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Dos años de acampe contra Mondiablo

La Asamblea de Malvinas Argentinas, en Córdoba, celebra su resistencia: 730 días de plantarse contra Monsanto, la mayor corporación del agro mundial que les envenenaba el aire, la tierra y la vida. Un viaje de Darío Aranda que nos relata cómo luchar contra una causa supuestamente perdida, y ganar.

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La Asamblea de Malvinas Argentinas, en Córdoba, celebra su resistencia: 730 días de plantarse contra Monsanto, la mayor corporación del agro mundial que les envenenaba el aire, la tierra y la vida. Un viaje de Darío Aranda que nos relata cómo luchar contra una causa supuestamente perdida, y ganar.

Dos años de acampe contra Mondiablo
No tenía fuerzas ni para levantarse de la cama y le costaba respirar. Deambulaba por distintos médicos, centros asistenciales, laboratorios para análisis. Le decían que no tenía nada. Y ella sabía que algo había. Sentía que moría y nada le encontraban. La causa estaba al lado de su vivienda, donde cortaban (“reciclaban”) bidones de agrotóxicos. Eli Leiria tenía agroquímicos en el cuerpo. Le alteraron el sistema nervioso y el aparato digestivo.
Raquel Cerrudo vivía en Córdoba capital. Necesitaba un cambio de vida. Estar tranquila con su familia. Respirar otro aire. Vendió su casa y se mudó. A los seis meses el mundo se le vino abajo. Lloraba. No lo podía creer.
Eli y Raquel no se conocían. Pero ambas sintieron lo mismo. Se enteraron por televisión que la mayor empresa de transgénicos del mundo se instalaría en su barrio, con la mayor planta de semillas de América Latina. Ambas, sin imaginarlo, se transformaron en activistas contra la instalación de Monsanto.
Viaje a la Asamblea de Malvinas Argentinas, la localidad cordobesa que frenó a la mayor corporación del agro mundial. Objeto de estudio para los académicos. Caso testigo para otras asambleas. Mal ejemplo (para gobiernos y empresas). Historia de una lucha.
El sábado habrá festival y celebración.

Previa

Darío Avila, abogado militante que acompaña las luchas contra las fumigaciones agropecuarias, maneja desde el centro de Córdoba hasta Malvinas Argentinas. Hijos de laburantes del sur de la provincia, estudió mientras contaba el mango y vivía a mate. Fanático de Belgrano y conocedor de las asambleas, organizaciones sociales y luchas. Se anima a dar la noticia que en Córdoba ya se conoce, pero que pocos blanquean. “La asamblea se dividió. Ya te van a contar”, avisa.
El viaje es corto. No más de veinte minutos en la ruta 88. Giro a la derecha y una de las calles principales de Malvinas (San Martín), de asfalto. Casas bajas. Barrio trabajador. Pocas cuadras y nuevo giro a la derecha, calle de tierra. De lado izquierdo, una vivienda con un puñado de personas en la vereda, parte de la asamblea de Malvinas.
Circulará el mate. Y casi dos horas de charla.
Luego, diez cuadras de distancia, cruzar la ruta y una vivienda con paredón al frente. Será la segunda entrevista.
Ambas a la Asamblea de Vecinos Malvinas Lucha por la Vida. Problemas de salud, marchas, represiones, discusiones con vecinos y familiares, la empresa, policías, el modelo agropecuario, gobernantes, alegrías y llantos, balazos y resistencias.

