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Qué tiene un rico en la cabeza
Douglas Tompkins. En la década del 90 llegó a la patagonia chilena y compró las mejores tierras. Luego, pasó a Argentina donde acumuló estancias en zonas estratégicas. Dice que su proyecto es conservar la biodiversidad y donar al Estado esas tierras salvadas de la depredación del modelo extractivo. Se declara enemigo del monocultivo sojero y la minería. Y amante del chamamé. ¿Un excéntrico, un visionario o un gringo de última generación? Pasen y lean.
Para entrar en la casa principal de esta estancia de Douglas Tompkins, solicitan que uno se quite cualquier calzado que lo haya trasladado hasta ese lugar ubicado en los Esteros del Iberá, a 20 kilómetros de Pellegrini y 120 kilómetros de Mercedes, en Corrientes, Argentina, Sudamérica, Planeta Tierra. El planeta está habitado por humanos, insectos, zorros, burros y todas las demás especies conocidas, estén o no en vías de extinción. Según ciertas ideologías, teleteatros, religiones, sistemas morales y muchas películas, los humanos pueden clasificarse al menos en dos grandes subespecies:
a) Los buenos.
b) Los malos.
La imagen de Tompkins suele estar identificada con el grupo b).
La estancia se llama Rincón del Socorro, 11.579 hectáreas que forman parte de las 138.140 hectáreas que Tompkins posee en el Iberá (siete veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires, o 150.000 manzanas).
Hay una antesala donde se dejan zapatos, zapatillas, chancletas y otros medios de transporte. También hay un estante con sombreros, para cubrirse cuando en verano las cosas se ponen a 40° o más, pero no hacen falta en este suave invierno del Iberá.
Tompkins es un norteamericano cosecha 1943, nacido en Ohio, millonario, trasplantado a Chile y Argentina desde la década del 90, donde se lo ha acusado de diversas cuestiones:
Imperialista.
Ecologista radical.
Comprador de estancias para adueñarse y controlar no sólo los territorios sino también las reservas de agua dulce.
Promotor y/o beneficiario de un proceso de extranjerización de las tierras y pérdida de la soberanía nacional, con la excusa del ecologismo.
Representante de la CIA (Central Intelligence Agency) en el continente.
Empresario con oscuras intenciones.
Agente de la creación de un nuevo Estado de Israel en la Patagonia.
Algunas críticas emanan delirio, otras resultan pertinentes. Lo que menos se conoce es lo que el propio Tompkins dice al respecto. Abriendo la puerta de la antesala de Rincón del Socorro, se pasa a un ambiente cálido y amplio (en Argentina se dice living-comedor) de unos 10 x 15, pero no como esas inabarcables mansiones nativas que combinan jarrones chinos, sillones franceses, marfiles africanos, alfombras persas, relojes suizos y cuadros de 500.000 dólares.
Esto es diferente: blanco, madera y beige, ordenado sin obsesiones, nada pomposo y con un adorno principal: grandes ventanales que dan al campo, al horizonte. El campo fue comprado por Tompkins a la familia Blaquier, propietaria del ingenio azucarero Ledesma, inolvidablemente relacionado con el apagón de 1976 en Jujuy, plena dictadura, que facilitó el secuestro y tortura de 400 personas de las cuales 30 continúan desaparecidas. Por algún trastorno idiomático o cerebral a familias como los Blaquier, socias de aquellos crímenes, se las considera “clase alta”. Tompkins también le compró campos correntinos (100.000 hectáreas) al argentino más rico, Gregorio Perez Companc, en 15 millones de dólares.
Allí afuera, a través del ventanal, me mira un carpincho. El roedor más grande de mundo, cuyo peso se calcula en las 3/4 partes de un periodista de TV por cable. Aparece Douglas Tompkins, 68 años, flaco, canoso, tímido, en alpargatas de exclusivo uso casero, pantalones blancos tal vez de lino y un pulóver chileno de lana marca Puma Verde de color ídem. Habla un castellanou tipicou de gringou, con una notable precisión, que de vez en cuando emparchamos con mi inglés frankenstein.
