Nota
Vandana Shiva en Argentina: la primera enemiga de Monsanto
Toda su historia es la historia de una batalla contra la desigualdad. Estudiar física en India, denunciar a las corporaciones biotecnológicas, crear comunidades de semillas para preservar la vida de la depredación corporativa. También es un ejemplo de qué rol cumple la prensa en esta guerra contra la naturaleza. En esta nota, Soledad Barruti traza un perfil indispensable para comprender qué significa hoy Vandana Shiva.
Toda su historia es la historia de una batalla contra la desigualdad. Estudiar física en India, denunciar a las corporaciones biotecnológicas, crear comunidades de semillas para preservar la vida de la depredación corporativa. También es un ejemplo de qué rol cumple la prensa en esta guerra contra la naturaleza. En esta nota, Soledad Barruti traza un perfil indispensable para comprender qué significa hoy Vandana Shiva.
(Soledad Barruti/lavaca) En 2014, en su última edición de agosto The New Yorker, la revista más influyentes de la cultura norteamericana, y una de las más leídas en el mundo con al menos un millón de suscriptores e incontables lectores online, dedicaba un despliegue insólito a un personaje que aparentemente no tiene nada que ver con lo que se vende entre esas páginas: Vandana Shiva. No era un perfil, tampoco un reportaje, parecía la obsesión de uno de los periodistas fijos del staff, Michael Specter (ex The New York Times y The Washington Post), por seguir los pasos de quien presentaba -palabras más, palabras menos- como la ambientalista hindú líder de una minúscula pero ruidosa oposición a los organismos genéticamente modificados, que avanza en ese país en detrimento del resto de la población. Alguien que urgía desenmascarar: por el hambre, la nutrición, la pobreza, la sustentabilidad; por lo que sostiene a la biotecnología entre nosotros hace añares: promesas que suenan al cielo.
Specter anduvo por India, visitó algunos productores, la filial Monsanto de por allá y descubrió lo que tantos viajeros que después reportan en Trip Advisor: un país colorido y especiado donde se ven cosas rarísimas como gente hablando por celular arriba de elefantes. Un país con pensamiento mágico. Un país de donde sale alguien como Shiva: una cortina de humo, una excentricidad for export enfundada en saris.
Es raro leer notas escritas con esa, llamémosla, animosidad en una publicación que se jacta de ser de lo más intelectual, y de preservar una mirada decididamente urbana. Sin embargo ahí estaba: páginas y páginas: “Shiva lleva un mensaje que ha perfeccionado por tres décadas: la ingeniería, el patentamiento, y la transformación de las semillas hacia un paquete de propiedad intelectual, ha llevado a compañías multinacionales como Monsanto, asistidos por el Banco Mundial, el gobierno de Estados Unidos y filántropos como Bill y Melinda Gates, a imponer un totalitarismo alimentario. Ella describe la lucha contra la agricultura con biotecnología como una guerra global de pequeños campesinos que dependen de lo que producen para sobrevivir contra un grupo de compañías gigantes”. Y nada de esto es verdad.
Por supuesto esta última línea no era así de clara, Specter se ocupó de no decirlo tan directamente, sino de llevar al lector a esta conclusión: son personas como Shiva las que no dejan avanzar a la ciencia cuando estamos en tiempo de descuento frente a un problemón, “vamos a tener dos Indias más en 2050, ¿cuál es la salida?”.
Semillas de duda, tituló el artículo. Y la editorial lo largó a la calle esperando que hiciera lo que hasta ahora no habían logrado. Porque ese año el grupo que publica The New Yorker -Conde Nast- había firmado un acuerdo con Monsanto para trabajar en distintas piezas sobre el futuro de la comida y la importancia de los transgénicos. Pero no venía siendo fácil: los periodistas estrellas especializados en alimentación no quisieron participar y las notas tradicionales dedicadas a la ciencia ya no surtían efecto.
Vandana Shiva era un blanco difícil. No sólo porque desde comienzos de los 90, se mantiene imperturbable en las listas de personas más influyentes de Times, Fortune, The Guardian. Tampoco porque en su país logró frena proyectos mineros, forestales, a Coca Cola, y a Monsanto (mucho gracias a que ella existe, India no permite la producción de alimentos transgénicos, sólo de algodón). Menos porque al hambre y malnutrición que les legaron años de colonialismo y tratados de libre comercio, responde con organización humana, bancos de semillas, tierras compartidas. Lo que realmente molesta de Shiva es que puede, si quiere, hablar su mismo idioma y quebrar el discurso desde adentro.
