Nota
Vida moderna: Papá en el corralito
La composición escolar tenía un objetivo concreto: que los chicos escribieran al ritmo de su imaginación, impulsados por una combinación disparatada de palabras. La maestra lo explicó así en la reunión de padres: con la realidad encerrada en un corralito, la escuela debe -más que nunca- convertirse en un espacio donde todo es posible. Con este objetivo secreto, había entregado a cada uno de sus alumnos de quinto grado una tarjeta que combinaba sustantivos y adjetivos inesperados. En la reunión de padres leyó, como ejemplo de lo que obtuvo, una de esas composiciones.
Las palabras elegidas: armadura voladora.
La historia: un tal Tobías tenía en el sótano de su casa una armadura que podía volar. Pero él no lo sabía. Le avisó el fumigador, que había bajado al sótano para matar unas ratas. Muy contento con la noticia, Tobías enseguida decidió hacer algo: venderla. «Así ganó plata y pudo pagar todas las deudas, gracias a su armadura voladora».
La maestra cuenta que entonces se le ocurrió preguntarle en quién estaba pensando cuando escribió su relato. Sonriente, el alumno le contestó:
-En mi papá.
El papá, presente en la reunión, alcanzó a balbucear:
-¡Pero cómo sabe que tengo deudas si yo nunca le dije nada!
Fue a otro padre al que se le ocurrió contestarle con un chiste:
-Le habrá avisado el fumigador.
Hugo Villagrán, un arquitecto tucumano padre de tres hijos, no se enteró a través del fumigador, pero sí del colegio que su hijo de ocho años estaba preocupado por la falta de trabajo. En la prueba de Ciencias Sociales le habían hecho una pregunta concreta: ¿qué le daría felicidad a este país?. Su respuesta: que todas las personas tengan trabajo. «No es una preocupación que debería tener un chico de ocho años y, sin embargo, está compartiendo con los adultos ese peso. Y se hace cargo. Después me di cuenta cómo: todos los días me traía el vuelto de las monedas que yo le daba para que se comprara algo en el recreo. Me sorprendió porque, con mi mujer, tratamos de hablar de nuestras resignaciones en privado, para no contaminar a los chicos. Pensábamos que controlábamos al menos eso, que no le transmitíamos nuestras preocupaciones económicas y, de pronto, con esa respuesta nos dimos cuenta que captaron todo. Y entendí porque, el otro día, mi hijo de diez años me pidió que no comprara una gaseosa, porque había sobrado un poquito del mediodía y con eso se arreglaban. Es como si ellos sintieran que ahorrar es una forma de ayudarme a mí».
Hugo es arquitecto. Fue Director de Obras y Servicios Públicos de un municipio, trabajó luego en relación de dependencia y, por último, se quedó sin ingresos fijos, cotizando presupuestos que nunca se concretaban. En los últimos tiempos consiguió un trabajo temporario como supervisor de encuestas. Su mujer, Lucía, es empleada del Departamento de Recursos Humanos de la empresa Scania, que en los últimos meses decidió discontinuar la jornada laboral. Así, con cada vez más tiempo libre y menos plata, los dos se refugiaron en sus hijos. «Estamos más encima de ellos -explica Hugo- De alguna manera, compensamos las carencias materiales enriqueciéndolos afectivamente. Yo, por ejemplo, soy el que los llevo y los voy a buscar al colegio. Disfruto ese tiempo que estoy con ellos y, también, de transformar cada limitación en alguna ventaja. Por ejemplo, ahora se nos fundió la camioneta y tenemos que viajar en colectivo. Entonces, aprovecho para enseñarles a viajar, porque ya están cerca de la edad en que van a querer moverse solos».