Hay una cronista y un fotógrafo franceses, del diario Le Figaro, tan en medias como nosotros, pero Tompkins ha dicho que prefiere hablar con MU, cosa que no debería exacerbar nacionalismos. Los franceses escuchan. Nos sentamos en la mesa de madera reciclada del comedor, que a su vez está integrado a la cocina. En la casa trabaja una señora, sólo un rato por día (es decir: no hay el habitual ejército de sirvientes de la llamada sociedad pudiente). A unos metros hay una huerta orgánica, y también una hostería con nueve habitaciones. Tarifa por noche: 300 dólares. Cada detalle tiene ese estilo bello y austero que los Tompkins definen en su libro Land Ethics (Ética de la tierra) a partir de tres conceptos: “natural, local, y orgánico”.
Ahora pasan unos ñandúes frente al ventanal.
¿Cómo pararse frente a un caso como el de Tompkins? ¿Qué rol juegan ideas sobre nación, patria, soberanía y extranjerización, mezcladas con otras como minería, sojización y saqueo de recursos? No estoy por responder a tal enigma, apenas comparto la perplejidad. Tal vez se trate no de creer sino de intentar entender, en un mundo en el cual confiar en ciertas entelequias (clubes de fútbol, religiones, ideologías, medios, políticos, locutores, discursos) cada vez más nos convierte en embriones de idiotas útiles. Comienza una charla que no sé si brindará algunas pistas sobre Douglas Tompkins.
Los ñandúes se alejan de la ventana.
El traidor y la leche
Usted es norteamericano, rico y terrateniente. Todos elementos para que en Sudamérica uno lo considere una persona sospechosa.
(Tompkins mira hacia el campo) Claro. Pero yo no tengo ningún CIA (así lo dijo) y además estoy rechazado por mi clase. Estoy circulando como un free radical, un radical libre. La clase empresarial me rechaza como un excéntrico, loco, subversivo, porque estoy contra la industrialización, contra la guerra, contra la minería, contra la sojización y la forestación para celulosa, y todo este modelo económico que va al abismo. Entonces uno ve los poderes fácticos que cierran filas para mantener un monoblock de fuerza. Es esencialmente así: soy un traidor a esa clase, y por eso estoy out (fuera). Y también es difícil aceptarme para los activistas que luchan por otro paradigma porque soy… sospechoso. Es entendible. Pero ya estoy acostumbrado. No veo cómo puedo cambiar eso, sólo que vean qué es lo que realmente hago.
Una persona con mucho dinero, en la historia argentina, siempre genera dudas. ¿Cómo hizo su fortuna?
Vendí mis empresas (The North Face, de prendas deportivas y de alpinismo, y la fábrica de ropa Esprit).
¿Valor?
Fueron distintos momentos, pero habremos reunido un capital más o menos de 700 millones de dólares. Y gastamos el 99% de los ingresos de todo esto para nuestras actividades en estas esferas: conservación de biodiversidad, conservación de tierras, activismo, restauración y agroecología. Y luego donamos al Estado. Por eso, ante todo, yo personalmente y Kristine (su mujer) no somos megarricos, para nada, porque la gran mayoría de nuestra riqueza fue donada a fundaciones sin que tuviéramos fines de lucro. Son fundaciones ambientales, conservacionistas. Aquí mismo en Corrientes hay una ley que llaman Ley Tompkins, para prohibir a los extranjeros comprar campos, pero se hizo bajo una falsa premisa, porque el destino que les damos es su donación como Parque Nacional, como ya lo hicimos en Chile con el Parque Pumalín, y en la provincia de Santa Cruz, con Monte León. Pero no somos ingenuos. Mucha gente agarra el micrófono y somos un blanco fácil. Probablemente yo y mis colegas de las organizaciones antiglobalización hemos hecho algo similar a veces, acusar a alguien por error o por estrategia. Yo puedo perdonar si es estrategia, hablar del policía malo, ¿me entiende? Pero no es útil crear mala leche entre aliados.
¿Repatriando tierras?
