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Venezuela: un hombre o una revolución

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Qué significó desde abajo la revolución bolivariana. La recorrida de lavaca por Venezuela incluyó desde una barriada pobre de Caracas hasta una provincia del centro del país para conversar sobre el futuro de la revolución. Un debate que la muerte del presidente Hugo Chávez actualiza y resignifica.
Venezuela: un hombre o una revolución
Son las diez de la mañana, es domingo y eso significa que toda Venezuela se une en una misma sintonía: Aló Presidente, el programa que conduce el primer mandatario Hugo Chávez, un fenómeno de audiencia y liturgia política de dimensiones sorprendentes.
Todos lo ven.
Los que lo odian, porque lo odian.
Los que lo aman, porque lo necesitan.
Los militantes, porque es su líder.
Los funcionarios, porque es su jefe.
Las emisiones no duran menos de cuatro horas, aunque solo Chávez sabe cuándo terminan. Incluyen entrevistas que el presidente realiza micrófono en mano, cámaras ocultas como la que revelaron las impudicias de la Cumbre marplatense y hasta pasos de reallity show, como cuando un ministro perdió su puesto frente a la audiencia por pretender inaugurar viviendas realizadas tres años antes.
Su efecto es contundente.
– Tengo que mirarlo para saber qué hacer- explica un diputado provincial.
– ¿Por ejemplo?
– Hace unas semanas el presidente anunció una gran marcha contra el Alca. Al otro día todos nos pusimos a buscar los micros, la gente, todo… .
– ¿No hubo otra instancia de debate: reuniones, asambleas, charlas…?
– En Venezuela, hoy por hoy, no hay otra instancia de encuentro con el Presidente, que es la conducción de la revolución. Él podrá reunirse con su grupo de asesores, escucharlos y todo eso, pero si un ministro, funcionario, militante o pueblo quiere saber para dónde vamos, tiene que mirar Aló Presidente.
Si uno mira la pantalla y, sobre todo, si escucha luego las consecuencias que su emisión tiene, puede concluir sin vacilaciones que esta versión del socialismo del siglo XXI propuesta por Hugo Chávez –justamente desde Aló Presidente–  es solamente un efecto del poder mediático.
Pero ya se sabe: en Venezuela la televisión miente.
 
Caracas no es bonita ni prolija. Los embotellamientos, bocinazos y sirenas la estremecen sin piedad y a la hora de ir o regresar al hogar, el venezolano de a pie pone a prueba su estoicismo, maltratado por el oleaje de automóviles que transforman un trayecto de 20 minutos en una agonía de tres horas y la ceremonia de cruzar una avenida en un acto de fe. Una consecuencia lógica de esta república del petróleo, donde el litro de combustible cuesta 100 bolivarianos y una gaseosa de marca, 1.200.
El subte, en cambio, es un refugio impecable, donde está prohibido comer y penalizado arrojar un papel y a donde un río de venezolanos de a pie se amontona a toda hora en vagones con aire acondicionado. Solo hay tres líneas y las tres deben combinarse para llegar desde el centro de Caracas hasta el barrio de Antímano, una barriada pobre trepada a un cerro desde donde cuelgan –literalmente- las casas que habitan 140 mil almas que hasta hace pocos años no figuraban ni en los mapas.
Margy fue la encargada de dibujar en un papel el perímetro de su parroquia, una de las 23 en las que está dividida el barrio de Antímano.
-Empecé sola y lo primero fue ir casa por casa para preguntar por los problemas, las necesidades, las urgencias. Después, dibujé el plano y con todo eso, comenzó el trabajo de organizar.
Esta mujer de 40 años y tres hijos es una de las 90 promotoras comunitarias del Instituto de Desarrollo Endógeno, la herramienta que el gobierno de Chávez creó
“para darle batalla a la exclusión”.
 
