#NiUnaMás
Femicidio de Julieta: el pedido de justicia que recorre a todo un pueblo santafecino
Julieta Del Pino tenía 19 años y vivía en Beravebú, un pueblo a 150 km de Rosario. Su familia la buscaba desde el viernes a la noche, cuando le mandó un mensaje a su mamá para que le pusiera a calentar la comida luego de salir de trabajar. Nunca llegó. Según las cámaras de seguridad, fue interceptada por un auto camino a su casa. Su cuerpo fue encontrado el sábado a la noche, enterrado en el patio de la casa de Cristian Romero, que trabajaba con el hermano de Julieta en una obra de construcción. La mamá de la joven desmintió que tuviera una relación y dijo sobre el día del hallazgo: “Se fue a trabajar con mi hijo teniendo a mi hija muerta en la casa”. Romero quedó detenido, procesado por el femicidio. El Observatorio Lucía Pérez registró 14 femicidios durante la cuarentena. Las movilizaciones por pedido de justicia que no paran pese a los anuncios oficiales. En esta nota, compartimos el relato en primera persona de la madre y el padre de Julieta a un medio local. Y el diálogo de lavaca con el jefe comunal: “El pueblo está en shock”.

Por Lucrecia Raimondi
Julieta Del Pino nació en Berabevú, se crió en esas calles, jugó en esa plaza donde la mayoría de sus vecinas y vecinos se juntaron a pedir justicia por ella cuando confirmaron su femicidio. La violencia machista pateó las puertas del pueblo: Julieta fue encontrada asesinada en el patio de la casa de uno de los suyos. La comunidad quedó en estado de shock.
Julieta atendía un kiosco, vivía en casa de sus padres. El viernes a la noche salió de trabajar y pedaleó su bici por el camino que hacía casi todos los días. Vestía jean, zapatillas negras con detalles fucsia y un camperón rojo con peluche en la capucha. A las 23.20 le pidió a la mamá que le caliente la comida. A las 23.30 no contestó más los mensajes ni el teléfono. El último rastro lo registró una cámara municipal de video vigilancia: a tres cuadras de su casa la increpó un auto al doblar la esquina. La secuencia quedó fuera del registro de la cámara que no pudo captar qué pasó ni cómo desapareció.
La familia radicó la denuncia en la comisaría local el sábado a la mañana y desde el mediodía todo el pueblo se comprometió con la búsqueda de Julieta. El fin de semana buscaron por cada rincón, junto a las autoridades de la Comuna de Berabevú y la fiscalía a cargo de Susana Pepino. Jonathan, el hermano mayor de Julieta, identificó el auto de su compañero de trabajo y así llegaron a quien está acusado por su femicidio: Cristian “Chorizo” Romero, de 28 años, albañil, la tenía enterrada en el patio de su casa y encontraron la ropa de Julieta en su auto.
La Justicia entregó el cuerpo de la joven en la tarde del lunes, después de hacer la autopsia. Afuera de la sala de velatorio se concentraron algunos vecinos y vecinas, la familia pidió que haya poca gente. A las 15.30 hicieron una responso en la parroquia y luego el entierro en el cementerio del pueblo. En los Tribunales de Melincué, donde se lleva la instrucción a cargo de la jueza Silvina Marinuchi, Cristian Romero fue imputado por el delito de “homicidio agravado por el vínculo y por ser cometido en un contexto de violencia de género” y quedará detenido con prisión preventiva. En Berabevú continúan los allanamientos porque la bicicleta de Julieta no apareció y sospechan que puede haber más involucrados en el femicidio.
Un vecino le cuenta a la cronista de El Tres TV que están en shock y destrozados, que nunca se imaginaron que podía pasar algo así en el pueblo, que es el primer caso en su localidad, que desde el sábado no pueden dormir ni encontrar la tranquilidad que tenían como comunidad. Que eran de esos pueblos donde más de una vez las puertas quedan abiertas y los chicos salen a divertirse sin problemas. “Dejaron una familia muerta en vida”, lamenta Eduardo frente a la cámara. Tiene 41 años, es nacido y criado en el pueblo, trabaja de conserje del Club Deportivo Berabevú. Comenta que para él “tuvo que haber sido algo bien planeado por parte del asesino”, porque le parece raro que nadie vio nada a pesar de que la Policía local patrulló toda la noche junto a personal de la Comuna para controlar que se cumplan las medidas de aislamiento por la pandemia de coronavirus.