Tompkins fue montañista, lo cual habla de un oficio de repechar cuestas, apoyarse en los obstáculos, superar vértigos y planificar ascensos y descensos, que tal vez sean un estilo de vida, o una técnica aplicable también con respecto a la ecología. Se reconoce como uno de los fundadores del International Forum On Globalization (IFOG): “Fue hace 20 años, en mi casa de San Francisco. Allí inventamos la palabra globalización. Había activistas de alto nivel. Luego vinieron las grandes manifestaciones en Seattle (Estados Unidos), Génova (Italia), pero yo estaba perplejo, porque el movimiento antiglobalización para mí tiene cuatro aspectos: Justicia social, Feminismo, Paz y Ecología. Justicia social tiene varias subdivisiones, como trabajo, salud, derechos humanos. Pero yo empecé a ver que siempre quedaba el discurso así: el hombre primero, la naturaleza después. El discurso social marginó el discurso ecológico. Y yo vengo del lado ecológico. Para mí la naturaleza está un pasito antes, porque no puede haber justicia social en un planeta muerto. Es importantísima la justicia social, pero con el concepto de que la naturaleza es el corazón de la vida. Ahora veo que hay ideas así en Bolivia y Ecuador, eso me da esperanza. Evo Morales es un ejemplo, súper inteligente. Mi otra queja al movimiento antiglobalización es que es muy débil la crítica a la tecnología. No hay una crítica sistémica. Hay muchos espejitos de colores tecnológicos, pero creo que tenemos que pensar en otro tipo de sociedad, de agricultura, en repoblar la zona rural. Nadie habla de eso”.
Pero usted me está hablando de ecología y lo que se cuestiona es que se está quedando con las tierras, lo cual además implica extranjerización…
Están disparando al blanco equivocado. Nosotros no nos quedamos con la tierra: estamos repatriando tierras a la Nación. O en realidad, a la ciudadanía en general, porque el patrimonio de un país pertenece a todos los ciudadanos. Entonces, nuestra tenencia de tierra es provisoria. Temporaria. Por ejemplo, Monte León, en Santa Cruz, compramos en el año 2000. La fundación (Conservation Land Trust, creada por Tompkins) fue dueña de ese campo por tres o cuatro años, y lo donó al Estado Argentino. Hizo un puente para pasarlo del sector privado al público. Compramos al privado y donamos al Estado. Es algo realmente insólito, la gente no está acostumbrada, y piensan que es algo sospechoso, contra la corriente.
¿Siempre ustedes hacen eso?
Sí, para mí ésa es la filantropía. No queremos morir con más de un par de dólares. ¿Qué vamos a hacer con plata cuando estemos muertos?
Monte León es el primer Parque Nacional costero de Argentina. Son 66.800 hectáreas que Tompkins compró a la familia Braun y efectivamente donó a Parques Nacionales en 2003. Un proyecto similar es el de la estancia El Rincón, 15.000 hectáreas junto al cerro San Lorenzo, contiguas al Parque Nacional Perito Moreno. “En Chile, por un rato fuimos grandes terratenientes, pero donamos 85.000 hectáreas para el Parque Corcovado, junto a 210.000 del gobierno, y también donamos para el Parque Pumalín, que en total tiene 289.000 hectáreas. Los ultranacionalistas que están contra nosotros no podían creerlo”.
Macchiavello de laboratorio
Tompkins habla con entusiasmo. Si está fingiendo, es un buen actor (o sea, si en lugar de un ecologista, como dice él, es un agente de poderes transnacionales). Trae una notebook y me muestra fotos que junto a su mujer Kristine han ido tomando en cada viaje (ella, además, es la creadora de otra marca internacional de ropa deportiva, Patagonia).
Con las fotos arman afiches en inglés. Traducción: “Megacapitalismo en jaque mate” dice uno, con torres de alta tensión que son como un enjambre que atrapa al cielo. “Japón perdido” la tomó el mismo Tompkins. Muestra a un joven absorto mandando mensajitos de texto con ropa a la americana y zapatillones rojos, a metros de otro japonés que sube a una Ferrari blanca con un valet que le cierra la puerta, y cinco palabras: “Status, Moda, Consumo, Gasto, Estupidez”.
Otra es correntina, con fotografía aérea desde una de las avionetas de Tompkins: “Señor Macchiavello: su fin no justifica los medios”, en referencia a la construcción de “un terraplén ilegal, de 22 kilómetros, la peor intervención en toda la historia de los Esteros del Iberá”. Todo producido por la hacienda San Eugenio, propiedad del citado Eduardo Macchiavelo a quien el afiche describe como “gerente general de laboratorios Roemmers”. Denuncia que los pobladores perderán sus casas y su derecho a la tierra, además del modo en que la obra afecta la biodiversidad.