Del padre ausente tras una larga jornada laboral al padre presente que acompaña a los hijos en la rutina cotidiana hay una diferencia: nuevas ausencias. No es únicamente el tiempo en blanco que deja la falta de trabajo, sino también el vacío que deja el fin del modelo que compensaba el esfuerzo puesto en lo económico con la recompensa del progreso familiar. El sociólogo Artemio López, responsable de la consultora Equis, lo explica así:. «Hoy, los padres sabemos que nuestros hijos van a vivir una realidad social y económica peor que la nuestra. A diferencia del resto de Latinoamérica, donde lo mejor está por venir, aquí hay una clase media empobrecida, refugiada en su hogar, con sus ahorros confiscados, lo cual significa que le quitaron la estrategia que habían armado para enfrentar la crisis, el último salvavidas. Por eso y por primera vez en la historia, la utopía argentina quedó atrás. Ya fue». Esa utopía fue definida por la escritora Beatriz Sarlo de la siguiente manera:«ser argentino designaba tres cualidades vinculadas con derechos, capacidades y posibilidades: ser alfabetizado, ser ciudadano y tener trabajo. Eso formaba lo que podemos llamar una identidad nacional. Ningún argentino menor a treinta años tiene hoy esos derechos garantizados».
No es difícil entonces imaginar a qué han echado mano en medio de la tormenta aquellos que cargan con la responsabilidad de conducir el timón familiar. Los padres de la crisis, impotentes como están ante la situación económica, se dedican a transmitir aquello que no tiene precio: los valores. Hugo, el arquitecto tucumano, lo intenta cuando «trato de inculcarles que si bien tenemos que resignar pequeñas cosas -alguna salida, algún regalo- podemos compartir más tiempo juntos, andado en bicicleta por el Parque Guillermina Guzmán, haciendo un pic-nic. Pero también trato de inculcarles que no por eso hay que resignar derechos. Que sean dignos. Y ser dignos es ganarse la plata trabajando, aunque sea poca; y sin atajos como lo son la viveza o la corrupción».
La primera consecuencia inesperada de la crisis, entonces, es este cambio en el modelo paternal. «Del padre sponsor al padre compinche», señala el psicoanalista Juan Carlos Volnovich. «El padre sponsor sería aquel que invertía en su hijo como una manera de convertirlo en competitivo para el cada vez más exigente mercado laboral. Pagaba inglés, pagaba computación, pagaba colegios caros, talleres, cursos, psicólogos, deportes. Pagaba y pagaba, a costa de tener que trabajar cada vez más y, por lo tanto, tener menos tiempo para compartir con la familia, porque esa inversión en educación le parecía un seguro contra la desocupación futura de su hijo. Este modelo se convirtió en una carga muy grande para todos: para el padre, pero también para el hijo. El primer cambio, en este sentido, llegó de la mano de la tecnología. Frente a una computadora, un chico tiene más poder que un adulto. Sabe más. Recuerdo una publicidad en donde el padre le rogaba al chico: Matías, vení; dale, vení; rápido que no puedo. Y el chico le contestaba: esperá, te dije que estoy haciendo la tarea. Y lo que necesitaba el padre era que el chico le prendiese la computadora. Esa relación de dependencia invertida, lejos de crear distancias, funciona como un puente, acerca, genera complicidades. Hay un pequeño ida y vuelta. El hijo recibe protección, cuidado, seguridad y devuelve algo de todo eso con aquello que él solo puede dar a su padre. La crisis acentuó este proceso, que ya estaba abierto o insinuado. Y en este camino, ganaron mucho más los padres que las madres. De alguna manera los hijos siguen reclamando y sosteniendo al padre como un modelo a imitar. Golpeado como está por la crisis económica, ellos lo sostienen. Sostienen su narcisismo, su vanidad, instalándolos en un lugar de ídolos. Hacen el esfuerzo de construir una tarima, subir allí al papá y compensar con ello aquello que no van a encontrar en ningún otro lugar».
