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Teoría de la práctica

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Entrevista a Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia. Representa la corbata en un gobierno indígena. Esto es, el clásico intelectual de izquierda que cita a Gramsci y Lenín para describir a un país que está escribiendo sus propios dogmas políticos. Didáctico y racional, traza un cuadro de situación sobre las encrucijadas actuales de un gobierno que ganó el round contra la derecha y ahora debe definir para qué sirve el Estado.

Teoría de la prácticaEntró al al Salón Dorado del Palacio de Gobierno diciendo: “Y cómo están los compañeros”. Traje oscuro, camisa celeste, corbata oscura, Blackberry en una mano y el ejercicio de la presidencia en la otra, por viaje de Evo Morales a Corea.
Álvaro García Linera es matemático, sociólogo autodidacta (la cárcel fue su lugar de estudio), profesor universitario y a lo largo de la entrevista se definirá también como racionalista, bolchevique y espartano, sumado a su condición de katarista. Esta última identidad viene del tiempo en que formó con Felipe Quispe el Ejército Guerrillero Túpac Katari (en homenaje al aymara que en 1781 levantó a su pueblo contra los españoles, y terminó descuartizado y decapitado).
García Linera desapareció unos días en 1992, con el habitual plus latinoamericano de torturas, y quedó preso durante cinco años, sin que pudiesen probarle los delitos de alzamiento armado y sublevación. Luego dictó Sociología en La Paz y se convirtió en analista político y panelista perenne de la televisión boliviana, conferencista internacional, y autor de al menos 40 ensayos publicados como libros propios o en colaboración. Su regalo a mu fue La potencia plebeya, acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia, antología cuyo solo título indica que no se está ante un político convencional.
El Salón Dorado tiene unos 15 metros de largo por 8 de ancho decorados con alfombras, cortinados, sillones de terciopelo, arañas y otros afrancesamientos típicos en estos recintos. La historia dice que Evo Morales convocó a García Linera como compañero de fórmula, considerándolo un puente entre sectores obreros e indígenas por un lado, y la clase media por el otro. Hicieron historia electoral, ganando en 2005 con un inédito 54% de los votos, y rompieron su propio récord con el 62% el año pasado. “Me ven con corbata porque el compañero Evo me pidió que la use siempre”. Mientras Evo ha personificado un estilo de vestimenta estilizadamente indígena, García Linera luce lo clásico y moderno. Cuidadoso de su imagen, prefiere no ser fotografiado en un amplio sofá de tres cuerpos: “Demasiado ostentoso” dice riendo. Pero encaja perfectamente en el Salón Dorado, donde lo difícil es imaginar esa potencia plebeya de la que él habla en sus libros. La potencia indígena trajo hasta aquí al actual Presidente, y al puente que buscaba. Gran parte del debate boliviano tal vez sea ése: cuál es la imagen que se mira, de qué modo calza cada uno de los protagonistas en ella, o de qué modo se rompen todos los encuadres para crear algo nuevo. Limonada para el periodismo, y té para el vicepresidente, que escucha la primera pregunta.
Percibimos un malestar en las comunidades que siguen siendo un importante apoyo al gobierno. ¿Cómo lo evaluaría?
Complicada la pregunta. (Hace silencio, mira el piso y el techo durante exactamente 20 segundos). Hay etapas del proceso revolucionario. La primera es la gestación de una voluntad de poder de los sectores populares, formados en un hábito de obediencia y sumisión. El poder era un tema de otros: otras pieles, apellidos, y no el suyo propio. Rompieron con eso: ¿por qué no podemos nosotros ser poder, ser gobierno, construir el Estado? Lo hizo el movimiento indígena, y no a través de un partido clásico sino de las estructuras sindicales y comunales, en los 90. Y no como retórica sino con un brazo material objetivo que es el sindicato, el gremio y la comunidad. Eso hurga lo propio y más expansivo que tienen las clases populares: son pobres, marginadas, no tienen poder económico: pero tienen estructura organizativa.