Entre otros proyectos que movilizaron a Tompkins de modo personal y/o apoyando a grupos ecologistas correntinos se encuentran los de una latifundista francesa, Gilberte Beaux, y el conocido proyecto de represa Ayuí que asocia al especulador financiero George Soros con José Antonio Aranda, sub pope del Grupo Clarín (ver aparte). En Chile acompaña públicamente todos los movimientos y polémicas contra la construcción de represas.
Madame Beaux, dama ochentañera, una de las reconocidamente más ricas de Francia aunque instalada buena parte de su tiempo en estos pagos, se apoderó del curso de un río en su campo Rincón de Luna para represarlo y regar 1.000 hectáras de arroz (debe recordarse que los ríos no son de los magnates). No hubo estudio de impacto ambiental, hubo contaminación por las consabidas fumigaciones, desmonte del bosque nativo, ausencia de permiso. En definitiva, una arrocera ilegal, denunciada por la organización Salvemos al Iberá. El gobierno terminó multando a Madame en 5.600 pesos. Salvemos al Iberá, de fluida relación con Tompkins, le pidió que hablara con la francesa. “Pero fracasé totalmente. Creí que podía hacer avanzar sus ideas al ambientalismo, pero no”.
Soja, minería y destrucción
Tompkins, a través de otra fundación (Deep Ecology) editó un libro sobre minería: Plumbering Appalachia (Saqueando los Apalaches). El libro está hecho con la premisa de plantar dos árboles por cada uno que haya sido necesario para hacer el papel (pero es uno de esos libros carísimos y gigantescos). Las fotos muestran los efectos de la minería de carbón en los Apalaches norteamericanos, y lo que cualquier vecino de la minería a cielo abierto argentina conoce: montañas rebanadas, explosiones, cráteres, tierra estéril, drenajes químicos, contaminación del agua y el aire, la exportación de las riquezas (se ven los trenes cargados), la resistencia de las comunidades y la represión a la cual son sometidas.
Las páginas tienen estos títulos: “Destrucción”, “Devastación”, “Cocinando el planeta”, “Destruyendo el futuro”. Exige la prohibición de la minería como única solución, y brinda una lista de comunidades, grupos y organizaciones que enfrentan el saqueo, para que se las conozca y pueda hacerse contacto con ellos.
Una de las fotos del libro se titula “Armas de destrucción masiva” y otra se puede entender en inglés: “Bombing Appalachia”, todas con las explosiones, extracciones y destrozos en las montañas. Explica Tompkins de dónde tomó el lenguaje bélico: “Mientras George Bush ordenaba invadir y bombardear Irak con el eslogan de buscar armas de destrucción masiva que no existían, la verdadera destrucción estaba ocurriendo en estas montañas”. Globalización es también minería a cielo abierto en el corazón del Imperio.
Tompkins cuenta que marchó contra la invasión a Irak frente a la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. “Estaba Pino Solanas, yo no lo conocía. Alto, canoso, tiene una cara interesante. Me escuchó hablar y se dio cuenta de que yo soy norteamericano. Me dijo: ‘Estás en contra de tu propio país’. Y yo le dije: ‘Claro, estamos en contra de nuestro propio gobierno’. Eso demuestra que hasta él puede tener el concepto de que un norteamericano está a favor de la guerra de Irak. Pero yo lucho contra esas políticas de mi país, y voto por Internet. Me hace sentir un poco mejor votar contra los pelotudos”.
Definición: “Para mí la soja es minería. La minería es insustentable por definición, porque toma un recurso no renovable. Es destrucción. Y la soja produce una degradación, están minando los suelos con la agricultura industrial. En Entre Ríos es fenomenal, la erosión me enferma, yo estoy teniendo angustia por los suelos. Porque yo tengo el ojo de agricultor que trata a toda costa de evitar la erosión. Hay agricultores que tiene ojos para la ganancia. Además de envenenar los suelos con agroquímicos, se están perdiendo los suelos, perdiéndolos en el mar”.
Buenos Aires – Colonia, a pie
La teoría de Tompkins es que el avance de la erosión de las tierras va acumulando sedimentos en el Delta. “Dentro de 100 años se va a poder cruzar caminando desde Buenos Aires a Colonia. Eso con la erosión, pero además la soja se chupa nutrientes que se exportan, minerales, fertilidad, materia orgánica. ¿Y con qué los reemplazamos? Con petróleo en agroquímicos y fertilizantes. Una locura, una catástrofe nacional”.