El primer paso fue instalar los consultorios de la Misión Barrio Adentro, un plan sanitario hijo de un acuerdo entre Venezuela y Cuba, firmado en abril de 2003 para formalizar el intercambio de petróleo por médicos.
Estamos a la orden. Sea paciente: espere su turno. Cuando entre a la consulta recuerde que otros esperan y quizá no sean tan pacientes como usted”. El cartel escrito a mano está en la puerta del consultorio o, mejor dicho, “Casa de la Salud y la Vida”, que atiende a 250 familias de la parroquia de Margy. Hay allí dos médicos clínicos, un odontólogo y un ginecólogo permanentes que atienden desde las 8 hasta las 12 y por la tarde realizan las visitas domiciliarias. Solo uno es venezolano. El consultorio funciona en una casa de familia que alberga profesionales y equipos.
– Al principio no venía mucha gente, pero hoy podemos notar los resultados. Las embarazadas ya vienen al control y han aprendido que es necesario hacerse chequeos todos los meses, lo cual es una novedad para ellas. Las patologías más comunes, como la hipertensión, están cediendo porque la prevención en casos como esos da mucho resultado – , explica el médico cubano que, junto a su mujer enfermera, está allí desde hace un año, que sumará otros dos antes de su regreso a la isla. Allí han dejado un hijo de 8, cuyo recuerdo les nubla la mirada.
– Podríamos traerlo, pero preferimos que se quede allá porque la adaptación sería brava.
Uno puede imaginar por qué: el impacto de la marginación ha convertido a Antímano es uno de esos territorios donde el hambre se alimenta de la violencia.
La planilla escrita a mano por el doctor contabiliza 36 consultas realizadas en un solo día de atención y esto implica que cada uno recibió gratuitamente atención médica y medicinas. Ahora, además, como parte de la segunda etapa del plan que comenzó a implementarse a principios de 2004, cada barrio cuenta con una clínica donde pueden realizarse desde tomografías hasta análisis clínicos, también en forma gratuita.
 
El segundo hijo del intercambio con Cuba es la llamada Misión Robinson, que aplicó el método Yo sí puedo>, creado por la profesora cubana Leonela Relys para alfabetizar a un millón de venezolanos. La segunda etapa está ahora en plena expansión y para explicársela a un argentino la mejor síntesis podría ser esta: la entrega de un plan social implica la obligación de estudiar. Esto significa que cada venezolano recibe 1.300 bolivarianos (unos 50 dólares) para asistir a la primaria, secundaria o universidad y representa, en los hechos, que prácticamente toda una barriada como la de Antímano esté metida desde las seis de la tarde hasta las nueve de la noche adentro de un aula.
El tercer paso fue el anuncio de la creación de las Escuelas Bolivarianas y la de Antímano es una. Cuatro pisos impecables, con aulas perfectas, equipo de computación de última generación (con conexión satelital y software libre), cocina de restaurant cinco estrellas y vajilla de acero inoxidable para los 750 niños que allí estudian. Pero nada de eso funciona.
– Esta es una Escuela Bolivariana nominal, porque la construcción tuvo un fallo importante: la luz. Tenemos un circuito eléctrico de 110 wats y para poner en funcionamiento todo necesitaríamos uno de 220. Una de las consecuencias es que no podemos prender la bomba de agua, así que no podemos cocinar, por ejemplo. Desde abril que está todo listo, pero nada de lo que hay acá se puede usar. Los alumnos se van a las 11, aunque deberían tener clases hasta las 17.
Podría sospecharse que la directora Gladys Ramírez disfruta con la explicación, especialmente cuando presenta los dos coquetos salones de preescolar que despiertan la admiración de los visitantes.
– Pero no vaya a creer que todo esto lo hizo el gobierno: es trabajo de las maestras.
-¿El mobiliario lo compraron ellas?
– No, lo provee el Ministerio de Educación. Pero ellas decoraron todo.
La recorrida sigue por las aulas del primer piso, que albergan una biblioteca en cada una, además de los útiles para cada alumno. La directora prefiere explicar que la escuela provee de todo el material didáctico necesario para los estudiantes de la siguiente manera:
-Tenemos prohibido pedir libros.
Para cuando llegamos a la cocina está claro cuál es el apagón.
¿Quién debería atender la cocina?
– Las madres de los alumnos. El plan prevé que tiene que haber una madre por cada 50 alumnos, lo que aquí daría un total de 15, que deben organizarse en una cooperativa. El colegio debe dar el desayuno, el almuerzo y la merienda y ellas reciben toda la mercadería y el pago por su trabajo. Pero nada de eso puede hacerse porque falta la luz.
– Desde la ventana puede verse una columna de alumbrado público. En Argentina y en suelo bonaerense, esa sería una solución…
– Pero aquí no hacemos las cosas así.
– ¿Así cómo?
– Sin paciencia.
La visita introduce un tema clave que Margy no sabe cómo responder exactamente: cúal es el grado de participación de los vecinos de Antímano en las decisiones que los afectan.
– Hacemos asambleas, pero viene poca gente. Están contentos, felices con el presidente, pero todavía falta mucho para organizarlos.
– ¿Quién debería organizarlos?
–  Nosotros, en los núcleos. (así llaman a las unidades que impulsa el Instituto Endógeno).
 
