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El planeta soja
Una vuelta por el campo según Expo Agro. Nuestro enviado especial, Darío Aranda, recorrió el escenario donde monta su marketing el agronegocio. Clarín y La Nación son los dueños del tinglado. Las corporaciones exponen allí ideología, marketing y estrategias. Y el Estado, también.
El stand de la automotriz Audi es uno de los más grandes de la muestra. Llamativo: es la única empresa de vehículos presente que no cuenta con camionetas, sólo autos de alta gama. El más económico: Audi A5, 65.000 dólares, 282.000 pesos. Enfrente, la empresa de salud privada OSDE, la más grande del país, exclusiva, salud para pocos. Al lado, paradoja del destino, el stand de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores. Los trabajadores del campo, de los peores pagos y donde se registran los más altos porcentaje de trabajo en negro, sin derechos laborales.
Así es Expoagro, “la gran muestra del campo”.
Bienvenida. La puerta de ingreso es enorme: un arco de diez metros de alto y veinte de ancho. Color blanco, verde y naranja -distintivos de la muestra- y el eslogan: “Encuentro, trabajo y negocios. Una muestra agropecuaria a cielo abierto de vanguardia mundial”. A ambos lados, largas filas de mástiles y banderas, insignias del ejército guardián: estandartes rojos y blancos para Clarín, azules y blancos para La Nación, pilares mediáticos del modelo y dueños de la feria.
Al traspasar la entrada, una suerte de barrio. Amplias calles de tierra, con 40 manzanas y en lugar de casas, amplios stands. En el centro, las automotrices, maquinarias y de servicios. A la izquierda, locales de comida -con precios de Puerto Madero-, en el margen final, las semilleras y los campos experimentales. En el extremo derecho, la sala de prensa y los medios de comunicación del sector.
El sol de marzo cae caliente sobre Junín y no hay un solo árbol en donde buscar refugio. Imagen perfecta del agronegocio, que necesita campo arrasado. Según la propia Secretaría de Ambiente, entre 2002 y 2006, se desmontaron a razón de 32 canchas de fútbol por hora.
Expoagro, sin árboles: no hay metáfora.
Agromedios. La carpa blanca está repleta. Diez metros por diez. Dividida al medio por vidrios que hacen de sala de conferencias, con pantalla gigante, estrado y una treintena de sillas. Habla un “especialista en mercados a futuro” y los periodistas toman nota. Del otro lado del vidrio, en lo que queda de sala de prensa, se amontonan colegas con anotador en mano, cámaras de televisión y reporteros gráficos.
“¿MU? ¿Es un medio especializado en ganadería?”, pregunta la encargada de acreditación.
-No: al modelo agropecuario en general, respondo sincero.
En la sala de prensa distribuyen los periódicos Tranquera y TodoAgro, que cuentan las bondades del modelo y están saturados de publicidad de empresas del sector.
Shopping. Los organizadores precisan que Expoagro cuenta con 500 stands. Sobre la calle principal, el primero es de Ford. Todas las camionetas, insumo de trabajo en el campo, son el bien más admirado. Un joven sub 30, de camisa celeste, jean y alpargatas, se sube a la nueva Ranger (doble tracción, obvio), lo más cercano a una nave espacial con cuatro ruedas. El padre lo observa desde abajo, por la ventanilla del acompañante.
-¿Qué te parece? (pregunta papá)
-Un fierro -resume el hijo, que aprueba la compra.
El vendedor, de unos 50 años, sonríe.
Venta fácil.
“Somos de Carlos Casares. Siempre venimos. Hay mucha gente, a pesar de que no son tiempos buenos y encima el gobierno no ayuda”, se presenta Andrés y pide disculpas por no dar el apellido (da a entender que es por la “inseguridad”).
Durante todo el día se repetirán tres tópicos: lo “mal” que está el “campo”, las críticas al gobierno y el ocultar cuántas hectáreas tienen. Pueblos indígenas y campesinos cuentan con orgullo cuánta tierra trabajan. Todo lo contrario a los productores del modelo. Luego del quinto entrevistado que rechazó dar respuesta, al periodista le cae la ficha: con tres datos -lugar, cultivo y cantidad de hectáreas- se puede estimar qué tipo de productor es y, lo que más incómoda, qué montos de dinero maneja.