La no carrera de Vandana
Vandana Shiva es una filósofa aguda, escritora de un estante completo de libros, activista con más de un triunfo, pero antes que eso, se graduó como física, hizo una especialización en la teoría cuántica y dedico un tiempo a investigar. Es científica. Y como científica asegura que la ciencia occidental, reduccionista, rentada es lo más anticientífico que existe: “Estos científicos representan al 5 por ciento de la ciencia y, sin embargo, bloquean al mundo y sus carreras en un desarrollo como la biotecnología y la transgénesis, obturando otras posibilidades, algo que derrumba la idea misma de ciencia que tiene que estar abierta a nuevos paradigmas”, dijo Shiva más de una vez y del otro lado algo se escuchó romperse.
Specter hizo una nota larguísima, que incluyó miles de kilómetros, para poner a Shiva en potencial: nada era demasiado cierto. Ni sus títulos, ni sus investigación, ni la India que representaba. Shiva recibió la revista e hizo una larga respuesta punto por punto que concluyó: “El artículo es una señal de que la indignación mundial contra el control de las semillas y la alimentación está haciendo estragos en el mundo de la biotecnología. Creen que las calumnias van a destruir mi carrera. Lo que no entienden es que conscientemente di por terminada una «carrera» en 1982. La cambié por una vida de servicio. El espíritu de servicio inspirado en la verdad, la conciencia y la compasión no puede ser detenido por amenazas o ataques. Para mí, la ciencia siempre ha estado a punto de servicio, no la servidumbre”.
Así si algo hizo la nota del New Yorker fue prender la luz sobre la campaña multimillonaria con que Monsanto quería limpiar su imagen, y señalar quien era hoy su principal enemiga: esta mujer lúcida, de sonrisa luminosa, que transmite mensajes de paz mientras expone una a una las fallas del sistema. Una mujer con un trabajo de casi 40 años que encuentra eco en cada pueblo que se une a defender sus recursos, sus culturas, sus semillas. De la India a la China, Centro América, Brasil y ahora, Argentina.
Biografía de una científica diferente
Vandana Shiva nació en el valle de Doon, en el Himalaya rodeada de montañas aire, niebla, nubes, sol, agua y árboles de un verde furiosamente vivo. Sus padres eran parte del movimiento independentista, y ella hizo un esfuerzo descomunal para estudiar: contra la falta de dinero, su sexo que la condenaba, una idea de mundo que se imponía con fuerza bruta. Eligió física, y de la física esa teoría que cuestiona la composición de la materia para estudiar la interconexión en lo invisible que tiene todo lo que existe. Dice que lo hizo para entender como trabaja el mundo, con nosotros como parte de una red de animales, bacterias, volcanes, océanos. Y que en eso andaba, en Canadá, en los 70 cuando se enteró que el paisaje que la había formado estaba empezando a desaparecer, a desintegrarse, a caer como parte de una India que se entregaba de lleno y sin saber a un capitalismo corporativo que llegaría para quitar las flores de los altares y reemplazarlas por galletitas. Shiva supo que la única línea de defensa que se había armado eran campesinas que cuando sintieron el ruido de los troncos, las hojas, los pájaros, los insectos, estrellados contra el suelo se abrazaron al bosque que quedaba en pie inaugurando una de esas hermosas protestas de paz que son más poderosas que toda la violencia desatada. Si querían matar la vida que lo hicieran sin eufemismos: mostrando sangre, masacrando cuerpos, escuchando los gritos. La llamaron Chipko, duró años y Vandana volvió a India cada verano, aprovechando su tiempo libre, para sumársele como voluntaria. “No fue el posgrado, no fue el máster, fueron esas mujeres entre esos árboles las que me enseñaron todo lo que sé”, dice cada vez que puede.
Hambre y control
A esa primera batalla le siguió una inclaudicable por mostrar las grietas de la Revolución Verde que terminaron abriendo en su país un precipicio de miseria del que millones de agricultores no salieron más. Porque si bien era cierto que las plantas logradas por Norman Borlaug en laboratorio eran superproductivas, no estaban ahí para alimentar sino para exportar, especular, hacer todo eso que se hace con los commodities. En adelante, la fórmula que pretende dar de comer al mundo resultó siempre una desgracia. Sobre todo para los campesinos que venían de padecer la colonia, el despojo de sus tierras, el acorralamiento hacia la marginalidad. La solución al hambre pensada como más comida y mejores negocios a su alrededor tenía un cúmulo de dificultades: tener que comprar semillas y tener que hacerlo año tras año porque las híbridas no duraban. Precisar grandes extensiones cuando los campesinos tenían territorios más bien breves. Adquirir costosas máquinas, toneladas de fertilizantes y venenos que venían en el combo, para contener un ecosistema que no dejaba de buscar el equilibrio perdido mientras los insectos se hacían plagas; las hierbas, malezas; los suelos, un castigo; la vida, un infierno todavía más tóxico y más pobre. Punjab, la capital de la Revolución Verde recibía los 80 con 30 mil asesinatos. Bhopal hizo lo que faltaba: el escape de isocianato de metilo de una fábrica de plaguicidas norteamericana (Union Caribe, luego adquirida por Dow Chemical) en la que al menos 20 mil personas murieron, 600 mil quedaron intoxicadas y un territorio importante quedó desvastado e inhabitable mostró que “se trataba de un modelo productivo basado en la guerra”. Vandana Shiva escribió eso mismo en un libro que tituló: La violencia de la Revolución Verde, desafiando el discurso cerrado de producción-igual-seguridad-alimentaria que había terminado con Bourlang con el nobel de la Paz.
