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Rafita, el chico que había intentado otro destino

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(lavaca en Bariloche*) En el barrio de Rafael Nahuel, el joven asesinado por la Prefectura, lo recuerdan con un chico tranquilo y maduro, uno más de los que cotidianamente crecen en la zona más azotada de esa ciudad. Retrato de vidas marcadas por la raíces, la pobreza y la discriminación. 
Rafita. Todos los amigos de Rafael Nahuel lo recuerdan con ese diminutivo que denota cariño. Es viernes, en Bariloche hay un sol que amaina el frío y decenas de jóvenes acaban de terminar la jornada en El Semillero, el espacio de formación que tiene la organización Al Margen en el barrio Nahuel Hue, el más populoso y azotado del alto Bariloche.

Rafita, el chico que había intentado otro destino

Foto: Eugenia Neme para lavaca.org


Rafael Nahuel venía participando de El Semillero desde este año, específicamente en el área de carpintería. Lo último que estaba haciendo eran unos maceteros, destinados a la venta para solventar un viaje a los paraísos que rodean Bariloche y al que los jóvenes del Alto rara vez acceden. Esos que los citadinos vemos solos en fondos de pantalla en la computadora.
Rafita esquiaba muy bien, aunque poco. Tan solo una semana al año la Municipalidad de Bariloche otorga a los más carenciados la oportunidad de un “pase libre” para ir al Cerro Catedral a hacer lo que todos los turistas y egresados de secundaria hacen: divertirse.
Su mejor amigo, Maximiliano, recuerda esas salidas. “Uno de los instructores también era mapuche; ya lo re conocíamos”. Lo dice en la casa de paneles de madera construida por Un Techo Para Mi País, donde vivía junto a Rafael hasta su muerte, el 25 de noviembre.
Maximiliano recuerda que se enteró que todo andaba mal vía la tía de Rafita, una de las lonkos que tiene la comunidad mapuche de la Lof Lawken Winkul Mapu. Ella fue, según Maximiliano, la que lo invitó a ir la última vez a las tierras que quedan en Lago Mascardi. “Me dijo que se iba a ir al campo, para despejar; me llamó desde el colectivo, yendo”, recuerda sobre la lomita del pasto recién cortado de su casa, entre flores amarillas de Retamos y una pelota de fútbol pinchada. “Él ya había ido y había vuelto, y me contaba”, dice Maximiliano, su principal confesor en toda esta historia. ¿Cuál? La del autoreconocimiento mapuche, incipiente proceso que transitaba Rafael Nahuel.
Rafita, el chico que había intentado otro destino

La casa donde Rafael vivió junto a su amigo Maximiliano, en el límite del barrio Nahuel Hue, Alto Bariloche.
Foto: Eugenia Neme


Rafael aún no había blanqueado que “irse al campo” significaba ir a una ocupación territorial que tenía en vilo a la provincia y al Ministerio de Seguridad nacional, que había impartido órdenes precisas a las fuerzas federales. Gendarmería Nacional y Prefectura Naval estaban asentadas en los alrededores del Lago y de las tierras donde la comunidad Lof Lawken Winkul Mapu se había asentado desde el 10 de noviembre. “El día que detuvieron a las mujeres y los niños Rafael se puso muy mal”, cuenta Maxi sobre los hechos del jueves 23. Esa habría sido la razón que precipitó su ida definitiva el viernes 24 al Lago Mascardi.
De hecho, la última foto de Rafael –tomada por la fotógrafa de Al Margen, Eugenia Neme–  fue en la marcha al juzgado en repudio de esa represión y detenciones. Al “Rafita” se lo puede ver tocando una trutuca, con un nene en brazos.
Rafita, el chico que había intentado otro destino

