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El femicidio de Claudia Servino: cómo se destruye #NiUnaMenos

Hoy es un día clave para el femicidio de Claudia Servino: los peritos forenses examinarán al periodista del diario La Nación, Antonio Di Turris para determinar si es o no imputable. El crimen ocurrió el 24 de diciembre pasado y desde entonces, Di Turris no cumplió un solo día de prisión. Estuvo alojado en la Clínica Bazterrica primero, y ahora en el Instituto Flemming, donde se hará la pericia. Claudia no tiene representación legal y sólo una de sus amigas declaró en la causa. Cómo se construyó la impunidad de este caso que terminó con 72 puñaladas que nadie se atrevió a parar.

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Hoy es un día clave para el femicidio de Claudia Servino: los peritos forenses examinarán al periodista del diario La Nación, Antonio Di Turris para determinar si es o no imputable. El crimen ocurrió el 24 de diciembre pasado y desde entonces, Di Turris no cumplió un solo día de prisión. Estuvo alojado en la Clínica Bazterrica primero, y ahora en el Instituto Flemming, donde se hará la pericia. Claudia no tiene representación legal y sólo una de sus amigas declaró en la causa. Cómo se construyó la impunidad de este caso que terminó con 72 puñaladas que nadie se atrevió a parar.

El femicidio de Claudia Servino: cómo se destruye #NiUnaMenos

Caudia Servino


Claudia Servino era productora de modas, tarea que en el oficio periodístico ejercen aquellas personas dedicadas a la producción de fotos. A simple vista parece una tarea sencilla, pero implica tener conocimientos tanto de estética, como de tendencias y gestión: hay que saber coordinar desde los horarios hasta las demandas de editores, modelos, estrellas, maquilladores, peinadores, editores, fotógrafos y agentes. Claudia cumplió ese rol durante varios años en la editorial Perfil, para luego seguir su carrera como free lance: en tiempos de precarización y ajuste, el rol de una productora fue uno de los eliminados por la prensa comercial. Junto a Mónica De Hernández, montó su propia agencia. Una de las tantas tareas la acercó al diario La Nación, donde conoció a Antonio Di Turris. Él ya había sido relevado de su puesto de jefe de redacción –el más importante en un diario- para replegarse a tareas de docencia en la maestría que montó esa empresa. También conducía un programa político en el cable: Dominó.
Aquello que parecía un romance otoñal terminó en femicidio.
¿Qué pasó?

Los hechos

Tal como reconstruye el expediente judicial, el 24 de diciembre de 2015, a las 6.30 de la mañana, Mirta María Sancosme, hermana y vecina de Di Turris , recibe un llamado de su sobrina:
“Papá le quiere pegar a Claudia”, le dijo.
La sobrina tiene 30 años y un retraso madurativo, por eso, dice Mirta, se refiere a ella como “la nena”.
El relato es confuso.

  • Al llegar a la casa, Mirta encuentra en el garaje a Di Turris con un cuchillo tramontina en la mano y a Claudia huyendo de él. Lo primero que hace Mirta es sacar a “la nena” de la casa.
  • Luego, regresa.
  • En el garaje, la pareja seguía forcejeano.
  • Mirta tropieza. Le grita a Claudia: “Salí a la calle y corré”.
  • Di Turris la alcanza, le pega 3 cuchilladas.
  • Claudia se arrastra.
  • Di Turris la vuelve a atrapar y descarga la tramontina en su espalda.
  • ¿Mirta sigue caída en el piso? No se sabe.
  • Declara Mirta: “Me molesta recordarlo: le introducía el cuchillo despacito”.
  • Fueron 79 cuchilladas, según reconstruye la autopsia.
  • Recién a las 7 de la mañana el 911 registra el llamado de una persona pidiendo intervención policial.
  • Mirta supone que fue la gente que pasaba por la casa.
  • La casa queda a media cuadra de una comisaría.
El femicidio de Claudia Servino: cómo se destruye #NiUnaMenos