Con esa publicación, Shiva empezó a entrar a lugares que ni sabía que existían: reuniones de biotecnología, por ejemplo, donde se daban cita los científicos de las corporaciones más importantes. Terminaban los 80 y todo lo que anunciaban parecía un poco ciencia ficción: el plan era pasar de la hibridación a la transgénesis y de ahí al patentamiento. Le resultó ambicioso, mesiánico, pero no descabellado: “Si controlás el mercado de armas, controlás las guerras. Si controlás la comida, controlás la sociedad. Pero si controlás las semillas, controlás la vida en la tierra”.
Vandana feminista: la ciencia patriarcal
“Lo que llamamos ciencia es un proyecto estrecho y patriarcal para un corto momento de la historia. Erigimos una ciencia reduccionista y maquinal. Una ciencia basada en la dominación de la naturaleza. Es el conocimiento generado para la explotación el que fue tomado como conocimiento científico”, dice Vandana Shiva.
La cara más grotesca de esa ideología se vivió en India en 2005. Y no fue en torno a un alimento sino a un árbol no comestible llamado neem, que los pequeños agricultores e indígenas de su país usan hace miles de años para repeler insectos y hongos. Usos que el mundo occidental tomó siempre por supersticiones. Hasta que un grupo de investigadores de eso que andaban como andan buscando cosas nuevas que inventar en la naturaleza, comprobó que no. O que sí: que los hindúes estaban en lo correcto: que el neem era una especie de súper planta que servía para muchas cosas, como hacer biorepelentes por ejemplo. Y entonces comenzó lo que comienza con esos descubrimientos: una carrera corporativa por patentar el hallazgo. Diez años duró la lucha porque el neem siguiera siendo lo que fue siempre: un árbol sin copyright. Y ganarla fue el puntapié para darles fuerza a mucho de lo que iba a venir después: pelear contra Coca Cola y la privatización del agua, y contra el avance del algodón BT y las leyes de Monsanto, que elevaron los costos de producción en más de un 8 mil por ciento, asfixiando pequeños productores hasta el suicidio: 270 mil productores al menos.
“Las guerras son de todos los días”, empezó a ver Vandana. A comunicar. A denunciar. A combatir. “A donde mires, al rincón del planta que quieras ahora mismo vas a ver eso: una guerra por la apropiación de lo que es de todos, por el control.”
Así mientras Burlang dio con las semillas que dieron inicio al agronegocio (que se coronaría finalmente en los 90 con la llegada de los cultivos transgénicos), Vandana Shiva encontró con claridad por dónde había que cortar la cabeza de esta medusa que nos gobierna: hay que crear un nuevo paradigma basado en la construcción de saberes regidos, justamente, por una visión más científica del mundo, no estrecha, irreflexiva y limitada como la que sale de la necesidad de aumentar ganancias; sino curiosa, interdisciplinaria, altruista, como la que condujo a la ciencia antes de esta tremenda modernidad.
En Movimiento
Navdanya. Así se llama el movimiento creado por Vandana Shiva en India a fines de los 80 que transformó a las semillas libres en la punta de lanza de este urgente cambio de paradigma: por la ciencia digna y contra el cambio climático, la inseguridad y falta de soberanía alimentaria, la mercantilización de los bienes comunes; pero también, contra los efectos menos evidentes del sistema: la violencia, la criminalidad, la falta de empatía. Contra un sistema patriarcal que en su país detona una violación cada 20 minutos. Hoy Navdanya son 122 casas de semillas en 18 provincias con 750 mil campesinos que comparten y custodian ese patrimonio. Y por encima de eso es un movimiento por la democracia planetaria y el empoderamiento femenino donde se cultivan saberes, empatía y compasión. También es una universidad, La Universidad de la tierra. Y es un espacio permanente de trabajo y estudio en granjas, donde periódicamente se realizan informes y estudios con la idea de que las campesinas son científicos en cuanto a investigadoras y creadoras de saber. Ecofeminismo lo bautizó: porque sobre todo se trata de mujeres (“las semillas han sido seleccionadas por las mujeres generación tras generación, durante miles de años. Son las mujeres las que ocupan del 50 al 80 por ciento de la producción según el país. Y son ellas las que están en peligro: las parteras de la agricultura”, dice) trabajando por la agroecología, demostrando que la tierra cultivada a pequeña escala con respeto y entendimiento alimenta, estabiliza el medioambiente, y acerca a las personas. Lo contrario a lo que produce la agricultura industrial globalizada. “El sistema se funda en mentalidad patriarcal capitalista que ha agravado la violencia. Vivimos en un orden de guerra contra la tierra, contra el cuerpo de la mujer, contra las economías locales y contra la democracia. Y creo que tenemos que ver las conexiones entre todas estas formas de violencia. Todo está conectado. Es una sola pieza”.
