidio del agresor tiene como consecuencia directa la imposibilidad de alcanzar justicia por la víctima. Cuando un femicida se suicida no hay justicia. No hay investigación, no hay restitución de la verdad sobre los daños padecidos por la víctima, no hay reparación para sus familiares y allegados. Puede ser, en este sentido, interpretado como un último intento, desesperado y cruel, de controlar la situación y de amordazar a la víctima hasta la última consecuencia.

Por Florencia Paz Landeira. Doctora en Antropología Social. Becaria posdoctoral del LICH-CONICET. Integrante del Programa de Estudios Sociales en Género, Infancia y Juventud (UNSAM).

Referencias
Antúnez, J. (2016). El feminicidio/suicidio. Una forma extrema de violencia de género. Revista de Psicoterapia Psicoanalítica, IX(3), pp. 113-126.
Otamendi, María Alejandra. (2020). Suicidios, femicidios-suicidios y armas de fuego en Argentina. La masculinidad hegemónica en debate. Revista de Ciencias Sociales, 33(46), 107-130.

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Oraciones, entre la cruz y la raya: un ritual para presentar el nuevo libro del Observatorio Lucía Pérez

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Este domingo 16 de noviembre presentamos el nuevo libro del Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez, editado por lavaca, con una perfomance conmovedora: Oraciones, entre la cruz y la raya fue una obra de teatro danza basada en los ejes teóricos de Femicidios, narcotráfico y Estado. La puesta transformó en lenguaje poético, corporal y musical una realidad que duele y mata, de la mano de talentosas artistas.

Oraciones, entre la cruz y la raya: un ritual para presentar el nuevo libro del Observatorio Lucía Pérez

Familias sobrevivientes de femicidios, con el libro del cual son parte: el nuevo libro del Observatorio Lucía Pérez.

Oraciones, entre la cruz y la raya: así se llamó la presentación performática del nuevo libro del Observatorio Lucía Pérez editado por lavaca y titulado Femicidios, narcotráfico y Estado.

La obra de teatro y danza indagó en los mecanismos que operan sobre los cuerpos y los territorios desde una dramaturgia que combinó texto, movimiento y música. El resultado fue una experiencia que funcionó tanto como obra artística como herramienta para hacer sentir, colectivamente, de qué hablamos cuando hablamos de femicidios.

La obra fue ideada y escrita por Claudia Acuña, también responsable de la dirección general del Observatorio Lucía Pérez. En escena, Oraciones desplegó el trabajo de las intérpretes Julieta Costa, Lola Dominguez Hayes, Lucía Harismendy, Pia Leone, Luca y Juana Torras, quienes construyeron una trama sensible entre la fragilidad y la fortaleza. La música en vivo, a cargo de Santiago Torricelli en piano, aportó un pulso emocional que atravesó toda la pieza.

El diseño sonoro siguió de la mano de Pía Leone, junto con la operación técnica de Teo Escobar y Lucas Pedulla. Y el diseño gráfico estuvo a cargo de Jonatan Ramborger (autor, también, de la tapa del libro) y Julie August.

La puesta en escena fue realizada por Julieta Costa, mientras que la dirección coreográfica estuvo a cargo de la reconocida directora y coreógrafa Carla Rímola.

Oraciones dejó en quienes asistieron la certeza de que el arte no sólo puede denunciar lo que duele, sino también abrir caminos para imaginar otras formas de vida y de cuidado.

Y también, otras formas de presentar un libro.

El Observatorio y su libro

El Observatorio Lucía Pérez es una herramienta de análisis, debate y acción creada por lavaca.org con el objetivo de profundizar el trabajo sobre formas de prevención y erradicación de la violencia patriarcal.  

Cada día un equipo conformado por Claudia Acuña, Amalia Etchesuri, Anabella Arrascaeta y Pablo Lozano actualiza 12 padrones de manera autogestiva, datos que sumados al seguimiento de lo publicado en medios de todo el país son luego chequeados y precisados con fuentes judiciales y periodísticas. Se trata del único registro público del país, lo cual quiere decir que pueden consultarse las fuentes de cada dato.

Cada mes el Observatorio realiza un resumen de este diagnóstico junto a víctimas y familias sobrevivientes de femicidios. El resultado es el informe mensual que se difunde a través de organizaciones sociales y referentes de la política y la cultura que intenta pensar, más allá de las cifras, la radiografía social y política de esta violencia.

Femicidios, narcotráfico y Estado reúne ahora y por primera vez los distintos informes, investigaciones y acciones del Observatorio Lucía Pérez. Es un material que indaga a través de la articulación de textos teóricos y reportajes periodísticos las vinculaciones entre lo narco, la violencia machista, los femicidios y el rol del Estado en la trama de la impunidad.

Todo eso quedó plasmado en esta presentación-ritual colectivo para empezar a sanar una realidad que duele, y organizar la realidad que viene: aquella que queremos, deseamos y nos merecemos.