Antonio Di Turris

El femicidio no es noticia

El testimonio de la hermana de Di Turris, testigo presencial del femicidio, concluye remarcando que Claudia tenía problemas con las hijas, que la acusaban de haberse apropiado de la casa, luego de la muerte de su madre. También señala que la mayor ya no vivía allí y “la nena” le había contado que la pareja se peleaba mucho “en la cama: papá le pega con una almohada”, le contó. Por último, reseña el curriculum de Di Turris (La Nación, el master, el programa de cable) y lo define como alguien “muy capaz y muy inteligente”. Completa: “Después de sufrir un ACV tuvo depresión, va al psicólogo dos veces por semana, está con medicación”. Concluye sobre el femicidio del que fue testigo: “No era él”.
Ese es el resumen de los hechos que realiza la nota publicada en el diario La Nación para dar a conocer el crimen. Agrega esa nota que Di Turris padece un tumor cerebral y que esa sería la explicación de su disparatada conducta. Detalle: nunca define el asesinato de Claudia como un femicidio. Tampoco publica el nombre de Claudia. El título: Una mujer fue asesinada de varias puñaladas en la espalda.

¿Quién defiende a Claudia?

El doctor Pedro Cruz Henestrosa fue contactado por Oscar, el único familiar de Claudia, que vive en Córdoba. Nadie lo designó para representarla, así que su relación con el caso es producto de su sensibilidad y experiencia: lo impactó y sabe que puede quedar impune. “Durante un tiempo, a título personal, decidí hacer un seguimiento del estado de la causa, para conocer como era su avance. La única amiga que tuvo el valor de presentarse -haciéndolo de manera espontánea- ante la Fiscalía actuante (N° 2 de Lomas de Zamora), fue Mónica De Hernández, a pocos días de ocurrido el suceso, quien aportó una reseña que dio cuenta del contexto de control desmedido del que era víctima Claudia Servino. Más adelante, ante diversos llamados que recibí de amigas de Claudia, interesadas en conocer los pormenores de la causa, intenté, infructuosamente, organizar su concurrencia a la Fiscalía para que pudieran comentar el tipo de relación de pareja entre ella y de Turris. Nunca volvieron a contacterse”.
El relato de Mónica De Hernández es clave para ubicar el femicidio de Claudia en su real contexto. Según consta en la causa, contó:

  • Ya al principio de la relación cada vez que estaba con nosotras la llamaba 20 veces. Y el comentario de Claudia era: ‘Cómo me quiere’”.
  • Después, cuando estaba con nosotras, ella empezó a sacarnos fotos y se las mandaba, para que viera qué estábamos haciendo. Ahora me doy cuenta que eso era un control total”.
  • Con el tiempo, ella suspendió trabajos, lo restringió. Comenzó a trabajar solo los martes y jueves, en mi casa (allí funcionaba la consultoría) y él siempre la traía y la pasaba a buscar”.
  • En las semanas previas al femicidio, había dejado de ir y no atendía el teléfono. “El jueves 17 de diciembre agarré el auto y fui a su casa: no quería dejarme pasar. Me decía que a él no le gustaba. Le dije que tenía que ir al baño. Me responde: ‘Y qué le digo a él’. Decile que vine porque no me atendés el teléfono”.
  • Mónica cuenta que para su último cumpleaños, las amigas le organizaron una fiesta en casa de Mónica Harrignton. “A las 5 y media él tocó el timbre y ella bajó. No regresó. Quedaron todos sus invitados esperándola”.

Su hermano Oscar también relata el control que tenía Di Turris sobre las llamadas de Claudia. La última vez que habló con ella fue el mismo día en que se presentó Mónica en su casa: el 17 de diciembre. “Me avisó que no me iba a llamar el 24. Me dijo: ‘Pasenla lindo y no me llames. Ando con Antonio enfermo”. La noté rara. Me responde: ‘Estoy mirando a Antonio desde la ventana. Está con dos amigos. Si se da vuelta y adivina que estoy hablando con vos… no quiero tener problemas con él’”.
El hermano de Claudia también declara que tres días después del femicidio recibió el mensaje de texto que muestra al oficial que le toma declaración. Está fechado el 27 de diciembre a las 9.56 de la mañana. Y dice:
“Ni se te ocurra decir algo que no sea creíble a menos que tengas pruebas. OJO”.
Proviene del celular 113311, un número que fue denunciado por varios usuarios por robar crédito, enviar pornografía y facturar servicios no solicitados, entre otras cosas.