Vandana Shiva está lejos de ser cándida, inocente, romántica. Ve con ojos bien abiertos todo, principalmente el daño. El pasado, el presente y el que se anuncia como potencial apocalipsis ahora nomás. Pero entiende que estamos buscando las soluciones en el lugar equivocado hace casi 100 años y que llegó el momento de sembrar algo distinto, algo mejor y más inteligente. “El monocultivo daña la mente: parte del problema al que nos enfrentamos en el mundo es que hay demasiadas soluciones individuales y globalizadas, ofrecidas sin cuidado. Tenemos que hacer que crezcan múltiples soluciones, porque la única solución que proponen los que tienen el poder, es una solución sin vida. En manos del paradigma que nos gobierna no hay futuro para la humanidad”, dice. “Creo que es hora de reconocer que hay millones de soluciones; hay tantas soluciones como personas. Y cada persona creativa, con desatar su empatía, puede trabajar por respetar los derechos de la Madre Tierra, los derechos de la humanidad, nuestra humanidad común, la igualdad entre hombres y mujeres, blancos y negros, jóvenes y viejos”. Un mundo que garantice, nada menos, la vida en la tierra, algo que hoy, así como van las cosas, todavía está por verse.
Nota
Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

Nota
La Ley del Cáncer: avanza un proyecto que permite fumigaciones con agrotóxicos a 10 metros de viviendas

Una Ley Nacional que proviene del sector del agronegocio avanza en la Cámara de Diputados, impulsada por la UCR y la Coalición Cívica. Se trata de la norma que regula, entre otras cosas, la aplicación de agrotóxicos. El punto clave de este proyecto legislativo figura en el artículo 9, donde se establecen distancias mínimas para fumigar desde los 10 metros para aplicaciones terrestres y con drones, y 45 metros para aplicaciones aéreas. La primera reunión informativa contó solo con oradores promotores de la iniciativa y solo dos voces críticas; crónica de esa reunión y la opinión del médico Damián Verzeñassi, la enfermera del Garrahan Meche Méndez, el abogado Marcos Filardi y Sabrina Ortíz, vecina fumigada y abogada que acaba de presentar un escrito para convocar a audiencias públicas y foros de debate para evitar que se apruebe esta Ley que prioriza el negocio a la salud social y medioambiental. FRANCISCO PANDOLFI
Esta semana se presentó en la Cámara de Diputados el proyecto de ley nacional “de presupuestos mínimos de protección ambiental para la aplicación de productos fitosanitarios”. Es decir, de agrotóxicos.
El proyecto fue escrito por la Red de Buenas Prácticas Agrícolas, integrada por más de 80 instituciones públicas y privadas vinculadas con el agronegocio, y dentro del recinto encabezan la iniciativa los diputados Atilio Benedetti (UCR – Entre Ríos), presidente de la Comisión de Agricultura en la Cámara de Diputados, y Maximiliano Ferraro (Coalición Cívica). La nueva norma ya cuenta con el acompañamiento de 32 legisladores, entre un abanico variopinto que engloba a La Libertad Avanza, Unión por la Patria, UCR, PRO, Coalición Cívica, Encuentro Federal, entre otros partidos.
El punto clave de este proyecto legislativo figura en el artículo 9, donde se establecen distancias mínimas para fumigar desde los 10 metros para aplicaciones terrestres y con drones, y 45 metros para aplicaciones aéreas.

Exposiciones sin consenso
El martes pasado se llevó a cabo una primera reunión informativa en la cual las y los oradores sólo fueron personas, organismos y corporaciones a favor de la iniciativa.
En la comisión conjunta realizada entre Agricultura y Ganadería y Recursos Naturales y Conservación de Ambiente Humano hubo entidades gubernamentales, de productores, de ingenieros agrónomos, de acopiadores, de empresas de tecnología agropecuaria y ONG a favor de la ley. Maximiliano Ferraro expresó que “el proyecto no tiene una mirada sectorial”. Y que “nace de un diálogo. Un diálogo y consenso, que podemos ampliar”.
Sin embargo, se dijo, no hubo invitaciones a voces disonantes.
Las únicas dos ponencias que no se alinearon al lobby de la producción con plaguicidas fueron el diputado Juan Carlos Giordano (Izquierda Socialista – FIT Unidad) y su par Blanca Osuna (Unión por la Patria). Dijo Giordano: “Deben darle espacio a quienes estamos en contra de esta ley. Hay una lista de un montón de organizaciones que quieren venir a exponer las barbaridades que ocurren por el uso de agrotóxicos. Fumigar a 10 metros de ninguna manera puede ser una buena práctica agropecuaria”. Dijo Osuna: “Es indispensable escuchar voces de otros sectores, estamos en falta si no. Los expertos científicos deben estar acá, están ausentes en este proyecto. Primero debe estar la salud, luego la producción”.