El diagnóstico puede parecer exagerado. Sin embargo, la imagen de un niño haciendo upa a su papá no es más que la consecuencia natural de una situación que ha puesto todo patas para arriba. Juan Carlos Chávez tiene cinco hijos (Juan Gabriel, de 21; Carlos Augusto, de 20; Federico, de 12 y Emiliano y Andrea, los mellizos, de 7) y en cada uno de ellos reconoce encontrar aquello que pierde en cada jornada laboral: energía, fuerza, ayuda, tolerancia, apoyo, comprensión. «Estoy catorce horas fuera de casa y con verlos una hora diaria me alcanza para recargar pilas para el día siguiente». La terapia incluye un show personalizado (los mellizos cuentan que ayer le interpretaron Caperucita Roja), el postre de alguna charla con los dos mayores en donde los hijos preguntan, escuchan, alientan y hasta aconsejan (hace poco tiempo él planteó que quizá deberían irse del país; lo dejaron hablar, desahogarse, hasta que finalmente el mayor le dijo: «vos ya perdiste muchas cosas, no creo que además debas perder tus raíces») y el regalo de una buena nota que Federico le entrega como un remedio para espantar malhumores.
En pocos días más Juan Carlos estará desocupado. Es empleado en una distribuidora de productos alimenticios que está por cerrar. Ya sabe, entonces, que tendrá que inventarse otra manera de ganarse el pan y en su casa encontró la solución y la receta. «Tenemos un proyecto familiar para salir de esta: una distribuidora de quesos y fiambres. Como los inmigrantes de principios de siglo, planeamos una estructura muy ajustada y una organización del trabajo basada en la familia. Los chicos mayores -que no saben todavía manejar un auto- van a aprender, sacar el registro y dedicarse al reparto y la atención de los clientes. Mi mujer, en el tiempo que le queda libre porque los chicos están en el escuela, atenderá el negocio. Federico, el de doce, se ofreció a llevar y traer a los mellizos del colegio. Y, yo por supuesto, haré todo lo que haga falta. Sé que es un momento complicado, pero también que mi familiar es el único pilar que tengo y pienso apoyarme en eso. Si se afloja esa base se desmorona todo. Pero si se la tiene firme, creo que nada es imposible. Esto tiene que mejorar. No se puede estar tan mal tanto tiempo. Y mientras dure el temblor, es mejor estar con mi familia, aguantándolo.»
La especialista en estudios de consumo, mercado y tendencias, Vida Lutzelschwab realizó una investigación que confirma esta sensación: la familia se ha transformado en el único territorio no hostil. «Su vida es su casa» sintetiza la especialista. «La familia aparece como una fuente de alegría y felicidad, cada vez más aglutinada y menos dispersa frente a un mundo que se diversifica y multiplica en dificultades. No solo es contenedora, sino que sostiene la esperanza del cambio. Es vivida como el único lugar donde puede formarse algo nuevo. Los lazos familiares son cada vez más sólidos porque están unidos por varios ejes comunes: tienen los mismos intereses y proyectos, tienen idénticos padecimientos y todos comparten las tareas que tienen en común. En esta simetría, se produce una necesidad de diferenciar del todo, algo. Y como el contenido es lo igualitario, lo que lo distinguen entonces son las formas: hombres y mujeres ya no son lo mismo. Los roles se reparten. El hombre debe ser varonil y la mujer, femenina. No indica esto debilidad o fortaleza, pero sí reparto concreto en algunas tareas. Mientras el padre transmite, por ejemplo, los valores; la madre se encarga de hacer rendir el peso y la comida. Este padre no es ya el patriarca dominador. Se ha enriquecido con todos los cambios que se impusieron en la familia en los últimos años. Es un padre valorizador, que sabe valorar el esfuerzo de la mujer y los hijos, que agradece y acompaña, capaz de permitirse demostrar cariño. Es un padre que forma, instruye». Vida distingue en esta palabra todos los cambios que resumen los últimos y agitados tiempos. «»Formar significó, prioritariamente y en algún momento, estimular la inteligencia, la capacitación, la especialización. Significaba educar para el éxito. Formar también significó estimular la rapidez, la capacidad de dar respuesta. Hoy formar tiene la connotación de ofrecer seguridad, afecto, valores. Es creer en la educación como forma de alcanzar felicidad y, en este sentido, el éxito ya no es un objetivo en sí y por eso ya no significa una exigencia tan grande ni para el padre ni para el hijo, sino un compromiso».