La justicia justa

A pedido de la defensa, Di Turris fue examinado por dos peritos de parte (es decir: de su parte). Esos peritos de la defensa -integrantes del cuerpo forense- son el psiquiatra José Luis Covelli y la psicóloga María Elena Chicatto (el azar le sigue sumando el toque de ironía a los apellidos de este trágico caso), que alegaron que el cuadro que padece Di Turris es compatible con un “síndrome orgánico cerebral”, que traducido en criollo, es la forma de aludir al tumor. La defensa argumentó que Di Turris no se encontraba “en condiciones favorables de ser trasladado a un penal” ya que “le impediría recuperarse o tratar adecuadamente su dolencia”.
En el fallo que confirma su prisión preventiva, acusado de homicidio doblemente agravado-por el vínculo y por la figura de femicidio- la jueza Laura Ninni le otorga el beneficio de permanecer en la clínica Bazterrica primero, y ahora en el Instituto Flemming, en condiciones privilegiadas: “No se encuentra impedimento para que el detenido sea visitado por su entorno cuantas veces sea posible, de acuerdo con la normativa del establecimiento hospitalario, en lo relativo a los horarios”.

Perfil de un femicida

De la lectura del expediente y lo que conoce del caso, el abogado Henestrosa concluye: “De Turris, más allá de que -tal vez- el tumor que lo afecta pudo erigirse como un factor desencadenante del horroroso hecho, presenta lo que podría entenderse como perfil típico del femicida: normalidad en el plano social (en este caso, incluso, exhibiendo particular afabilidad), y puertas adentro, un gran controlador y sometedor de su pareja. Por otra parte, la autopsia reveló que Servino presentaba cuatro equimosis (hematomas) en distintos lugares del cuerpo, correspondientes a días previos al homicidio, lo cual indicaría que ya venía siendo golpeada”.
Hoy, en el Instituto Flemming otro grupo de peritos examinará a Di Turris. Aclara el doctor Henestrosa: “Se trata de una diligencia clave para saber si el proceso seguirá o no. Si llega a ser declarado inimputable, lo más probable es que se le imponga una medida de seguridad, por su posible peligrosidad, hasta tanto la misma desaparezca, pero esto es especulación. Lo cierto es que, de acuerdo a jurisprudencia local, al menos dos médicos forenses deberían dictaminar la inimputabilidad para que así sea declarada. Y que desde el punto de vista procesal hubiera sido clave que esa pericia sea presenciada por un letrado que represente a Claudia, para controlar la diligencia procesal. Pero ya es tarde… En 20 o 30 días sabremos qué destino tiene esta causa”.

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La sociedad contra el narco: cómo se organizan los barrios

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Cómo enfrentan el avance narco dos centros barriales de la Villa 21/24 (CABA) y Puerta de Hierro (La Matanza) que reciben a jóvenes adictos. Lo que cuentan esos jóvenes: la realidad del barrio, los transas, los efectos de la crisis, las cosas que logran transformar vidas. Lo que se puede cambiar y lo que no en esta investigación que compartimos: La vida como viene, publicada en la revista MU.

Por Lucas Pedulla

Fotos: Juan Valeiro

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Femicidios territoriales: las tramas de la violencia

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Lo narco, la violencia, los femicidios. Un tema que acaba de provocar el horror a partir tres crímenes: Lara Gutiérrez, 15 años, Brenda del Castillo, 20 años y Morena Verdi, 20 años. El Observatorio Lucía Pérez y la Cooperativa lavaca vienen siguiendo e investigando desde hace años esta realidad. Ese trabajo se plasma en un libro que ya está en imprenta: Femicidios, narcotráfico y Estado, del cual adelantamos aquí el prólogo. El concepto femicidios territoriales abarca a aquellos que no se ajustan a los modelos tradicionales de la teoría de género y que no hablan de vínculos de pareja e intimidad, sino de tramas de narcocriminalidad e impunidad territorializadas, con participación de agentes estatales, tales como policías, agentes penitenciarios y fiscales. La definición de lo «narco», el sentido y el contenido del territorio y sus tramas de relaciones, el poder. Y los cuerpos que narran una historia personal y colectiva, que debemos comprender para trazar una radiografía de época.