La evidencia del modelo
Tras el encuentro del martes, distintos actores se manifestaron en contra del proyecto. Damián Verzeñassi es médico generalista y es el director del Instituto de Salud Socioambiental de la Universidad Nacional de Rosario, desde donde se hicieron desde 2010 a 2019 más de 40 campamentos sanitarios en diversos pueblos de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba para relevar puerta a puerta la situación de la salud en localidades fumigadas. ¿Qué demostraron esos resultados? Que en las comunidades rurales se multiplicaban los trastornos endócrinos, los abortos espontáneos, las malformaciones y el cáncer. Opina Damián: “Si se aprueba esta ley permitiría que se fumigue a 10 metros con productos que pueden generar cáncer de mama, cáncer de tiroides, alteraciones endocrinas en las glándulas, disminución de la capacidad de nuestro sistema inmunológico de defendernos. Por ejemplo, el herbicida atrazina está prohibido en 37 países, pero en Argentina está autorizada. Este tipo de cosas avala la ley que quieren aprobar”.
Sin embargo, el diputado por la Libertad Avanza Pablo Ansaloni, que proviene de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE) dijo en la reunión informativa: “Desde nuestra actividad, que la vengo ejerciendo durante 30 años, manipulamos el cereal y estamos en contacto todos los días con el fitosanitario. Podemos dar fe que no tenemos ningún enfermo”.
Meche Méndez es enfermera de Cuidados Paliativos del Hospital Garrahan y desde hace años viene dando una pelea (casi en soledad) para que exista una historia clínica ambiental que pueda demostrar la relación de los agrotóxicos con las enfermedades. Le dice a lavaca: “El sistema de salud sigue sin considerar el daño, en muchos casos irreparable, que los tóxicos utilizados desde hace décadas en el modelo extractivo están produciendo en el ambiente, los territorios y por ende en los cuerpos de quienes los habitamos, atendiendo los síntomas y/o la enfermedad una vez producida, pero sin asociarlo cómo posibles causa”.
Sobre el proyecto de ley, analiza Méndez: “Sólo puedo compartir mi absoluto rechazo. Ya está comprobadísimo por la ciencia sin conflicto de interés que la deriva (movimiento de plaguicidas en el aire) no tiene control, que los venenos enferman y matan. Necesitamos medidas aún más protectoras de las que tenemos actualmente y sobre todo dejar de usar esos tóxicos. Hago un llamado urgente a los profesionales de la salud, a las sociedades científicas supuestamente comprometidas con la salud y el ambiente a que se expidan y rechacen esta posibilidad criminal de echar venenos a 10 metros”. Remata: “Se sabe que produce cáncer, malformaciones, daños genéticos, un montón de enfermedades y síntomas. Esto no puede salir de la Cámara de Diputados”.
María Luisa Chomiak, de Chaco, es la única diputada de Unión por la Patria que acompañó con su firma este proyecto. Argumentó: “Lo suscribí porque se necesita tener esta discusión. Toda iniciativa es perfectible y no hay nada más importante que la salud. Si se prioriza esto, celebro que estemos discutiendo este tema”. Sin embargo, en el proyecto no figura que la reducción de las distancias va en sentido contrario al principio de «no regresión en materia ambiental» que establece la Ley General de Ambiente y tratados internacionales como el Acuerdo de Escazú. Ni tampoco informa las pruebas científicas ya demostradas sobre la consecuencia de los plaguicidas: desde los efectos letales del glifosato en embriones anfibios, constatado por el ex titular del Conicet Andrés Carrasco, hasta los estudios de Delia Aiassa en la Universidad de Río Cuarto sobre daño genético, que comprobaron el riesgo aumentado de contraer cáncer. A partir de estas investigaciones hubo fallos judiciales en distintos puntos del país prohibiendo las fumigaciones terrestres a menos de 1.095 metros y las aéreas a menos de 3.000.
Antecedentes que enferman
Una de esas localidades es Pergamino, al norte de la provincia de Buenos Aires. Allí vive Sabrina Ortiz, una de las tantas personas que se enfermó por agrotóxicos. Perdió un embarazo de casi 6 meses y tuvo dos ACV. Sabrina tiene una particularidad notable: como no encontraba abogados que la defendieran, estudió Derecho y se recibió. Fue amenazada; le mataron a su perro como amedrentamiento. Después de años de denuncias y estudios científicos, la Justicia federal confirmó que el 3 de diciembre de 2025 comenzará el juicio oral contra tres productores agroindustriales por delitos de contaminación ambiental, según la Ley de Residuos Peligrosos (N° 24.051). En la causa se documentaron daños a la salud vinculados a la exposición crónica a sustancias como glifosato, atrazina y clorpirifós.