Alejandro Ramírez es profesor de matemática y conoce de memoria el significado de estas palabras. Exigencia y resultados han sido, desde siempre, parte de las fórmulas con que se han dado latigazos a varias generaciones de estudiantes secundarios. No es el estilo de Alejandro, preocupado desde siempre por impartir otro tipo de razonamientos en los alumnos que desfilan ante él, en tres turnos diferentes, desde las 7.30 hasta las 21 horas y desde hace varios años. Padre de María Clara, de 14 y Juan Martín, de 12, cuenta que cuando al fin de la jornada llega a su casa está «desesperado de hambre y compañía, aunque reconozco que la crisis me cansa más que el trabajo». La cena familiar, entonces, se convierte para él en una ceremonia sagrada. «Hablamos de todo y eso me estimula. Cuando estoy muy cargado, trato de darme una ducha antes de cenar, como para estar solo diez minutos y no intoxicarlos a ellos con mis problemas. Sin embargo, son los días en que mis hijos vienen con sus cuadernos, sus logros. Me doy cuenta que lo hacen para cambiarme el ánimo. Y la verdad es que funciona».
Para Alejandro, dos más dos es cuatro. Por eso saca así sus propias cuentas: «Yo renuncio sin problemas a comprarme ropa, a comer todos los mediodías por 5 pesos, a no tomar ni en broma un taxi. Pero el límite del ajuste son ellos. Podemos recortar otras cosas, pero no su educación. Lo hacemos por el futuro de nuestros hijos, pero también lo hago por mi presente. Ese es nuestro límite.» Ahora mismo se ha impuesto un desafío. «Mi hija va a cumplir quince años y vamos a hacer la fiesta aunque el indio no quiera (Alejandro no explicita quien es el indio en cuestión, pero cada quien puede darle la identidad que prefiera). La haremos austera, pero lo haremos. Es ya una cuestión personal, una batalla en la que peleo por imponer un límite: hasta dónde nos van a sacar. Para mi es importante porque para mi hija lo es y siento que si no hacemos esa fiesta sería casi una derrota, algo demasiado frustrante.» Su hijo, Juan Martín, lo embarcó en otra batalla. «El solito vino un día y me planteó que quiere dar el ingreso al Nacional Buenos Aires. Sé que es difícil, pero él quiere hacerlo y vamos a acompañarlo todos en esa tarea. Dijimos: adelante. Nadie puede quitarle a mi hijo el derecho de intentarlo».
Todos los fines de semana, Alejandro va de aquí para allá, en colectivo o caminando, acompañando al varón a un partido de fútbol, a la nena a un partido de tenis; a cada uno a un baile o un cumpleaños. » Me da placer acompañarlos de un lado a otro. No lo tomo como un trabajo extra, sino como una forma de compartir nuestro tiempo libre. Es cierto que cuando juegan un partido, me pongo nervioso porque me gustaría que les vaya bien. Pero por lo menos me pongo nervioso por algo distinto a lo que me consume el resto de la semana. Estar ahí, al costado de una cancha, al sol, al aire libre, después de estar toda la semana encerrado, es algo que no tiene que ver con el dinero, no cuesta nada y, sin embargo, para mi es toda una terapia.»
Ramiro Ferlatti tiene 31 años, dos hijos (Santiago de 4 y Sofía de uno y medio) y una profesión tremenda: es neurocirujano oncológico. Es lógico, entonces, que diga que todos los días «trato de llegar a casa sacándome antes de encima los problemas del trabajo, aunque ellos son los que finalmente licúan mi mala onda. Me pongo a leer un cuento, a jugar, a armar un rompecabezas y me olvido del mundo. El efecto es balsámico. Los miro y me digo: cómo te vas a hacer problemas si tenés estas dos preciosuras al lado».