 
En Antímano puede apreciarse cuál es hoy el verdadero desafío de la revolución bolivariana. De arriba hacia abajo, el gobierno de Hugo Chávez ha decretado salud y educación universal y gratuita (incluso inversamente paga) para todos los venezolanos de a pie, pero no alcanza.
A varios kilómetros de allí, en la provincia central de Guárico, un diputado provincial, dirigente y militante social, lo sintetiza del siguiente modo:
– Ideológicamente este país es otro, pero subjetivamente no.
Fidel  tiene 42 años, es abogado y tiene un proyecto: cuando concluya su mandato quiere estudiar en París un postgrado de Derecho Administrativo porque cree que hay que darle a las reformas actuales un marco jurídico que las amarre en forma definitiva.
Está preocupado.
Chávez representa un vehículo fascinante que le permite proclamar aquellas cosas por las que ha luchado toda su vida. La oposición ha quedado fragmentada desde el intento fallido de asaltar el poder y está cocinándose en su propia salsa. “Nadie quiere ceder el primer puesto”, sintetiza Fidel. Sin embargo, no ningunea el poder de fuego de los enemigos.
-La semana pasada fui a un recital y en la penúltima fila estaba el alcalde de Caracas. Cuando lo detectaron, diez mil personas al unísono comenzaron a gritar: ¡fuera, fuera!. La escena era escalofriante. El alcalde no se movía y la multitud cada vez gritaba más fuerte. Se te helaba la sangre. Hasta que Juan Luis Guerra salió al escenario y diluyó la situación con música… Yo me quedé pensando por días y días en esa escena.
– ¿Y a qué conclusión llegaste?
–  Que así es el odio. Y que si bien es una inmensa mayoría la gente que ama a Chávez, nuestro desafío es convertir ese amor en convicción. Y no sé de cuánto tiempo disponemos para hacerlo, sin que el odio nos gane.
 
En estos días, sin embargo, Venezuela parece demasiado tranquila a pesar de estar a las vísperas de una elección parlamentaria. Para Fidel, sin embargo, ese representa el nudo del problema.
– Las elecciones distorsionan todo. La lógica electoral no nos permite pensar en la lógica revolucionaria, la que necesitamos para profundizar los cambios.
– El dilema sería: elecciones o revolución.
– Así es. Porque para profundizar los cambios hay que decantar. La revolución es un molino que tritura contradicciones. Ahora mismo hay gente que sigue con la vieja lógica política de armar organizaciones, aparatos o lo que sea para aprovecharse de los recursos del Estado. Hay corrupción, burocracia y egoísmos que es necesario erradicar. Para lograr el cambio cultural que necesitamos es necesario plantearle claramente a esa gente: o cambian o se van. Pero no puedes hacerlo en plena época electoral, donde es necesario el consenso para juntar los votos. Eso significa alianzas, apoyos, concesiones.
– ¿Cuánto influye el factor Chávez en este proceso?
– Sin Chávez no hay revolución. Es así y tenemos que aceptarlo, incluso para superarlo. La gente lo ama  y apoya los cambios por ese amor. Necesitamos a Chávez, así como necesitamos tiempo para realizar el cambio cultural que una revolución requiere. La pregunta que nos urge es cuánto tiempo tenemos, porque estamos metidos en un proceso que nos cambió todos los parámetros. En dos años hemos conseguido más que en los últimos veinte. Hoy podemos decir que tenemos organizaciones sociales, que hay misiones que están logrando transformaciones importantes, pero también que hay otras que tienen serios problemas.
– ¿Por ejemplo?
– El plan alimentario acumula serias denuncias de corrupción y todos sabemos que es clave. La gente te quiere, pero además te apoya porque les ha llegado salud y educación por primera vez en sus vidas. Pero con hambre es muy difícil hacer la revolución y si tienes problemas de corrupción en el reparto de comida, estás en un brete. Cuando denunciamos esto, algunos nos piden que nos callemos porque –dicen- hablar de estas cosas no ayuda al proceso revolucionario. Pero lo único que no ayuda a la revolución es el silencio.
Algo es cierto: en Venezuela todos hablan abiertamente de estos problemas. No hay reunión formal o informal de funcionarios o militantes en donde no esté presente la cuestión de la participación, el necesario cambio cultural, el tiempo. Tres factores que parecen trancados en el embotellamiento político que atraganta al venezolano de a pie, en este avasallante tránsito de misiones, discursos, amores y odios.
El almuerzo con Fidel ya está llegando a los postres y no ha parado de hablar, aunque confiesa que pocas veces lo hace. La última pregunta lo deja desarmado.
– ¿Cómo te imaginás la Venezuela que querés en diez o veinte años? 
– (Larguísimo silencio) < No lo sé. Es que estamos corriendo tan en el día a día que ninguno de nosotros se ha puesto a pensar hacia donde vamos. Y aunque no lo creas, todas las semanas miramos Aló Presidente para enterarnos.
 