Sabrina, junto a varios colegas, acaba de presentar un escrito colectivo de abogadas y abogados de Pueblos Fumigados en donde solicitaron a las presidencias de las comisiones de Agricultura y Ganadería y de Recursos Naturales de la Cámara de Diputados de la Nación que convoquen audiencias públicas, foros y videochats de debate antes de tratar el proyecto de ley.
Marco Filardi es abogado especialista en derechos humanos y temas ambientales y es parte de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Medicina de la UBA. Le dice a lavaca: “Esta norma manda un mensaje a todas las provincias de que este (10 metros fumigación terrestre y dron, y 45 metros aérea) es el estándar mínimo, el piso ambiental y eso no lo podemos aceptar. Gran parte de nuestra población está expuesta cotidiana, sistemática y estructuralmente a la aplicación de más de 7.000 formulados comerciales con autorización vigente por el Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) en una cantidad de más o menos 500, 600 millones de litros de agrotóxicos al año. Tenemos el triste privilegio de ser el país que más agrotóxicos por persona y por año usa en el mundo y los resultados están en los cuerpos, están en los territorios”.
Desde los impulsores de la iniciativa no contactaron a científicos, ni profesionales de la salud, ni abogados, ni a ninguna de las organizaciones ambientales. Como por ejemplo la coordinadora “Por una vida sin agrotóxicos Basta es Basta”, de Entre Ríos, que se moviliza todos los martes desde 2018 frente a la Casa de Gobierno en Paraná. “La ley nacional es un ‘copy-paste’ de la que ya tenemos acá, aprobada a finales de 2024 y en la que habilitan fumigar a 5 metros de los cuerpos de agua, a 10 de las plantas urbanas y a 15 de las escuelas rurales. Ellos se amparan en las buenas prácticas agrícolas sin basarse en ninguna evidencia científica, a diferencia de todos los trabajos publicados en Argentina y en el mundo donde se demuestra el impacto que tiene el uso de los venenos sobre la salud y los ecosistemas, más allá de la dosis y la distancia. Lo que genera el daño es la presencia del veneno y si hay evidencia científica ya está: no hay más que hablar”.

Nota
Entrevista a Celeste Fierro, tras ser detenida en la flotilla de ayuda humanitaria a Gaza
Al llegar al país luego de estar 8 días detenida (junto a otros tres argentinos, entre un total de 443 personas que conformaban la flotilla Global Sumud) la legisladora habló con lavaca.

Celeste Fierro durmió sólo algunas horas, y de manera intermitente, y apenas se levanta habla con lavaca. Llegó anoche de Jordania, donde fue trasladada desde la cárcel de Ktzi’ot. Allí estuvo presa del 3 al 7 de octubre, después de que el Estado israelí interceptara el barco en el que pretendía llegar a Gaza como parte de la flotilla Global Sumud. Del 1 al 2 tuvo dos días de traslados, y el día 7 la llevaron también a Jordania, desde donde partió el vuelo a Buenos Aires.
La historia es conocida: en aguas internacionales, el Estado de Israel interceptó todos los barcos de la flotilla, tomó su mando y los dirigió a tierra para detener a sus tripulantes. “Sabíamos que, lo más probable, era que pasara lo que pasó”, se sincera Fierro respecto a la misión humanitaria que buscaba 1) romper el bloqueo naval israelí sobre Gaza y 2) hacer visible la crisis humanitaria allí.
Lo primero no lo lograron. Lo segundo, sí.
Lavaca fue el único medio argentino presente en la masiva movilización en Roma que, tras conocerse la noticia de la detención de los tripulantes de esta flotilla, reunió a un millón de personas para pedir el fin del genocidio israelí en Gaza y, entre otras cosas, la liberación inmediata de los recientes detenidos. Ese mismo día, por la noche, llegaron a la capital 26 personas italianas que habían sido detenidas, las primeras que largó el Estado de Israel.
Los cuatro argentinos (Ezequiel Peressini, Carlos Bertola, Nicolás Calabrese, y Celeste) fueron de los últimos.
Finalmente ayer, después de 8 días, volvieron a pisar su tierra.
Desde aquel 1 de octubre hasta ahora, Celeste no había vuelto a tomar mate. Está en eso mientras conversa y revela que su mate, al igual que todas sus pertenencias (a excepción del pasaporte) le fueron sustraídas por el Estado de Israel.
La primera pregunta es obvia: ¿Cómo estás?
Entera, lo cual es un montón. Y muy contenta de estar de nuevo acá. Eso es lo primero, pero también muy preocupada porque entiendo que todavía hay compañeros detenidos de la Global Sumud y que, además, interceptaron a la Freedom Flotilla (145 detenidos). Así que poniéndome en contacto con compas de otros países para estar a disposición.
