CABA
En busca del último Walsh
Facundo Barrio reconstruye en esta investigación el destino del último cuento de Rodolfo Walsh: Juan se iba por el río. Un relato que, como el escritor, desapareció en la ESMA. Quién era el personaje de Juan y qué contaba su historia. Por qué representaba una alegoría de esos tiempos.
Ésta debería ser la historia de un cuento póstumo, pero es la historia de un robo ensañado. De una desaparición tan triste como la de Rodolfo Walsh: la de Juan se iba por el río, su última obra de ficción, escrita durante sus últimos y clandestinos meses de vida y apropiada por los represores de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) un día después de su secuestro, en 1977. Es la historia de la caída de Walsh, de su desaparición, del saqueo de su casa y del secuestro de su obra inédita. Del archivo que los militares armaron en la ESMA y de los militantes sobrevivientes que recuerdan haber visto allí los papeles perdidos del escritor. Es, también, la historia del paisano Juan Antonio Duda, protagonista del cuento, de cuya existencia sabemos gracias a la memoria de las únicas dos personas en el mundo que pudieron leer el relato. De la batalla judicial por recuperar los textos secuestrados. De la certeza testimonial de que sobrevivieron al desmontaje de la ESMA. Y de una incertidumbre que vertebra todo lo demás: ¿Los represores conservan todavía hoy los papeles inéditos de Walsh?
La última vez
¿Qué casualidad, no? Al último cuento le puso Juan se iba por el río, y después lo secuestraron a media cuadra de San Juan y Entre Ríos. Patricia Walsh dice que esa ironía le hubiera causado gracia a su papá, que tenía un particular sentido del humor negro. Pero no le parece factible que Walsh se haya burlado de su propio destino en el título de su obra final. Patricia cree, en serio, que fue una casualidad. Porque Walsh desapareció el 25 de marzo de 1977, y el cuento era un desglose de una novela que hacía tiempo había decidido abandonar. El paisano Duda ya existía para cuando el escritor supo que su próxima –y, como el cuento, última cita clandestina- sería en una esquina de la avenida San Juan, en el barrio de San Cristóbal. Aquella tarde, la patota militar le disparó hasta que se desplomó sobre el asfalto y después se lo llevó a la ESMA. Su cuerpo sin vida fue visto por última vez en la escalera que conducía al sótano del centro de detención.
Juan Duda también fue visto por última vez en el sótano de la ESMA. El cuento llegó a la Escuela de Mecánica luego de que un grupo de tareas de los militares reventara la casa de Walsh en San Vicente y se robara una vasta colección de memorias, cuentos, notas periodísticas, cartas personales, material de archivo, documentos internos de Montoneros y borradores de futuros proyectos literarios que el icónico periodista había producido y acumulado durante la clandestinidad. Varias carpetas de escritos inéditos del Walsh maduro, casi vírgenes de lecturas. “No sería raro que hayan conservado los escritos como trofeos de guerra”, dice Patricia, que no solo busca los huesos de su padre.
El personaje desaparecido
La desaparición de Juan Duda –paisano arquetípico y derrotado del siglo diecinueve, soldado de guerras ajenas, compañero generacional de Martín Fierro– no solo ocurrió en la realidad, sino también en la fantasía walsheana. En el final de Juan se iba por el río, el Río de la Plata de pronto baja y se vacía, dejando a la vista peces muertos, restos de barcos y seres fantásticos. Con el agua retirada, Juan se lanza a cruzar el río a caballo, para cumplir con su crecido anhelo de pisar la orilla de enfrente. Pero el viento cambia de dirección y la sudestada trae consigo una tormenta fenomenal. La silueta del protagonista se esfuma en el horizonte. No se sabe si Juan llega o no al otro lado. El final es meditadamente abierto.
Algunos años atrás, Lilia Ferreyra, última compañera de Walsh y una de las dos personas que leyeron el cuento, reveló que cierta vez le preguntó al escritor si Juan alcanzaba la otra orilla. “No sabemos. Lo importante es que se animó a cruzar”, le respondió Walsh.