Estamos, otra vez, en la cumbre de Antímano y bajar de allí implica deslizarse por un tobogán de escalones y precarias  pasarelas improvisadas durante años de marginación. Hay olor a cloaca, basura y miseria y un sinfín de gente amable que sonríe feliz y repite una frase conmovedora:  “ahora existimos”.
Durante el viaje de regreso, es Ruth la encargada de sintetizar la historia que hay detrás de este desafío del siglo XXI. Ella es una morena perfecta, de esas que hacen girar cabezas a su paso. Es madre de un hijo de ocho años y viuda desde hace siete meses. Su marido fue el primer médico venezolano en sumarse a la Misión Barrio Adentro y murió cuando una bacteria le fulminó el hígado.
Ahora Ruth es la coordinadora del Instituto de Desarrollo Endógeno, pero antes fue una militante de la agrupación Bandera Roja de la cual desertó cuando se dio cuenta que los discursos guerrilleros no se correspondían con prácticas que promuevan un cambio social. Así fue, cuenta Ruth, como las diferentes agrupaciones de la izquierda tradicional se fueron vaciando hasta quedar convertidas en lo que el chavismo encontró: partidos vacíos, cuadros dispersos formados en la militancia más férrea y la gente toda en la calle, desafiando por sí misma al sistema.
Del 89 al 93 la agitación social no se contuvo y Ruth misma fue una de las tantas que salió a la calle con algo más que piedras en la mano, capucha y borceguíes. A los 15, la apresaron. En el sótano donde la torturó la policía le mostraron las fotos con las que la identificaron: la reconocieron por los borceguíes.
– Desde entonces, todos los días me cambio los zapatos.
Ahora lleva unas sandalias rojas de taco alto.
– ¿Es correcto decir que la generación del Caracazo es la que está ahora en el gobierno?
– Así es. Por ejemplo, el día que me detuvieron me deformaron la cara interrogándome por mi hermano. Él ahora está en el ministerio de Relaciones Exteriores encargado del plan de formación de los funcionarios que comienzan la carrera diplomática.
Ese plan de formación incluye un mes de pasantía en un barrio pobre de Caracas y tres de sus estudiantes son los que nos acompañan en este viaje. Cuentan que reciben un ingreso de 800.000 bolivarianos (poco más de 300 dólares) durante los dos años y medio que dura la carrera, excepto ese mes que están en el barrio. La idea es que vivan exactamente igual que los vecinos y compartan los planes sociales que luego deberán relatar y defender en estrados internacionales.
Yolanda, una de las tres pasantes, tiene el proyecto de llegar a Japón a través de esta vía y por eso está estudiando paralelamente ese idioma, además de dar clases de Gerencia Social en la Universidad Bolivariana. De lunes a sábado, recorre el trayecto que le insume dos horas y cuarto hasta llegar a Antímano y regresa a su casa cerca de la medianoche, luego de transitar todas las escalas que tiene hoy su vida.
 
Margy, Fidel, Ruth, Yolanda tienen algo más en común: la noche del 11 de abril de 2002, cuando un asalto al poder intentó desalojar a Hugo Chávez del gobierno. Ese día, los cuatro hicieron lo mismo que tantos venezolanos de a pie: tomaron las armas y salieron a la calle.
La pregunta que todavía queda sin respuesta es si fue para defender a un hombre o a  su revolución.
 

Publicada originalmente en lavaca.org el 16/11/2005

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Proyecto Litio: un ojo de la cara (video)

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En un video de 3,50 minutos filmado en Jujuy habla Joel Paredes, a quien las fuerzas de seguridad le arrancaron un ojo de un balazo mientras se manifestaba con miles de jujeños, en 2023. Aquella represión traza un hilo conductor entre la reforma (in) constitucional de Jujuy votada a espaldas del pueblo en 2023, y lo que pasó un año después a nivel nacional con la aprobación de la Ley Bases y la instauración del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).

Pero Joel habla de otras cuestiones: su pasión por la música como sostén. El ensayo artístico que no se concretó aquella vez. Lo que le pasa cada día al mirarse al espejo. La búsqueda de derechos por los hijos, y por quienes están siendo raleados de las tierras. Y la idea de seguir adelante, explicada en pocas palabas: “El miedo para mí no existe”.

Proyecto Litio es una plataforma (litio.lavaca.org) que incluye un teaser de 22 minutos, un documental de casi una hora de duración que amplía el registro sobre las comunidades de la cuenca de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc, una de las siete maravillas naturales de Argentina, que a la par es zona de sequía y uno de los mayores reservorios de litio del mundo. 

Además hay piezas audiovisuales como la que presentamos aquí. La semana pasada fue Proyecto Litio: el paisaje territorial, animal y humano cuando el agua empieza a desaparecer.

Esos eslabones se enfocan en la vida en las comunidades, la economía, la represión y la escasez del agua en la zona.

Litio está compuesto también por las noticias, crónicas y reportajes que venimos realizando desde lavaca.org y que reunimos en esta plataforma.

Un proyecto del que podés formar parte, apoyando y compartiendo.

El video de 3,50 minutos

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Orgullo

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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