Que se puso en acción…
Sí. En un segundo momento, la voluntad de poder se transformó en capacidad de movilización. Año 2000 en adelante. Tercer momento: la construcción de un programa alternativo con capacidad de seducir a sectores no indígenas ni campesinos. Nacionalizar los recursos, asamblea constituyente: una reforma moral de la sociedad. Cuarta etapa: la victoria política electoral. (Señala lo que nos rodea). El presidente Evo entra al palacio, pero no es el poder. La economía está en manos extranjeras, el Poder Judicial en manos de los viejos partidos, el poder económico interno en manos de roscas entre las redes locales y grupos extranjeros. Y el poder cultural-mediático en manos de esos mismos empresarios y políticos. Es la etapa de desmontaje y confrontación con el viejo poder real, con la derecha, a través de la ampliación del poder del pueblo.
Esa etapa es la de la Asamblea Constituyente, pero los movimientos sociales sólo pudieron entrar allí a través de la puerta de los partidos. ¿Ése es un diseño político suyo?
No. Los sectores populares también podían entrar por agrupaciones ciudadanas. Además el MAS (Movimiento al Socialismo) no es un partido, es una confederación flexible y laxa.
Pero tampoco es el movimiento social.
Casi un 70% de nuestros candidatos parlamentarios fueron elegidos por las organizaciones. Sólo algunos son propuestos por la dirección nacional y por el Presidente, para lograr una alianza con sectores medios. Pero la mayoría son indígenas, mineros, cooperativistas, asalariados.
¿Eso significa que los movimientos empezaron un recambio dirigencial?
A eso voy a llegar…, pero vamos por la quinta etapa: hay un adversario conservador con caudillos, partidos, territorios, mecanismos de coerción y represión. Frente a él, la coalición social se articula: “Dadme un adversario, os daré una victoria”. Los movimientos rompen su localismo y construyen un horizonte universal. Las diferencias internas pasan a un segundo plano, porque estamos en peligro de muerte sartreano, que unifica a todos. Y cada agresión fortalece la cohesión frente al enemigo que quiere arrebatarnos esta voluntad popular de igualdad. Esa pelea se la gana en el año 2008. Se derrota al golpe de Estado, se desmonta a un grupo de mercenarios que intentaban atentar contra el Presidente, se aprueba la Constitución. Se consolida la victoria moral, política, electoral y militar del bloque nacional popular frente al opositor. El presidente Evo es reelegido, y sumamos dos tercios del Congreso, más de dos tercios de las alcaldías ganadas, y de los gobernadores.
Ya no se trata entonces de un presidente en el palacio y sin poder.
Ya no. La nacionalización de los hidrocarburos modifica el uso de la renta gasífera, se nacionalizan empresas y el Estado se convierte en el principal gestor económico: pasamos del 12% del PIB nacional al 35%. Se expande la transferencia de recursos hacia los sectores populares vía bonos (planes sociales) que incentivan la demanda interna, vía aumentos salariales, mejoras laborales. Se expande el poder político, cultural, económico e ideológico. Se puede decir que estamos en un proceso de construcción de poder.
¿Y las protestas como las de Potosí, por ejemplo, cómo calzan en este cuadro?
Es una sexta etapa, donde se acabó el enemigo unificador. Todo se reacomoda. Muchos líderes de los movimientos se vuelven funcionarios. Y quedan entonces liderazgos intermedios, no fuertes, y una disputa interna por sobresalir.
Pero con una mentalidad nueva: hoy esa dirigencia se puede plantear el poder.
Eso está viviendo usted: todo un movimiento de recambio generacional y disputas de liderazgos en los movimientos, dentro de este proyecto de poder. Derrotada la derecha (temporalmente, nunca se la derrota de por vida) hay un repliegue de las organizaciones sociales al ámbito local y corporativo. Ganó el proyecto universalista donde lo propio se resigna a favor de todos. Pero ahora que no hay enemigo, peleo por lo mío, por encima del resto. Cambia el escenario universal por el corporativo. Un caso. Los compañeros de la Asamblea del Pueblo Guaraní nos proponían parar la explotación y exploración de un parque, para convertirlo en una zona de turismo. Allí está el 60% de nuestras reservas de gas. Dijimos: “Si ustedes les explican a los campesinos e indígenas que el dinero de su bono se va a suspender para hacer turismo donde están el gas y el petróleo, ningún problema, adelante”. “No, cambiamos de opinión, sigamos extrayendo”, dijeron. Porque de ahí sale el dinero para los bonos, la escuela, la clínica.