Fabiana y Adrián son la mamá y el papá de Julieta. En la mañana del lunes dieron el siguiente testimonio a Agustina Pugliese, cronista del canal de televisión local El Tres de Rosario. Sentados en la cocina de su casa en Berabevú relataron el peor hecho que les pasó en la vida: un vecino del pueblo golpeó y asesinó a su hija de 19 años. La entrevista es desoladora.

En primera persona
Quiero dejar en claro que ella nunca fue novia de esta persona, que nunca tuvo una relación. Nos conocíamos del pueblo, ella lo conocía porque él venía a casa porque era compañero de trabajo de mi hijo. Ella tenía una relación de conocerlo del pueblo. Y él le mandaba mensajes, le mandaba, le mandaba.
“Ay mami, es tan cargoso”, decía ella.
“Bueno Juli, tené cuidado, mandalo a la mierda”.
“Sí mami, lo bloqueo y listo”.
Nunca, nunca, tuvo relación ni fue pareja. Él ha venido a casa, estuvo en esta mesa tomando mate con ella, con mi hijo, conmigo inclusive. Mi hijo ha salido un montón de veces a dar vueltas con él porque eran compañeros de trabajo. Pero él se sacó las ganas y me la mató. Nos destrozó la vida. Yo la busqué durante toda la noche a Julieta, toda la madrugada. La estuvimos llamando, fui de mi hijo que me decía:
“Mamá se fue con las chicas seguro”.
“Pero no, Jony, porque ella me dijo que le caliente la comida, que ya salía del trabajo, que ya venía. Le calenté la comida y nunca llegó, Jony”.
“Pero se debe haber ido con las chicas, mami”.
“Pero ella me avisa cuando se va con las chicas”.
Ella me pone ‘mamá no calientes’ o ‘me calentaste la comida al cuete mami porque me voy con las chicas, quedáte tranquila’. A los diez minutos que le pongo ‘¿no venís Juli?’, no contestó, no leyó nunca el último WhatsApp. La empezamos a llamar, el teléfono daba apagado. Bueno, pensamos, se fue de las chicas, se quedó sin batería, cuando llegue de las chicas lo va a cargar. Y nunca más contestó.
En tres cuadras me la hizo desaparecer, no sé cómo, no sé dónde la agarró. La última cámara que a ella la registra es a las once y media de la noche, a tres cuadras de acá, doblando para mi domicilio. Ella venía a comer la comida y a estar conmigo. Pero nunca llegó. Yo la busqué tanto, tanto. Todo el pueblo estuvo buscándola. En el último mensaje decía: “Llevo una coquita, unos chocolates y los caramelos para la garganta de papi”. Venía para comer y estar todos juntos. No la pudimos ver más.
Yo esa mañana la busqué, mi hijo se fue a trabajar. Él no vive con nosotros porque ya está casado, tiene su bebé de dos meses, que Juli iba a ser la madrina. Nunca llegamos a bautizarlo, Luca se quedó sin su madrina. Ella tanto esperó ese día, ese sobrino para tener su ahijado. Lo esperó tanto y no va a poder ser. Esa mañana mi hijo se fue a trabajar, yo llegué de noche a su casa en plena madrugada.
“Mami qué haces buscándola, debe estar con las chicas, mira cómo estás toda helada, anda a casa mami que ya va a volver”.
Se hizo de día, yo seguí golpeando puertas, seguí despertando gente, porque un día sábado en el pueblo la gente duerme más. Pero no aparecía, ninguno de sus amigos la había visto en toda la noche, nadie la había visto. Nadie. Se hicieron las 10 de la mañana, me voy al trabajo de mi hijo.
“Jony, no aparece’.
“Mami, estoy comentando en todos los grupos, nadie la vio”.
Esta lacra estaba trabajando con mi hijo.
“Chori, ¿vos no sabes dónde está mi hermana? ¿No la viste anoche? ¿Vos no saliste? ¿No la viste por ahí?’”.
“Qué se yo, man, dónde está tu hermana, no sé dónde se pudo haber ido”.
Y la había enterrado en el patio de la casa, la tuvo durante toda la noche. Y él se levantó, se fue a trabajar al lado del hermano de ella, de mi hijo. Todavía le dijo a mi hijo:
“Le voy a decir al patrón que me deje salir antes así te ayudo a buscarla Jony”, con tanta frialdad lo decía.
“Bueno, mejor así somos más”, le contestó Jony.
Cerca del mediodía ya estaba todo el pueblo buscándola. Todo el pueblo. Por los campos, por la entrada de otros pueblos. Y nada. Las horas iban pasando, era cada vez más desesperante. Yo fui a la comisaría, les dije lo que estaba pasando, me dijeron que iban a empezar a buscarla. Acá no hubo protocolo de esperar las 24 horas por si se había ido con alguno. No, la policía se portó de diez, enseguida salieron a buscarla.