“Hasta allí acompañó a su personaje; no quiso definir su destino –escribiría Ferreyra años después–. Por eso Juan no ‘se fue’; el verbo no cerraba la acción. Juan ‘se iba’ por el río”.
Los papeles de Walsh fueron apropiados por el Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA, la misma banda de asesinos que mató al escritor y luego desapareció su cuerpo. El robo de los escritos está contenido en la investigación judicial en torno a la desaparición del autor. En la justicia argentina llegó a dilucidarse que, entre 1977 y 1978, algunos detenidos vieron los escritos dentro de la Escuela de Mecánica.
Lo que casi nadie sabe es que, en 1979, los textos también fueron vistos por una sobreviviente fuera de la ESMA. Los encontró en una casa operativa a la que el Grupo de Tareas había trasladado parte del botín obtenido en los asaltos a los secuestrados. Pero con la obra perdida del autor de Operación Masacre ocurre lo mismo que con un detenido desaparecido: podemos reconstruir una parte del derrotero posterior a su secuestro, pero no conocemos su destino final.
En cierto punto se nos escapa el rastro. Y entonces solo nos queda ilusionarnos con su reaparición.
Los textos desaparecidos
Conocemos con exactitud lo que había entre los papeles robados gracias a una presentación judicial que Ferreyra hizo en mayo de 1997 para reclamar la restitución del cuerpo de Walsh y de sus obras secuestradas, “que forman parte del patrimonio cultural de la sociedad por la que vivió y murió”. Había documentos críticos sobre Montoneros; memorias de Walsh separadas en tres temas: política, literatura y afectos; páginas de su diario personal; borradores de proyectos no consumados; material de investigación; selecciones de notas periodísticas; una carta que escribió a su hija Victoria luego de su muerte; otra al militar que dirigió el operativo para que “usted, coronel, sepa quién era la joven de 26 años que ustedes mataron”, y copias de la célebre Carta abierta de un escritor a la Junta Militar.
Pero la pérdida mayor tal vez sea la de cuatro cuentos inéditos: cosechas literarias tardías, robadas por sujetos incapaces de dimensionarlas. En su reclamo judicial, Ferreyra reseñó brevemente esos relatos, cuyos borradores pudo leer durante los últimos meses que compartió con Walsh en la casita de San Vicente:
El 27, año del nacimiento de Walsh y evocación de la memoria de su padre y de su propia infancia en el campo, parece ser una precuela de El 37, publicado en 1960, acerca de la angustiosa etapa de su niñez que el autor pasó en un colegio irlandés para huérfanos y pobres.
El aviador y la bomba (sin título definitivo) reconstruía la historia de uno de los aviadores navales que bombardearon la Plaza de Mayo durante el intento golpista contra Juan Domingo Perón del 16 de junio de 1955, que un joven Walsh apoyó.
Ñancahuazú, en cambio, se inscribe en otra era ideológica de Walsh: la de su admiración por la Revolución Cubana y sus corolarios. El cuento recreaba la experiencia guerrillera que el Che Guevara comandó en la selva boliviana entre 1966 y 1967. El relato se basó en un reportaje que Walsh le hizo en Bolivia al mayor Rubén Sánchez, quien había sido prisionero de los guevaristas, y a quien el escritor ya había citado en Bolivia: el general proletario, un retrato publicado en 1970 en la revista Panorama sobre el efímero y popular presidente boliviano Juan José Torres.
El cuarto cuento robado –el único terminado y en versión definitiva– es Juan se iba por el río.
En la ESMA
Martín Gras es el último testigo que vio el cuerpo sin vida de Rodolfo Walsh. Fue el mismo día del asesinato y desaparición del escritor. A Gras lo subían del sótano de la ESMA –donde estaban las salas de tortura y la enfermería– cuando vio bajar por las escaleras a un grupo de militares que llevaban a Walsh sobre una camilla. Tenía el pecho abierto por una ráfaga de balas. Gras también es –además de Lilia Ferreyra, fallecida en marzo de 2015– la otra persona que leyó el último cuento inédito del escritor. Un par de días después de la llegada del cadáver del autor a la Escuela de Mecánica, encontró la versión acabada de Juan se iba por el río en la oficina del marino represor Antonio Pernías.