Diciembre, enero y febrero fueron para él el momento en el que puso a prueba su paciencia, su sistema nervioso y sus finanzas. «Teníamos un crédito hipotecario y estaba en ascuas. Tenía que pasarme tres o cuatro horas en el banco con la intención de cancelar la deuda y encima, no me dejaban. Sin embargo, traté de no hacerme mala sangre. En mi trabajo veo cosas tan desgraciadas, de esas que no se arreglan ni con plata ni con nada, que con tener lo chicos sanos me parecía que ya no tenía derecho a preocuparme». Para Ramiro, la principal preocupación tiene que ver con otras cosas que pusieron al descubierto estos cambios. «Cuando comencé a estudiar sabía que formándome me garantizaba la posibilidad de tener trabajo. Hoy estudiar no es garantía de nada. Podés tener formación universitaria, ser bilingüe, tener experiencia y estar desocupado. Tengo un montón de amigos en esas condiciones y andan por la vida saltando de aquí para allá por un bizcocho. Sé que mis hijos todavía no captan esas angustias porque son chicos, pero no sé por cuánto tiempo lograremos mantenerlos al margen. Los otros días vino Santiago, me puso la mano en el hombro y me dijo: ¿qué te pasa papá?. Parecía una persona grande, con una voz aguda y el cuerpo de un enanito. Me dio tanta gracia, tanta ternura, que me olvidé de lo que me pasaba».
Así lo siente también el mendocino Rodrigo Sepúlveda, padre de Tomás de 2 años y ocho meses y de Manuel, de 11 meses. «A veces pienso que por lo menos es una suerte que sean tan chicos, porque no tengo que explicarles tantas cosas. Pero me doy cuenta que igual perciben nuestra angustia, aunque no la entiendan. Se dan cuenta que a veces estoy esquivo y entonces me reclaman atención con más insistencia y hasta con más gracia. A veces me siento a mirarlos mientras duermen y me pregunto si este país les dará una oportunidad, un futuro. Ese es hoy mi verdadero corralito. Y ellos son los únicos que pueden, con una sonrisa, darme las fuerzas para saltarlo».
CABA
Super Mamá: ¿Quién cuida a las que cuidan?

¿Cómo ser una Super Mamá? La protagonista de esta historia es una flamante madre, una actriz a la que en algún momento le gustaría retomar su carrera y para ello necesita cómplices que le permitan disfrutar los diferentes roles que, como una mamushka, habitan su deseo. ¿Le será posible poner en marcha una vida más allá de la maternidad? ¿Qué necesitan las madres? ¿Qué necesita ella?
Por María del Carmen Varela
Como meterse al mar de noche es una obra teatral —con dirección y dramaturgia de Sol Bonelli— vital, testimonial, genuina. Un recital performático de la mano de la actriz Victoria Cestau y música en vivo a cargo de Florencia Albarracín. La expresividad gestual de Victoria y la ductilidad musical de Florencia las consolidan en un dúo que funciona y se complementa muy bien en escena. Con frescura, ternura, desesperación y humor, abordan los diferentes estadíos que conforman el antes y después de dar a luz y las responsabilidades en cuanto al universo de los cuidados. ¿Quién cuida a las que cuidan?
La escritura de la obra comenzó en 2021 saliendo de la pandemia y para fines de 2022 estaba lista. Sol incluyó en la última escena cuestiones inspiradas en el proyecto de ley de Cuidados que había sido presentada en el Congreso en mayo de 2022. “Recuerdo pensar, ingenua yo, que la obra marcaría algo que en un futuro cercano estaría en camino de saldarse”. Una vez terminado el texto, comenzaron a hacer lecturas con Victoria y a inicios de 2023 se sumó Florencia en la residencia del Cultural San Martín y ahí fueron armando la puesta en escena. Suspendieron ensayos por atender otras obligaciones y retomaron en 2024 en la residencia de El Sábato Espacio Cultural.