Es decir que no se puede discutir el modelo económico extractivo.
Ése es otro problema.
Ése es “el” problema.
Para mí el problema central es la tensión entre lo universal y lo local. Porque las tierras fiscales no hablan de modelo extractivo, sino de cómo se distribuye la riqueza. Si se usa para todos o para unos cuantos.
Cada cual pedirá todo, y es tarea del Estado ser ecuánime.
El movimiento social al principio pensó entre todos y para todos. No las demandas parciales.
Es evidente que los recursos son limitados, pero a la vez la deuda social es enorme.
Pero en cada caso se ve un repliegue del movimiento social. Todos piden la solución de su problema inmediato, dejando de lado los problemas del resto de las personas y el horizonte general, ahora que se acabó el enemigo unificador. ¿Por qué el movimiento social hace eso? Porque no necesariamente va en ascenso. La revolución permanente es una falsedad. Lo que hay son oleadas, idas y venidas, un sentimiento colectivo, y luego repliegues donde cada cual se apega a lo suyo, se aísla, se enfrenta… y otra oleada. Nuestra confianza es que desde el movimiento social, y no desde el Estado, surja una oleada que vuelva a proponer un horizonte más expansivo, común y universal.
Otra mirada: el malestar es por lo común, porque no cambia de fondo el modelo económico.
¿Cúal modelo económico?
El neoliberal. El extractivo.
Son dos cosas distintas. ¿Qué es lo neoliberal en Bolivia? La privatización de lo público. Pero nosotros expandimos lo público. El Estado es el sustituto del inversionista: minas, petróleo, telecomunicaciones, industrias y electricidad. ¿Antes qué hacía? Nada. Ahora se garantiza el predominio del trabajo sobre el capital.
¿Y los recursos naturales?
Desde tiempos del virrey Toledo somos exportadores de materias primas. Todo nuestro objetivo ya lo hemos acordado con los mineros: que el dinero vaya, en su mayor parte, a industrializarnos en estos cinco años. Gas, petroquímica, hidroeléctricas, el litio. Industrializar en pequeña o gran escala la mayor parte de los recursos naturales precaviendo equilibrios tensos, pero equilibrios al fin, por el respeto a la naturaleza. Hay una tensión muy interesante: los fundamentalistas del respeto a la naturaleza dicen: “No hay que industrializar nada”. Entonces dejemos que Bolivia siga siendo el bosque que les da a los extranjeros su aire puro, mientras los demás siguen depredando y nos dejan en la pobreza. La otra es industrializar. No de manera ilimitada, pero rompiendo la maldición de un país de materias primas que se queda con el 2% del valor mientras el 80% queda para los que industrializan.
Los movimientos tienen madurez para comprender ese proceso porque ellos señalaron cuestiones como la nacionalización o la necesidad de transformar la Bolivia histórica. ¿Hay un problema del gobierno para dialogar sobre el estado en que se encuentra ese proceso?
Recibimos con mucha humildad las críticas y demandas que nos hacen, siempre que respeten el interés de los demás. Y aun si toman en cuenta sólo sus intereses, este palacio dedica el 80% de su tiempo a reunirse con las organizaciones sociales.
Es para lo que los trajeron.
Sí, no es un compromiso, es nuestro hábito: de ahí venimos.
¿Qué requiere esta sexta etapa? ¿Más centralismo democrático? ¿Más democracia participativa?
Requiere que el Estado mantenga la defensa del interés general por encima del interés particular. El Estado iba detrás, pero en esta etapa va delante de algunos movimientos sociales. No puede durar mucho: somos los más desesperados por una nueva oleada de la organización social que impulse –más allá de nosotros, por encima de nosotros– estas demandas por soluciones comunes. Por eso se necesita un proceso de repolitización de las organizaciones. No por parte del Estado, sino de ellas mismas. Hay fricciones, todos aprendemos, pero nadie pone en duda al proyecto. En Potosí hubo protestas: no un proyecto alternativo de sociedad, sino un “aceleren lo que han prometido”.
