Nota
El año que agrietó los muros del régimen
Las consecuencias del 15M son una incógnita que aún tardaremos mucho en resolver. Por Pablo Rivas, para periódico Diagonal.
Las consecuencias del 15M son una incógnita que aún tardaremos mucho en resolver. Por Pablo Rivas, para periódico Diagonal.
Algo flotaba en el ambiente. A principios de 2011 aún no estaba claro qué era, pero muchos dirían, meses después de todo aquello, que sabían que algo estaba a punto de suceder. Tres años de crisis y el batacazo que el país se había pegado –tras pasar de creer que estaba compitiendo en la primera liga a encontrarse en el agujero dejado por la burbuja inmobiliaria y unas cifras de paro inéditas en Europa– habían agudizado el letargo político de la sociedad española.
Sin embargo, algo estaba cambiando y, si se observaba atentamente, podían verse pequeños movimientos en el subsuelo que cada día crecían y crecían, sin que el establishment notase nada.
En las plazas de varias ciudades, megáfono en mano, comenzaron a reunirse pequeños grupos que, simplemente, quedaban para expresar, en su particular Estado del Malestar –así se hacían llamar– su cabreo. Porque había un cabreo, un hartazgo.
Ese sentimiento ya lo compartían todas las personas que habían unido al movimiento No Les Votes contra los partidos que apoyaron la Ley Sinde –más tarde, Ley Lassalle– que permitía, a gusto de la SGAE, el cierre de webs sin intervención judicial. También estaba presente el 7 de abril, en Madrid, un mes antes del ‘estallido’, cuando sin ser aún millones, sólo unos pocos miles, los jóvenes recorrieron las calles convocados por Juventud Sin Futuro bajo el lema “Nos habéis quitado demasiado, ahora lo queremos todo”.
Y ese mismo sentimiento fue lo que llenó las calles de medio centenar de ciudades el 15 de mayo de 2011. Bajo el eslogan “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, la convocatoria no podía ser calificada de masiva, pero sí respiraba, sobre todo, dos cosas: hartazgo y dignidad.
La primera llama
Lo que nadie sabía es que la ocurrencia de algo menos de medio centenar de activistas, que decidió dormir tras la protesta en una plaza dura de piedra, sin un mísero árbol, exigiendo algo tan básico y abstracto como una democracia real, desencadenaría el tsunami que vino después.
La represión del desalojo provocó que más viniesen a defenderlos. La aparición de más policía hizo de altavoz para que otros se uniesen. Las tiendas de campaña que brotaron se multiplicaron por el Estado. La prohibición de la protesta –en la jornada de reflexión– llamó a más protesta en un ‘efecto Streisand’ descomunal.
El movimiento de las acampadas, inspirado en la primavera árabe, había comenzado y llegaría a decenas de embajadas, de Bangkok a Nueva York, de Tokio a París. Por fin se abría una grieta en el viejo muro levantado en 1978, el muro de un régimen que agonizaba, enfermo de corrupción.
El mayor ciclo de movilización social a nivel estatal desde la segunda restauración borbónica –aka Transición– había comenzado. La repolitización de una sociedad aletargada estaba en marcha, y ésta trajo consigo nuevas formas, nuevas herramientas, popularizando prácticas que hacía décadas que no copaban de tal forma las calles.
Cualquiera que pasease por Plaça de Catalunya, por Las Setas, por el Obradoiro, escuchaba una palabra repetida en cada grupo, en cada corrillo. Esa palabra era ‘asamblea’, una práctica que brotaba por doquier, con ágoras dedicadas a todos los temas, al análisis de todos los ámbitos de la sociedad, a pensar y repensar cómo mejorar un sistema caduco.
Confrontación
Junto a la deliberación y las propuestas llegó algo parejo, necesario: la confrontación. No importaba la prohibición. El Congreso no sería nunca más zona cero inviolable, el Parlament podía ser cercado. Las instituciones del régimen se defendieron, primero tímidamente, luego con más contundencia. De la campaña de difamación se pasó a la porra, y a la sangre. La manipulación informativa ya no era suficiente, había que implantar un nuevo Código Penal, una Ley Mordaza.
Pero la represión de la protesta trajo la desobediencia. Y la ciudadanía se plantó. Un millar de personas no permitió la entrada de la policía a la vivienda de Anuar y su familia. Fue el primer desahucio paralizado de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en Madrid con la ayuda del 15M. Miles llegarían después –sólo la PAH cuenta hoy 2.045 frenados por sus diferentes nodos– poniendo en jaque a la todopoderosa banca. Y la portavoz más conocida del colectivo hoy es la alcaldesa de Barcelona.
La desobediencia llegó a las sucursales bancarias, con cientos de acciones y ocupaciones, y a sus sedes. La de La Caixa fue rodeada, la de Bankia ocupada. La gente se negó a pagar el billete del metro, el peaje en la autopista, el euro por receta . Llegó el escrache, y las élites que se negaban a dar paso a la justicia fueron señaladas. En sus barrios, en sus casas. Se objetó al gasto militar en la declaración de Hacienda. Lo injusto y obligatorio era ahora sólo injusto, podría ser puesto en duda.
Yayoflautas, médicos, estudiantes
Y se unificaron las luchas. No todas, no en todas partes. Pero algunos lo consiguieron. Jubilados, Yayoflautas, defendieron a los estudiantes. Empleados de Coca-Cola marcharon junto a doctores y enfermeros en las sucesivas mareas blancas, junto a maestros y estudiantes en las verdes y grogues. Los telefonistas se levantaron. Los mineros marcharon por Madrid y las huelgas generales volvieron. Quizá tibias, quizá no tan masivas, pero volvieron.
El 15M arrasó con todo un sistema de valores establecido, poniendo en duda los mismísimos cimientos de la democracia española para el gran público. Los chanchullos y puertas giratorias de las élites quedaron al descubierto, la falta de transparencia se puso sobre la mesa, las limitaciones del 78 quedaron claras. La interconexión de poder político y económico estaba más a la vista que nunca.
No tomó el poder, no echó a los partidos mayoritarios, no acabó con el Ibex ni frenó el paro. Y muchos defienden que, en realidad, no consiguió prácticamente nada. Pero lo que sí está claro es que plantó la semilla para un cambio y revolucionó el pensamiento político de millones de personas, con consecuencias que aún no se vislumbran con claridad. Politizó a muchos, repolitizó a otros. Introdujo conceptos en lugares donde nunca antes se habían escuchado: feminismo, transparencia, democracia real, participación, horizontalidad… Y contribuyó a la creación y afianzamiento de colectivos y organizaciones que han sacudido la sociedad: de la PAH a Yo Sí Sanidad Universal, de Democracia Real Ya a Podemos, de Guanyem a la Marea Violeta, de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético a 15MpaRato, del Tribunal Ciudadano de Justicia a En Común.
Pero los ciclos históricos son largos, y esta historia no está cerrada. Aún está por ver dónde acaba aquello que comenzó en una plaza donde, sin pedir permiso, algunos pusieron una placa en el suelo. En la piedra se podría leer: “Dormíamos, despertamos”.
Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
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