Monstruo. “MAP II 3500 MD”. Pulverizadora marca Pla, más conocida en el campo como “mosquito”, un enorme tractor amarillo de 3,75 metros de alto con dos brazos que abarcan 28 metros de largo. Tiene un tanque de 3.500 litros de agroquímicos, llamado “remedio” por los agrónomos y “agrotóxico” por las poblaciones que padecen las fumigaciones. Costo: 535.000 pesos. Un matrimonio joven observa la máquina. Él se anima y sube. Mira a su alrededor y baja con una sonrisa: “Es un monstruo. ¿Te imaginás?”, le pregunta a la esposa, como quien propone cambiar de televisor.
Estado. La carpa tiene 15 metros de ancho por treinta de largo. Es el lugar donde el gobierno es más visible: el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el espacio oficial que mejor imagen tiene entre los productores, las empresas y los periodistas del sector. Con más de 50 años, y bajo un discurso de neutralidad técnica, el INTA fue el espacio de entrada y consolidación del actual modelo de agronegocios.
Una sala hace de librería. Variadas producciones técnicas, investigaciones de las más específicas. En la decena de mesas no sobresale ni un título referido a campesinos o “agricultura familiar”, como el discurso tecnócrata rebautizó a la base de la pirámide rural.
“Como en todas las ediciones anteriores, el INTA está presente porque es un evento importante para el sector y además hay muchos productores, que es con quien el INTA quiere estar”, explica Lisandro Arrasqui, del INTA de Justiniano Posee (Córdoba). En diez minutos nombrará no menos de quince veces la palabra INTA. Con 29 años y 4 que trabajando en la institución, ya tiene la camiseta puesta de manera literal: una chomba azul francia con el logo en letras rojas, pero también en lo conceptual.
“Hacemos hincapié en el agregado de valor en origen. Que un productor primario de grano de soja, maíz, girasol o trigo que hoy lo entrega al puerto de Rosario, pueda transforma ese grano en molienda, alimento balanceado, sólo por darte un ejemplo”, señala, en sintonía con el Plan Estratégico Agroalimentario (PEA), planificado por el gobierno y las provincias para aumentar un 60 por ciento la producción granaria para 2020, corrimientos de frontera agropecuaria mediante.
“La clave es asociarse, porque sino los más pequeños van a desaparecer y también los pequeños pueblos. Si se asocian, incluso se pueden desarrollar plantas de biodiesel, bioetanol, podemos transformar los granos en energía”, celebra el técnico del INTA.
Pregunto: ¿No es contradictorio destinar granos, tierra, agua, para hacer combustible para vehículos?
Cambia la predisposición del hasta hace momentos amable intiano. “Para nada. Está probado a nivel mundial y también aquí que es falso eso de que ‘se transforma la comida de humanos en comida para autos. Ese discurso proviene de los mismos que se oponen a la biotecnología y no se pueden negar a eso. Un ejemplo impresionante: en el país, mediante la biotecnología, se dio vida a la ternera Rosita, que puede generar leche materna”.
Ingeniero agrónomo de la Universidad Nacional de Córdoba, rubio alto, ojos claros, descarta que el PEA traiga consecuencias ambientales. “Habrá una expansión sobre algunas zonas, pero son lugares improductivos, y habrá una mejora en el rendimiento de los cultivos”, explica, aunque no puede precisar las zonas “improductivas”.
El agronegocio y los gobiernos, suelen considerar improductivas las zonas habitadas, y trabajadas, por campesinos e indígenas. Cuando en realidad son regiones con otro tipo de producción. A los ojos de campesinos e indígenas, el monte es muy productivo: de ahí obtienen alimentos y remedios. “El monte es la farmacia y el supermercado”, es una frase que recorre las regiones que aún escapan a los agronegocios.
Futuro. El espacio de Monsanto es imponente. Asemeja una gran nave blanca y gris. Reciben chicas imitación Barbie, altas, rubias, delgadas, sonrientes.
En el mostrador de “Agricultura sustentable” hay un joven con folletería sobre ecología y cuidado ambiental. MU pregunta, grabador en mano, respecto a las políticas “sustentables” de Monsanto. El joven sonríe, pide que no lo comprometamos y explica que todo está explicado en el folleto. Entrega también un anotador de papel reciclado con un eslogan: “Producir más. Conservar más. Mejorar la calidad de vida”. Folleto mediante, Monsanto deja de ser una empresa de semillas y agroquímicos y se transforma en una oenegé ambiental.
El sol sacude y la hábil Monsanto ofrece en sus salones aire acondicionado, música y amplios sillones donde refugiarse. Se asemeja más a un VIP de la Costanera porteña.