“Quédese tranquila señora, ya mismo le aviso a mi superior que la vamos a buscar”, el chico que me atendió lo veo en el almacén todos los días, la Policía de acá es como familia nuestra.
Yo seguí buscándola. Pasé por el taller, agarré el auto y me fui con mi cuñado para un monte grandísimo que hay acá en la punta del pueblo. Anduvimos por los caminos de tierra, por el monte, nos recorrimos cada árbol, caminamos hectáreas buscándola. Yo ya sentía algo.
Ahí se me ocurrió mandarle un audio al grupo de mamás que quedamos de cuando terminaron el secundario, pidiéndoles ayuda para buscarla. Ya era mucha la desesperación, eran muchas horas. La Pupi no aparecía. Así le decíamos nosotros, sus primos, muchos de sus amigos también. Entonces estas mamás empezaron a viralizar ese audio y al mediodía ya teníamos a medio pueblo en frente de mi casa con caballos, con chatas, motos, drones. Recorrieron cada pastizal, se dividieron en grupos, recorrieron estas tres cuadras, casa por casa, baldío por baldío, taperas, casas deshabitadas. Todo el pueblo buscándola hasta que se hizo de noche.
A media tarde llegaron los perros, el despliegue de la fiscal, la comisaría y los bomberos. Todos actuaron rapidísimo, se los agradezco de corazón. La fiscal me dijo: “Yo te la voy a encontrar, la vamos a encontrar, quedáte tranquila que te voy a ayudar”. Vinieron acá, se llevaron sus pertenencias para que los perros la encuentren. Todo fue muy rápido. Después me pidieron que me quede acá en mi casa. A las diez y media de la noche llegó la peor noticia. “Están haciendo allanamientos en el centro, en la casa del Chori”, nos llega por comentarios de un vecino. Oficial, nada.
Nosotros nos habíamos puesto como una condición de escuchar lo oficial, porque el comisario nos aconsejó eso: “Ustedes básense siempre en lo que nosotros les decimos y no se dejen llevar por lo que les dicen los demás”. Pero me quedé con la duda, porque el allanamiento era en la casa de Chori.
Lo descubrió su hermano. Le dijeron a mi hijo Jony que volviera a mirar las cámaras, entonces él reconoce el auto y ahí lo agarraron. “Ese es el auto del Chori”, dijo por unas luces especiales que tiene. Mi hijo lo llama a él.
“Chori, vení a ver las cámaras”.
“Bueno, ahí voy”.
Y fue como si nada.
“Pero ese no es mi auto”, tuvo la caradurez de decir y la tenía enterrada en el patio.
Ahí se desenlazó todo. A las diez y media llega la fiscal, golpean la puerta con el comisario. Se sentó y me dijo: “Encontramos el cuerpo de Julieta. No lo vas a poder ver mamá, no te conviene verla. Quedáte con su mejor recuerdo”. Y así fue, así quedamos destrozados. No la voy a poder ver más.
Hoy me entregan el cuerpo de mi hija, hoy la voy a recibir pero no la voy a poder ver. Quiero recordarla como el día que se fue a trabajar, que la acompañé hasta el kiosco, después más tarde había pasado para hablar con ella. Y así la voy a recordar. Pero nunca esperamos esto en un pueblo, nunca esperamos que esta persona haga esto con tanta frialdad. Nunca, nunca, nunca pensamos esto. Andaba dando vueltas con el auto mientras la policía hacía los operativos, se fue a trabajar con mi hijo teniendo a mi hija muerta en la casa. Una mente siniestra.
“El pueblo está en shock”
Berabevú es un pueblo al sur de la provincia de Santa Fe, a 150 kilómetros de Rosario, que se llega por la ruta provincial 15. Fundado a principios del Siglo XX con la expansión del ferrocarril, su principal actividad económica está relacionada a la producción agropecuaria y la industria del agro. Viven 2.300 personas en 60 manzanas rodeadas de campos: hileras de árboles jóvenes y centenarios dan sombra a las veredas; las casas son bajas con jardines delanteros o tienen portones de cocheras; las calles están asfaltadas, en las afueras son de tierra. Tiene una plaza principal, una parroquia, un club social. Todos se conocen con todos.