por Claudia Acuña, Florencia Paz Landeira y Anabella Arrascaeta

Desde el Observatorio Lucía Pérez registramos e interrogamos todos los días las cifras de la violencia patriarcal. Desde ese ejercicio cotidiano sostenido durante ya doce años proponemos la categoría de “femicidios territoriales” para intentar comprender la singularidad de crímenes como los de Lucía Pérez, Melina Romero, Iara Rueda, Luna Ortiz o Araceli Fulles, por citar solo algunos casos paradigmáticos. Se trata de femicidios que no se ajustan a los modelos epistémicos tradicionales de la teoría de género y que no hablan de vínculos de pareja e intimidad, sino de tramas de narcocriminalidad e impunidad territorializadas, con participación de agentes estatales, tales como policías, agentes penitenciarios y fiscales. Participación activa, en tanto que genera condiciones de posibilidad para estas muertes en esos territorios; y también participación concreta, al garantizar y perpetuar la impunidad de esos femicidios, falseando pruebas y entorpeciendo procesos judiciales. Marta Montero, madre de Lucía Pérez, prefiere llamarlos “narcofemicidios”. Sumamos a este concepto la referencia al territorio porque quizá nos permita enfocar los factores que los producen: los narco-femicidios se originan en narco-territorios concretos en los cuales la actividad delictiva ya cuenta con impunidad estatal.

En primer lugar es necesario definir a qué denominamos “narco”:

  • Narco es un término que hace referencia a una actividad criminal que se lleva a cabo “con la participación ilícita de actores del Estado2. “
  • Lo narco opera a través de una necromáquina cuya tarea es acallar, atemorizar y doblegar resistencias hasta esclavizar las fuerzas de producción necesarias para extraer capital de todo lo vivo: cuerpos, territorios, medio ambiente, datos.3
  • Lo narco produce una forma característica de femicidio porque le otorga a ese crimen un significado político y cultural. En palabras de Reguillo, “mata dos veces: la del asesinato y la de tu muerte convertida en dato”. Tal como define la filósofa italiana Adriana Cavarero cuando traza una relación entre el genocidio del Holocausto y estos crímenes, en ambos casos se trata de “una violencia que no se contenta con matar porque sería demasiado poco: al destruir el cuerpo singular constituye el acto del fin no de la vida, sino de la condición humana”.

Lo narco gobierna territorios azotados por las políticas neoliberales que durante décadas destruyeron tanto puestos de trabajo como instituciones estatales que debían contener y reparar las consecuencias.

Estas características unen la postal de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, con la de Palpalá, en Jujuy, escenas del crimen de los femicidios de Araceli Fulles y Iara Rueda. Dominan también puertos como los de Mar del Plata y Rosario, ciudades hermanadas por los nombres de Lucía Pérez y cada una de las mujeres masacradas en balaceras. Pero son solo aquellos femicidios que con gran esfuerzo de sus familias y su comunidad han logrado trascender con nombre y rostro la opacidad que caracteriza toda narco- actividad – desde la venta de sustancias hasta sus crímenes y fundamentalmente, sus activos financieros y redes políticas- lo que nos ha obligado a fijar la mirada en esos territorios.

¿Qué vimos?

En San Martín vimos que Araceli Fulles, de 22 años, estuvo venticinco días desparecida sin que ninguno de los rastrillajes organizados por la policía la encontraran. Su cuerpo fue hallado finalmente por su hermano el 27 de abril de 2017, enterrado debajo de la cama del sospechoso, Darío Badaracco, quien justo en ese momento estaba declarando ante la fiscal, que lo dejó ir. El hombre fue detenido en otro barrio de la periferia dos días después y gracias a que una mujer paraguaya, embarazada y en ojotas, lo corrió y entregó a los gendarmes que militarizaban el barrio. Tiempo después ese único detenido fue asesinado: le hicieron tragar agua hirviendo en la prisión de Sierra Chica, en la que el Servicio Penitenciario tenía a cargo su custodia hasta el juicio. Finalmente, en un tribunal rodeado por miles de personas que clamaban “Justicia por Araceli”, los autores materiales del femicidio fueron condenados a prisión perpetua, pero en enero de 2024 la Sala I del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires absolvió a Marcelo Ezequiel Escobedo, Hugo Martín Cabañas y Carlos Damián Cassalz, quienes habían sido condenados el 4 de noviembre de 2021 por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 3 de San Martín. Los jueces Daniel Carral, Victor Violini y Ricardo Maidana ordenaron su inmediata liberación, cuestionando el accionar del perito Marcos Herrera, quien había ofrecido gratuitamente sus servicios a la familia de Araceli en aquellos desesperados días de búsqueda. Los magistrados en su fallo ordenaron que la Fiscalía General de San Martín investigue su actuación en esta causa, ante la posible comisión de un delito de acción pública, y solicitaron al presidente de la Suprema Corte de Justicia bonaerense y a la Procuración General que “se evalúe la posibilidad de establecer protocolos de actuación en materia de rastros odoríficos, así como en la acreditación de las certificaciones y habilitaciones”. La posible actuación dolosa de este perito dejaba, así, inválida la sentencia. La familia apeló el fallo y hasta hoy la Corte Suprema de Justicia de la Nación adeuda una respuesta. En tanto, los imputados están en libertad.

