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Correr es mi destino

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No es novedad que casi el 80% de los jugadores de Francia tiene orígenes fuera de ese país. Tampoco que son tiempos en los que los inmigrantes son cada vez más vapuleados. Pero este texto piensa a la Francia finalista desde la literatura, la música, la filosofía y otras disciplinas sin fronteras. El fútbol, como pretexto de la vida.

Por Ariel Scher desde Moscú

Alain, que es francés de cinco generaciones, besa como un cuerdo y como un loco a Julie, que es francesa de cuatro generaciones, en medio de la Plaza Roja y delante de personas paridas en muchas partes y que no son ni franceses ni francesas de ninguna generación. Él se siente un galán de atuendo perfecto con la camiseta del crack Kylian Mbappé, francés de segunda generación, y ella se percibe como una suma de Catherine Deneuve y Sandrine Bonnaire, recubierta con la casaca de Samuel Umtiti, que nació en Camerún y juega para la selección de Francia. Hay tres cosas que hacen juntos en Moscú: la más evidente es amarse; la más previsible es descontar los minutos para que comience la final del Mundial; la más reflexiva es debatir qué significan ahora conceptos como «inmigración», «integración», «marginación», «identidad», «multiculturalismo» y hasta «Francia» a partir de la conformación y de los desempeños del sonriente equipo nacional de su país.
Nunca estará claro cuánto de determinismo social y cuánto de azar posibilitó que Alain y Julie enfoquen en este momento la Plaza Roja de la capital rusa como un binomio que arde cada vez que se roza las manos. Sí es perceptible por qué, de cara al Kremlin o a la Catedral de San Basilio, estén deliberando sobre las palabras que circulan en la tercera de las cosas que los unen: Francia avanza en el Mundial con un plantel en el que el 78,3 por ciento de los jugadores posee orígenes inmediatos fuera de las fronteras francesas o ni siquiera llegó al mundo adentro de esas fronteras, como apuntó el periodista argentino Sebastián Varela del Río, y eso sucede en una edad brutal de la historia en la que la misma Francia y mucha Europa no sólo repelen a los migrantes del presente sino, también, a los migrantes de hace décadas.
«Hay una tendencia a considerar la segunda y la tercera generación de descendientes de inmigrantes como tales. Es una confusión muy grave porque la percepción sobre el estatus de inmigrantes puede tener efectos fuertes sobre su nivel de integración, el sentimiento de pertenencia a la comunidad nacional y la cohesión social del país», sintetizó, didáctico, en una entrevista del 2017 con el diario español El Mundo, Anthony Edo, economista experto en temas migratorios. Se trata de una herida social en mutación pero no flamante y bien captada por el arte. «Un inmigrante siempre será un inmigrante» resolvía uno de los personajes del premiadísimo filme «Amor sin barreras», en 1961. «Sólo voy con mi pena/ sola va mi condena/ correr es mi destino/ para burlar la ley», versificó casi medio siglo más adelante Manu Chao, un artista que, casualidad o no, vio su primera luz en Francia. Según Varela del Río, ese escenario político-social suscita una paradoja: «En unos días, tal vez, los hijos de los negados que todavía quieren cerrar las fronteras festejen el gol del título del mundo de parte de un hijo de africanos». Ya lo proponía Albert Camus, tan Premio Nobel como francés y como arquero, en tiempos que envejecen pero portan algunos conflictos parecidos: «Patria es la selección nacional de fútbol».
Aunque sepan sus sagas familiares, ni Alain ni Julie parlamentan convencidos de que sea justo medir la condición francesa por la perdurabilidad en una geografía. Ella, erudita en fútbol, segura de que el rival más bravo que tuvo Francia en el Mundial fue Argentina, cita a Zinedine Zidane, prócer de la pelota: «Soy francés. Mi padre es argelino. Estoy orgulloso de ser francés y estoy orgulloso de que mi padre sea argelino». Él, científico social en formación, le retribuye una cita del filósofo Jacques Derrida: «Hay que aceptar -y convencer a la ciudadanía- que la identidad es una construcción siempre incompleta e inacabada que se va haciendo».
En los últimos veinte años, glorioso ciclo en el que arribó a tres finales de campeonatos mundiales (1998, 2006, 2018), el fútbol de Francia fue un habilitador de controversias sobre esa patria que perfilaba Camus y sobre las ideas de patria que vinieron después. Julie y Alain se prometen románticamente volver a mirar la película Les Bleus, que puede localizarse en Netflix, en la que se trazan los itinerarios de comodidades e incomodidades dibujados por la selección black, blanc, buer (negros, blancos, árabes). Peculiar variable cultural del fútbol en torno de la patria y de la integración: cuando la selección black, blanc, buer sumó triunfos se la expuso como una escarapela de unidad y cuando perdió se la exhibió como señal de lo contrario, en eso que el sociólogo francés Michel Wieviorka denominó «revancha» racista y reaccionaria. Es posible que esa interpretación oscilante quede ligada a los reduccionismos futboleros de esta era, en la que ganar se lo devora todo y el que lo consigue acaricia a dios y el que no lo consigue sueña con el demonio. O es posible que haya que revisar si lo que está en cuestión es una identidad nacional y cultural o mucho más que eso, como propone la filósofa estadounidense Judith Butler: «A menudo la identidad puede ser vital para enfrentar una situación de opresión, pero sería un error utilizarla para no afrontar la complejidad». Y acá le dice, abrazo de por medio, Julie a Alain, hay mucha complejidad.