El jefe comunal, Tomás Sorribas, que cumple el rol de un intendente, asumió en diciembre tras las elecciones. Acompañó a la familia de cerca y la búsqueda en contacto estrecho con la fiscalía. En diálogo con lavaca, cuenta que tomó conocimiento al mediodía cuando le llegaron los mensajes, después de que por la mañana la mamá hiciera la denuncia en la comisaría local, y que enseguida fue a la casa de Julieta. “La policía actuó rápido, recabó datos, no es que se dilató la situación. Lo tomó con la urgencia que correspondía, igual que la fiscalía. Buscaron con el escuadrón canino y todo el conjunto de la fuerza”.
-¿Qué pasó en Berabevú con este femicidio?
-Es terrible, yo estoy en shock, el pueblo está en shock. La marcha de ayer lo reflejó, que nos reunimos en la plaza a pedir justicia. La familia que está destrozada. Somos una comunidad chica, yo tengo 31 años, los vi crecer a todos, crecieron a la par mío también, son todos jóvenes criados en nuestra comunidad, nadie que vino de afuera. Lo que nos rompe más es eso, que haya sido dentro de la comunidad. Somos más chicos que cualquier barrio de Buenos Aires. El muchacho es nacido y criado acá, de una familia con muchos años en la comunidad.
-Cuando empezaron la búsqueda, ¿suponían que le podía haber pasado algo en relación a la violencia machista?
-No, nunca. La verdad, cuando empezó la búsqueda uno trató de encontrarla a ella. Yo nunca pensé la situación. Después cuando vas recabando datos, tomamos conocimiento, vimos las cámaras de seguridad que registró el recorrido de Julieta hasta la última donde se perdió el contacto. Con las pruebas de los investigadores procedimos a la detención de él y el posterior allanamiento de la casa.
¿Cómo trabajaban en la comunidad la violencia machista?
Es una paradoja de la vida que me consterna, porque cuando asumo creo la secretaría de desarrollo social con una trabajadora social y una psicóloga. En los únicos 20 días de clases que hubo antes de la pandemia, la única actividad que hicimos desde la Comuna para los jóvenes de nuestra comunidad fueron talleres en las escuelas sobre la temática violencia de género y el festival por el día de la mujer. Me shockea porque es lo primero que toqué a penas asumí.
¿Cuál es la sensación que queda ahora en la comunidad?
Es una ruptura total, un quiebre en la comunidad. Una herida que hay que ver cómo se cierra, si es que algún día cierra. Desde mi lugar acompañar en el pedido de justicia, poner a disposición de la familia a la trabajadora social y la psicóloga de la Comuna. Ver a mis vecinos reunidos por esto es terrible. Tenemos que trabajar en conjunto para calmar el dolor.
#NiUnaMás
Un mes sin Brenda, Lara y Morena: lo que se sabe de la trama narcofemicida

Este lunes se está cumpliendo un mes del triple narcofemicidio. La causa que investiga el asesinato de Brenda (20), Morena (20) y Lara (15) tiene nueve personas detenidas y tres prófugas. Una de ellas es Alex Ydone Castillo, acusado de ser el dueño de los 30 kilos de cocaína que habrían sido robados, posible móvil de los brutales asesinatos.
Lo increíble: Castillo estaba preso pero fue excarcelado “por razones humanitarias” durante la pandemia del coronavirus, según lo reveló el periodista de Infobae Federico Fahsbender. En su artículo se detalla que Ydone Castillo había sido detenido en Argentina por una circular roja de Interpol –emitida desde Perú, su país de origen– por “un movimiento de 51 kilos de cocaína”. Fue la Sala II de Casación la que lo excarceló. Desde que quedó en libertad, el gobierno peruano tampoco envió en los plazos pertinentes el pedido formal de extradición. Y siguió libre.
Los otros dos prófugos de la causa del triple narcofemicidio son David González Huamani (“El loco David” o “El Tarta”, por tartamudo) y Manuel Valverde, tío de Tony Janzen Valverde, alias “Pequeño J”, que está detenido en Perú a la espera de un juicio de extradición.
Los narcos robados
A Huamani, Celeste Magalí Guerrero (una de las detenidas que mayor información aportó) lo reconoció dentro de su casa del barrio Villa Vatteone. Fue una de las personas reconocida por tener guantes de látex. Huamani también aparece en la declaración de Víctor Sotacuro, detenido en Villazón, frontera con Bolivia, acusado de manejar el auto de apoyo a la Chevrolet Tracker blanca que levantó a las chicas en las calles de Ciudad Evita el 19 de septiembre. Sotacuro dijo que fue Huamani quien lo contrató para hacer los viajes de esa noche y que le pidió que le llevara ropa para cambiarse. Sotacuro declaró que lo fue a buscar a Varela y lo llevó hasta la 1-11-14, en el Bajo Flores, y dijo que Huamani estaba sucio de barro, al igual que otros dos hombres que se subieron a su auto. La mamá de Morena lo señaló como el que maneja la droga en Las Antenas, un barrio de Lomas del Mirador, y en la Palito, en San Justo, dos localidades de La Matanza.