Sentado en su despacho anexo a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, donde trabajó durante años, Gras recuerda bien aquella mañana. “Pernías tenía una oficina chiquita en el sótano donde solía citarme –cuenta Gras, ex oficial mayor de Montoneros–. Ese día me llevaron ahí y me dejaron esperándolo en su escritorio. Pero Pernías no estaba, y podían pasar quince minutos o quince horas hasta que viniera: en la ESMA, el tiempo no existía para los detenidos. En el fondo de la oficina había un trastero con papeles. Aproveché para curiosear un poco, porque cualquier dato que obtuviera podía servir a nuestra estrategia de supervivencia”.
Gras no tardó en identificar a quién pertenecían las cosas robadas que encontró allí. “Primero vi unos archivadores con recortes periodísticos. Después, la colección completa del periódico de la CGT de los Argentinos. Y finalmente unas carpetas con escritos a máquina. En ese momento me olvidé de mi situación, de Pernías, de todo. Me senté en el piso y me puse a leer, fascinado. Había una serie de documentos críticos sobre Montoneros y sobre la línea política y militar que había adoptado la conducción, en los que se planteaba la necesidad de un repliegue ante la ofensiva estratégica del enemigo. Y también estaba Juan se iba por el río. No era copia carbónica: era el original”.
El argumento
En los primeros días de 1977, Rodolfo Walsh se había impuesto dos objetivos para el 24 de marzo de aquel año, primer aniversario del golpe de Estado: terminar su último cuento y escribir una denuncia pública de los crímenes de la dictadura. Las pinceladas finales de Juan se iba por el río fueron, por lo tanto, simultáneas a la elaboración de la Carta abierta a la Junta Militar. Ambas obras corresponden a la etapa clandestina en San Vicente, tal vez el momento de mayor clarividencia política de Walsh y el de mayor peligro para su propia vida. Esas, y no otras, fueron las condiciones de producción de su última ficción.
“Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido. Su mejor amigo, Ansina; y su mujer, Teresa”. Lilia Ferreyra era capaz de recitar de memoria las primeras líneas del cuento, que ella misma ayudó a pasar en limpio tres días antes del secuestro de Walsh. En esas hojas mecanografiadas, Ferreyra pudo leer la historia de Juan Duda, exponente de la generación de paisanos argentinos inmediatamente anterior a las grandes oleadas inmigratorias del siglo diecinueve. Sobreviviente a su época y ya viejo, Juan se sienta en un banquito a la vera del río y rememora su vida. Se acuerda del día en que vio pasar el féretro con los restos repatriados del general San Martín. De la noche anterior a la batalla de Cepeda, cuando a él y al negro Ansina los hicieron formarse para escuchar la arenga patriótica del general Mitre. Y del negro diciéndole al oído: “En la patria de ellos, yo me cago”. Desde la orilla, Juan fantasea con llegar al otro lado del Plata, donde las casitas blancas de la colonia se dejaban ver en los días de sol. Hasta que la bajada del río lo invita a arriesgarse.
Pero volvamos a la escena lamentable de Martín Gras: un prisionero en la oficina de un torturador, vestido con ropas harapientas y sentado en el piso, con grilletes en los tobillos y capucha al hombro, leyendo el último cuento de un escritor asesinado y desaparecido. “En ese momento sentí que, a través de Juan, Walsh hablaba de sí mismo y de todos nosotros: del aniquilamiento de una generación de militantes que no sabíamos si llegaríamos o no ‘al otro lado del río’. Me desesperaba no conocer la respuesta. Pero probablemente no hubiera contestación posible. Lo importante era haberlo intentado”.
Algunos días después, Gras ya no volvió a ver los papeles en la oficina de Pernías.
