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#HistoriasDelTarifazo: dos mil personas sin agua y una radio sin luz
Más de 300 familias en Parque Patricios quedaron sin agua después del corte del servicio eléctrico. Son dos manzanas que abarcan el emprendimiento colectivo de viviendas populares del Movimiento Territorial de Liberación. Por su parte, la FM comunitaria Radio Sur quedó sin luz y sin posibilidad de transmitir. Los vecinos denuncian que el corte lo hicieron personas de civil y no una cuadrilla de Edesur, que luego admitió los ceses por incumplimientos de pago: son boletas que trepan hasta los 50 mil pesos. Una crónica sobre cómo la política tarifaria del Gobierno deja a una comunidad sin el acceso a un derecho esencial y afecta la libertad de expresión.
Por Giansandro Merli para lavaca.org
Lo que hay: un barrio popular autoconstruido donde viven 326 familias, una radio comunitaria donde se cumple cotidianamente un trabajo social y cultural, una torre de 50 metros desde la que cae un chorro de agua que parece una catarata.
Lo que falta:
- Agua en el barrio.
- Luz en la radio.
- Tres fusibles en la torre.
Es esta la situación que desde el viernes pasado se vive en el “mega uno”, emprendimiento colectivo de viviendas populares realizado por el Movimiento de Liberación Territorial (MTL) en Parque Patricios, entre las calles Iguazú y Monteagudo, en la Ciudad de Buenos Aires. Son dos manzanas en la que viven dignamente casi dos mil personas, quienes decidieron salir colectivamente de vivir en condiciones precarias: entre 2003 y 2005 -a partir de la ley 341 sobre situaciones críticas habitacionales-, formaron una cooperativa, consiguieron un préstamo de 16 millones de pesos, compraron el terreno y construyeron sus casas.
Hoy, una nueva amenaza se cierne sobre esta gente: se llama tarifazo y llegó de civil.
El corte furtivo
Juan es integrante de Radio Sur 88.3, la radio comunitaria nacida en el barrio, y sintetiza a lavaca qué fue lo que pasó: “Como todos los viernes, estábamos transmitiendo el programa Insurgentes. Alrededor de las 10 de la mañana se va la luz. Nos fijamos en el sistema eléctrico interno, pero nada. Mientras tanto, todas las casas se quedan sin agua: las bombas que la empujan hacia esa torre gigante que se ve al llegar se quedan paradas. Las compañeras del barrio intentan contactar a Edesur para entender qué pasa. No reciben respuesta. Se decide llamar un especialista, quien se da cuenta que faltan los tres fusibles que alimentan las bombas. Al principio pensamos en un robo, pero al final del día Edesur admitió el corte”.
Toti, otro integrante del proyecto, agrega: “Vinieron de civil, sin identificarse, sin aviso, sin utilizar una camioneta de Edesur. Sacaron los fusibles y se fueron rápidamente. El periplo, en cambio, duró todo el día. La única comunicación oficial llegó después de muchas llamadas. Esta conducta agrava la situación, porque ni siquiera te deja la opción de poder negociar con el servicio: primero te cortamos y, después, cuando te enteres de porqué lo hicimos, vamos a ver cómo resolvemos eso. Mientras tanto, vos estás sin luz o, en este caso, también sin agua”.
La deuda de vivir
La compañía eléctrica habla de “incumplimiento de pago”. Graciela, quien vive en el barrio y milita en el MTL, explica lo que significa: “Acá somos familias de escasos recursos, subocupados, gente que se quedó sin trabajo. Siempre tuvimos muchas dificultades con los gastos, pero siempre pudimos pagar. Ahora hay una deuda y nadie la desconoce. Pero vamos a ver: por un lado hay una deuda económica, por el otro una violación de los derechos humanos, porque no se puede dejar sin agua a ninguna familia de este país”.

Más de 300 familias en Parque Patricios quedaron sin agua ni luz después del corte del suministro eléctrico.