Según una de las hipótesis de la investigación, los prófugos Castillo, Huamani y Valverde integran la organización cuya droga había sido robada. Sobre ellos pesan órdenes de captura internacional. Esa línea también busca a otros tres sospechosos, todavía no identificados, pero que en el expediente aparecen como “NN Paco”, “NN Nero”, y el “canoso de la Glock”, en referencia al arma que llevaba un hombre que Guerrero ubicó en su casa, bajándose de la camioneta con Pequeño J, en las calles Río Samborombón y Chañar.
Quiénes están en prisión
Hasta el momento las nueve personas detenidas son:
- Daniela Ibarra (19) y Maximiliano Parra (18), quienes encontraron limpiando con lavandina la casa de Varela.
- Celeste Magalí Guerrero (28) que alquilaba la casa. Su declaración aportó múltiples detalles que la justicia debe corroborar. Por un lado, explicó la estructura del clan, con jerarquías divididas en “Abuelos”, “Papás”, “Tíos”, “Pequeños” y “Mulos”, según el orden de importancia en la organización. Según su declaración, Pequeño J, que era presentado como el líder de una banda narco transnacional, en realidad tenía un rol menor, aunque lo ubicó en la escena del crimen. También declaró cómo esa noche fueron a comprar artículos de limpieza y bidones de nafta.
- Miguel Villanueva Silva (25), pareja de Guerrero. A ambos los detuvieron en un hotel alojamiento. Ella declaró que, al llegar a la casa de madrugada, lo vio con la mano ensangrentada y, según dijo, le confesó que había matado a una de las chicas al intentar escaparse. Un kiosquero del barrio de Florencio Varela dijo que Silva había ido a comprar con otro chico y que le dejó una mancha de sangre en la reja del comercio, que su mujer terminó limpiando.
- Ariel Giménez (29), uno de los acusados de cavar la fosa en la casa.
- Víctor Lázaro Sotacuro (41). Al principio se creía que solo era remisero pero, según Guerrero, tiene un lugar importante en la estructura. El hombre declaró que nunca estuvo en la escena, que no era el dueño de la droga robada, que tampoco era el jefe de la banda y que su apodo no era “El Duro”, como había dicho Guerrero. De todas formas, según La Nación, Sotacuro pagaba las cocheras en las que se estacionaban los cuatro vehículos de la banda: la Chevrolet Tracker blanca (que fue incendiada), el Volkswagen Fox blanco que manejó, un Renault 19 gris y un Chevrolet Cruze negro. Sus abogados pidieron un careo con Guerrero por supuestas “contradicciones”.
- Florencia Ibáñez (30), sobrina de Sotacuro, acompañante en el Volkswagen Fox, fue detenida luego de salir de los estudios de A24, donde defendió a su tío y dijo que habían pasado por el recorrido de la Tracker de casualidad. El fiscal Arribas dijo que Ibáñez reconoció que el móvil de los femicidios había sido un robo de un cargamento de droga que pertenecía a su pareja, el prófugo Alex Ydone Castillo.
- Tony Janzen Valverde, alias “Pequeño J”, 20 años. Guerrero lo ubicó en su casa con Sotacuro y el “canoso de la Glock”. También dijo que Pequeño J había llamado a Villanueva para pedirle la casa para una fiesta. Está detenido en el penal de Cañete, en Perú, a la espera de la extradición. La declaración de Guerrero lo rebajó en la estructura: hoy está acusado de organizar dealers. Según la investigación, el abuelo y el papá de Valverde también se dedicaban al negocio narco. Su padre fue asesinado. Una cámara de seguridad ubicó a “Pequeño J” el 6 de septiembre a la salida de un pool de Flores con Lara y otra joven.
- Matías Ozorio (28), ladero de Pequeño J. Su historia es increíble y grafica una época: el periodista Carlos Burgueño contó que el joven tenía un trabajo en relación de dependencia en el Hospital Italiano –obra social, aportes, vacaciones, aguinaldo–, lugar del que se hizo echar, según sus familiares, para cobrar una indemnización que invirtió en el mundo cripto. Entre sus apuestas estuvo $Libra, bendecida por el presidente Javier Milei, cuyo desplome hizo a Ozorio perder todo y pedir un préstamo a un transa. Ya no se despegó de lo narco. Según Guerrero, fue una de las tres personas que cavó los pozos en la casa de Varela. Como Pequeño J, fue detenido en Perú. Guerrero también declaró que Ozorio le traía cocaína en 100 o 120 envoltorios que ella vendía a un valor de $10.000 cada uno.