La carta robada
Lila Pastoriza regresa casi todos los días al predio de la ex ESMA, donde hoy funciona el ente público Espacio para la Memoria y la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos. Desde hace años trabaja vinculada a las políticas sobre memoria. Estamos dentro del extenso terreno que perteneció a la Escuela de Mecánica, a unos pocos cientos de metros del sitio donde se encontraba el Casino de Oficiales, núcleo del centro clandestino de detención. En general, Pastoriza evita entrar a ese edificio donde, entre junio de 1977 y octubre de 1978, vio morir y desaparecer a compañeros y amigos.
Lila conoció bien a Rodolfo Walsh. Además de la militancia compartida en Montoneros, trabajaron juntos en la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA). Pastoriza dice que no le costó reconocer los escritos que cierto día encontró en la Pecera, la oficina transparente que los militares habían montado en la ESMA. “Ya desde el 76, ellos habían empezado a hacer trabajar a algunos detenidos. A fines del 77, construyeron la Pecera en el tercer piso. Era un recinto con un corredor en el medio y muchas oficinas pequeñas a ambos costados, separadas por tabiques de acrílico, en las que guardaban libros y papeles obtenidos en allanamientos. El pasillo estaba controlado por cámaras colocadas en el fondo del corredor, que no llegaban a tomar las oficinas”.
Existen distintas versiones sobre el nombre de la Pecera. La más difundida dice que, en los primeros meses, los oficiales pasaban a mirar a los presos que trabajaban allí y los veían hablar, pero no llegaban a escuchar lo que decían. Entonces a alguno se le ocurrió que parecían pececitos moviendo la boca. “A mí me llevaron por primera vez ahí en diciembre del 77 –continúa Pastoriza–. En la Pecera pude ver los cables de la ANCLA. Y en uno de los cuartos había un mueble donde habían separado papeles que pertenecían a Rodolfo, entre ellos, textos críticos sobre Montoneros y algunas cartas personales. En esas carpetas yo no vi los cuentos”.
Lo que sí vio Pastoriza fue la carta que Walsh había dedicado a su hija María Victoria, muerta en un enfrentamiento con una patota militar. El 29 de septiembre de 1976, al verse rodeada por sus perseguidores, Victoria dejó a un lado su ametralladora, se subió a una terraza y, antes de llevarse una pistola a la sien, les gritó a sus enemigos: “Ustedes no nos matan: nosotros elegimos morir”. Lila rescató de la Pecera la carta a Vicki escrita por su padre. “Un día me dijeron que me iban a llevar a ver a mi familia, entonces me metí a la oficina donde había visto la carta y la saqué. Estaba escrita a máquina, con tinta roja. Me la llevé para dársela a Lilia Ferreyra, como prueba de que Rodolfo había pasado por la ESMA. El acto no tenía nada de heroico: en ese momento, ni soñábamos con que una cosa así pudiera servir algún día como evidencia en un juicio. A lo sumo fantaseábamos con que, si sobrevivíamos, haríamos una película sobre lo que nos había pasado”.
La pista de las cajas
Mercedes Cuqui Carazo es la única persona que dice haber visto los escritos robados de Walsh fuera de la ESMA. Lo dice a través de Skype, desde Lima, donde se exilió en abril de 1980. A los 73 años, y después de 35 fuera de la Argentina, su pasado le queda lejos: la militancia en Montoneros, el asesinato de su marido, el hecho de haber sido la mujer guerrillera de más alto rango capturada por los marinos, los tormentosos meses en la Escuela de Mecánica. Pero el afecto personal por Walsh y su familia la estimula a recordar el día en que se topó con unas cajas marcadas con las iniciales R. W.
“A mí me sacaron de la ESMA y me mandaron a Europa para usarme en el Centro Piloto”, cuenta Carazo. El Centro Piloto fue un proyecto del almirante Emilio Massera para blanquear la imagen de la dictadura en el exterior. “Cuando regresé a la Argentina, en abril del 79, ya no volví a la ESMA, sino que debía ir a trabajar todos los días a una casa en la calle Zapiola, a la que también iban otros detenidos. Nos obligaban a hacer tareas vinculadas con un plan de Massera para convertirse en presidente electo”.
