Nota
Cambiemos: Cristina Montserrat Hendrickse, abogada trans
Ganó batallas legales contra corporaciones y a favor de pueblos originarios. Pero dice que ahora ganó la más difícil: “La del monstruo interior”. Se llama Cristina Montserrat, sigue viviendo en familia. Sociedad, derecho, ambiente y política según su mirada trans. ▶ SERGIO CIANCAGLINI
El e-mail del abogado Cristian Hendrickse llegó desde Zapala, Neuquén, tan cordial y formal como siempre.
Lo abrí mecánicamente, contento de retomar contacto con alguien que ha tenido un rol profesional y ciudadano muy potente en varios conflictos ambientales, sociales y jurídicos de la Patagonia. Pero el mail hablaba de otra cosa.
Asunto: Novedades.
“Estimado Sergio. Espero que anden todos bien. Te molesto para informarte que he cambiado de género y ya no me llamo Cristian Hendrickse, sino Cristina Montserrat Hendrickse”.
Lo leí de nuevo, hasta ubicar nuevamente los lentes y la mandíbula en su lugar. El mail narraba algunas cuestiones profesionales, proyectos, y anunciaba un viaje a Buenos Aires. Me resultó difícil pensar pero fácil sentir qué responder: le mandé un abrazo asombrado. Organizamos un encuentro y la realización de esta nota.
La duda: ¿sería un reencuentro con Cristian? ¿O iba a conocer a Cristina Montserrat? ¿O cuánto de cada cosa?
La busqué en las redes sociales, y pude ver a mi recordado doctor Hendrickse en un anticipo de su cambio: en lugar del pelo corto, rulos insólitamente largos, un gesto descontracturado, ojos y labios pintados, cejas depiladas y dos palabras: “Abogada trans”.

Cristina Montserrat Hendrickse, ex Cristian Hendrickse.
Foto: Lina Etchesuri
La minera y la virgen
Llegó a MU Trinchera Boutique con parte de su familia: Liliana Troncoso (Lili, su pareja desde hace 10 años), Erika (su hija, de un matrimonio anterior, 19 años), Ailín (hija de Lili, 11 años) y Abril (hija de ambos, 9). Lili tiene además un hijo de 23 años y una hija de 16, Aylen, que se crió con ellos. “Un clásico de mías, tuyas y nuestras, pero cumplí con eso de creced y multiplicaos”, dice Cris que en complicidad con las mujeres de se cambia la blusa para las fotos.
Durante la producción fotográfica -un concierto de risas- yo intentaba descifrar este presente de Cristina Montserrat retocándose el maquillaje ante el espejo, con mi imagen previa de un señor serio, prolijo, pragmático, amable, profesional, un abogado de esos que no parece prudente tener de adversario. Lo conocí en 2011 en Loncopué (Neuquén), 7.000 almas.
Allí la Asamblea de Vecinos Autoconvocados (AVAL) de la cual participaba la comunidad mapuche Mellao Morales, rechazó un proyecto minero de la canadiense Golden Peaks: Hendrickse era el abogado y miembro de la asamblea que incluyó a la Iglesia, los gremios
locales, productores agropecuarios, amas de casa, docentes, comerciantes, empleados públicos, ex intendentes, políticos y concejales del FpV, la UCR y hasta el Movimiento Popular Neuquino (desobedientes a los mandatos superiores en el patio propio). Con cortes de ruta y acciones judiciales lograron frenar luego a la china Metallurgic Construction Corporation (MCC).
Hendrickse sostenía –y sostiene- un ideario basado en las vertientes pacifistas del anarquismo y la desobediencia civil: Thoreau, Kropotkin, Tolstoi, Gandhi, Luther King. El padre José María D’Orfeo, motor de aquella asamblea, estaba feliz de contar con un abogado con ganas y herramientas profesionales para enfrentar a las mineras. “Este me cayó del cielo”, decía.
La siguiente y estratégica decisión de AVAL consistió en proponer y ganar un referéndum en 2012 en el que el 82% de la ciudadanía rechazó la minería. Era la primera vez que mapuches y wincas (blancos) se unían en el país para defender el territorio.
Hendrickse fue también abogado de la comunidad Huayquillán y de la Asamblea de Vecinos de Caviahue (600 habitantes), que se oponía a la construcción de un proyecto geotérmico de la canadiense Geothermal One en el volcán Copahue, ya acordado con el entonces ministro de Planificación Julio De Vido. “Como con la justicia no avanzábamos, dijimos: busquemos al que pone la plata”, explicó en 2012 el abogado a MU.