Se escuchan carcajadas durante gran parte de la obra. Los momentos descriptos en escena provocan la identificación del público y no importa si pariste o no, igual resuenan. Victoria hace preguntas y obtiene respuestas. Apunta Sol: “En las funciones, con el público pasan varias cosas: risas es lo que más escucho, pero también un silencio de atención sobre todo al principio. Y luego se sueltan y hay confesiones. ¿Qué quieren quienes cuidan? ¡Tiempo solas, apoyo, guita, comprensión, corresponsabilidad, escucha, mimos, silencio, leyes que apoyen la crianza compartida y también goce! ¡Coger! Gritaron la otra vez”.
¿Existe la Super Mamá? ¿Cómo es o, mejor dicho, cómo debería ser? El sentimiento de culpa se infiltra y gana terreno. “Quise tomar ese ejemplo de la culpa. Explicitar que la Super Mamá no existe, es explotación pura y dura. No idealicé nada. Por más que sea momento lindo, hay soledad y desconcierto incluso rodeada de médicos a la hora de parir. Hay mucho maltrato, violencia obstétrica de muchas formas, a veces la desidia”.
Durante 2018 y 2019 Sol dio talleres de escritura y puerperio y una de las consignas era hacer un Manifiesto maternal. “De esa consigna nació la idea y también de leer el proyecto de ley”. Su intención fue poner el foco en la soledad que atraviesan muchas mujeres. “Tal vez es desde la urbanidad mi mayor crítica. Se va desde lo particular para hablar de lo colectivo, pero con respecto a los compañeros, progenitores, padres, la situación es bastante parecida atravesando todas las clases sociales. Por varios motivos que tiene que ver con qué se espera de los varones padres, ellos se van a trabajar pero también van al fútbol, al hobby, con los amigos y no se responsabilizan de la misma manera”.
En una escena que desata las risas, Victoria se convierte en la Mami DT y desde el punto de vista del lenguaje futbolero, tan bien conocido por los papis, explica los tips a tener en cuenta cuando un varón se enfrenta al cuidad de un bebé. “No se trata de señalarlos como los malos sino que muestro en la escena todo ese trabajo de explicar que hacer con un bebé que es un trabajo en sí mismo. La obra habla de lo personal para llegar a lo político y social”.
Sol es madre y al inicio de la obra podemos escuchar un audio que le envió uno de sus hijos en el que aclara que le presta su pelota para que forme parte de la puesta. ¿Cómo acercarse a la responsabilidad colectiva de criar niñeces? “Nunca estamos realmente solas, es cuestión de mirar al costado y ver que hay otras en la misma, darnos esa mirada y vernos nos saca de la soledad. El público nos da devoluciones hermosas. De reflexión y de cómo esta obra ayuda a no sentirse solas, a pensar y a cuidar a esas que nos cuidan y que tan naturalizado tenemos ese esfuerzo”.
NUN Teatro Bar. Juan Ramirez de Velazco 419, CABA
Miércoles 30 de julio, 21 hs
Próximas funciones: los viernes de octubre


CABA
Sacate la careta y ponete el antifaz: una caravana para defender al teatro con color y calor

“Vestite de gala y salí a la calle. Sacate la careta, ponete el antifaz”. Con esa consigna trabajadorxs de las artes escénicas salieron a exigir la derogación del decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro y pone en serio riesgo al sector teatral independiente. Hubo color y calor, pese a los tiempos oscuros y fríos. El apoyo de la gente en la calle, el fondo del planteo, y la inesperada reacción de Pluto.
Por María del Carmen Varela. Fotos: Sebastián Smok

El público en la calle, sumándose al reclamo en favor del Instituto Nacional del Teatro.
La cita fue en la puerta del cine Cacodelphia, en Diagonal Roque Saenz Peña 1150, desde donde partió la colorida y ruidosa caravana que dobló por 9 de Julio y continuó por Av. Corrientes, hasta llegar a Rodriguez Peña. A las dos de la tarde el tramo de la Diagonal entre Lavalle y Corrientes fue punto de encuentro para actores, actrices, músicxs, bailarinxs, cirquerxs y zanquistas que engalanadxs con trajes de colores, vestidos de puntillas, tapados simil piel y elegantes sombreros le pusieron alegría y movimiento a una lucha que viene desde hace tiempo y se agudizó con el decreto que pone fin a a la autonomía y financiamiento del INT, entre otros organismos afectados. Una de las consignas: “Vestite de gala y salí a la calle. Sacate la careta, ponete el antifaz”.