Por dar un caso, otro sociólogo francés, Jean-Marie Brohm, uno de los primeros y más duros observadores sobre la apropiación que el capitalismo hace del deporte y del cuerpo, afirmó, en el 2010 al periódico español La Razón, que en la selección francesa no hubo un fenómeno auspicioso ni en la victoria ni en el tropezón: «Algo falso. Un espejismo. Allí no se encerraba ningún modelo de integración. Porque de hecho ya es un error hablar de raza, color o religión para referirse a unos jugadores que son todos ciudadanos franceses». No en toda la línea pero sí en alguna medida, su argumentación se emparenta con la del filósofo esloveno Slavoj Zizek, a quien tampoco lo entusiasma la presunta gesta multicultural del equipo en el que jugaba y ahora dirige Didier Deschamps: «La problemática multiculturalista da testimonio de la homogeneización sin precedentes del mundo contemporáneo. Es como si, dado que el horizonte de la imaginación social ya no nos permite considerar la idea de una eventual caída del capitalismo, la energía crítica hubiera encontrado una válvula de escape en la pelea por diferencias culturales que dejan intacta la homogeneidad básica del sistema capitalista mundial».
De cualquier manera, más cerca o más lejos de Brohm, de Zizek o del autor que a Alain le hayan hecho indagar en sus estudios para analizar la sociedad, quizás ahí, en las camisetas azules de Francia, en el Mundial, ante los ojos curiosos de Alain y de Julie, refulgen dramas del presente que laten con especificidad francesa pero despabilan más que esa especificidad: discriminaciones, expulsiones, desigualdades, rupturas, disputas de sentidos, imperialismos de formatos antiguos o renovados, una oportunidad para decir qué da y qué quita la existencia.
Y con todo, sobre todo y más que todo, algo que la historia de la humanidad jamás borra a pesar de los empeños de ciertos poderes y de ciertos poderosos: la sensación de lo injusto, la bronca por el sometimiento, la esperanza de que los desarrapados del sistema encontrarán el camino para que su gritos truene y transforme la realidad. «La sangre no es agua. África a la final señorxs, ladren lo que ladren los demás…», anotó el escritor y ex futbolista profesional argentino Kurt Lutman apenas minutos después de que Francia consumara, con un gol de un muchacho muy francés que nació en Camerún, su victoria sobre Bélgica. «Justicia poética: Bélgica es enviada al corazón de las tinieblas por un equipo africano. Es la astucia de la razón negra», lanzó Sergio Villena Fiengo, sociólogo boliviano de larga residencia en Costa Rica e igual de larga especialización en los fenómenos del deporte, para evocar las prácticas del pasado colonial belga en, entre otros sitios, Congo. Historiador, hurgador del horror de los genocidios y periodista, al argentino Mariano Nagy el salto de Francia a la final rusa lo invitó a cavilar sobre inmigraciones, integraciones y negaciones en su latitud: «Argentina, el país que niega lo afro y lo indígena, que desciende de los barcos, pero no de los esclavistas que trajeron miles y miles de esclavos al Río de la Plata sino sólo de los que llegaron de Europa entre fines de siglos XIX y comienzos del XX».
Es como si todos hubieran clavado los párpados en Francia-Bélgica, pero todos, a la vez, estuvieran recitando a Pablo Neruda y a sus «Tristes sucesos: «Si Nueva York, que reluce con el oro, y hay edificios con quinientos bares/ Aquí dejaré escrito que se hicieron (hacían) con el sudor de los cañaverales./ El bananal es (era) un infierno verde, para que en Nueva York beban y bailen». Difícil comprobar si Julie y Alain ya se encantaron con la poesía de Neruda. Por ahora coinciden en darse cuenta de que el fútbol suele funcionar como un extraordinario pretexto para discutir la vida y de que los mundiales operan como un pretexto mayúsculo dentro de ese pretexto general. Bah, no coinciden sólo eso. También los pone de acuerdo el sueño de que esa selección de Francia de contornos sociales anchos y fascinantes les regale un campeonato. Eso comentan ahora, en la Plaza Roja, mientras, en una nueva y feliz coincidencia, se besan otra vez y otra vez y otra vez.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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