Por el crimen de Araceli no fueron sometidos a ningún proceso judicial ni el comisario ni los agentes que encubrieron a la banda de narcomenudeo que operaba en el barrio y mató a Araceli. Hubo, sí, varias condenas a autoridades policiales en otros procesos judiciales contemporáneos al que investigó el femicidio de Araceli y que probaron las vinculaciones en ese territorio entre bandas narcos y fuerzas de seguridad. Una de ellas fue en septiembre de 2023, cuando la jueza federal Alicia Vence procesó con prisión preventiva al comisario Osvaldo Javier Calderón y dos oficiales de la Comisaría Primera de San Martín que fueron filmados mientras recibían coimas para liberar a dos integrantes de una banda narco.

Territorios, cuerpos y violencias

Al hablar de territorio nos referimos no solo a la base material y orgánica de los ecosistemas, sino también a la historia y las relaciones que se han entretejido de modo constitutivo. El territorio aparece entonces como una trama de redes de relaciones que, en su dimensión conflictiva y contradictoria, configura experiencias y sujetos singulares marcados por variables procesos de jerarquización y de desigualdad.

Hay en la palabra “territorio” una serie de sentidos contradictorios anudados. Por un lado, en su propio origen etimológico aparece asociada a una voluntad de control y de dominio, en un lenguaje bélico y de conquista. Pero el territorio, en sus usos sociales y locales, también alude al saber de la experiencia, a una relación de alteridad respecto de espacios institucionales y burocratizados. El territorio, en este sentido, puede ser una analogía de la calle o, para decirlo en términos más amplios, del espacio de la vida cotidiana. El territorio también es, en un sentido más literal, la tierra. El cuerpo –nuestro cuerpo– puede ser también vivido e interpelado como territorio, pero no todos los cuerpos se constituyen en territorios en disputa, sino especialmente aquellos cuerpos feminizados, racializados, empobrecidos y marginados. Se va armando así un mapa imaginario de cuerpos y territorios simultánea e inextricablemente sometidos a procesos de desvalorización, violencia y explotación; de despojos múltiples de la vida en todas sus formas.

Pensados los territorios como configurados por relaciones de poder, las desigualdades de género se despliegan y concretan en ellos de un modo fundamental. Desde esta perspectiva, entonces, el territorio aparece como espacio tallado en donde se producen y reproducen desigualdades étnico-raciales, de género, de clase, de edad y deviene, así, un espacio de disputa. Los territorios son campos de fuerza, producto y objeto de disputas, resistencias y dominios. Por lo tanto, están siempre en devenir, nunca acabados, nunca cerrados; contingentes.

¿Es posible trazar una frontera clara y objetiva entre el cuerpo y el territorio? ¿Qué paisaje habita nuestros cuerpos? Al respecto, la filósofa feminista Donna Haraway pregunta provocadoramente por qué nuestros cuerpos deberían terminar en la piel. Los cuerpos están situados e interconectados de forma profunda con la trama de la vida. Pensar en lo viviente desde la interconexión, la interdependencia y la existencia de flujos continuos nos abre la mirada a reconocer patrones comunes que, en nuestro espacio y tiempo, hablan de formas sistemáticas de extracción de valor, despojo y violencia extractivista. Se trata de advertir la concurrencia entre procesos de pobreza y desigualdad, de violencias de género y ambientales, que expresan una lógica depredadora común que exponen cotidiana y persistentemente a las personas, a los territorios y, en última instancia, a la vida.