El ojo de agricultor se debe a lo siguiente: de todas sus compras de campos, Tompkins destina un 10% a producción. En Land Ethics (Ética de la tierra) Tompkins y su mujer explican: “Queremos demostrar buenas prácticas agrícolas, que además produzcan beneficio social. En nuestras mentes, al menos, estos esfuerzos por una agricultura sustentable generan un bienestar público ya que esas tierras obviamente seguirán existiendo cuando nosotros ya no estemos, incluso con nuevos dueños”.
Del resto de las propiedades (el 90%), los Tompkins ya han donado aproximadamente el 20% tanto en Chile como en Argentina, un proceso que se han comprometido públicamente que continuará a través del CLT incluso más allá de su muerte en un plazo de 20 años, aseguran. En el Iberá calculan que el pasaje al dominio público de estas más de 100.000 hectáreas se producirá de aquí a cinco años.
¿Ponen condiciones?
Sí. Tiene la condición que es muy normal, de que se dona como parque nacional y quede así. El Estado no puede venderlo ni usarlo con fines de lucro. Aquí en Corrientes ya se hizo, no soy el primero. El Parque Nacional Mburucuyá fue donado con esa premisa.
Troels Myndel Pedersen, efectivamente, fue un naturalista y botánico danés nacido en 1916, vivió en la estancia Santa Teresa que su padre había comprado (15.000 hectáreas), la donó en 1991 como parque nacional, y falleció en 2000.
Monocultivo vs. policultivo
Tompkins tiene una evidente predilección por el campo Laguna Blanca, de Entre Ríos, 3.003 hectáreas. Me muestra las fotos aéreas en la pantalla de su notebook. Para un ser urbano, sólo se ven franjas curvas de distintos colores. “Porque en lugar de monocultivo hacemos policultivo”, dice Tompkins, que asegura que Laguna Blanca llega a 65 producciones simultáneamente, desde plantas aromáticas y medicinales hasta frutas, nueces y granos, además de ovejas. “Tenemos nogales, castaños, ciruelos, olivos, avellanas, higos, almendras, lino, trigo, girasol. Es otro paradigma de agricultura, totalmente distinto, y orgánico. Hay 7% de materia orgánica en nuestros suelos, nuestros vecinos tienen menos del 3%. Tenemos soja, pero orgánica. Queremos demostrar que este tipo de agricultura puede hacerse en una escala grande, y es sustentable”.
Su definición de una dinámica cultural: “El sistema capitalista vende espejitos de colores, chupa a la juventud de las zonas rurales a las zonas urbanas. Degradan la autoestima de la gente que vive en el campo, describiéndolos como atrasados y lejanos a la modernidad. Se ve con la sojización en Argentina. Todos los grandes productores están arrendando o comprando los campos a los chicos y hay una concentración de locos. La respuesta es reducir la compra de extranjeros. Pero no es ése el problema. Con los grandes sojeros argentinos y el argumento nacionalista, el problema sigue siendo la industrialización y la escala de producción, y la fragmentación y disolución del tejido social de las comunidades rurales. Rompen ese tejido social”. Por primera vez en la charla Tompkis se pone enfático: “Aquí en San Ignacio hubo una ceremonia, con música y bailarines folklóricos, que para mí… me vuelvo loco por esto. Para mí en el chamamé se ve la gloria de vivir en el campo. Esos bailarines están a nivel del Colón de Buenos Aires y tienen todos entre 14 y 22 años. Mire… (dice mostrando orgulloso su propia foto de una pareja bailando el chamamé). Por eso me gusta hablar de un ecolocalismo, que fortalezca el sentido de vivir en el campo, la autoestima.”
Progreso y esgrima
Hubo un segundo encuentro, pero antes pude recorrer el campo donde uno pasa al lado de carpinchos serenos. Me explican que cuando no hay caza ni muerte, los animales pierden el miedo y ya no se alejan del bicho humano. Los zorros (aguará guazú) andan orondos, los coatíes los miran de reojo. Me muestran loros habladores, de quienes acaso desciende parte de la farándula mediática privada y pública. Me explican que los predadores son necesarios. En Estados Unidos se descubrió que las matanzas de lobos (que son malos: se comen a los hervíboros e incluso a las abuelitas), provocaron un deterioro en los bosques por saturación de hervíboros (buenos y vegetarianos) que se comían todos los retoños del bosque. Aquí se planea la reintroducción del yaguareté, un leopardo bellísimo que sólo se puede ver en algunos zoológicos.