Pero el malestar es sobre situaciones de fondo que se mantienen idénticas. En Argentina el plan social es clientelar y aun si alivia la pobreza, no cambia su condición estructural. ¿Cómo es la situación aquí?
Se tomaron medidas para los sectores más vulnerables, los niños. La deserción escolar es grande, porque ayudan a sus familias a trabajar. Luego ese joven sin educación queda relegado a trabajos muy precarios. Se introdujo el bono Juancito Pintos que se entrega cumplido el año escolar a 1.600.000 chicos. La Renta Dignidad es universal, para todo mayor de 60 años, asalariado o no. Su volumen depende de los ingresos por hidrocarburos.
¿Impactó en la economía?
Amplió la demanda, y eso explica el crecimiento más alto del continente, del 6%. La mitad por materias primas, la otra por demanda que inyecta dinero en un mercado muy frágil. No somos una economía de mercado, pero ojo, que el mercado existe desde antes que el capitalismo, y seguirá existiendo después.
Usted habló en un momento de “capitalismo andino-amazónico”, mencionó también “el socialismo comunitario”. ¿Qué propuesta de futuro político se está construyendo, cúal es el modelo que guía, y que muchos le atribuyen directamente a usted?
(Sonríe pasándose la taza de té por los labios) A diferencia de los marxistas de folleto, que creen que el mundo es lo que uno piensa, venimos de una corriente marxista crítica ¿Qué es lo que hay en el mundo? Capitalismo. Incluso en la Rusia soviética Lenin, luego de siete años de revolución dice: “Lo que tenemos es un capitalismo”. ¿Y aquí, ahora? Pedazos de capitalismo, de estructuras comunitarias, mercantilismo, precapitalismo. El Estado, anteriormente, devenía en un empresario colectivo, como decía Lenin. Pero cuando genera riquezas pero no acumula para sí, sino que reinvierte en obras sociales, mejoras y producción: ¿cómo llamarle a eso? Quién sabe.
No puedo comparar el Estado soviético con el boliviano, sería negar la riqueza que ha tenido la construcción de resistencia indígena de espaldas al Estado… Usted nombró lo que tiene Bolivia, lo que hay, pero quizá lo más interesante es lo que no tiene. Y ahí está el potencial de un futuro que pueda crear otra fórmula.
Pero el socialismo se crea desde lo que hay, y no desde lo que deseo.
¿No cree en la fuerza del deseo?
No. Soy marxista puro.
¿Cómo pasó cada día de cárcel, sin deseo?
Con pura racionalidad. Soy matemático, por encima de todo. Una cosa es el papel que pueden tener la voluntad y la razón en el investigador o en el político, y otra en la acción colectiva. No las confunda.
Sólo lo pienso como acción colectiva. Pero lo interesante del proceso boliviano es que puede escribir otras frases. No citar ni repetir, sino crear. Y en la creación el deseo sí es importante. Aunque sea matemático…
Sí, definitivamente. No hay que imitar, pero tampoco pensar que la realidad es sólo la que está en la cabeza. Se puede crear una sociedad nueva. Pero, ¿con qué? Con lo que hay, y con la potencia que se acumula. Por eso el horizonte posible en nuestra sociedad es el socialismo. No porque esté escrito en un libro, sino porque hay fuerza material, latente, existente. Asfixiada, limitada y con una serie de complicaciones, pero está. Entonces: el concepto de capitalismo andino-amazónico respondió a esto: ¿qué hay ahorita en Bolivia? La otra pregunta: ¿a dónde puede ir Bolivia? Podemos y quisiéramos ir al socialismo.
Los que quieren lo mismo sienten que el gobierno frena ese potencial. Nos dicen: “Los pasos son cada vez más cortos”.