Televisión

La población de Malvinas Argentina se enteró por televisión que tendría como vecina a Monsanto. Fue el 15 de junio de 2012, cuando la Presidenta informó por televisión, desde Estados Unidos, que la multinacional le había confirmado la instalación en la localidad de Córdoba. Sólo lo sabían el intendente, Daniel Arzani (UCR), y sus colaboradores más cercanos.
Mesa larga, mantel de colores, termo de plástico con la calcomanía grande de la Virgen de Luján. El mate circula. Una decena de personas, diversas edades. Desde chicos hasta abuelos. Eli Leiria escuchó el anuncio en la televisión. Pero dio por hecho que se trataba de la localidad bonaerense del mismo nombre. Hasta que le avisaron que era a pocas cuadras de su casa. No sabía nada de Monsanto. Al día siguiente le preguntó a un estudiante universitario, hijo de la casa de familia donde trabaja, y la respuesta la dejó helada. “Estás en el horno”, le dijo. Y le aportó los primeros datos de la historia de la empresa.
Comenzó a leer, a informarse, a preguntar. Y ya no le quedaron dudas. “Ahí desperté. Algún vecino me decía que iban a traer más trabajo, yo le respondía que sí. Más trabajo con los oncólogos, los médicos, los sepultureros”, ironiza, pero no esboza sonrisa.
Otro vecino le aseguró que las autoridades no permitirían una empresa que perjudique a la población. La ronda de mate, una decena de personas, larga una carcajada. Fustina Quispe también se anima. “Los políticos no respetan nada. Ellos transan y tenemos que someternos a ellos. A mí no me versean más”.
En la segunda entrevista, Raquel Cerrudo relata que había dejado la capital cordobesa en busca de tranquilidad. Qué mejor que una pequeña localidad en las afueras. A los seis meses de la mudanza, el anuncio de Monsanto. Raquel veía la televisión y lloraba. Conocía quién era Monsanto por un trabajo junto a una bióloga crítica al modelo agropecuario. Su esposo, Ariel Becerra, alias Rula, la escucha y ahora sonríe. Trabaja en una concesionaria. Los patrones también tienen campos de soja. Le decían que se quedara tranquilo, que no pasaba nada. Raquel igual lloraba. Hasta que un día dijo basta. Conocía poca gente en el barrio. Comenzó a hablar con los comercios, en la carnicería, el almacén, intercambiar información. Así conoció a otros inquietos con el tema y se enteró de una charla del biólogo Raúl Montenegro. También de una marcha en la Capital, donde fue con un cartel de Malvinas y conoció a Ester Quispe, hoy también asambleísta. Sobrevino la primera reunión y el encuentro con decenas de vecinos. La segunda juntada. El nacimiento de la asamblea.

Despertar

Silvana Alarcón creció en Malvinas. Acento cordobés inconfundible, recuerda que no sabía quién era Monsanto, como la gran mayoría de sus vecinos. Al principio creyó el discurso de inversiones, de trabajo, pero también comenzó a escuchar -primero por lo bajo- quién era la empresa, su historial de denuncias y contaminación. “Empezamos a reunirnos los vecinos. A leer, a tener otra información. De a poquito fuimos aprendiendo”, recuerda. También le impactó cómo la empresa comenzó a intervenir en el barrio, a prometer trabajo. El tercer punto, comenzaron a problematizar la situación actual, de pueblo rodeado con cultivos transgénicos y fumigaciones. “Y nos dimos cuenta que había muchos chicos enfermos, de lupus, malformaciones, problemas respiratorios, broncoespasmos. Y si a eso le agregamos Monsanto… nos fuimos dando cuenta de que iba a ser peor”, explica.
Mucho tuvo que ver la visita de biólogos, doctores, abogados y también de asambleas y activistas de otras ciudades. También evaluaron la cercanía de la planta con la escuela, conocido como “La Candelaria”, donde asiste su hijo, desde donde se deja ver el predio de Monsanto.
Recuerda que la Justicia había frenado la obra, pero igual la planta seguía en marcha. Le daba impotencia que la empresa seguía la construcción. “Hacían lo que querían. Hasta que dijimos basta, acá no entra más nadie”.
Y nació el bloqueo. Septiembre de 2013. No fue gratis. Media docena de represiones, policías, balas de goma, patotas de la UOCRA, palazos. Recuerda una en particular. Ella estaba en su casa y escuchaba los disparos. Sus amigos y familiares estaban en la represión. Lloraba de impotencia. Golpearon a su hermano y a su esposo. “Podía pasar cualquier cosa”, afirma y se le quiebra la voz. “Lo primero como mamá es la salud de mi hijo. No importa lo que tengamos que hacer. Y no vamos a dar marcha atrás”, avisa.