La última foto de Rafael Nahuel.
Por Eugenia Neme

Modelo extractivo

En la otra punta, el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne (55 millones en el exterior) recibe a los equipos técnicos de los 30 países “más desarrollados” del mundo, como parte de la previa del G20, una reunión para debatir temas económicos, y políticos.
No hay metáfora.
La sede del encuentro mundial que explica –en teoría- la militarización de la ciudad es en el hotel Llao LLao (la habitación más económica cotiza más de 500 dólares la noche), que tiene también historia de disputa territorial.
Según relata el libro Argentina Originaria de Darío Aranda, el sábado 15 de septiembre de 2007 sus campos de golf tuvieron una visita inesperada: la comunidad Mapuche Takul-Kewche llegó en camionetas, con materiales y alimentos, y comenzó la construcción de su cabaña, a sólo 7 kilómetros de las habitaciones cinco estrellas. “Venimos a recuperar 625 hectáreas que le robaron a nuestra abuela en 1951. Somos parte de este lugar, que ahora recupera a sus originales habitantes, que no se han muerto y que todavía resisten”, explicó por entonces Ana María, nieta de Takul y vocera de la comunidad, compuesta por seis familias con 126 integrantes.
Fueron denunciados por “usurpación” y, finalmente, desalojados. Allí es donde hoy se despliega el evento mundial donde se cocina el modelo extractivo.
Todo ocurre al mismo tiempo y en la misma Patagonia donde también un día como hoy, hace 4 meses exactos, vieron por última vez con vida a Santiago Maldonado (27), quien fue velado la misma tarde en que el grupo Albatros de la Prefectura Naval asesinaba por la espalda a “Rafita”.
Por la tarde habrá una marcha de poca asistencia, en nombre de Rafita y de Santiago, aunque sin el llamamiento de sus dos familias a la convocatoria. La razón: el duelo y la espera de otra marcha menos convulsionada y que tenga en el centro un solo eje: “Justicia”.

Rafita, el chico que había intentado otro destino

Uno de los amigos de Rafael, con los muebles que se construyen en la carpintería del Semillero. De fondo, la foto de Santiago Maldonado.
Foto: Eugenia Neme

Cuchillo de palo

A esta altura, en Nahuel Hue todos saben que Rafita fue asesinado por la espalda por el Grupo Albatros de Prefectura Naval, saben que el gobierno nacional dijo que el joven era de la RAM, que fue parte de un ataque mapuche con armas y saben muchas mentiras más: conocen la ausencia y violencia de Estado a la perfección.
De un plumazo desestiman toda operación: “Rafita era re tranquilo”, dicen, y aclaran “el más tranquilo de todos nosotros”. Su amigo Maximiliano baja la línea: “Por eso la marcha que hagamos va a ser pacífica, porque era como a él le gustaba”.
El barrio Nahuel Hue es de los más humildes y populosos del alto Bariloche. Pegado a Frutillar y Malvinas, su historia remite apenas 10 años atrás, cuando una ocupación de película pobló los terrenos a la vera de la montaña. La necesidad se hizo carne: “Los que no tenían tierras son los mismos que desplazaron de otros lugares”, relata Alejandro El Duke Palmas, uno de los sostenes de Al Margen. Las cinco mil familias que viven hoy en Nahuel Hue tienen historias que remiten a apellidos originarios, aunque no todos se reconocen como tales.

Rafita, el chico que había intentado otro destino

La carpintería donde aprendía Rafael Nahuel, en El Semillero.
Foto: Eugenia Neme para lavaca.org