¿Quién dijo que hace frío?
Al grito de “Señor, señora no sea indiferente, estamos defendiendo el teatro independiente” la caravana de la cultura logró su objetivo. Irrumpieron sobre el carril peatonal de una Avenida Corrientes poblada de gente en plenas vacaciones de invierno y nadie quedó indiferente. Aplausos, bocinazos, brazos en alto y muchas gargantas se unieron al canto. El reparto de volantes con el logo de ENTRÁ –Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa– puso palabras al reclamo:

¿Te imaginás la calle Corrientes sin teatros?
Las luces apagadas, las pizzerías vacías
Los artistas callejeros sin público
¡Esta peatonal es orgullo nacional!
Y eso es gracias a nuestro teatro
Hoy, nuestro teatro llena la calle de música y color
en este desfile en defensa del Instituto Nacional del Teatro
que para quienes se pregunten ¿qué es y de qué sirve?
Para fomentar y garantizar que el teatro llegue a todo el país
Hace dos meses, el gobierno firmó el decreto 345 que vacía al Instituto
con argumentos falsos sobre su funcionamiento y financiación
¡Al INT, que con los impuestos que pagan los medios de comunicación y los juegos de azar,
produce obras, abre salas, genera trabajo y construye cultura e identidad federal!
¡El Instituto no solo implica poco gasto, sino que genera tanto valor!
¡Defendámoslo!

Las familias y el apoyo a la creación, al arte y al significado del teatro.
El teatro que habla y Pluto en marcha
Nora es una de las mujeres que no resultó indiferente. Mientras paseaba por Corrientes se topó con la caravana y se sumó con canto y aplauso. “Me resulta muy conmovedor porque están defendiendo lo más precioso que tenemos, nuestra posibilidad de seguir creando. Esta puesta en escena me emociona, es poner en escena el deseo”.
¿Vas al teatro? “Todo lo que puedo, cuando puedo pagarlo”.

Los besos vuelan.
Las niñeces se sintieron muy atraídas por la caravana y no dudaban en acercarse a saltar y aplaudir. Frente al Teatro General San Martín, hicieron una parada y allí el Teatro habló:
- Ay, ay, ay, me duele todo
- Teatro, ¿qué pasa?
- ¡Me dieron una piña en la cara! Y en la panza y en las piernas. ¡Me tiembla todo!
- ¿Por qué?
- ¡Quieren desmembrarme!
- ¿Quién?

- El teatro explicándo por megáfono la situación.
- El decreto 345 quiere vaciar mi instituto
- ¿Al instituto que produce obras y abre salas en todo el país? ¿Al instituto que genera trabajo y construye cultura e identidad?
- Sí. (El Teatro llora y casi se desvanece)
- ¡Cuidado el teatro se desmaya!

- Al teatro le da un soponcio.
- Yo les juro, no hice nada, el instituto recauda los impuestos que pagan los medios de comunicación y los juegos de azar, pero parece que no sirvo para nada
- ¿Qué serían las noches sin tus risas y tus lágrimas? ¿Sin tu forma de imaginar? ¿Sin que nos animes a encontrarnos?
- ¿Alguien vio un teatro? (Señalan a los distintos teatros de calle Corrientes y gritan: ahí, ahí)
- ¡Quiero vivir! (grita el Teatro).
- Si, acá estamos y nos organizamos– replican todas la voces.

Pluto junto a las familias en la calle, observando y aplaudiendo.
La escena de un Teatro golpeado pero en resistencia, revitalizado por la suma de voluntades que lo quieren vivo, se repitió en la puerta del Teatro Astral, donde mucha gente salía de una función infantil. Una vez más, muchxs se acercaron y acompañaron. Pluto, o la persona con el disfraz del famoso perro creado por Walt Disney, saludaba niñxs a su paso aprovechando la alta concurrencia del Astral.