Hace ya décadas que, desde los feminismos, se han señalado analogías entre la explotación de los territorios desde la lógica de la ganancia capitalista y la explotación de los cuerpos feminizados desde la lógica patriarcal. En este sentido, Vandana Shiva afirma que la apropiación de recursos crea una cultura de la violación: violación de la Tierra, de las economías locales y también de las mujeres. El modelo extractivista concibe a los territorios y los cuerpos feminizados como recursos a explotar y como zonas a sacrificar en función de consolidar una forma de dominación. De hecho, en la base del ordenamiento moderno-colonial, no solo se saquearon territorios, sino también cuerpos racializados y esclavizados. En la actualidad, esta cualidad extractiva, apropiadora y cosificadora de los cuerpos aparece como nodal a la violencia femicida.

Desde esta lente, el extractivismo no es solo un modo de saqueo y explotación de la naturaleza, sino que también implica una racionalidad y una relacionalidad particulares. Es un modo de concebir las relaciones con otros humanos y no humanos y el espacio que co-habitamos. Las prácticas extractivistas se asientan en jerarquías raciales, de género y clase, multiplican las formas de violencia y exacerban las injusticias.

El extractivismo configura no solo territorios sino también relaciones sociales y las subjetividades de quienes los habitan. Se trata de prácticas sistemáticas de extracción de la vida en todas sus formas y dimensiones. Las violencias de todo tipo son consustanciales al extractivismo y se refuerzan como forma de producción de lo social.

Esta relación inherente entre extractivismo y violencia se expresa en la desestructuración de las tramas sociales y comunitarias, en el despojo de los medios de subsistencia y de sostenimiento de la vida, en la polarización y estratificación social, en el agravamiento de la criminalización y la represión estatal y, también, en la violencia contra las mujeres y el recrudecimiento de formas patriarcales de dominación y opresión. Para nombrar este entrelazamiento entre las formas neocoloniales del despojo de los espacios de vida y la profundización de las jerarquías de género, se ha propuesto el concepto de “repatriarcalización de los territorios”. Sobre todo, han sido los estudios sobre proyectos extractivistas vinculados a la minería y los combustibles fósiles los que alertaron cómo estos conducen a la masculinización de los territorios, con un aumento significativo de la violencia de género y la explotación sexual.

En el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries de 2023, en un taller sobre Pueblos fumigados, una mujer decía que nuestros territorios nos exponen y nos entrampan entre el femicidio y el cáncer. En este y otros espacios de activismo, queda claro que las mujeres no son las únicas afectadas por este entrecruzamiento de violencia ambiental y de género, sino que también son las primeras en advertir las consecuencias del modelo extractivista en sus cuerpos, los de sus hijos y los de sus comunidades. Se constituyen, así, en la primera línea de la defensa de los territorios y rápidamente se vuelven blanco de persecución y amenazas cuya expresión más extrema son los femicidios extractivistas.

En este contexto, lo narco resulta un eslabón clave de la cadena de extracción de ganancias en cuerpos y territorios que han sido oscurecidos por la desigualdad social producida por las políticas económicas neoliberales. Lo narco convierte en consumidores y productores a aquellas poblaciones que el sistema formal descarta. La antropóloga Rita Segato lo describe como un segundo Estado. Sin embargo, consideramos que en países no europeos esa dualidad es, en realidad, una unidad y que ese desdoblamiento es la clave constitutiva en la que se establecieron los Estados coloniales para garantizar la gobernabilidad. Recordamos también que en Argentina se utiliza el término “en blanco” y “en negro” para distinguir la economía “formal” de la “informal”, entendiendo por “formal” la del mercado y por “informal” la ancestral. Aquello, entonces, que habita el “Estado en Negro” es la resistencia y lo narco es la respuesta para neutralizarla, ante la impotencia del “Estado en Blanco”.

Desde la perspectiva que venimos sosteniendo, todavía parece necesario remarcar el carácter sistémico y civilizatorio de esta crisis y continuar desanudando las lógicas androcéntricas y patriarcales de las formas de producción basadas en el despojo, la extracción y el aniquilamiento de cuerpos y territorios.