Otra recorrida fue por el propio Iberá en bote, a centímetros de unos yacarés, caimanes de facha medio temible, pero dedicados al arte de estar al sol. Me dicen que Iberá aporta un tercio de la fauna total de Argentina. Hay venados de los pantanos, pájaros como el yabirú, el yetapa de collar, la monjita dominica, el chajá, el tordo amarillo, el cardenal amarillo, pasa un águila negra: salvo ángeles y aviones, cualquier cosa con alas. Y flores amarillas en las amapolas de agua entre las que flotamos. Es otra órbita, en el bote lento. Navegar es preciso, es necesario. El silencio, el ambiente: estar ahí deja la rara sensación de haber llevado el alma a una terapia.
En Rincón del Socorro, Tompkins también se da tiempo para un deporte inesperado, la esgrima, con Javier Golbschtein, quien además dirige la pequeña escuela que hay en la estancia para 14 chicos (cuota de 300 pesos mensuales). Es un combate detrás de las máscaras: equilibrio, control, amague, círculos pequeños dibujados en el aire, metales que chocan, velocidad para la estocada. En la casa donde nos instalaron hay libros de especies en vías de extinción, reptiles, pájaros y demás, y también ensayos como La Naturaleza Humana (diálogo de Noam Chomsky con Michel Foucault en la TV holandesa, 1971), Modernidad Líquida (Zygmun Bauman), ¿Es sólo una ilusión? (Ilia Prigonine), El Método (Edgar Morin), Microfísica del poder (Foucault bis), ¿Qué es la filosofía? (Deleuze-Guattari), novelas como El Hombre duplicado (José Saramago) y los cuentos de Sin Plumas (Woody Allen). Vuelvo luego a encontrarme con Tompkins, que tiene la notebook abierta. Al rato me sorprende con una estocada: “Hay que frenar el progreso”.
El arte de estar fritos
“Creo que hay que frenar el progreso, esta idea de desarrollo, que yo llamo sobredesarrollo”. Aplicación argentina: si definimos al país como “subdesarrollado” nuestra conclusión es que debe desarrollarse. Si es “sobredesarrollado” habrá que dedicarse a repartir y gestionar distinto. “Hay que revertir el tecnoindustrialismo para ir a una sociedad más agraria. No digo volver a recolectores y cazadores, pero sí tener descentralización, una escala más humana y ecolocalista de la sociedad. Y mientras tanto no matar lo salvaje, lo natural. Porque si sigue esta destrucción, estamos fritos. Para mí el progreso no es cuánta industria hay, sino cuánta biodiversidad hay”.
Otra noción: “Usamos computadoras y teléfonos y tecnología para ampliar nuestras luchas y difundirlas. Pero opino que la computadora y el celular están destruyendo al mundo cuando son pura diversión, puro consumo insensato, porque aceleran la conversión de la naturaleza a la cultura tecnoindustrial. Y se está creando una crisis de extinción. Es un capitalismo que nos pone en el abismo”.
Le cuento que no dejo de tener la sensación de que los parques nacionales simbolizan una ecología turística, ajena, fotográfica, clase A, un espectáculo para ver, o un museo para visitar. Tompkins reflexiona: “Yo estoy abierto a discutir si es o no una buena idea. Yo intento comprar para pasar del sector privado al Estado, porque creo que si mantenemos vivo al planeta y sus ecosistemas, el beneficio para la sociedad es total. Y para su vida”.
Mucho antes que él, los pueblos originarios plantearon esa centralidad de la naturaleza y de su relación con los territorios, lo que les ha valido colonizaciones, conquistas e ingeniosos mecanismos genocidas del pasado y del presente. “Yo no compro territorios de pueblos originarios. Pero si se trata de pueblos con una cosmovisión cultural, ecocéntrica, tradicional, soy el primero que levanta la mano para ponerlos en estas zonas, no importa si son parques nacionales, porque si tienen ese modo de vida van a tener compatibilidad con todos los otros seres que están allí. Si son indígenas asimilados que sólo quieren el territorio para ganar una tajada de la torta de la sociedad tecnoindustrial, no estoy de acuerdo. Pero nada es fácil. La vida es imperfecta. No sé cómo resolver estos problemas. Pero es fatal que se rompa esa cultura”.