A menudo se escucha hablar de deudas, pero muy pocas veces se trata de entender de donde vienen. ¿Cómo nace esta deuda? Graciela: “Tiene que ver con las políticas del gobierno nacional. Hace dos años acá llegaba una boleta de 6000 pesos. Hoy nos estamos acercando a los 50 mil: solamente para alimentar de agua el barrio. Para nosotros eso no es sostenible. El problema central que queremos recalcar es que, como todos habitantes de este país, somos objetivo de una política agresiva contra los sectores populares”.
¿Qué efectos tienen estas medidas en la vida cotidiana de las personas? «Hay vecinos que viven solos y llegan a pagar cinco/seis mil pesos mensuales. Esto es una locura, porque estamos hablando de personas que en su casa tienen lo necesario: un televisor, una heladera, una lavarropa y un equipo eléctrico para cocinar. Nada más. ¿Cómo pueden enfrentar este coste de la luz? Y no hablemos del agua, del gas o de los precios de la canasta para alimentarse. Para ninguna familia que gane un salario mínimo hay posibilidades de sostener semejante aumento de tarifas. Nosotros no somos la excepción. Somos parte de lo que está pasando. Y lo somos también por el lado de lo que el pueblo está haciendo: marchas, cacerolazos, concentraciones para hacer evidente esta situación y luchar para cambiarla».
El FMI no paga las tarifas
El Gobierno sostuvo que tuvo que cortar subsidios insostenibles e injustos ya que producían despilfarros y privilegios. Acá en el barrio, sin embargo, las cosas se ven dentro de otra perspectiva. Dice Juan: “El suministro de luz para las bombas de agua y la radio figura como comercial. Es decir que viviendas populares como estas pagan el mismo tipo de factura que un emprendimiento en Puerto Madero. Y esto es más allá del consumo. Mientras tanto, las casas son rodeadas de empresas que vinieron acá seducidas por la exención de tributos garantizada en el marco del distrito tecnológico. Ellas tienen tarifas especiales de consumo de servicios, de pago de impuestos e incluso de gastos del predio”.
Toti: “Es preocupante que una empresa pueda hacer uso de esta facultad arbitraria de cortar un servicio fundamental como el agua y que todo esto quede desamparado de esta manera. Que nadie intervenga y diga que no se puede cortar, que agua tiene que haber y que, sólo después, vemos cómo solucionar el problema de la deuda. Una solución que, en el peor de los casos, puede ser hasta un plan de pago. Pero ni siquiera pasa eso: directamente se corta. De hecho, está claro que de esta gente que gobierna no hay nada que esperarse. Representan otros intereses que los nuestros. No les importa nada de gente como nosotros. No tenemos nada en común con ellos. Las soluciones sólo pueden venir de las luchas populares”.
Y concluye: “No creo que de esos 30 mil millones de dolares que pidieron al FMI haya una parte para nosotros. No creo hayan porcentajes para las radios comunitarias o los barrios populares. No creo estemos incluidos en el presupuesto que presentaron”.
La vuelta
De vuelta, paso otra vez cerca de la torre gigante, que me parece un símbolo del barrio: adentro tiene el agua, que es fundamental para sobrevivir, y arriba tiene la antena de la radio comunitaria, que con su música y sus informaciones sirve para vivir mejor. El agua sigue cayéndose hasta el suelo. De la catarata nació un río que inunda la calle de enfrente.

Ya no llueve. Varias personas salen de los edificios. Con cubos se dirigen a la catarata para llevar agua a sus casas. Intentan no empaparse demasiado bajo semejante chorro. No es fácil, porque la presión es muy fuerte.
Pido permiso de sacar una foto a una mujer. Le pregunto qué pasa. Me contesta: “Pagamos, pagamos, pagamos. Pero, un día, sin decir nada, vienen y nos cortan. Así nos quedamos sin agua. Estar sin agua es como no tener nada. La deuda no es grande, pero es que nosotros no tenemos para pagarla. Si no tenemos, ¿de dónde sacamos los pesos? ¡No llueven del cielo!”.
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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