Nota
Ver para creer: Entrevista a Silvia Federici
Nació en Italia, vive en Nueva York y cabalga por el mundo montada en su libro para conocer experiencias sociales que resisten al capitalismo. En Paraguay presidió el encuentro de economía feminista que debatió cómo crear otras respuestas. Su inspiradora mirada sobre los conflictos que sacuden al mundo hoy. ▶ CLAUDIA ACUÑA
Nadie comenzaría presentando a Carlos Marx o a Michael Focault, ponele, describiendo su silueta, pero todos los retratos de Silvia Federici se detienen primero en su figura menuda y sus ojos vivaces. No es que quieran así alertarnos que las intelectuales tienen cuerpo (y lo ponen para producir teoría), sino una clásica manera de meterse con lo que ese cuerpo femenino representa: un territorio social, sobre el cual todos pueden opinar. Esta técnica de disciplinamiento está tan naturalizada que señalarla es irritante. Primera lección: si algo nos enseñó la enorme Silvia Federici es a romper las pelotas.
Ella comenzó a hacerlo en los años 70 cuando escribió un ensayo para discutir con los dos pesos pesados de la izquierda intelectual: Marx y Focault, precisamente. Su debate se centró en los puntos nodales que construyeron el pensamiento de cada uno, que es lo mismo que decir que los pateó directo a las bolas.
A Focault le cuestionó el concepto mismo de biopolítica. A Marx , “la acumulación originaria”, que es la que explica, nada menos, cómo el capitalismo logró suceder al feudalismo. Es decir, de qué forma se produjo ese proceso, cómo llegó al poder y a partir de qué.
Toda la importancia actual del pensamiento de Federici ya está presente en este ensayo crucial. Y así como leer hoy a Marx resulta nostálgico, cada línea del ensayo de Federici es tremendamente actual y se convierte en lupa y brújula: señala y orienta.
Sin embargo, aquel ensayo original de Federici no produjo ni furor ni polémica. Su garantía de invisibilidad se la dio la etiqueta: era feminista.
En los 80, Federici llegó a una Nigeria que soportaba el azote de esa peste llamada “política de ajuste” y ahí vio exactamente lo que había escrito. Actualizó con esa experiencia su ensayo y el resultado es un libro inspirador: Calibán y la bruja. Traducido al castellano recién en 2010 y disponible en la web libremente, comenzó a fermentar desde los márgenes, por fuera de la academia, alimentando grupos de lecturas, debates y acciones que conspiraron hasta crear una nueva generación de feminismos, paridos por este marco teórico central. Para decirlo rápido y fácil, El Calibán y la bruja es al feminismo moderno lo que El Capital al viejo marxismo.
Ahora mismo Federici está en Asunción del Paraguay, rodeada de varias docenas de académicas latinoamericanas que componen el Grupo de Estudios de Economía Feminista. Organizaron este encuentro para intercambiar investigaciones, miradas, información y estrategias, además de abrazos. Parada en el centro para la foto de cierre, Federici sonríe. Es una sonrisa pícara, divertida, que no parece dirigida a la cámara, sino a la Historia.
Es la imagen que nos enseña algo que ya sabemos: era por abajo.
Biopolítica es el útero
¿Qué escribió Federici que hoy resulta tan claro, tan fundamental y tan inspirador?
Lo primero que hay que decir parece básico, pero ha sido hasta ahora lo que más le han negado: su ensayo es una teoría económica. Explica cómo fue posible que el capitalismo se instale como sistema de poder y a partir de qué mecanismos lo hizo: la acumulación por despojo. El punto en que se separa del concepto marxista es ahora clave: el factor que permitió esa acumulación originaria no fue el trabajo asalariado, sino la tierra. Y así el sujeto a dominar, explotar y convertir en mercancía, deja de ser el obrero y pasa a ser una eterna olvidada por las teorías políticas, desde las más reaccionarias hasta las más revolucionarias: las mujeres.