Acompañó al lonko Pedro Huayquillán a una reunión con el ingeniero colombiano Alberto Levy, del Banco Interamericano de Desarrollo que financiaría la obra. Informó Cristian sobre los convenios internacionales firmados por Argentina (169 de la OIT), la Constitución Nacional (artículo 75, inciso 17), la Ley 26639 de preservación de glaciares, describió los desastrosos efectos ambientales y le recordó a Levy que el BID había aprobado salvaguardas para la preservación de los pueblos originarios.
El lonko agregó que la comunidad estaba en total desacuerdo con el emprendimiento, que resistirían al mismo, y que el proyecto era de peligrosas consecuencias para el volcán al cual los mapuches consideran un ser vivo. Hendricske aclaró: “Es una creencia cultural que hay que respetar, así como los mapuches respetan al pueblo cristiano que cree en ángeles, o que Jesús nació de una virgen que murió y se fue volando al cielo”.
Levy tomó nota. El BID abandonó la financiación. El proyecto geotérmico murió, y tal vez se fue volando al cielo.
De la nena al subteniente
Cristina Montserrat Hendrickse completa su propia historia. Nació en 1964. Su papá Alberto era hijo de un sudafricano instalado en Cataluña, de donde la familia republicana y antifranquista huyó hacia estas extrañas tierras antes de la Guerra Civil. Alberto creció en Buenos Aires, y se casó con Celia Noriega, argentina, familia gallega. Él trabajaba en Entel, ella en una compañía de seguros. Vivían en Flores. Tuvieron cuatro hijos, Cristian el tercero. “Esperaban la nena y no vino. O sí: vine yo”.
Explicación: “Cuando tenía 4 o 5 años quería ponerme ropa de mi mamá, pintarme las uñas. Ella era de la Acción Católica. Supongo que para protegerme, o por amor, me fue llevando a
hibernar a esa nena. Me decía: ‘Se van a reír de vos. Si salís así te van a pegar, te van a llevar a la cárcel’. Eso era cierto porque estaban los edictos policiales: todas las trans de mi generación fueron presas, abusadas, violadas”.
El padre enfriaba el tema: “Decía ‘dejalo, se confundió la ropa’, pero mamá era inflexible. Así que yo ahogué y olvidé esa identidad. Jugué al fútbol, fui al colegio, y me adapté a lo que espera la sociedad: que una persona con genitales masculinos tenga la identidad de género masculina”.
Lo mandaron a hacer el secundario al Liceo Militar de San Martín, que cursó en una época inolvidable: 1977 a 1981. “A los 12 años yo jugaba con los rasti, me gustaba armar casas, pero entré al Liceo y cambié los ladrillitos de plástico por un fusil FAL y la carabina Máuser para desfilar”.
¿Alguna duda con respecto a su identidad o su sexualidad en aquella época? “Ninguna. Tuve novias, la vida de un adolescente como el resto. Egresé como subteniente de reserva. Ahora hice una presentación para que rectifiquen con mi nueva identidad el decreto por el que me dieron el título. Y como reparación por la demora del Estado en garantizar el reconocimiento de la identidad de género, pido que me lo entregue en acto público el director del Liceo o el presidente Macri”.
Escuela naval y anarquía
Cristian entró a la Escuela Naval de Río Santiago en 1982, plena guerra de Malvinas. Su hermano mayor, Rodolfo, estaba en el Crucero General Belgrano hundido por los británicos. “Me enojé, escribí al Ejército para que me convocaran: quería ir a matar ingleses”. Rodolfo fue de los sobrevivientes, Cristian chocó siempre en la Escuela por sus críticas a la guerra y a la estructura militar, basándose en el Informe Rattenbach por ejemplo. “Me decían ‘roca’ por lo peleador y cabeza dura”.
Decidió estudiar Derecho: “Preparé Teoría del Estado, y no me convencieron ni Santo Tomás ni Rousseau, pero sí la idea anarquista: el Estado nace de los saqueos y sometimiento a las poblaciones, de las guerras. Ha sido autor de las mayores barbaries: el Holocausto, el genocidio armenio, el bombardeo a Nagasaki e Hiroshima. Más que cualquier asesino serial. ¿Qué asesino serial hubiera podido desaparecer y matar a 30.000 personas durante la dictadura argentina?”.
Ejerció la abogacía en Buenos Aires, se separó de su primera pareja y fue al sur en 2002. Participó en el movimiento antiminera de la Comarca Andina y Esquel.
Llevó causas contra la policía de Chubut. “De 32 casos que presenté, se dio por probado que en 28 había violaciones a los derechos humanos. Pero la justicia no avanzó, empecé a recibir amenazas y decidí irme de la Comarca Andina. Conocí a Lili que vivía en Loncopué y me instalé con ella en 2007”. El año en que murió su madre.
La orientación sexual
La muerte de su madre la hizo recordar, y pensar. “Pero desde 2007 estuvimos con todo el tema minero, la pelea contra monstruos de afuera que de algún modo me sirvió de entrenamiento contra el monstruo de adentro”.