Durante dos días no se supo nada de vos; luego lo que llegaba era casi nada. ¿Qué pasó en esos primeros momentos?
Lo que nos pasó no se compara con lo que pasan los presos palestinos en las cárceles de Israel; no se compara con lo que viven las familias palestinas en la franja de Gaza. Pero, en ese momento, lo que más preocupaba era que no supieran que estábamos vivos. Desde que nos detuvieron estuvimos 48 horas hasta que logramos ver a un abogado. Y después, la visita de la cancillería fue recién el viernes o el sábado, 3 días después de la intercepción. Lo único que yo quería que avisaran era que estábamos vivos.
¿Les iban informando qué harían con ustedes?
Los primeros que salen son los italianos. En las intercepciones preguntaron por los italianos, ya veíamos claramente que iban a liberarlos más rápido. Los que quedamos detenidos fuimos los del sur global, no solo América, Sudáfrica, Nueva Zelanda.
¿Por qué Italia primero?
Lo de Italia fue por la presión social hacia el propio gobierno italiano de ultraderecha. Hubo una huelga general una semana antes de la intercepción; eso hizo que Meloni mandara un barco, que fue directamente para responder a la huelga; y también para que los italianos desistan de esas misiones. No lo lograron.
¿Cómo fueron los días previos a que los interceptaran?
Ya habíamos tenido una situación previa el día anterior, donde rodearon dos de los barcos de la flotilla. Con alguna cosa magnética cortaron los radares, los teléfonos, como que esos barcos perdieron la comunicación. Y luego se retiraron. Ahí tuvimos el primer intento, ya antes habíamos tenido los ataques con los drones.
¿Cómo es un ataque con drones?
Los primeros dos ataques fueron en puerto de Túnez. Nosotros no habíamos llegado ahí todavía. Pero también entendimos que eran para intimidar, para amedrentar. Es un ejército muy preparado: si hubieran querido hundir un barco lo hacían. Lo que hicieron en el puerto dos días distintos a dos embarcaciones distintas fue tirar como unos explosivos. Y se logró contener ese fuego rápidamente y no pasó a mayores y lograron seguir esas embarcaciones.
En altamar también siguieron las intimidaciones
Todas las noches teníamos drones arriba. Una vigilancia permanente 24×7, fundamentalmente a la noche. Dos días antes de llegar a Creta, entre Sicilia y Creta, ya no eran algunos sino que eran decenas de drones que pasaban por todos los barcos. Y a las 11 de la noche empezamos a tener interferencia en las radios. Empezó a sonar ABBA a todo volumen, nos mirábamos porque no sabíamos qué estaba pasando… Y a los 15 minutos escuchamos la primera detonación… Tiraban esos explosivos que explotan cuando tocan algo; a uno de los barcos les tiraron uno de los mástiles… a otro directamente le rompieron una vela. A otros era solamente el sonido y veías una luz muy fuerte. Era sistemático: cada 15 minutos sentíamos una detonación. A otro le cayeron líquidos, que no sabemos qué eran. No los escuchábamos, veíamos luces, era mucho el miedo.
¿En algún momento temiste por tu vida?
Creo que todo el tiempo. Desde ese momento, hasta que logramos salir (por anteayer). En el momento de los drones, al día siguiente hablábamos: siguen intentando que no continuemos. Y la fuerza estaba puesta en continuar. Y a la noche siguiente estaba en la guardia y no hubo drones. Fue una guardia muy tranquila. Fue el primer día que dije: y mirá si llegamos… Había crecido la presión internacional. Pero no pasó.
Y el día en que los interceptan, ¿cómo fue?
Cuando nos interceptan –no me acuerdo la hora pero era de día, habrán sido las 7PM- nos llega un mensaje de uno de los barcos que en un radar habían visto que se acercaban 10 o 12 barcos. Ahí nos preparamos con los protocolos que veníamos manejando, y en menos de una hora y media ya habían llegado. Empezaron a rodearnos lanchas rápidas, no las veías porque era de noche. Nos tiraron primero agua a todos los barcos. Luego por un altoparlante decían que no teníamos que seguir navegando, que si nos quedábamos ahí iba a estar todo bien… Todo eso duró como una hora. Hasta que se subieron alrededor de 10 o 12 marines israelíes, con armas largas, caras tapadas. Lo primero que hicieron fue desactivar todas las conexiones de Internet. Y ahí efectivamente nos detuvieron, agarraron el mando de nuestro barco. Nos cachean, nos piden los pasaportes. Revuelven todo. Y nos metieron en los camarotes, éramos muchos más de los que entran en los camarotes, estábamos todos amontonados. Estuvimos 24 horas metidos ahí, sin comer nada. Hasta que llegamos al puerto, 24 horas más, y después a la cárcel, donde nunca nos dieron agua potable, estuvimos hacinados, con precintos; a compañeros les vendaron los ojos. Sufrimos maltrato físico. Y la mayor preocupación era que se sepa dónde estábamos.
