Nota
Límites
Hay un solo tipo de frontera que jamás debería trasponerse. Hace tiempo que el periodismo la cruzó y es probable que ya ni la recuerde. Esa amnesia es, quizá, lo único que distingue a los prudentes de los bárbaros: no hay otra categoría posible cuando una sociedad violenta sus límites. La dictadura marcó esa grieta y desde entonces la profesión se acostumbró a enmendar sus miserias tardíamente, como si la devoción por la Historia pudiese compensar su cinismo contemporáneo. Es justamente la fatal condición de actualidad que preña al periodismo lo que nos lleva a recuperar hoy la memoria corta de los cruces recientes. Revelan la complejidad, la intensidad de los problemas que nos afectan y sobre los cuáles estamos aun muy lejos de pensar juntos las respuestas.
Un ejemplo: el sábado 17 de julio de 2004 el periodista Horacio Verbitsky publicó en la portada del diario Página 12 una columna titulada, justamente, “Límites”. Escribió allí:
“El asedio a la Legislatura por un minúsculo grupo que impidió la sesión, rompió y quemó las puertas de acceso, no dejó vidrio sano y retuvo como rehenes durante horas a sus trabajadores, marca un límite que el gobierno nacional no debería ignorar, sin grave riesgo para su futuro”.
En este primer párrafo están señaladas las figuras penales que retuvieron en prisión durante 14 meses a 14 hombres y mujeres que luego, durante el juicio oral, fueron declarados inocentes. Se los acusó de coacción agravada (“un minúsculo grupo que impidió la sesión”), daños agravados (“quemó puertas de acceso, no dejó vidrio sano”) y privación ilegítima de la libertad (“retuvo como rehenes durante horas a sus trabajadores”), delitos no excarcelables que convirtieron el proceso –durante el cual se supone que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario- en la verdadera condena. Verbitsky además de representar a uno de los periodistas más respetados de la prensa gráfica era –y es- presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) un organismo que desde los tiempos duros de la dictadura se dedica a la defensa de los derechos humanos. Es decir: a que el Estado no cruce nunca más la raya.
Es absolutamente cierto que no es culpa de Verbitsky que esos hechos fueran atribuidos a esas personas. Su confusión es otra: atribuirle a este Estado –a esta justicia, a esta policía, a las débiles instituciones democráticas- un funcionamiento derecho y humano.
La realidad es muy otra.
El sistema actual sigue funcionando de una manera brutal, aunque modernizó las formas: la patota es ahora mediática. Son los medios quienes señalan los blancos sobre los cuales se aplicará la violencia de Estado. Una violencia que se ejerce, por definición, de forma arbitraria y que por lo tanto no garantiza que el peso de la justicia recaiga sobre los “verdaderos culpables”, sino que se conforma con aplastar a los sectores sociales que se resisten a ser “normalizados”.
En la sentencia final que juzgó los incidentes de la Legislatura, el Tribunal que exoneró a los involuntarios protagonistas -vendedores ambulantes y mujeres en estado de prostitución- sintetizó lo que debería convertirse en la moraleja de esta historia: tras dos años de investigación, no se sabía qué había pasado. Ordenó entonces que continúen las actuaciones, cosa que jamás ocurrió. A la justicia ya no le interesaba la verdad, sino la oportunidad. Y esto es algo que solo sincroniza con la agenda mediática. Poco importa lo que le paso a esas personas concretas, a las que nadie, nunca, pidió perdón.
Casi cinco años después, otro hecho complejo es igualmente reducido a trazos groseros. El domingo 17 de mayo un grupo de veinte personas intentó manifestar sus opiniones contrarias a las políticas genocidas del Estado de Israel. Hubo golpes, cinco detenciones y una condena mediática, que clasificó el hecho como un acto “antisemita”.