Un grupo de sub 25 descansa desparramado en los amplios sillones blancos. El periodista pregunta de dónde son y qué hacen en Expoagro. Sonríen como adolescentes y se pasan la respuesta unos a otros. Están casi uniformados: chombas, jeans amplios gastados, zapatillas o alpargatas, sombra de barba y peinados prolijamente despeinados. Podrían protagonizar una serie para adolescentes de Cris Morena: Casi Ángeles. “Somos de Agronomía de la Universidad de La Plata. Vinimos en cole con la Facu”, explica Luciano Moyle, de Rauch. Todos son de pueblos-ciudades de Buenos Aires. Todos estudian agronomía. Y todos están fascinados con lo visto. “La ciencia y los fierros”, resumen. Traducido: la biotecnología (semillas, agroquímicos) y las maquinarías agrícolas.
En octubre de 2011 se realizó en la Facultad de Agronomía de La Plata el congreso número 23 de la Federación de Estudiantes de Agronomía y Afines (FAEA). Allí denunciaron al modelo agropecuario actual, los desmontes, desalojos, contaminación y consecuencias sanitarias por los agrotóxicos. Y apuntaron al rol cómplice de la universidad pública. “Son sectores minoritarios, son los zurdos, no entienden nada”, advierte Gastón Schur, también de Agronomía de La Plata. Todos sonríen. Moyle pone paños fríos: “Pensamos distinto. Nada más. Nosotros entendemos que el campo es esto. Ellos no. El futuro dirá quién se equivocó”.
Modelos. Para todos los gustos. Rubias estilo Nicole Neumann, la preferidas de las semilleras y automotrices. Morochas esbeltas como Pocahontas en las de maquinarias y de insumos locales. Algunas de jean y remera ajustada, otras con uniforme de las empresas e incluso con bombachas de gaucho y sombrero de ala ancha. Cobran entre 200 y 400 pesos por día, según cuál sea la tercerizada que las trajo a Junín.
“Poné que soy la Mirta Legrand de Junín”, solicita pícara, sonriente. Tiene 39, cabello corto y uniforme de pantalón gris y camisa azul. Limpia los baños químicos que están detrás de la sala de prensa. “Disculpá los nervios, es mi primera entrevista”, avisa y larga otra carcajada. Vive a trece cuadras de la feria, llega a las 8, se va a las 19. “De sol a sol, como los de la Sociedad Rural”, compara irónica. Cuenta que votó “a Cristina”, que ya es abuela y que sus nietos “tienen la asignación universal”. Que ese derecho le generó una pequeña complicación con las empresas de empleo temporal de la muestra: “Muchas vecinas tienen la asignación y no pudieron venir”.
¿Cuánto le pagan?
Abre la mano, la levanta hasta la altura de la cara y guarda el dedo pulgar. Silencio de segundos. Y remata: “Cuarenta pesos por día”.
Trece horas de trabajo. 3,1 pesos la hora.
La reina. El 56% de la superficie sembrada de Argentina contiene soja: la mitad de la producción granaria. A pesar de eso, no tiene un rol protagónico en Expoagro. Está presente, claro, pero no en la proporción que ocupa ni en hectáreas ni en las arcas públicas: 16.000 millones de dólares, a cifras de 2009.
“Esto que ves acá es la nueva tecnología”, invita Juan Manuel Bello, ingeniero agrónomo de semillera Don Mario, una de las empresas líderes del sector. Se refiere a una pecera de vidrio, de un metro de alto y dos de largo, dividida al medio. De un lado, la soja transgénica que se utiliza en la actualidad (llamada “RR”), tallos quebrados, hojas rotas y con agujeros de vaya a saber qué bicho. A su lado, la nueva soja “RR2 BT”, impecable, verde oscura: pareciera de plástico, artificial. “La idea es que se pueda comparar a simple vista”, explica.
¿Por qué aún no se utiliza en el país?
“Acá la comercializaremos cuando se logre consenso en toda la cadena: desde producción hasta exportación.
Pero ¿por qué no hay consenso?
“Monsanto es el propietario, el dueño del gen, que está protegido por patente. Y, como es lógico, el dueño del gen debe contar con el consenso para comercializar y asegurarse la propiedad intelectual”.
El representante de Don Mario-Monsanto no quiere pronunciar la palabra incómoda. “Consenso” significa que los productores locales acepten pagar regalías.
Grises. En Expoagro están presentes muchos de los ganadores del actual modelo de agronegocios, pero sería simplista afirmar que concurren sólo los ganadores. A poco de dejar la feria del “campo”, una rareza: dos gauchos de bombacha, bota, boina, camisa a cuadros. Dos adultos y un adolescente, el único de remera y alpargatas. Miran un Audi A5.