Vínculo de confianza
Según publicó La Nación, el fiscal Carlos Arribas describió: “Tras producirse la referida sustracción cuyos autores fueran presumiblemente allegados o conocidos las víctimas, fue que mediante maniobras de engaño, y ardides y aprovechándose de su especial condición de vulnerabilidad, integrantes de la organización mencionada precedentemente, en su mayoría de sexo masculino, lograron establecer un vínculo de confianza con las tres jóvenes, por lo que el 19 de septiembre de 2025, a las 21.29, consiguieron las jóvenes abordaran una Chevrolet Tracker blanca con dominio que había sido robado, en la que viajaban al menos tres personas. El vehículo contaba con el apoyo de un Volkswagen Fox blanco en el que circulaban al menos otras dos personas de la organización y de Chevrolet Cruze negro”.
Según las publicaciones, todavía no está claro quiénes integran el grupo que habría robado el cargamento de cocaína. Pero la descripción de la estructura hace presumir que la causa está próxima a pasar a la órbita de la Justicia Federal.
Ya pasó un mes.
Las familias de Brenda, Lara y Morena siguen exigiendo justicia.
#NiUnaMás
Transfemicidio en Neuquén: reclaman justicia por Azul, la trabajadora estatal por la que se declararon dos días de duelo

Por Evangelina Bucari
Fotos: Carlos Luna @un_chino.of
Azul Mía Natasha Semeñenko soñaba con “ser Azul del todo”. Había iniciado su hormonización, esperaba turno para realizarse una cirugía de modificación corporal y, como escribió su compañera de trabajo y amiga Ivana Meske, “buscó amor en todas sus formas”. “No tuvo una ley de identidad de género que la protegiera en su infancia –recordó–; fue excluida, juzgada, maltratada. Aun así, siempre tejió redes: trabajamos con ella el cambio de DNI, buscó apoyo en el sistema de salud y batalló por operarse. ‘Voy a ser Azul cuando me operen’, solía decir”. No logró cumplir ese sueño porque fue asesinada. A dos días del hallazgo de su cuerpo, la lloran y despiden en el Cementerio Central de la ciudad de Neuquén.

El 25 de septiembre, día de su cumpleaños 49, Azul dejó de responder mensajes. Sus compañeras de trabajo se preocuparon y la buscaron; el Estado no lo hizo tan rápido. Si bien les tomaron la denuncia, la Policía recién publicó la búsqueda el 30, cinco días después. Tras marchas y movilizaciones junto al movimiento trans y feminista para visibilizar su desaparición, tres semanas más tarde, el 15 de octubre a la noche, el Ministerio Público Fiscal neuquino informó la identificación de un cuerpo hallado en un canal de Valentina Norte: era ella, había sido víctima de un transfemicidio. De acuerdo con la autopsia preliminar, sufrió heridas punzocortantes en tórax y brazos y fracturas en la cara. La investigación está ahora a cargo de la fiscal Guadalupe Inaudi.
La vida de Azul no había sido fácil. Como muchas otras chicas trans, su camino estuvo atravesado por diferentes formas de discriminación, violencias y vulneraciones: estaba alejada de su entorno familiar, con quienes no tenía contacto; tiempo atrás había tenido que ejercer el trabajo sexual como forma de subsistencia y, en algún momento, había caído en consumos problemáticos. Por eso, cuando en 2017 entró a trabajar en la Subsecretaría de Niñez y Adolescencia como maestranza, ese espacio y sus compañeras se transformaron en su familia elegida junto a sus amigas trans que la acompañaban en su proceso. Con el cambio de gobierno en 2023, había sido trasladada de área y actualmente trabajaba como auxiliar en el Centro de Atención a las Víctimas de Violencia de Género.

La bandera en la marcha.
Apenas conocida la noticia del transfemicidio, el 16 de octubre hubo una gran marcha y abrazo colectivo. Durante la manifestación, se sumó Marcos, el hermano de Azul, que compartió el dolor de la familia pese a estar distanciados y su pedido de que el caso no quede impune.