Salud

Eli Leiría, dueña de casa, arregla el mate y ceba. Está de pie, recostada sobre el marco de la puerta. Interviene. En 2007 tuvo su primer choque con el modelo agropecuario. Comenzó con vómitos, diarrea, bajó mucho de peso y comenzó a debilitarse. El médico no le encontraba nada pero ella sentía que no tenía fuerzas ni para levantarse de la cama. Le daban inyecciones, se levantaba un rato y volvía a caer. Fue a otro médico. Y le decía que los análisis daban bien. Ella sentía que se moría.
Hasta que ató cabos. Al lado de su casa reciclaban bidones de plaguicidas. En realidad el proceso era más que rudimentario. Los traían sin lavar, los cortaban con una sierra de carnicería y los molían. El terreno vecino estaba repleto de bidones, justo pegado a su habitación. Se le morían los árboles y todas las plantas. Le contó al médico y no dudó. La mandó a hacer nuevos estudios, más complejos. Le encontraron plaguicidas en sangre. No recuerda los nombres, pero sí las cifras: “El máximo tolerado por el organismo es 0,3 por ciento. Yo tenía 27”.
Le preguntó al médico cómo se curaba. Y se hizo un largo silencio. Le respondió que no se podía hacer nada. Que había que esperar. Le dijo que era como un tornado. La tormenta se va, pero las secuelas quedan. Y las enfermedades pueden aparecer meses o años después. A los dos años se le declaró un efisema pulmonar. El médico le preguntó si fumaba mucho. Y ella nunca había prendido un cigarrillo.
De pura impotencia, comenzó a fumar ese mismo día. “Yo elijo cómo morir”, dijo.
Le diagnosticaron alteración del sistema nervioso y del aparato digestivo. Y le dieron un cóctel de medicamentos. “Me voy a terminar matando con medicación. No quiero eso”, avisó.
Y el anuncio de Monsanto fue la frutilla del postre. Se sumó a la segunda reunión de vecinos, era el germen de la asamblea. Al otro día fue a ver al Intendente. “No, Negra. No te preocupes. La empresa traerá trabajo. Lo que pasa es que hay gente que no quiere laburar y se opone”, fue la respuesta que le dio Daniel Arzani.
La clave, otra vez, fue la información. Leyó mucho. Fue a charlas. Vio documentales. Pensó en su hijo y se decidió: no quería a la empresa en su barrio.
Silvia Vaca es empleada municipal. Nacida y criada en Malvinas. 52 años. El primer aviso del modelo agropecuario lo conoció por su esposo. Camionero, transportista de cereales. Solía quejarse del olor que tenía la ropa cuando volvía del trabajo, y del fuerte dolor de cabeza. Silvia metía las prendas en el lavaropas y debía enjuagarlo dos veces. Olor penetrante. Segundo aviso: la cámara aséptica se llenó. Llegó el camión atmosférico. Y el trabajador le llamó la atención por la ausencia de insectos y bacterias. Le preguntó si usaba algún químico fuerte. Silvia pensó en voz alta y no, sólo lavandina cada tanto.
Tercer aviso. La repentina neumonía de su esposo. Internación, luego terapia y, en horas, peligro de vida. Los médicos la trataban distante, le preguntaban y repreguntaban. Creían que lo había envenenado. Volvió a su casa, dio la mala noticia a la familia. Ahí cayó en la cuenta. Volvió al sanatorio y contó que su esposo era transportista de cereal. También ponía las famosas pastillas de fosfina en el camión para protegerlas de insectos. Se estaba envenenando.
Segundo aviso. Su hijo, entonces estudiante de agronomía, le dio el documental “El Mundo según Monsanto”.
Cuando se anunció la instalación, fue una de las vecinas que analizó su sangre. Confirmó lo temido. Tenía agroquímicos. “Vivo en el centro del pueblo, donde en teoría menos químicos debiera haber. ¿Qué le queda a los que viven frente a las fumigaciones? Estamos todos envenenados”, afirma.
Fueron demasiadas cosas. Se sumó a la asamblea.