Federici lo demuestra recordando un genocidio invisibilizado: la llamada “caza de brujas”, llevada a cabo durante los siglos 16 y 17, determinantes para el proceso de ascenso del capitalismo al poder. Las cifras de la masacre: entre 2 y 5 millones de mujeres torturadas y quemadas en la hoguera europea. Un par de ejemplos basta para dimensionar esta monumental cifra: 70.000 mujeres fueron quemadas en la plaza pública alemana y 35.000 en un solo pueblo de Escocia. “La caza de brujas está relacionada con el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que confinó a las mujeres al trabajo reproductivo”, señala Federici.
El porqué de este genocidio: para acabar con el feudalismo, el capitalismo necesitó aumentar el mercado de trabajo, eliminando la agricultura de subsistencia y cualquier otra práctica de supervivencia autónoma. La “caza de brujas” representó el brutal proceso de disciplinamiento social que convirtió a las mujeres en un “bien común” destinado a producir lo que la sociedad requería: futuros obreros.
Así los úteros de las mujeres “se transformaron en territorio político controlado por los hombres y el Estado: la procreación fue directamente puesta al servicio de la acumulación capitalista”.
Así se demonizó cualquier forma de control de la natalidad, se separó la sexualidad de la procreación –masificando la prostitución- y se esclavizó a las mujeres, “socializando” su aporte productivo al nuevo sistema de dominación. Ese trabajo de criar y sostener la vida no fue reconocido como tal. No tuvo nunca dimensión: ni salario, ni cálculo económico.
Así, sin valor ni reconocimiento, producir y reproducir vida fue un factor central para la instalación, consolidación y expansión de un sistema de poder basado en la explotación humana.
Esto es biopolítica, le enseñó Federici a Foucault.

Federici junto a las disertantes del Congreso de Economía Feminista Emancipatoria en Asunción, Paraguay.
Foto: Nacho Yuchark
De qué lado estás
Federici nació en Italia, vive en Nueva York y cabalga por el mundo montada en su libro, que la lleva siempre a las periferias, porque es ahí a donde apunta su brújula. Aprendió, por eso mismo, a hablar en castellano para exponer su pensamiento sin traducciones, pero fundamentalmente para conversar: le interesa recoger experiencias concretas y de ellas habla
cuando expone su teoría. Entrevistarla supone, entonces, sintonizar un noticiero de luchas que no vio por tevé o leyó en los diarios –que por cierto, las ocultan-, sino que conoció a través de personas con las que conversó en esos viajes con los que zurce vínculos.
Para que quede claro: Federici no hace turismo intelectual, sino agricultura social. Siembra y cosecha.
La conversación, entonces, comienza con ella preguntando sobre qué quedó en pie, tras el cambio de gobierno, de política y de caja de reparto social, desde la última vez que visitó Argentina, hace dos años, y recorrió desde la Villa 31 hasta los bordes de la Patagonia. Recién cuando termina de recoger las noticias de las últimas batallas, comparte su mirada sobre el presente, tratándola de sintonizarla con las necesidades de quien la escucha y ahora, la lee.
Como en su libro, borda imágenes, experiencias, análisis y teoría.
Como en su vida, arriesga por dónde buscar horizontes.
Lo primero, entonces, es señalar el punto de partida: “Estamos en un momento en donde no hay lugar para estar en el medio. Se trata de elegir de qué lado estás: de la vida o de la muerte”.
Postales de la actualidad
¿Qué ve Federici? “Veo un proceso muy claro y muy complejo. Veo un sistema que está acumulando brutalmente todas las riquezas del planeta y que impide violentamente que las comunidades tengan acceso a esos recursos, porque no puede haber nada ni nadie que los utilice para otra cosa que no sea producir ganancias. Veo que es cada vez más difí- cil oponerse a este sistema si no hay capacidades diferentes de producción”.