Ubicada en el barrio de Núñez, a pocas cuadras de la Escuela de Mecánica, esa casa en la esquina de Zapiola y Jaramillo pertenecía a los padres del marino Jorge Radice. Funcionaba como base del Grupo de Tareas de la ESMA y en ella eran forzados a trabajar algunos prisioneros. Los militares la habían puesto operativa a comienzos de 1979, tras un cambio de mando en la ESMA que había obligado a la vieja gestión del represor Jorge El Tigre Acosta, vinculada con Massera, a reubicar sus materiales en distintos domicilios.
“En Zapiola acumulaban cosas robadas a los secuestrados: ropa, cuadros, libros –recuerda Carazo–. Nosotros trabajábamos en el segundo piso. En el primero había un cuarto largo al que teníamos prohibido entrar. Pero estábamos tentados de hacerlo porque ellos se jactaban de tener cosas de Walsh. Un día, la puerta quedó sin llave ni vigilancia, y entramos con el Pelado Diego (Nelson Latorre, jefe de la columna Capital Federal de Montoneros, fallecido en 1998). Vimos muchísimas cosas del archivo del diario Noticias. Y unas cajas marroncitas que decían R. W., llenas de hojas manuscritas y escritas a máquina. No llegamos a leerlas: salimos de la habitación justo antes de que volviera la vigilancia”.
Escritos escondidos
Carazo se exilió en 1980 y no sabe qué ocurrió después con la casa de Núñez. Pero intuye: “Si hubieran querido eliminar los escritos de Walsh, no se hubieran tomado el trabajo de mudarlos desde la ESMA. En el fondo creo que ellos tenían respeto por cierta gente, aunque también la odiaran. Y Walsh era un tipo que merecía respeto”.
En Carazo se pierde el rastro: desconocemos lo que sucedió con las cajas que quedaron bajo llave en Zapiola. Pero lo significativo del recuerdo de Cuqui es que nos revela que la obra inédita de Walsh –o al menos una parte de ella– sobrevivió a la ESMA. Por vocación archivística o por orgullo criminal, los militares conservaron los escritos hasta años después del asesinato del periodista. Razón suficiente para preguntarse si no los habrán escondido incluso hasta hoy.
Pero, ¿preguntarle a quién? ¿A los perpetradores, cuyo pacto de silencio se mantiene 32 años después del fin de la dictadura? Los represores no hablan. En la última década, la actitud general de los ex militares condenados por delitos de lesa humanidad ha sido la negación de sus crímenes y el ocultamiento en torno a las desapariciones. “La esperanza de recuperar los escritos es parte de nuestra necesaria postura frente a lo que nos ocurrió –dice Patricia Walsh, querellante en la causa ESMA–. Mi padre se hubiera reído de que no pudiéramos encontrar sus restos óseos. Pero la desaparición de su obra inédita, de su último cuento, le causaría dolor”.
El mensaje
En su Mensaje a los trabajadores y el pueblo, el primero de mayo de 1968 Rodolfo Walsh escribió: “Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que, comprendiendo, no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.
Walsh comprendió y actuó. Para el escritor, enfrentar la realidad fue tan necesario como interpretarla. Por eso quiso que Juan se fuera por el río.
Y allí lo dejó; allí lo dejamos.
Hasta que algún día lo veamos volver.
Portada
Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso
La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.
Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.
Fotos: Juan Valeiro.
Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos.
“Pan y circo”, dice.
Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro.
Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.



Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.
Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.
Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El poco pan
La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:
“Si no hay aumento,
consiganló,
del 3%
que Karina se robó”.
Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”.
Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”.

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El mucho circo
Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes.
Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena.
“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial.
Silencio.
“¿Me pueden decir sí o no?”.
Silencio.
Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.
Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”
“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.
La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival.
Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:
- “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
- “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
- El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.
El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.
Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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