Otra vida

Una gran coincidencia. A todos les cambió la vida.
Soledad Escobar precisa que tuvo discusiones en la escuela (con la maestra de su hijo porque le decía que “no se podía involucrar”), con amigos que trabajan en el municipio y con vecinos que ya no se dirigen el saludo.
Beatriz Vega tenía librería-polirubros en la avenida San Martín, la principal, y a media cuadra de la Municipalidad. Ponía en la vidriera los carteles que convocaron a la marcha, entregaba folletos y afirma que la marcaron. Le comenzaron a bajar las ventas, el hijo de un concejal la amenazó con quemar el local, los clientes de siempre ya no entraban. Cerró el negocio. “La vida nos cambió totalmente. Se ha dividido el pueblo”, resume.
Lucas Vaca, boina clara, campera de cuero. Hacía dos años que había regresado a su barrio (estuvo cinco años afuera), se encontró con municipalidad nueva y le llamó la atención que, pocos kilómetros antes de llegar a Malvinas, ya no estaban los árboles de antaño al costado de la ruta 88. La soja estaba hasta el borde de la banquina.
Estudiaba el secundario para adultos. Y también recibió la noticia por televisión, en directo. Se alegró por los posibles puestos de trabajo. Hasta que alguien le advirtió que no era todo como decía la publicidad. Ingresó a internet, comenzó a leer, se topó con el documental “El mundo según Monsanto” y no lo podía creer. También ingresó al sitio de la empresa. Y no quería entrar en razón. “Adentro tuyo como que decís que no puede ser tan malo. Te cuesta creer. Pero más leía y más me convencía de lo malo que era”. Llevaba información a la escuela y las profesoras minimizaban sus críticas.
Comenzó a participar de la asamblea. A comprometerse. No dejó más.
Lamenta que se hayan alejado muchos vecinos, pero también se acercaron otros. Con muchos compartió escuela y hasta bailes, pero algo los ha puesto en dos veredas distintos. Hay un hecho que le impacta: “No te miran a la cara. Miran al suelo. Saben que está mal apoyar a Monsanto. Eso es impresionante.” Lucas dice que recuerda lo que le mencionó alguna vez el científico Andrés Carrasco: mirar los cuerpos. Niños con malformaciones, chicos jóvenes con cáncer, mujeres con pañuelos en la cabeza.
Eduardo Quispe resalta que no hay un espacio en apoyo a la empresa. Sí en contra. “Las estadísticas son contundentes. El 90 por ciento no la quiere. Sí hay gente que depende el Estado, pero no son un movimiento permanente en las calles”, aclara.
Vanesa Sartori había escuchado algo de fumigaciones, pero no de Monsanto. Vio el anuncio por televisión y también pensó que se trataba de Malvinas Argentinas de Buenos Aires. Luego se enteró de la primera asamblea por Canal 8. Lo vio a Montenegro, había sido su docente en la facultad, y concluyó que se trataba de algo grave. Se conectó a internet, leyó durante horas, no lo quería creer. “Parecía sacado de una película, pero estaba pasando de verdad”, recuerda.
Se sumó en la tercera asamblea. Su hija, que durante la entrevista duerme en el sillón, tenía entonces seis meses. La aterrorizaba que le pasara algo a su beba.
También hacía meses que habían construido la casa con su esposo. Pensaba en todo el sacrificio tirado a la basura. Evaluaron en mudarse. Sabían que nadie les compraría, pero igual estaban dispuestos a irse.
Fue a una reunión de vecinos. No conocía a casi nadie, pero se sumó a la asamblea.
Lo que más le duele es la división en el pueblo. Incluso en lo familiar. Su papá tiene ferretería. Fue “seleccionada” por la Municipalidad como posible proveedora de la multinacional y viajó, junto a la empresa, cuatro veces a Rojas, donde la compañía hace recorridas guiadas para mostrar las bondades de sus fábricas.
Vanesa le llevaba información, diarios, revistas, artículos. “Muy ingenuo lo mío. Él ya había comprado todo el paquete de Monsanto”, lamenta.
Peor fue la situación cuando ella se transformó en una cara visible de la lucha, con entrevistas y apariciones en los medios. “Me llegó a decir qué tipo de educación le daba a mi hija. También preguntó cómo mi marido me dejaba participar de la asamblea”, grafica. Se indigna. Llora. Es un tema que no se habla en en los almuerzos familiares. Ya nada volvió a ser lo mismo.
Asegura que la historia se repite en muchas casas.
Silvia Vaca se distanció de su hermano. Él fue abuelo. Y ella aún no pudo ir a conocer a su sobrino nieto. “Son fracturas que van quedando. Muchas familias peleadas. Es triste”, resume. Y recuerda la buena relación que tenía con el Intendente, se conocen desde chicos, compartían almuerzos familiares. Ya no.
Vanesa sonríe. Era amiga de la hija de Arzani.
Eli lamenta que haya vecinos que ya no la saludan. Recuerda una noche, había marcha a la Municipalidad y ella estaba descompuesta. No podía ni pararse. Recibió un llamado anónimo. “Dejate de joder con Monsanto”, amenazaron.
Se levantó de inmediato y fue a la marcha. “Si no estaba ahí, iban a creer que me asustaron. Eso no, señor. Nunca”, avisa con voz firme. No quiere protagonismo ni figurar, pero no quiere que su hijo pase lo mismo que ella. Y deja una advertencia. Conoció que en Neuquén hay mapuches que se rociaron con nafta para evitar un desalojo: “Si el Gobierno deja venir a Monsanto… hay que pararlo de alguna manera. Y con un muerto no se instala”.