En ese encuentro llegó el desahogo y se multiplicaron los recuerdos de quienes compartían los días con ella y la describieron: atenta con todos, llevando siempre “un matecito o café caliente”, preguntando todo el tiempo si alguien necesitaba algo o haciéndose cargo de cubrir tareas si alguien faltaba; una mujer tímida pero alegre, que personalizó su rinconcito en la oficina y que ahora nadie se anima a tocar. “Escuchar los relatos muestra cómo para Azul el trabajo fue un lugar de pertenencia. Fueron las compañeras quienes tomaron la búsqueda desde el primer día”, destacó Mariana Sarin, secretaria de Género de la CTA Autónoma provincial y delegada de ATE.

La presencia mapuche en el acto por Azul.
Cecilia Vacarezza era compañera de Azul desde sus inicios y se habían reencontrado este año en la Dirección Provincial de Protección Integral de las Violencias. La recuerda llegando en bicicleta y siendo de las últimas en irse: “Era querida por todas y todos. Luchó por su identidad, estaba feliz porque podía ser ella misma. Nos arrebataron su vida de una forma brutal”, contó entre sollozos por mensajes de WhatsApp. Muchas no podían ni hablar.
“El primer día que llegó estaba tímida. Le pregunté cómo quería que la llamara y me dijo ‘Azul’. Desde entonces se fue ganando su lugar, con su libertad, su alegría y su forma única de ser”, escribió en redes Rosana Arévalo, otra compañera de trabajo. “Voy a extrañar que camine por los pasillos cantando en inglés –continúo–, que me diga ‘Amore, ¿te traigo algo?’, que me escriba para pedirme ayuda o que me cuente que ya atendió a todos. Voy a extrañar sus stickers, sus audios, su risa pilla, sus mensajes”.

Las voces de ternura y afecto se replican. Carolina Guajardo, exsubsecretaria de Niñez y Adolescencia, fue su jefa: “En su aspecto se notaban las marcas de una vida dura, pero en su actitud siempre fue amorosa y muy atenta”, recuerda. Rememora las charlas que tenían, los consejos que pedía, su deseo de ser “realmente Azul” y lo leal que era. Repite la anécdota del cafecito, y cree que era así porque estaba muy agradecida después de una “vida que le había sido vulnerada millones de veces”.
La violencia avanza
El asesinato de Azul se inscribe en una violencia persistente: desde enero, el Observatorio Lucía Pérez contabiliza 213 femicidios y transfemicidios. La estadística no alcanza para decir quién era, pero explica el miedo y la bronca que se tradujeron en calle. “Somos parte de una marea que dice basta. El Estado es responsable de garantizar la vida y la seguridad de todas”, dice Vacarezza con angustia.
Para quienes reclaman justicia y piden que haya más prevención, la decisión del Gobierno provincial de declarar dos días de duelo en memoria de Azul y disponer banderas a media asta en edificios públicos “no reemplaza la política pública”. “El Gobierno provincial decretó dos días de duelo, pero nadie se comunicó con la familia durante la búsqueda: es un parche en medio de la campaña”, cuestionó Guajardo, que además es parte de la colectiva feminista La Revuelta.

Por su parte, Sarin apuntó al sistema judicial “machista y patriarcal” y a la necesidad de “exigir justicia en la calle”. “Desde las organizaciones denunciamos que la política de odio hacia mujeres y diversidades del gobierno de Milei mata; el desmantelamiento de los servicios de asistencia también mata”, afirmó la referente de la CTA y detalló que Azul es la tercera víctima reconocida de asesinato por violencia de género en la provincia, pero que “hay otras muertes violentas catalogadas como suicidios” y que siguen reclamando por Luciana Muñoz, desaparecida hace 15 meses.

Para la secretaria de Género de la CTA Autónoma neuquina, el transfemicidio de Azul ocurre en una provincia donde a igual que a nivel nacional “las políticas de género fueron vaciadas y el clima de odio se traduce en retrocesos concretos”.
Sarin también advirtió sobre el avance de grupos conservadores evangelistas en Neuquén. Uno de los ejemplos que dio es el de la candidata que encabeza la lista de senadores libertarios por la provincia, Nadia Márquez, hoy diputada nacional con protagonismo en la Cámara Baja. Su padre, un pastor evangélico, fue uno de los pocos que recibió fondos de ayuda alimentaria desde el Ministerio de Capital Humano nacional. «Ellos hacen política para volver a encerrar a las mujeres en la casa, para volver a meter a niñas y niños bajo la égida de la familia y que no tengan derechos garantizados por el Estado. Entendieron que el movimiento de mujeres y diversidades, con su cuestionamiento al orden patriarcal, era un riesgo para su poder político y económico, y decidieron ir contra nosotras”, aseguró la dirigenta.