Si querés el libro escribinos al teléfono que figura en este link, y suscribite para apoyar todo lo que hacemos:

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La venda en los ojos: la justicia frente al abuso sexual contra niñas y niños 

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El 42% de las denuncias de violencia sexual corresponden a menores de 17 años en la ciudad de Buenos Aires. El ministerio de Justicia bonaerense reveló que entre 2017 y 2022, de más de 96.000 causas por abuso sexual, 6 de cada 10 tuvieron como víctimas a menores y se duplicó el número de denuncias: el 80% fueron mujeres, principalmente niñas y adolescentes de entre 12 y 17 años. ¿Cómo recibe el Poder Judicial a las infancias que se atreven a denunciar abusos? Las víctimas convertidas en “culpables” de un delito que padece a nivel mundial entre el 15 y el 20% de la niñez. La campaña conservadora y oficial: desestimar denuncias y motosierra. Lo que no quiere ver la justicia. Cómo encarar estos casos, y la enseñanza de Luna. Por Evangelina Bucari.

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Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

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Daniel y Susana denunciaron que desapareció el cuerpo de su hija, Cecilia Basaldúa, que reclamaban para realizar nuevas pericias. La historia de lo ocurrido y el rol de la fiscal de Córdoba Paula Kelm “que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.

Por Claudia Acuña

El 7 de noviembre Cecilia Basaldúa hubiese cumplido 42 años y no hay festejo porque no hay Cecilia: la desaparecieron, violaron y mataron en abril del año 2020, en Capilla del Monte y en pleno aislamiento por la pandemia de Covid. Su familia, como cada año, reunió amistades y  familiares de otras víctimas de femicidios territoriales –el padre de Natalia Melman, el hermano de Laura Iglesias– en el mural que la recuerda en su barrio de Belgrano. Fue ese el marco elegido por Daniel y Susana, los padres de Cecilia, para compartir lo que significa buscar justicia para este tipo de crímenes. Con la voz partida por el dolor narró cómo fue la última reunión con la nueva fiscal responsable de la investigación:  es la cuarta. La primera – Paula Kelm– desvió las pruebas para atrapar a un perejil, que fue liberado en el juicio oral y así la investigación del femicidio de Cecilia volvió en punto cero; el segundo estaba a meses de jubilarse y pidió varias licencias para acortar su salida; el tercero –Nelson Lingua– no aprobó el examen para ocupar el puesto y, finalmente, desde hace pocos meses, llegó ésta –Sabrina Ardiles– quien los recibió junto a dos investigadores judiciales y los abogados de la familia. Antes se habían reunido con el ministro de Justicia de la provincia de Córdoba, Julián López, quien le expresó el apoyo para “cualquier cosa que necesiten”. Fue entonces cuando Daniel y Susana creyeron que había llegado el momento de trasladar el cuerpo de su hija hasta Capital, donde viven y, además, habían logrado conseguir que se realice una pericia clave para la causa y que siempre, en estos cinco años, les negaron. Fue la joven investigadora judicial quien soltó la noticia: el cuerpo de Cecilia no está.

Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

Gustavo Melmann, que sigue buscando justicia por su hija Natalia, junto a Daniel Basaldúa y Susana Reyes, los padres de Cecilia.

Según pudo reconstruir la familia después del shock que les produjo la noticia, fue en 2021 –cuando todavía estaban vigentes varias restricciones originadas por la pandemia– cuando el cuerpo fue retirado de la morgue judicial, a pesar de que Daniel y Susana habían presentado un escrito solicitando lo retuvieran allí hasta que se realicen las pruebas por ellos requeridas. La fiscal Kelm no respondió a ese pedido ni notificó a la familia de lo que luego ordenó: retirar el cuerpo de la morgue y enterrarlo.

¿Dónde? La familia está ahora esperando una respuesta formal y sospechando que deberán hacer luego las pruebas necesarias para probar la identidad, pero no dudan al afirmar que con esta medida han desaparecido el cuerpo de su hija durante varios años y definitivamente las pruebas que podía aportar su análisis.

A su lado está Gustavo Melmann, en el padre de Natalia, asesinada en 4 de febrero de 2001 en Miramar, quien desde entonces está esperando que el Poder Judicial realice el análisis de ADN del principal sospechoso de su crimen: un policía local. Por el femicidio de Natalia fueron condenados a prisión perpetua otros tres efectivos policiales. Uno ya goza de prisión domiciliaria. Falta el cuarto, el del rango más alto.

Melmann cuenta que se enteró de la desaparición de Cecilia Basaldúa por su sobrina, quien había ido al secundario con ella. “Fue el primero que nos llamó”, recuerda Daniel. También rememora que no entendió por qué le ofrecía conseguir urgente a un abogado “si yo la estaba buscando viva. Hoy me doy cuenta de mi ingenuidad”.

El silencio entre quienes los rodean es un grito de impotencia.

Daniel y Susana lo sienten y responden: “Nosotros no vamos a parar. Nada nos va a detener. Ningún golpe, por más artero que sea, va a impedir que sigamos exigiendo justicia. Elegimos contar esto hoy, rodeados de la familia y los amigos, porque son ustedes quienes nos dan fuerza. Que estén hoy acá, con nosotros, es lo que nos ayuda a no parar hasta ver a los responsables presos, y esto incluye a la fiscal Kelm, que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.

Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

Los padres y hermanos de Cecilia, junto al mural que la recuerda en el barrio de Belgrano.

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