Las víctimas de femicidio y sus familias organizadas en busca de justicia nos enseñaron que para deconstruir las violencias que culminaron en estas muertes no basta con problematizar el amor romántico y los ideales de pareja. Ni tampoco alcanza con desafiar las fronteras de lo doméstico, ni las estrategias de empoderamiento. Se volvió necesario indagar en las fuerzas estructurales y cotidianas que están minando las tramas comunitarias de sostenimiento y reproducción de la vida. Y situar a los femicidios en un aumento generalizado de la violencia, la narcocriminalidad con alto involucramiento policial y penitenciario y de la crueldad y, en términos más amplios, en procesos extractivos y de despojo y precarización de las condiciones de existencia donde todos los bienes aumentan su valor a ritmo constante hasta volverse inaccesibles, excepto la vida, que cada vez vale menos. Mejor dicho, algunas vidas: el componente de clase y raza marca a fuego la categoría de femicidios territoriales.

Desde esta óptica pusimos la lupa en Rosario, ciudad que nos señala cómo el cuerpo de las mujeres emerge como un renovado territorio de disputa en el contexto del entramado narco-policial-penitenciario de la ciudad. Coincidimos con Rossana Reguillo cuando caracteriza a estas violencias como “pasillos”: “vestíbulos entre un orden colapsado y otro que todavía no es, pero está siendo. De ahí su enorme poder fundante y su simultánea ligereza”. La tensión actual es producto de la crisis del Estado en Blanco que deja expuesto al Estado en Negro y provoca la disputa por el control de todo el aparato.

Lo que la violencia hace emerger sin pudor es a aquellos territorios en disputa, sí, todavía. Pero una disputa desigual, invisibilizada por los supuestos creadores de sentido social: medios y academia.

La sociedad mexicana y en especial las mujeres de Ciudad Juárez, batallan desde hace décadas contra la máquina femicida ante el monumental silencio académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la mayor unidad de producción de teoría social iberoamericana. Silencio que funciona como un enorme operativo de lavado epistémico de lo narco.

Los territorios argentinos que luchan hoy para que el narco-fascismo no termine de capturar el aparato del Estado y con él, la democracia, requieren toda la luz y compañía que muchos sectores políticos, culturales y sociales les siguen negando.

Los femicidios territoriales abren surcos y dejan al descubierto hilos de injusticias e impunidad que, como fibra poderosa sedimentada en el tiempo, amenazan a la vida en su totalidad y refuerzan modos estructuralmente desiguales de ser y estar en el mundo.

Acá estamos, entre ruinas, caminando con la tierra resquebrajada de muerte a nuestros pies.

Las mujeres, travestis y trans nos vemos empujadas a pensar desde el dolor para intentar regar nuestros territorios arrasados y dotarlos de horizontes de verdad y de justicia.

Nuestras muertas nos duelen, pero también nos hablan.

Sus cuerpos narran una historia personal y colectiva.

En tiempos de análisis políticos y especulaciones electorales, ¿no son las historias de estos femicidios y transfemicidios las que debemos comprender para trazar una radiografía de época?

Es urgente: enfrente está la muerte.

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Triple narcofemicidio: la respuesta al horror

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Por Claudia Acuña

Lara Gutiérrez, 15 años.

Brenda del Castillo, 20 años

Morena Verdi, 20 años.

Las tres fueron torturadas, asesinadas, descuartizadas y enterradas en el fondo de una casa de Florencio Varela.

Habían desaparecido el viernes 19 de setiembre poco después de las 9 de la noche, pero su familia, amigas y vecinos tuvieron que cortar durante cuatro días la rotonda de La Tablada y el canal Crónica transmitir en loop la protesta durante horas y horas para que comenzaran a buscarlas. Los narcofemicidios tienen esta brutal característica: son crímenes atroces, crueles, despiadados que se cometen sobre los cuerpos jóvenes de mujeres vulnerables porque sus asesinos creen contar con la impunidad policial, el prejuicio judicial y el silencio social para cometerlos. Fue la dirigente Georgina Orellano quien lo definió con precisión en la espontánea y multitudinaria movilización que comenzó este miércoles puntualmente a las 19 en la Plaza Flores: “Dejen de repetir ese discurso clasista de que esto le puede pasar a cualquiera. No: le pasa a las pobres, a ver si entienden Son los cuerpos de las pobres los descartables para este gobierno nacional”.

Triple narcofemicidio: la respuesta al horror

Foto: Manu Mendiondo para lavaca.

El discurso de Orellano fue breve, fue el único y fue amplificado por un pequeño megáfono, porque la pobreza impregna hasta la transmisión de las voces que la denuncian. Comenzó así:

“Basta de indagar en nuestras vidas. Entiendan el enojo de las feministas: no nos pasamos tres pueblos. Nos quedamos cortas. Hoy hay tres menos, hay tres familias destrozadas y va a haber muchas más si no recomponemos el tejido social que está roto”.