“Es un barrio muy nuevo, inclusive la gente es muy joven: pibes de 20 años con su familia”, relata El Duke. Rafael, de hecho, vivía junto a Maxi y se veía más con sus amigos que con su familia: todos lo reconocen como un gran cocinero de guisos. Según relatan, pasaron sus últimos años trabajando en distintos centros de formación en herrería y carpintería, donde los ayudaban con planes sociales.
Rafael, que había dejado la secundaria, era de los mejores alumnos de la carpintería a la que se había sumado en el último tiempo en El Semillero. Todos allí lo recuerdan cabizbajos, con pocas palabras, pero un mismo sentido: “Era el que daba consejos”, cuenta Nahuel, otro de nombre originario. “Decía que no vayamos a robar, ni nada de eso”, relata otro que prefiere reservar su identidad.
Todos – y son casi diez- describen a Rafael como el más maduro y el que no se metía con nadie. Uno de sus profesores de carpintería, Iván, recuerda su último día en la sala: “Hizo este macetero y dijo que estaba re cansado, y después se fue a jugar con el Monopoly con los más chicos”.
En el centro (que llaman ruka) que tiene el Ministerio de Desarrollo provincial, y que gestiona en gran parte la organización Al Margen, se hacen talleres de baile, de boxeo, de carpintería y hay otro incipiente: el de huerta.
A ese, ahora, prometen llamarlo “Rafael Nahuel”.
Rafita, el chico que había intentado otro destino

Profesores de Al Margen con algunos de los jóvenes que asisten a los talleres a los que iba Rafael.
Foto: Eugenia Neme

Re-conocerse

Según describe Darío Aranda en el libro Argentino originaria, una investigación de Daniel Corach – doctor en Biología, investigador del Conicet y director del servicio e Huellas Digitales Genéticas de la Facultad de Farmcia y Bioquímica de la UBA-, derriba el mito: “El 60% de los argentinos tiene antecedentes indígenas, componentes genéticos amerindios, de los pueblos nativos”. Y detalla que los antecedentes indígenas están más “presentes en el ADN que proviene de línea materna”, explicación que radica en que el mestizaje se hizo en gran parte por las violaciones sufridas por mujeres.
Está claro que en Nahuel Hue ese porcentaje trepa aún más alto que en el resto del país. «Un 80%», calculan en Al Margen.
“Para muchos durante un tiempo ser mapuche era algo mal visto”, señalan desde ahí. “Por todos los mitos que existen sobre si son chilenos”.
En Bariloche, decir “chilote” es un insulto.
El investigador Walter del Rio, investigador del Conicet y experto en los grupos originarios del sur, señala que dicha ofensiva contiene un error conceptual que es “la atribución de nacionalidades a pueblos existentes”. Según demuestra en sus trabajos, “la arqueología comprobó la ocupación territorial de ambas vertientes andinas como una misma área y no solo como cruces cordilleranos de población humana”. El rostro y los apellidos de los jóvenes en Nahuel Hue parecen bastar para demostrarlo.
Ser de Nahuel Hue significa en Bariloche no encontrar trabajo y hasta no poder cruzar las fronteras que los excluyen de la parte céntrica de la ciudad. “Si vas para allá enseguida te paran y te quieren llevar preso”, dice uno de los más jóvenes, que señala a los policías de la Comisaría N° 42. “Te barden desde la camioneta. Si sos mayor y les decís “ah”, vas para adentro. Si sos menor, te dicen: ´pendejo de mierda, andá para tu casa’. Te preguntan de dónde venís y vos le estás contando, y ya te quieren llevar”.
No hay metáforas.
Rafael Nahuel había intentado otro destino.
Fue entonces cuando una bala de la Prefectura Naval lo cruzó en un territorio en plena disputa.
El mensaje de esa bala parece ser el mismo que para Santiago Maldonado: “No te metas”.
En Nahuel Hue, el reino del revés, lo leen distinto: “Esto nos impulsa a involucrarnos cada vez más”.

Rafita, el chico que había intentado otro destino

Foto: Eugenia Neme para lavaca.org


Rafita, el chico que había intentado otro destino

Alejandro Dumas, de Al Margen. Foto: Eugenia Neme


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**Esta nota forma parte de la cobertura colaborativa de lavaca, revista Cítrica y el diario Tiempo Argentino

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Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

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Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.

Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.

Por Sergio Ciancaglini

A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org

Sonrisas junto al paraíso

Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
 

Madre de la bombacha roja

Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
 
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
 
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
 
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
 

El día que se distanciaron

Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
  

La hora del secreto

Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
 
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
 
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Orgullo

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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