¿Votación?

Durante el primer año de rechazo a Monsanto la Asamblea exigió el derecho a votar por sí o por no. Los tres niveles de Gobierno (municipal, provincial, nacional) se opusieron. Lo propio hizo la empresa. En la actualidad, la asamblea ya no pide votar. “No se puede votar frente a un hecho ilegal. El informe de impacto ambiental le dio negativo. La ley provincial de suelos no le permite instalarse acá. La planta es ilegal”, aclara Eduardo Quispe, sub 40, gorra con visera y remera negra con la M de Monsanto y una calavera. .
Desde el 8 enero de 2014 la planta está, judicialmente, paralizada. Y el 10 de febrero la Provincia le rechazó el estudio de impacto ambiental.
Vanina Barboza también afirma que la instalación de Monsanto en ilegal. No se puede votar sobre la ilegalidad.

Responsables

Soledad Escobar enumera de mayor a menor culpabilidades: Intendente, Gobernador, Presidenta. Y recuerda el ejemplo de Río Cuarto, donde el Intendente vetó la instalación de una estación experimental de Monsanto. Y no olvida cuando el intendente de Malvinas prometió que, si el informe de impacto ambiental daba negativo, él cancelaba el proyecto. No cumplió. “Nos verseó”, resume.
Eli, la dueña de casa, invierte el orden. Cree que el Intendente no tiene capacidad para decidir por Monsanto. Afirma que la Presidenta y el Gobernador son los máximo responsables. “Cristina le abrió la puerta. Ella es la principal responsable”, afirma.
Debaten entre ellos. No hay acuerdo. Sí coinciden que Arzani era un vecino más, pero ya no. Muchos los conocen de chico. Señalan que él tiene campos de soja y que sus padres murieron de cáncer.
En Malvinas nunca había existido una marcha. Mucho menos en cuestionamientos al Intendente, con más de quince años en el poder. Raquel y Vanesa hacen la misma lectura al mismo tiempo. El Intendente nunca pensó que se le armaría semejante lío. Vanina Barboza complementa: “Monsanto reconoció que nunca le había pasado algo similar”.
Ester Quispe apunta al intendente. “Nadie se mete a tu casa si no le abrís la puerta”, razona. Se enoja porque actuó a espaldas de la población. Vanina Barboza, joven estudiante y vocera en varias ocasiones, asegura que el Intendente no es tan inteligente como para traer a Monsanto. Apunta más arriba: “La Cristina (Fernández) los trae”. Recuerda la primera vez que hablaron con los concejales. Le mencionaban “transgénicos” y los funcionarios no sabían nada.
Alguien avisa que no tienen educación. Silvia Vaca lo relativiza. “La Presidenta y el Gobernador son instruidos y se abrazan con Monsanto. Muchos campesinos e indígenas no tienen quizá educación formal, pero saben qué es el modelo agropecuario y defienden la vida”.

El modelo

Vanesa Sartori explica con paciencia docente que Monsanto quiere hacer su mayor planta de maíz transgénico en su barrio, a 800 metros de la escuela y cerca de las casas. Para bioetanol, no para comida, y utilizará millones de litros de agua y pesticidas. Destaca que la empresa y el municipio están violando leyes que prohíben la instalación y, destaca, se vulnera la voluntad de la población. Remata: “Promete trabajo y progreso, pero es falso”.
Ariel Becerra hace hincapié en la salud. Alerta que ya son un pueblo fumigado con agrotóxicos. Y con Monsanto se pueden multiplicar las consecuencias.
Eduardo Quispe le habla a los habitantes de las grandes ciudades. Les pide que no dejen engañar por el verde de la soja, explica que antes era todo monte, y desapareció. “Le dicen progreso, pero las ganancias son privadas y en los territorios queda enfermedad y devastación”. Afirma que es posible otro modelo, de soberanía alimentaria, alimentos sanos para la población.