¿Hace falta decir algo más?

Hace falta.

Al finalizar el breve y contundente discurso de Orellano la multitud reunida en Plaza Flores decidió ocupar la avenida Rivadavia y dar vuelta la plaza cantando una misma consigna:

“Yo sabía, yo sabía, que a los violadores los cuida la policía”.

Al culminar la ronda la aludida policía intentó detener la columna para impedir que volvieran a ocupar la avenida. Lo que sucedió fue extraordinario, en el sentido literal: la nutrida fila policial, con escudos, armadura y cascos, terminó huyendo a las corridas, mientras la multitud las perseguía al grito “Fuera cana, fuera”. Retengan esa imagen porque eso es el movimiento feminista argentino: un montón de personas hartas de tanta violencia, autoconvocadas y sin miedo.

Triple narcofemicidio: la respuesta al horror

Foto: Manu Mendiondo para lavaca.

Lo narco del triple femicidio

Este miércoles despertó con la confirmación de que los cuerpos hallados en la casa de Florencio Varela pertenecían a las chicas desaparecidas en La Tablada. Los detalles de la autopsia son tremendos. Los días previos esa condición se aplicó a desnudar la vida de las víctimas. Eso también es característico de los narco femicidios: se informa siempre y con detalle de las asesinadas y casi nada de sus asesinos. Doctrina del shock: el horror y el morbo opacan aquello que importa, que en el mejor de los casos se nombrará como “ajuste cuentas”. ¿Qué cuentas? Eso es lo que no se detalla.

Por la tarde de este miércoles horrendo fue Javier Alonso, ministro de Seguridad bonaerense, quien aludió a “una venganza narco” al definir en una conferencia de prensa qué había pasado con las tres chicas. “Iban a participar en un evento al que les habían invitado, sin saber que estaban cayendo en una trampa de una organización transnacional de narcotráfico que había perpetrado una estrategia para asesinarlas”, aseguró. Toda la sesión de asesinato y tortura fue transmitida en vivo por Instagram para un grupo cerrado de 45 personas

Informó también que hay cuatro detenidos: Andrés Maximiliano Parra, de 18, Iara Daniela Ibarra, de 19 , Miguel Ángel Villanueva Silva, de 27 años y Magalí Celeste González Guerrero, de 28. La primera pareja es la que estaba limpiando con lavandina la sangre que regaba la casa. La segunda es quienes la alquilaban. Todo indica que falta lo importante: saber si fueron los asesinos o los encubridores. Y más: conocer quién ordenó la masacre.

Triple narcofemicidio: la respuesta al horror

Foto: Manu Mendiondo para lavaca.

La respuesta social

En una esquina de la plaza está parado el periodista Ernesto Tenembaum con su hijo: fue él quien lo invitó a acompañarlo a esta movilización con una frase imposible de desoír: “Tenemos que estar”. Ese imperativo, que no es moral sino ético, recorre todos los testimonios que compartieron quienes se acercaron con sus cartulinas escritas a mano para acompañar la convocatoria que realizó al mediodía Ammar, la organización de trabajadoras sexuales, con una consigna: “Todas las vidas importan”. Estar ahí, entonces, es responder al prejuicio judicial que beneficia a los asesinos de las vidas de las consideradas “malas víctimas”. Lo dice María Magdalena, la abuela que fue con su hija, Luján y su nieto, Nehuen, de 12 años: “Cuando la violencia baja desde el poder esta es la consecuencia. Las pobres son las que más sufren esto y no podemos mirar para otro lado. Entonces no nos queda otra que salir a la calle: es la única forma de parar esto”.

En tanto, agazapado a unas pocas cuadras, el pelotón de la Policía de la Ciudad espera que la multitud se disperse para hacer su show represivo de cierre: el final del miércoles es con seus personas detenidas, liberadas a las pocas horas porque la fiscalía no convalidó la versión policial El de esta historia recién comienza.

Triple narcofemicidio: la respuesta al horror

Foto: Manu Mendiondo para lavaca.

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Foto: Manu Mendiondo para lavaca.

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Foto: Manu Mendiondo para lavaca.

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