¿Qué les parece “la Expo”?
“Poca gente, poco interés de venta y poco de compra también. Muchos miran autos, pero pocos las herramientas”, critica el hombre alto, fornido, voz gruesa. Menea la cabeza en signo de desaprobación: “Está complicada la cosa. El sector no se encuentra en un buen momento y no hay políticas claras, no hay seguridad”.
El que habla es Guillermo Boeghin, de la vecina Chacabuco, también plena pampa húmeda, 32 años, aunque aparenta al menos diez más. Tiene 80 hectáreas. En 60 hace agricultura y en el resto ganadería. Entiende que el gobierno no tiene proyecto a futuro para el campo. Y lo ve claro en la ganadería y lechería, donde asegura que las políticas oficiales complican la vida del productor. Marca la mala racha desde 2005, “cuando Kirchner intervino los mercados, nos hizo liquidar los animales y los tambos comenzaron a caer”.
Lo interrumpe su amigo, Sebastian Sofía, 37 años, alto y delgado, también de Chacabuco, 150 hectáreas cercanas al río Salado. “Yo trato de producir en el campo para una buena vida para mí y mis hijos, pero se complica porque hay una persecución impositiva tan grande que se hace imposible. Meten a los grandes con los más chicos en la misma bolsa, y eso es injusto”, reclama.
Los entrevistados se retroalimentan. Es una catarsis ante el grabador. Boeghin retoma la palabra: “No te confundas. Esto que está acá no es el campo, esta ostentación que está acá no es lo que vemos en nuestras casas. Yo trabajo todos los días, de lunes a lunes, y ni en pedo me puedo comprar este bicho (señala el Audi A5)”, explica. Reconoce que está parado en un patrimonio de “dos palos” (dos millones de pesos), pero “ni con el mejor crédito llego a un tractor nuevo”. Desmitifican a los pooles de siembra: “¿Qué tiene de malo juntarse con otros, arrendar y ganar plata? Bien por quién puede, mal por quien nos trata a todos de la misma manera y mucho peor por quiénes deben controlar a los pooles y no lo hacen”, sienta postura Sebastian Sofía, ya envalentonado.
La charla avanza y está claro que no son kirchneristas. Se identifican como “dirigentes de base” de Carbap y cuestionan a Federación Agraria y Coninagro por acercarse al gobierno. “Las bases queremos estar unidas, más allá de los dirigentes. No nos negamos a aportar para el país, pagar impuestos, que diferenciemos entre grandes y pequeños. Sino es injusto”.
Ambos hacen ganadería y soja; recuerda que hacían trigo y maíz, pero ya no. “Todo te lleva para la soja, necesitás menos capital y menos insumos”, aclara Boeghin, el más robusto, que se encoge de hombros y vuelve a la carga: “Ellos (por el gobierno) dicen que no quieren la sojización, pero es mentira, al gobierno le sirve que el campo se inunde de soja porque van a tener más entrada de dinero”.
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Expo Asco
Cuando la fotógrafa Lina Etchesuri fue a Expo Agro trajo una cosecha, de la que aquí publicamos apenas una selección. El azar, que nunca es casual, nos entregó un link: Amador Fernández Savater, desde España, nos informaba de la salida de un interesante libro, Teoría de la Jovencita, editado por Acuarela. Se trata de un texto cosido a imágenes (a nuestro gusto, mucho menos reveladoras que éstas) donde se analiza la relación entre el uso del cuerpo femenino y la máquina que vende capitalismo en tiempos de crisis terminal. Lo interesante de este texto, además, es que no lo escribe ni un autor ni un colectivo: Tiqqun.
“Tiqqun es el nombre de un medio, un medio para construir enérgicamente una posición. Toda posición es una taxonomía, una topografía espiritual, una inteligencia política de la época: una toma de partido”. Este planteamiento encontró lugar en una bella revista publicada en francés de idéntico nombre y breve existencia: Tiqqun 1, en 1999 y Tiqqun 2, en 2001. Los contenidos pueden consultarse en su web.
Ahora, Tiqqun dibuja en este libro el campo de batalla: de qué modo un bolso, un culo, una sonrisa, un perfume, pueden ser armas en una guerra. Librada entre nosotros y en el interior de cada uno.
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Power Verde
Jeremy Rifkin. Las empresas energéticas son dinosaurios que pronto van a desaparecer. Es la hora del poder de las calles y de Internet. ¿Quién lo dice? Un gurú del sistema.
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