Hubo una mudanza de Loncopué a Zapala, zona militar, donde trabajó en un juzgado con permanentes encontronazos, y luego como abogado. Lili era maestra de primaria. En 2014 aquel recuerdo ahogado de la infancia empezó a emerger. “Empecé a comprarme en secreto ropa de mujer, colorida. Lo hacía por Internet, y la escondía. Cuando podía, me la probaba. Y reaparecía el monstruo”.
¿Quién era el monstruo? “Yo misma. El primer transfóbico es uno mismo. El que te dice: ’¿Qué estás haciendo? Vas a perder a tu mujer, a tu familia, tu posibilidad de trabajo’. El monstruo trabaja mucho con la culpa. Unas cinco veces agarré la ropa, los maquillajes, el calzado, y tiraba todo. Decía: basta, se acabó. Y al tiempo pasaba por una vidriera y decía: ‘uy, qué lindo pantalón’ y lo buscaba en Internet para comprarlo. Y empezaba de nuevo. Lo que más miedo me daba era perder a Lili”.
Empezaba a reconocerse como mujer, pero no quería perder a su esposa: no entiendo. Sostiene Cristina: “Una cosa es identidad de género, y otra orientación sexual. Mi identidad era de mujer, pero mi orientación sexual fue siempre masculina. O sea: mi genitalidad es de hombre. Amo a Lili, me atrae, tenemos una vida sexual bastante activa por suerte, y sigo enamorado de ella aunque me compre ropa de mujer o me haga tratamiento hormonal. Lo que pasa es que todavía no se lo había dicho, ni sabía cómo iba a reaccionar”.
Como tiene un departamento en Villa Ortúzar, Buenos Aires, Cristian viajó con cierta frecuencia para poder comprar ropa. “Y para producirme con más libertad que en Zapala. Lili empezó a sospechar si yo no la estaría engañando con otra mujer. Tenía razón: la otra mujer era yo”.
Cristian seguía ocultando a Cristina Montserrat. Pasaron momentos de crisis con Lili, hicieron juntos un viaje en auto Zapala-Cataratas, y Lili le contó que de chica tenía el sueño de casarse. “Le dije: ¿y por qué no cumplimos ese sueño?”. Se casaron en diciembre de 2016. El novio, con el pelo cada vez más largo. “Lo que hice fue decirle a Lili de a poco lo que me pasaba sin hablarlo, sino con gestos”.
¿Ahora qué somos?
La historia según Lili: “Un día me mostró una remera. ‘Es de mujer’, le digo. ‘Pero a mí me gusta, ¿por qué tiene que haber diferencias?’. Y así con pantalones, calzado, se agujereó las orejas, compró pulseras. Me dio angustia: está cambiando, se va a alejar. Me bajaba cosas de Internet sobre diversidad. Como que me iba midiendo. Un día me dijo: ‘Mirá lo que tengo, ropa de mujer, zapatillas, y quiero vestirme así porque así me siento’. Le dije: ‘Y, bueno’. Vinimos a Buenos Aires y se maquilló. Eso me chocó. Después me acostumbré. Un día le dije: ‘¿Ahora qué somos vos y yo?’. Me explicó lo que sentía y yo le dije que para mí es la misma persona. Que lo sigo queriendo. Que cambió el envase pero no el contenido”.
¿Y qué son, Lili?: “No cambió la intimidad de la pareja. Un día me dijeron ‘pero entonces sos lesbiana, porque estás con una mujer’. No sé, que pongan los carteles que quieran. A mí me interesa que soy feliz, y la veo muy feliz a ella”.
Montse, como le dicen Lili y sus hijas, en plan didáctico: “Cisgénero se llama al que se autopercibe con el género que nació. Transgénero es el que se percibe con otro sexo del propio. El transexual se cambia los genitales. En mi caso me pueden decir trans heterosexual si ves la orientación sexual, o trans lesbiana si lo ves desde el género porque me siento mujer y estoy con una mujer. Pero en vez de tantas etiquetas prefiero pensar que somos 7.500 millones de identidades en el planeta, cada una irrepetible. Eso es la diversidad”.

Cristina, su esposa Lili y sus tres hijas.
Foto: Lina Etchesuri
¿Papá o mamá?
Decidieron decírselo a las hijas, pero no hacer público el tema en Zapala. “Habían rapado a una chica por ser lesbiana, teníamos miedo de que se burlaran o las agredieran si se sabía que el papá es trans”, explica Cristina. Tomaron otra decisión: en 2018 la familia se muda a Buenos Aires para que las chicas continúen sus estudios y ella trabaje como abogada. Un modo de asumir su identidad a tiempo completo. “No es que ahora me disfrazo de mujer, sino que estuve 50 años disfrazada de hombre”.
