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Tres campos de concentración en el banquillo

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Hoy por la mañana, en los recintos subterráneos de Comodoro Py, cuatro represores se negaron a declarar ante el Tribunal Oral Federal Nº 2, en una clara prolongación de un pacto de silencio. Los imputados que no prestaron declaración fueron Enrique Miguel José Del Pino (capitán del Ejercito argentino), Roberto Antonio Rosa (oficial de la Policía Federal, apodado Clavel), Eufemio Anteojito Quiroga o Führer Uballes (subcomisario de la Policía Federal) y Samuel Cobani Miara (subcomisario, también de la Policía Federal).
Este juicio, iniciado el pasado 24 de noviembre –y que se estima durará ocho meses- se encuentra juzgando a diecisiete agentes por actos de “privación ilegítima de la libertad y tormentos” a 184 víctimas perpetrados en los centros clandestinos de “El Atlético”, “El Banco” y “El Olimpo” como fueron llamados sucesivamente los aciagos lugares de operación que cambiaron de locación (tres veces desde 1977 a 1979) pero no de víctimas, suplicios, ni ejecutores. A excepción de Carlos Alberto Roque Tepedino (jefe del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército que goza de prisión domiciliaria), todos los imputados se encuentran presos, y algunos como El Turco Julián o Miara van camino a segundas condenas.
El pasado jueves 10, once represores habían sido llamados a declarar también por esta misma causa -a cargo de los jueces Jorge Alberto Tassara, Ana María D’Alessio y María Laura Garrigós de Rébori-, pero lograron escabullirse esgrimiendo todos un mismo modus operandi: por recomendación de sus abogados, se llamaron a no prestar declaraciones.

Pasadas las diez se convocó a un cuarto intermedio hasta las pesadas y húmedas dos de la tarde en Buenos Aires. Media hora más tarde de lo pronosticado, comenzó lo interesante: previo a las indagatorias, la Secretaría informaba de un tímido pedido de los imputados de “trasladarse a una sala contigua.” (imaginé entonces al director de un film de terror que, luego de acabada su película, suplica que le venden los ojos para no ver las escenas más cruentas). Inmediatamente, un murmullo de repudio y desprecio salpicó la sala, por lo que las causas de esa pretensión quedaron sumergidas bajo el peso de frases como:

“Cobardes. Para torturar estaban presentes.”

“Serán cobardes hasta el último día de su existencia.”

Y otras mucho menos indulgentes como para transcribir en esta crónica.

Luego de ser aceptado el mísero pedido por la presidencia del Tribunal, los acompañantes de los represores, miembros del Servicio Penitenciario Federal, esposaron a los reos con extremo cuidado –cual pequeña que viste a su muñeca con chocantes artefactos- y los llevaron fuera de la sala por una puerta lateral, cercana al estrado. Nadie volvió a verlos pero permanecían “en el ámbito del Tribunal”, según la jueza. Sólo quedaron presentes los inculpados Roldán, Donocik, Kalinec y Avena, quienes no adhirieron a la solicitud de escape.

María y sus hijos

Acto seguido, María Esther Biscayart de Tello hizo su ingreso a la sala con pasos cortos y firmes, y brindó su memoria para ser indagada respecto a las sucesivas desapariciones de sus hijos Mariano, Pedro Daniel y Rafael, todos de apellido Tello.

Un dato curioso, impactante: luego de la lectura del artículo 275 (que prevé el delito de falso testimonio) y la correspondiente toma de juramento, el secretario consultó a la interrogada acerca de si posee un vínculo de amistad o enemistad con las personas imputadas en este proceso, cualidad que afectaría su capacidad para declarar. Dirán los especialistas que es un formalismo que proviene de añares de tradición judicial, pero, pregunto –si es que nos queda algún residuo de sentido común y vale la pena arrojarlo sobre la mesa- ¿qué necesidad hay de hacer informar a una madre de cuatro desaparecidos que no desprecia, que no considera enemigos, a los captores de sus hijos?

Las respuestas de María fueron precisas y seguramente será de los testimonios más contundentes para la resolución del caso. Narró sucesos que parecían esculpidos a fuego eterno en su memoria, sin titubeos ni contradicciones, aportando un cúmulo de nombres, fechas, y precisiones. Con la seguridad que le otorgaba el inadmisible olvido, y por momentos, con lo que parecía una garganta bañada en lágrimas, María Esther les exigía a sus hilos de voz dar testimonio completo.

Un resumen de lo narrado por María a lo largo del extenso interrogatorio:

El 31 de mayo de 1978 María Esther Biscayart de Tello no estaba en el país. Sus hijos Mariano, Pedro y Rafael, sí y eran arbitrariamente secuestrados. Residiendo en Francia, ella conoce la noticia gracias a la carta de un gran amigo de la familia, Alfredo Cerami, quien advierte que, no conformes los militares con el secuestro y el saqueo de sus casas – que duró una semana entera-, también se habían llevado a sus esposas. Antes de que suceda esto, su hijo Marcelo, también había sido desaparecido dos años atrás, en Córdoba. Se comenzaron -por gestiones de la tía- recursos de habeas corpus y otros procedimientos para encontrarlos. En tanto, María, desde Francia, acudía todos los jueves a la Embajada argentina para lograr una audiencia con el cónsul. Semana tras semana, recibía la información de que nadie podía atenderla. “Sabía que el único recurso para sobrevivir al drama era la esperanza. Aprendí a esperar”. Cuenta que fueron manifestaciones infructuosas, pero útiles para reconfortarse. La acompañaron, luego de una gran difusión en la prensa, personalidades del cine, de la política, del arte. Presentó denuncias ante Amnistía Internacional y en la justicia francesa, así como también buscó el apoyo de la central de trabajadores de ese país.