División

En las dos entrevistas, en dos casas distintas, todos son muy cuidadosos cuando hablan de la separación de la asamblea en dos grupos. Explican que no se comparten algunas formas de lucha, el tema de presentarse a elecciones abrió brechas (un sector fue con candidato a Intendente, salió segundo), el recurrir a acciones directas sin consenso, el imponer mayorías, la democracia representativa versus el asambleísmo, y -reconocen- el tema de egos o los personalismos siempre juegan de alguna manera.
Un sector tiene más sintonía con el acampe. Se trata de un tercer espacio que desde hace dos años es mantenido por un grupo de jóvenes que se asentó y vive en el portón de entrada del predio. Algunos funcionarios o medios le dicen, de manera despectiva, los “hippies”. Otros les desconfían y hasta acusan de estar infiltrados con servicios. También es cierto que estuvieron frente a las represiones. Tienen su autonomía. No actúan siempre en consonancia con la asamblea. Sí coinciden en el rechazo a la empresa.
Ester Quispe señala que ambos grupos son una asamblea, con mismos intereses, luchas y objetivos, pero que algunos han tomado otro camino. Avisa que nunca van a defenestrar a los compañeros. Que hay cosas que no comparten, de las formas y actitudes, pero eso queda para adentro. Incluso lamenta que ella quedó de un lado, y su hermano de otro. Avisa que todos usan la misma remera (negra con vivos verdes). Todos son asamblea, todos rechazan a Monsanto, a la casta política aliada a las corporaciones y cuestionan al modelo agropecuario tóxico.

Futuro

Sin consenso social y en año de elecciones, Monsanto no pudo avanzar durante 2015. Pero no se fue. Ya dejó trascender que en diciembre presentará un nuevo estudio ambiental. Quiere construir en 2016. La empresa sigue presente en el barrio, con procesos de seducción y promesas. Eli Leiría denuncia que Monsanto compra voluntades. Dos ejemplos: donó el generador para la cooperativa eléctrica. Costó 60 mil pesos y lo publicitan incluso en la boleta que llega a las casas. Y las piletas de natación en el polideportivo. Monsanto financia talleres y cursos en escuelas de la zona. También en la iglesia adventista.
Leiría sueña que su hijo siga viviendo en Malvinas. Dice que ahí están sus raíces y que es injusto que por una empresa deban irse. Faustina Quispe (mamá de Eduardo y Ester), mujer mayor, contrapone: “Si Monsanto se instala no hay futuro”.
Marcos Romero es nacido y criado en Malvinas. Está casado con Soledad Escobar, también asambleísta. Tienen cuatro hijos que van a “La Candelaria” (escuela cercana al predio en cuestión). Casi no habló durante la entrevista grupal. Recuerda que veía en otras ciudades que protestaban y cortaban rutas, y lo observaba con mezcla de prejuicio y desinterés. Hasta que se desató lo de Monsanto. “Ahora nos tocó a nosotros. Ya nos dieron palazos y balas de goma. No me importa. Voy a dejar la vida por mis hijos. Ella (Soledad) ya lo sabe”, afirma. Su esposa llora.
Lucas Vaca tiene una mirada optimista. “El futuro lo estamos haciendo todos los días, luchando en la calle, no permitiendo que se instale”. Eduardo Quispe va por más: “Los vecinos están convencidos. Monsanto no tiene chances con nosotros”.
El sábado próximo (19 de septiembre) será el tercer festival “Primavera sin Monsanto”. Se cumplen dos años desde que decidieron bloquear los ingresos.
Ester Quispe avisa que ellos seguirán trabajando en el barrio, informando a vecinos. No bajarán la guardia. Se siguen juntando todos los miércoles y recuerda la bandera presente en las marchas: “No a Monsanto en Córdoba y América Latina”.

Fotos del Acampe contra Monsanto, por Lina Etchesuri

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4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

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La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

Un abrazo contra la motosierra

Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

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Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

Un abrazo contra la motosierra

La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

Un abrazo contra la motosierra

Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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