En realidad, nadie puede saber qué pasó realmente, aunque hay otras verdades que son evidentes
Confundir las críticas al Estado de Israel con manifestaciones de odio racial podría clasificarse con un signo de brutalidad sino fuera porque se trata de una táctica sostenida globalmente por el gobierno israelí para desacreditar las denuncias a sus políticas. Así lo describe la intelectual Adrienne Rich en la carta fechada el 3 de febrero de este año donde anuncia su apoyo al boicot al Estado a Israel, una campaña que nació como respuesta al llamado de 170 organizaciones de la sociedad civil palestina : “Como judía americana, me he unido a otros judíos preocupados para trabajar contra la ocupación. He visto todo tipo de esfuerzos organizados para silenciar –en Estados Unidos y en otras partes del mundo– las críticas a las políticas de Israel y las campañas para condenar cualquier tipo de crítica como antisemitismo. Junto con otros activistas y escritores he sido acusada por los derechistas de ´odiar a Israel´ u ´odiar a los judíos´.
En la causa que se originó por los hechos del domingo se presentaron como querellantes cinco personas que dicen haber sufrido daños durante la refriega, entre ellas el abogado Alejandro Broitman, a quien el Tribunal Oral N° 5 denunció ante el Colegio Público de Abogados de la Capital por “conducta inaceptable”. Broitman festejó al grito de “Vamos, carajo” la absolución de su defendido, el comisario Miguel Ángel Trimachi, acusado de secuestrar, fusilar y dinamitar los cuerpos de 20 hombres y 10 mujeres en la llamada Masacre de Fátima.
El giro inesperado llegó cuando el juez Claudio Bonadío aceptó la propuesta presentada por la DAIA y encuadró los hechos bajo la figura penal de “prepotencia ideológica”, que le permitió allanar la sede de un movimiento social, detener a otras 10 personas y ordenar la captura de Roberto Martino, referente del Movimiento Teresa Rodríguez (MTR).
El día anterior a todas estas medidas procesales, el periodista Daniel Santoro publicó un artículo denunciando que el 10% de los planes sociales los “manejan grupos piqueteros”. Su fuente: el estudio que realizaron Christian Gruenberg y Victoria Pereyra Iraola, para la oenegé Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec). Destaca, además, que el MTR controla 3.000 planes sociales y cita a varios funcionarios del gobierno que intentan “despegarse” (sic) de este grupo aduciendo que esos planes fueron otorgados en 2002 por el entonces presidente Duhalde.
Daniel Santoro es editor de la sección Política del diario Clarín, miembro de la Academia Nacional de Periodismo, profesor de Investigación Periodística en varias universidades nacionales y fundador de FOPEA (Foro de Periodismo Argentino). Con este artículo ha sumado el extraño mérito de informar siete años tarde que los piquetes fueron el método de lucha que llevaron adelante una multiplicidad de organizaciones de desocupados para reclamar sus derechos. La respuesta del Estado fueron esos míseros subsidios, como forma de garantizar un flujo de recursos hacia el clientelismo político, tema del cual se ocupa los dos informes de Cippec que cita en su artículo, pero de una manera particular: los informes se centran en la trama de corrupción que tejen intendentes, funcionarios y punteros oficialistas. Es decir, se centra sobre el reparto del 90% de esa torta, que en tiempos electorales está en plena disputa.
¿Qué relación hay, entonces, entre un incidente producido en un acto del Estado de Israel y las políticas sociales destinadas a manipular los nefastos efectos de la desocupación?
La respuesta es una barbaridad.
Sin embargo, la pregunta más difícil de responder es qué significa la defensa de los derechos humanos en éste, nuestro bárbaro presente.
¿Significa impedir que el Estado convierta a sus expulsados en delincuentes?
¿Significa entender que cuando las instituciones están tan desencajadas por sus mafiosas internas es más complejo detectar la raya que separa lo legítimo de lo legal?
No son tiempos fáciles para la verdad.
Nos queda, en la urgencia, la prudencia.
Y en la memoria, la conciencia, que no perdona: el debate sobre los límites del periodismo bárbaro es nuestro problema y nuestra tarea.
Y nuestra deuda.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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