Empresarios & militares

Pablo Daniel estudiaba en la Facultad de Arquitectura de La Plata y tuvo que comenzar a trabajar, al igual que Rafael –que hacía lo propio en Filosofía y Letras- porque luego de la muerte de su padre, “los recursos eran difíciles de distribuir”. Ellos habían asumido “la defensa de los derechos del trabajador y los más desposeídos” luego de vivir un tiempo en el campo y ver “las pequeñas explotaciones rurales”. Su padre, además de periodista, era sindicalista y había trabajado en Amour. Los dos hijos escribían cartas periódicas a su madre contando de sus vidas. En una de ellas, Pablo Daniel le manifiesta que el cuerpo de delegados de los Astilleros del Río de la Plata –lugar donde él trabajaba- desapareció (María aclara que eran los propios empresarios los que entregaban las listas internas a los militares). Poco tiempo después Pablo y Rafael también eran víctimas. Los testigos del secuestro cuentan que ambos fueron apresados de su lugar de trabajo -que pertenecía al arquitecto Jorge Harst- por vehículos sin chapa identificatoria. Los pusieron dentro del baúl. La primera tortura que sufrieron, camino al campo de concentración, fue un simulacro de fusilamiento. Tan real fue el simulacro, que los compañeros de trabajo fueron a darles el pésame a sus esposas luego de ser liberadas. Esto fue posible solo porque quince días después del secuestro, también fueron liberadas de noche, en una ruta, la esposa de Pablo Daniel y la de Rafael. Una de ellas contó que le asignaron un número en vez de un nombre, con el fin de eliminar su identidad. Como si fuese poco, también la obligaron a ver la tortura de su marido y de su cuñado.

En ese mismo campo de concentración al que llevaron a los hijos de María se encontraba Roberto Tito Ramírez, “en calidad de esclavo. Ya en libertad, viajó a Francia, y pidió ver a la madre de sus compañeros de tortura. Pero María no lo conocía, y estando al tanto del caso Astiz, se cuidaba de las infiltraciones, por lo que pidió que acuda a una de esas tantas caminatas hacia la embajada, con el fin de que otras personas lo reconozcan. Tito le dirá después: “Yo también hubiese desconfiado.” Tito, durante tres días, relató ante un tribunal francés todas las torturas a las que había sido sometido. Contó también que en una de esas tantas tandas de morbosidad, fue arrojado inconsciente en un pasillo. Luego de un tiempo escuchó unos pasos. Le dijeron: “Quedate tranquilo. Somos los Tello” En ese instante María se emociona y cuenta como “en las condiciones más atroces sus hijos conservaron un trozo de humanidad para ser solidarios.”

Luego de los tres días de testimonio, el juez se levantó y abrazó a María. Tito le dijo: “Gracias por los hijos que nos diste”. Según ella, fue uno de los momentos más intensos de su vida. Se pregunta ahora si ese tipo de emociones pueden tenerlas los represores. Culmina, muy segura: “Para mí las tienen negadas”.

Nobel Cóndor

En una de sus visitas a Francia, el inconsistente Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger fue llamado a prestar declaración por el juez Leloir – el mismo que había escuchado las declaraciones de Tito Ramírez- por un documento en el que expresaba “autorizar la represión en Argentina” y también por el Plan Cóndor (por el cual, entre la CIA y las dictaduras latinoamericanas, se coordinaba el secuestro de personas) Kissinger logró escapar de su hotel, sin expresar onomatopeya alguna.

María, lindando el fin de su declaración, dice: “Acá estoy. En la culminación de mis reclamos, aunque faltan otros. Mis hijos tenían derecho a organizarse para derribar la dictadura y yo también haré uso de mis derechos para informarme del paradero de mis hijos y por el reconocimiento del cadáver de Marcelo. Ellos saben que hicieron con los desaparecidos. Como ciudadanos de este país –si es que se consideran ciudadanos- tienen la obligación de contarlo.”

En ese momento, la abogada por la defensa, la doctora Corbacho pregunta a María si conoce las leyes de reparación para los familiares o las víctimas del terrorismo de Estado. “Sí, las conozco. Repiten el procedimiento de lo que hicieron en Alemania con los judíos.

Cuando termina su testimonio, María sale emocionada de la sala, y es recibida por otras Madres, que con pañuelos en la cabeza, la abrazan. Mientras, la audiencia también aplaude.

El siguiente testigo fue más escueto. Marcelo Damián Senra contó que su padre trabajaba en ENTEL, que era delegado sindical y no estaba afiliado a ningún partido político. A pesar de tener nueve años en el momento del secuestro, sabe que pasó por el Olimpo, según lo que pudieron contarle amigos íntimos en un reencuentro, muchos años después. Sus padres estaban separados. En el momento del secuestro, su papá vivía en casa de su abuela, en Darragueyra y Paraguay, en el barrio de Palermo.

Según la abogada Claudia Ferraro, integrante de la querella, los elementos salientes de los testimonios de hoy dan cuenta de la lucha en el exterior de las Madres. También destacó que se pudo reconstruir la desaparición de tres obreros de fábricas de Buenos Aires, lo que dice, da la idea de todo un método.

Las declaraciones testimoniales continuarán mañana, desde las 9 en adelante.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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