Una vez finalizada la performance del Teatro que quiere seguir contando historias, la caravana emprendió el regreso hacia el lado del Obelisco. Y hasta Pluto decidió abandonar el teatro comercial y se sumó a la fiesta del teatro independiente, mientras otra mujer con su familia se hacía oír con cuatro palabras: “¡Que viva el teatro!”

CABA
Más allá de tu vereda: un documental sobre personas en situación de calle en CABA

Más allá de tu vereda.
Así, a secas, es el nombre del documental que acaba de estrenarse.
No es un documental más. Así se llama el programa de radio de y para personas que viven o vivieron en la calle, que se realiza semanalmente en la organización Sopa de Letras. Esta cobija y aborda la problemática así como la salud mental, desde hace más de 10 años en el barrio porteño de Parque Patricios.
El documental explicita la importancia de la radio, el valor de la comunicación, la potencia de lo colectivo, la necesidad de comunicarse, y que alguien escuche del otro lado, o mejor aún: al lado. Y también refleja la historia de Víctor Rodríguez Lizama, su director, que tiene 64 años y vivió varios en situación de calle.
El Cuervo, como le dicen a Víctor por su fanatismo por San Lorenzo, visibiliza en primera persona junto a otrxs protagonistas lo que se ve a diario, pero no tanto. Lo que se sabe, pero no tanto.
En Más allá de tu vereda, Víctor entrevista a muchos de los integrantes del programa que se emite en Radio Parque Vida (105.9) desde hace más de tres años.
Marcela dice que antes sólo escuchaba. Y que ahora se animó a decir.
Luciana dice que perdió un poco la timidez. Y que, quizá, eso la ayudó a crear la sección “la música que nos hizo”.
Cata dice que encontró un espacio para hacer arte. Para animarse a leer sus poesías.
Alicia dice que antes hablaba “poquito”. Y que ahora “habla un poquito más”.
Lautaro habla cuando llora, emocionado. Dice que no tenía experiencia. Y que ahora se sorprende de sí mismo.
Juan Bautista dice que es el encargado de informar las noticias. Y que ahora sí, alguien escucha su punto de vista.
Cristian dice que está más atento a su alrededor. Tanto, que ahora se anima a opinar.
Víctor dice que hasta no hace mucho, había personas que no agarraban el micrófono. Y que ahora no lo quieren soltar.



Termina el documental, con una última imagen; pantalla en blanco y una sola línea en letras negras.
«A todos los que estuvieron en situación de calle y ya no están».
Hay aplausos, hay felicidad, hay valoración.
Hay orgullo.
Luego, se abre el micrófono para que quien quiera diga lo que quiera.
Jorgelina: “Hagamos más radios”.
Adrián: “Podría estar en cualquier otro lado, haciendo cualquier otra cosa en este momento y gracias a ustedes estoy acá, me ayudaron un montón desde lo emocional”.
Cierra Víctor Rodríguez Lizama, con la remera puesta de su San Lorenzo querido y su pelo repleto de canas:
“La finalidad de este documental es mostrar cómo a través de la salud mental podemos llegar a la gente invisibilizada, que está ignorada. Ojalá que se reproduzca en otros lugares, que sirva de herramienta para salir adelante. Hoy hay mucha más gente viviendo en situación de calle. Además de haber vivido mucho tiempo, participé de los censos populares. Recientemente censamos en la comuna 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Monserrat y Constitución) y sólo acá contamos 1480 personas, por donde vos camines están. En la olla popular que hacemos en el Parque Lezama se ve algo similar al 2001. Más personas en calle y más hambre”.
Detrás del Cuervo hay un pizarrón donde se completa al nombre de su documental:
“Más allá de tu vereda,
hay otra realidad,
atrás de tu puerta”.
Al costado, un mural con un puñado de palabras escritas en letra cursiva:
“Hasta que no quede ni una sola persona en situación de calle,
allí seguiremos estando”.
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