También alertó sobre otros grupos antifemnistas como la organización Padres de Río Negro y Neuquén, “que obtuvo declaración de interés legislativo”. Explicó que son padres que promueve la idea de que los niños son ‘rehenes’ de sus madres» y detalló que «instalaron un tráiler frente al Juzgado de Familia, justo donde las mujeres deben presentarse a denunciar. Lo llenaron de carteles y banderas: para ir a denunciar, hay que pasar por el medio de eso”.
“Trabajo en la 148 y veo a diario casos que no encuentran respuesta; a veces el botón antipánico no funciona o no hay. Decimos ‘riesgo de femicidio’, pero ¿qué significa si no se actúa?”, interpeló Guajardo.
Hasta ahora no se sabe qué pasó. La última conexión del celular de Azul se ubicó en la zona del río Neuquén; su cuerpo fue hallado envuelto y atado, en avanzado estado de descomposición. El paso de los días borra pruebas. Por eso, queda una certeza entre quienes la quisieron: la pelea es por memoria y justicia y se convocó para una gran movilización para el 21 de octubre para pedir por el esclarecimiento del crimen. “Vamos a seguir, ya tenemos comprada la vereda de la Ciudad Judicial”, concluyó Sarin.

#NiUnaMás
Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

La marcha en La Matanza, a dos semanas del triple narcofemicidio.
Por Lucas Pedulla
Fotos: Juan Valeiro/lavaca.org
En silencio.
La marcha empieza 21:29, horario en el que las chicas se subieron, hace dos semanas, a la camioneta Chevrolet Tracker blanca. Para quienes no conocen este lugar –rotonda de La Tablada, cruce de Camino de Cintura y avenida Crovara, La Matanza–, el silencio que acompaña la movilización de las familias de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez no se termina de dimensionar.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El perímetro está cortado desde muy temprano por la policía bonaerense y apenas algunas motos del barrio o ambulancias urgentes pasan por una intersección que, en un día común, es puro bocinazo, ruido y tránsito sin parar.
Así, en silencio, esta marcha grita que hace dos semanas ya no hay ningún día común.
“El barrio está de luto”, dice Brian, un joven muy dulce que acompaña a la familia de Morena. “Antes se escuchaba música, había fiesta, baile. Ahora, nada”.
Eric, de 28 años, al lado de la familia de Brenda: “El barrio está triste”.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Las chicas que acompañan a Estela, mamá de Lara Gutiérrez, mueven la cabeza de un lado a otro: “Queremos justicia”, dicen. No quieren decir más. ¿Hay algo más?
De a poco, desde los monoblocks que custodian esta rotonda bajo la mirada de murales del Papa Francisco y Diego Maradona, los vecinos fueron llegando. Algunos volvían de trabajar, otros se sumaban después de cenar. Hay jubiladas, adolescentes y muchos niños y niñas que sostienen velas en cuellos de botellas de plástico. Sabrina, la mamá de Morena, marcha mirando el frente. Paula, mamá de Brenda, lleva en brazos a su nieto de un año. Hay mucho dolor, y son los niños los que marcan con una mirada de fuego una fotografía fuera de lugar, una cámara que parece no respetar este duelo.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
En silencio, nadie habla.
Solo los pasos en una ronda a la rotonda en sentido inverso a las agujas del reloj, como las Madres en Plaza de Mayo, o los jubilados en el Congreso.
Quizá de manera inconsciente, sin saberlo, en este gesto las familias respondan una pregunta innecesaria que circula en algunos colectivos que se desvían de recorrido por el corte: “¿Por qué marchan si hay detenidos?”. Precisamente, porque el nunca más se sostiene en movimiento, como una forma de gritarle a la agenda política y social que este horror no tiene justicia.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
En silencio, la ronda termina.
Las familias se reúnen y sacan bengalas y globos blancos que todo este barrio que marcha estuvo inflando durante la tarde. “Ahora”, ordena Sabrina, y los globos se sueltan.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Las bengalas se encienden.
Las familias se abrazan, se descargan.
Y un nene, que no llega a los diez años, dice lo único que hay que decir: “Justicia”.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
- Revista MuHace 16 horas
Mu 208: Lara Brenda Morena
- Revista MuHace 4 semanas
Mu 207: Crear lo que viene
- #NiUnaMásHace 4 días
Un mes sin Brenda, Lara y Morena: lo que se sabe de la trama narcofemicida
- #NiUnaMásHace 4 semanas
Triple narcofemicidio: la respuesta al horror
- Soberanía AlimentariaHace 2 días
Miryam Gorban: hasta siempre, maestra