¿Cómo se siente en el cuerpo esa impunidad?
Nosotros sabíamos que el escenario más probable era lo que nos terminó sucediendo. También hay que decir que lo que significó la flotilla en cuanto al impulso, a multiplicar las acciones, es muy fuerte. Es fuerte saberse parte de una acción internacional que hace lo que los Estados no hacen, dando una respuesta solidaria, humanitaria, a una causa que es de toda la humanidad; fue muy importante. A mí me recordaba a las brigadas internacionalistas de la Guerra Civil Española, Nicaragua… Y creo que eso también fue lo que nos protegió, más allá de la violencia que se sufrió, que todos los ojos estén puestos en Gaza y en la flotilla hace que hoy estemos en casa. Esa firmeza de continuar a pesar de los ataques. Y repito: lo que a nosotros nos pasó, ni se comprara con lo que pasa Gaza. Eso es lo que nos daba más fuerza y firmeza para continuar y de estar juntos.
¿Qué pudiste compartir con los compañeros y compañeras de otras partes del mundo, respecto a lo que estaba pasando, a la situación de Gaza, a cómo articular el reclamo a nivel global?
Para mí fue muy importante. Como experiencia militante, como experiencia de vida. Quienes somos militantes, internacionalistas, lo vivimos de forma permanente, pero esto fue encontrarnos con gente que nunca habíamos tenido contacto, que hablamos distintos idiomas, que venimos de distintas historias. Había sindicalistas, periodistas, enfermeros, médicos, compañeras activistas, artistas. Eso es lo que fortaleció la misión y sobre todo el reclamo y le dio potencia. El internacionalismo, sabernos todos levantamos una misma causa logró potenciarlo y ver que en todos los rincones del mundo se esté denunciando el genocidio y levantando la causa palestina, porque la causa del pueblo palestino es hoy la causa de toda la humanidad. Ese fue el sentido de la flotilla.
¿En qué nivel ves que está el reclamo en Argentina?
En los últimos meses se ha multiplicado la participación. Nosotros lo venimos levantando desde hace décadas, pero creo que hubo un cambio grandísimo. Me acuerdo patente el domingo que fue el Día del Padre, que hubo una movilización gigante, había familias enteras. Desde ese día hasta ahora se ha multiplicado el acompañamiento, no solo en la Ciudad de Buenos Aires, sino en lugares inhóspitos del país. Se fue extendiendo y tenemos que ser cada vez más.
Ahora hay un supuesto nuevo “alto al fuego”. ¿Cómo lo interpretan?
No hay que conformarse hasta el alto el fuego que hay ahora, que no sea un nuevo invento. Lo que venga del imperialismo yanqui creo que es un nuevo acuerdo de ocupación colonial que no va a resolver de forma definitiva las necesidades del pueblo palestino. Acá una paz justa es una paz donde haya derecho al retorno, donde la Palestina sea única, del río al mar y no es lo que se está proponiendo. Hay que seguir multiplicando las acciones por eso, y en nuestro país seguir exigiendo: no en nuestro nombre. Tenemos que tomar lo que dicen nuestros compañeros judíos: que este Estado apoye a ese genocidio, a ese criminal de guerra como es Netanyahu, no es en nuestro nombre, cuando sabemos lo que significa un genocidio en nuestra historia. El genocidio de los pueblos originarios, el genocidio de la última dictadura: tenemos que decir no en nuestro nombre y seguir reclamando la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales. Hoy es un momento en el que Israel está aislado internacionalmente, así que hay que presionar.
El gobierno nacional también parece estar en ese mismo aislamiento…
Por eso, hay que seguir denunciando a este gobierno que no solo es cómplice de ese genocidio sino que viene llevando adelante un desastre en materia económica y social y que por eso está recibiendo fuertes golpes. Acá vamos a estar para plantear una alternativa.
¿Cómo se comportó el gobierno nacional con ustedes los detenidos?
Cancillería hizo… el trabajo administrativo para saber que estábamos ahí, y comunicarse con nuestra familia. Nos lo dijeron con claridad: estuvo el cónsul, pero no fue el embajador. Y esa es una decisión política. Hubo una decisión política de no exigir nuestra inmediata libertad y eso fue lo que sucedió. Estuvimos en Jordania con los diplomáticos de Uruguay, que fueron quienes nos buscaron y acompañaron en el proceso de volver a casa.
Llegaste. Y ahora, ¿qué vas a hacer?
Hoy pretendo quedarme un rato en mi casa. Ayer no me despegué de mi hija desde que llegué al aeropuerto… Y después que la logré dormir me fui a Aeroparque a recibir a Cascote, el compañero que llegó de madrugada. Volví, dormí unas horitas, y acá estoy.
¿Qué edad tiene tu hija?
9 años.

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