¿Cómo lo tomaron las chicas? Erika: “Me lo contó en un bar, fue increíble. Estudio Sociología y venía de un curso sobre construcción cultural de sexualidades así que estaba en tema. Pero nunca imaginé algo tan cercano como que tu papá te diga que ahora es tu mamá”. Montse recuerda: “Erika me dijo: ‘Parate y dame un abrazo’. Fue muy emocionante”.
Ailín, o Lilín, 11 años: “Antes usaba traje, era muy duro, estructurado, medio enojón, tenía mucho trabajo y nos veíamos poco. Ahora que es mujer la veo más libre, está con nosotras, juega. Inventé una palabra: pama, para mezclar papá y mamá. No extraño como era antes. Lo prefiero ahora. Está más feliz. Y yo también”. Abril, 9 años: “Ya nos había contado que de chiquita se vestía con ropa de su mamá, pero no la dejaban. Yo me daba cuenta de que se arreglaba mucho, cada vez más. Así que nos daba pistas. Yo siento que es mi papá de siempre, o mi mamá, me confundo un poco con eso, pero le digo Montse. Es mujer por afuera pero yo sé quién es”, dice riéndose esta dama que hoy aspira a ser actriz o científica.
Lili: “Yo empecé a verle el lado positivo. Mantuve mi pareja pero gané una amiga. Una persona con la que hablo más, nos divertimos comprando ropa juntas, o jugando con las chicas. Me entiende más, y hablamos todo”. La historia remite a Tootsie, el hombre que debe fingir ser mujer y por eso construye una relación mejor con la mujer que la que podía lograr como varón. “Totalmente identificada”, dice Montse, “porque me siento abierta a otra sensibilidad, a ponerme en el lugar de Lili”.
¿Cómo se produce Cristina Montserrat? “Uso crema para no dañar la piel, después una base líquida, después el labial y un poco de rubor al lado de los pómulos. Sombra y delineador que me paso arriba y no abajo porque me achica los ojos, máscara para pestañas. Y tratamiento hormonal, estrógenos, para estimular el desarrollo de caracteres secundarios femeninos como pechos, caderas y glúteos. Cada 15 días una inyección de hormonas. Las pastillas me caían mal.
Ahora veré si inicio una acción contra la obra social porque tienen que cubrir estos tratamientos y no lo hacen”.
Proyectos: Lili espera conseguir trabajo en Buenos Aires. Montse ya ha cambiado su DNI e incluso su inscripción en el Colegio de Abogados. Su primera batalla será por el cupo laboral trans en la Ciudad, que debería ser de un 5% por ley, aunque no se aplica. “Hay que romper el lugar común de que nuestro único destino es el espectáculo o la prostitución”.
Reconoce la abogada: “Siento que exploto de energía, de alegría, de ganas de hacer cosas y de aprovechar este privilegio que me dio la vida. La pelea ambiental me enseñó que los logros son colectivos, horizontales, y que uno además de ver lo que odia, puede ver lo que ama. Y yo amo la diversidad. Creo en Dios como la suma de la diversidad”. Otro aprendizaje: “Vivimos en un sistema que quiere modelar el cuerpo del mundo: dinamito la montaña, pudro el agua y el suelo. Una lucha por la identidad implica no dejar que el poder modele tu geografia, tu cuerpo ni tu cabeza”.
Sobre los actuales conflictos patagónicos: “Defender la Constitución es revolucionario. La Constitución reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas, la posesión de las tierras que ocupan. Sería más barato y sin muertes comprarle algunas tierras a Benetton para darles a los mapuches, antes que mantener militarizadas provincias como Chubut, Neuquén y Río Negro”.
Empezó a interesarse en los conflictos ambientales como hijo de catalán, escuchando a Joan Manuel Serrat en el tema Padre: “Padre, que están matando la tierra. Padre, deja ya de llorar, que nos han declarado la guerra”.
Montse: “Eso de dejar de llorar me parece un llamado a la acción. Tendría que escucharlo la izquierda. Estamos en una situación muy complicada por este gobierno, y el anterior, y el anterior. Para los trabajadores, para los pueblos originarios, para los LGTB, para los más vulnerables. Pero hay que dejar de llorar y de hacerse las víctimas. No hay que ser mártir. Hay que ganar. Defender la vida. Buscar acciones pacíficas e inteligentes que tiendan a lograr resultados positivos para la gente, sin comernos al otro, para no convertirnos en caníbales de caníbales”.
Y cree que ganar consiste en lograr uno los más transformadores proyectos políticos, económicos y culturales de la actualidad, que postula mirando al mundo través de sus rulos: “Que nos dejen vivir en paz”.
Nota
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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