Luego, literalmente, describe lo que ve: “En Costa Rica estuve siete horas para recorrer 100 kilómetros de una carretera, por la cantidad de camiones que la atascaban. Son los que transportan las mercaderías que importan desde China. Tuve mucho tiempo, entonces, para mirar por la ventanilla: durante las siete horas no vi otra cosa que plantaciones de bananas, envueltas todas las plantas con una camiseta azul, que contiene los pesticidas. Eso es el capitalismo actual: un país condenado a producir solo bananas envenenadas y a comprar todo lo demás a los favoritos del sistema, que son poquísimos”.
¿Cómo un país se convierte en esa apocalíptica postal?, nos interroga Federici. “El capitalismo siempre ha tenido fases –de la agricultura al comercio, del comercio a la industrialización, de la industrialización a la globalización- así como ha sido constante su política de despojar y privatizar. Sin embargo, esta etapa de apropiación y control de los recursos naturales tiene nuevos mecanismos. Uno fundamental es arrasar con la cultura y la historia. Arrasar hasta vaciarla. Es eso lo que estamos viendo en Libia, Somalia, Afganistán, Irak, Siria. Ciudades y barrios enteros destruidos, millones de poblaciones desplazadas por la violencia. Lo que queda es, literalmente, un desierto. Un desierto sin historia, sin raíces, sin memoria. Y allí donde nosotras vemos horror y tristeza, las grandes corporaciones ven un lindo espacio para diseñar lo que quieran”.
En esta postal, señala Federici, “el conflicto central es por la tierra”. Un sistema de agricultura sin campesinos y de campesinos sin tierra expulsa poblaciones a periferias urbanas. Un sistema que produce guerras para cultivar desiertos, convierte a millones de personas en mano de obra barata en los centros de explotación europeos. “Lo que veo, entonces, son zonas rurales con monocultivos y sin habitantes, y zonas urbanas superpobladas y militarizadas para controlar así a las poblaciones expulsadas”.
Esa es la imagen del capitalismo actual.
¿Cómo resistir estos horribles destinos?
Federici nos hace ver algunas señales. “He observado que las comunidades más resistentes, aunque sean pequeñas, son las que más memoria colectiva tienen. Y la memoria colectiva no es algo congelado: se enriquece con cada generación. Cuando en la comunidad hay un sentimiento de estar en suelo, calles, tierras de sus ancestros, de los que lucharon por una forma de vida mejor, de los que hicieron tantas cosas por hacer de este mundo otro mundo, eso te conecta con algo mayor a vos misma. Así, el lugar al que perteneces te interpela. Así, se crea un sujeto colectivo, un bien común, que te permite reinterpretar los hechos y tus acciones. Construir esa historia es hoy parte de la construcción social de la resistencia”.
La historia sin fin
“El capitalismo nace de una resistencia al feudalismo. Esto es parecido. Para construir esa resistencia el capitalismo apeló a las pequeñas parcelas de tierra que podían producir una economía de subsistencia por fuera del señor feudal. Así comenzó a tejer su autonomía. Sin tierra, entonces, sin materialidad desde dónde construir formas de vida diferentes, es difícil crear resistencia, porque no hay materialidad desde dónde hacerlo. El proceso de despojo hoy es múltiple, pero comienza por ahí, por el territorio, porque así destruye lo central, que es la posibilidad de sostener otra forma de vida. ¿Cómo hacemos entonces para producir otras formas de vida, autónomas, autosuficientes? Esa es la pregunta central”.
La respuesta es la que intenta bordar ese espacio parido por Federici, que bautizó Economía Feminista y que propuso definir como “la ciencia de la resistencia”. Los textos, videos y exposiciones que compartieron en este encuentro pueden ahora leerse libremente en www.lavaca.org.
Así se está criando una nueva generación que está pariendo teoría a partir de las prácticas de movimientos sociales que sostienen, aquí y allá, otra forma de ver lo que hay y pensar qué hacer, entre todas, con eso.
Por eso sonríe Federici.
Porque está viendo cómo se están construyendo respuestas, que no son fáciles ni todavía contundentes, pero ya fermentan.
Así Federici nos recuerda lo que ya sabemos: la vida siempre es más fuerte.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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