¡Ay! ¡Ojalá hubiera una fuerza que vaya más allá de lo que nosotros estamos ahorita empujando! ¿Qué es lo que estamos frenando? ¿La demanda salarial para no poner en riesgo la producción de nuevas fuentes de empleo? Eso no es frenar. El gobierno no se opone a construcciones colectivas más poderosas. Estaríamos felices de tenerlas. En estos 4 años creamos alrededor de 20 pequeñas fábricas en función de las necesidades exigidas por las comunidades, dirigidas y administradas por ellas mismas y los sindicatos. Todas han tenido que volver al Estado porque no pudieron gestionarlas.
No es lo mismo autogestión que organización a partir de una demanda del Estado.
Eso es lo que creen algunos: que el Estado puede sustituir a la sociedad.
Eso se llama colonialismo.
Además se llama vanguardismo y utopismo retrógrado. El Estado revolucionario puede apoyar y potenciar estas iniciativas, pero no ir mas allá. Los que no lo entienden en el fondo siguen siendo estatalistas. Para nosotros la sociedad debe llevar esto adelante.
Insisto entonces: ¿esto requiere mayor participación o más centralismo? Porque en la práctica, frente a las críticas, el gobierno se pone a la defensiva.
Hay otro elemento que falta mencionar en este escenario de recambio generacional y de reflujo del movimiento social: la oposición conservadora ya no tiene la lógica de “guerra de posiciones”, frontal, con la que nos enfrentó y salió derrotada. Desde 2009 inició la “guerra de movimientos”. Lo que hicimos nosotros antes: estar en las universidades, los medios, los sindicatos, generando una resistencia. Ahora lo hace la derecha conservadora. Se mete en las organizaciones, y sabemos de la presencia de la embajada norteamericana promoviendo liderazgos contestatarios al gobierno.
Pero en Caranavi se reclamaba una planta de cítricos ya prometida. El montaje de infiltraciones que usted menciona no podemos saberlo, pero hubo enfrentamientos, represión y muertes, originadas en una necesidad. Ahí hay un error. El Estado no cumplió.
Es más complejo que eso. En ciertos casos hay una presencia concreta de sectores conservadores, y hasta de la embajada.
¿No cree en el poder de la palabra? Había una palabra empeñada por el Presidente. Eso le reclamaban.
Pero el presidente Evo citó a los líderes y no fueron. Hubo un agigantamiento extraño de la tensión y la conflictividad. Claro que hay una necesidad, y un compromiso del gobierno, responsabilidades asumidas anteriormente, pero que eso devenga en lo que devino, no es gratuito.
Otra sensación en la calle: los que son compañeros, llegan al gobierno y cambian. Van a cambiar a la política, pero el poder los cambia a ellos.
(Mira la alfombra). El Estado provoca cambios terribles en las personas. He visto a compañeros que vienen de carencias decir “éste es mi momento”. Dañan una trayectoria con corrupciones. Hay otros que asumen la lógica del poder por encima de la persona. El poder los cubre. Dejan de ser lo que son.
¿Y a usted, en qué lo cambió el poder?
Espere que commplete la idea. Otros no son así. El presidente Evo, por ejemplo. Son compañeros que se sobreponen a la función y la utilizan para expandir lo que eran, a través del Estado. Pero es triste ver a los que rápidamente les entra otro chip. El presidente Evo sólo tiene su cato de coca (lote de 40 x 40) y su casita de tres cuartos en Cochabamba, con el techo caído. Y el Vicepresidente sigue viviendo en un departamento en alquiler. Pero en Álvaro, ¿qué ha hecho el Estado? Álvaro viene de una formación muy espartana y bolchevique. Lo asume todo como una misión más. He tenido que cambiar algunas cosas: me dicen que parezco muy duro cuando hablo en la televisión. Tiene que haber una labor interna de ablandamiento para no aparecer como razón de Estado, y seguir tratando a los compañeros como tales, como lo que somos: uno más de la calle. También cambió el tiempo, para leer, para lo personal. Todo es público ¿Qué puedo hacer con quince guardias que me rodean todo el tiempo?
Última pregunta: ¿después de Evo, qué?
Evo. Él condensa mucho este proceso: su dimensión indígena popular, la reforma moral e intelectual, la entrega. Lo común. No veo la posibilidad de una sustitución del liderazgo de Evo a corto y mediano plazo. Por eso hay que protegerlo y cuidarlo mucho. Es nuestra obligación.

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