Cree que el mundo pasa por lo que llama “pico petróleo” (momento en que entramos en la ladera descendente del consumo petrolero que habría llegado a su máximo) y que de aquí en más los actuales niveles de “crecimiento” serán imposibles de sostener. “No hay nada a la vista que sustituya al petróleo. Y sin petróleo la sociedad no podrá crecer. No vinieron los paraísos de la globalización. No vendrán”.
Usted habla de frenar el progreso, la industrialización. Aquí uno siente que esa etapa ni siquiera ha comenzado. ¿De qué viviría la gente si hoy mismo no hay trabajo suficiente?
No es algo dogmático, hay que pensar en corto y en largo plazo. Yo critico el modelo. Y propongo buscar un cambio de paradigma, de concepto de progreso. Los políticos no piensan el largo plazo, porque su elección es por 4 ó 6 años. Sólo piensan ese corto plazo. Mi propuesta es cambiar la definición de progreso, calidad, desarrollo, mejorar la escolaridad para que la gente pueda cuestionar estos paradigmas. El capitalismo es una tecnología económica con un fin único: acumular y buscar ganancias por sobre cualquier otra razón de ser. Este megacapitalismo es irreformable. Como lo es la agricultura industrial, forestal, la minería. Es un problema sistémico, y por eso necesitamos escolaridad, preparación, universidades, para entender a dónde estamos dirigiendo a la humanidad, con este abismo de la crisis de extinción.”.
Cree que la palabra clave no es “revolución” sino “transición” para sumar gente. “Argentina es un país bendecido por la naturaleza, podemos hacer una reforma agraria para que en lugar de 100.000 granjas haya 500.000. Sin ninguna agricultura corporativa o concentrada: familias, personas naturales, que reconstruyan la vida”.
¿Qué es el poder?
La habilidad de las personas y las sociedades de tener independencia e interdependencia. El potencial de hacer cosas para tu salud, tu bienestar y tu futuro. Por eso hacen falta relaciones más locales, horizontales y no verticales, salir de esta dinámica de megaciudades, como lo plantea Mike Davis. Y cambiar el lenguaje, como lo cambió el feminismo. Es algo que hay que aprender. Pero el poder… hay poder de imperios: el imperio de los sojeros, de los mineros, de lo tecnológico. Están vaciando el contenido de la sociedad y la democracia, por la influencia de los lobbies empresariales y las transnacionales. No son de ningún lugar. Esos poderes virtuales no tienen lealtad a un lugar. Buscan el mercado, los recursos, la ganancia. Son el abismo de la historia.
Se viene la noche y tengo el ecosistema cerebral revuelto. No sé cuáles son las intenciones de Tompkins. Esta mezcla de antiglobalización, chamamé y filantropía no es sencilla. Cuando era chico aprendí que en estos laberintos lo práctico es tomarle la palabra a las personas, ver qué hacen y comprobar si hay coherencia. No sé si estoy tan en medias como al principio, pero Tompkins interrumpe mi navegar, y dice: “Hay que negarse a ser incorporados a este modelo, a este sistema de destrucción. Es difícil porque estamos adentro, hay que trabajar, comer, criar a nuestros niños, cosas prácticas y cotidianas. Pero tenemos que encontrar el modo. Me dirá, ¿por qué hace lo que hace? Yo sé que lo normal es estar preocupados por el presente, pero al final, lo que me pasa es que estoy preocupado por el futuro”.
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Turros Bailando Piola. Alguien subió un video para burlarse y terminaron cosechando dos millones de visitas. Ahora tienen fans que los adoran y hacen giras por el conurbano.
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La represa de Ayuí. Dos símbolos de la concentración, José Aranda y George Soros, intentan desviar el cauce del río Uruguay para regar sus empresas arroceras. Qué rol juegan los medios en este negocio y por qué la Corte espera que alguien saque del limbo a la causa.
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Ojo con el carpincho
Guardianes del Iberá. Una oenegé ambientalista que mezcla mediáticas performances y acción directa es la encargada de sacudir a la sociedad correntina. Denuncia a las arroceras ilegales y el rol que cumplen en el modelo extractivo. Explican cuál es la sed que alienta el saqueo de la mayor reserva de agua dulce del planeta, que ellos dicen custodiar.
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