Nota
República Olavarría
¿Qué nos pasó en Olavarría? ¿Qué representa el Indio Solari en el contexto del mercado musical contemporáneo? ¿Cuáles y quiénes son los responsables del descontrol? Estas y otras preguntas son formuladas por Pablo Marchetti en esta nota que intenta abrir un debate sobre lo que somos cuando hay fiesta colectiva y masiva.
(por Pablo Marchetti) “Lo que nos pasó es lo que somos.”
Estas palabras pertenecen a Diego Rozengardt y forman parte de una carta que escribió el 2 de enero de 2005. Un día antes, su hermano, Julián Rozengardt, moría a los 18 años, tras 30 horas de agonía, como consecuencia de la asfixia y el daño físico irreversible sufrido en la masacre en el local de rock República Cromañón.
La frase abre el libro Generación Cromañón, editado por lavaca. Y fue elegida por una razón muy simple: es la mejor manera de entender qué es lo que pasó la noche del 30 de diciembre de 2004. Pero además, la frase se volvió profética, porque es también la mejor forma de explicar y de entender qué fue lo que (nos) pasó el sábado 11 de marzo de 2017 a la noche en Olavarría. Por eso este comienzo.
Lo que nos pasó y lo que somos es este inagotable manantial de pelotudez que intenta descifrar misterios a partir de chicanas o de prejuicios. Nos pasa y somos un montón de respuestas a preguntas que no sabemos cuáles son porque nunca nos las hicimos. Tenemos respuestas y no preguntas. Tuiteamos con seguridad banana porque no nos permitimos dudar.
Nos pasó y somos los heridos.
Nos pasó y somos los muertos.
Pero también nos pasa y somos los heridos sin chequear, los muertos que no fueron, la avalancha que no resultó tan mortal como pensábamos, como puteamos sin saber, como tuiteamos sin tener un solo dato de nada.
Nos pasó y somos la veneración acrítica a un ídolo y nos pasó y somos quienes reclamamos más policía y más controles cuando no podemos soportar lo que nos pasa y lo que somos.
La avalancha
Hace tiempo que los recitales del Indio Solari son uno de los fenómenos sociales y culturales más complejos del país. Por un lado, quienes se espantan por el descontrol, no entienden el sentido de pertenencia que implica estar ahí, el disfrute colectivo. Por otro, quienes veneran al ídolo no logran tomar la distancia sobre el sufrimiento que le fuimos sumando al placer en los últimos años. Y es lógico que alguien, desde afuera, piense que eso no es placer, que es sólo sufrimiento.
Es imposible entender lo que nos pasó y lo que somos sin tener en cuenta el placer que genera estar allí. Del mismo modo que es imposible entender el uso de drogas si no se entiende que siempre, en el comienzo y en varias instancias del consumo, hay placer. Si demonizamos el consumo, llegaríamos al absurdo de pensar que todo es una cuestión de autoflagelo. Y si bien la cosa puede terminar allí, el placer siempre es el comienzo. Sin contar el hecho de que no es lo mismo consumo que adicción.
Nadie nos obliga a tomar drogas, nadie nos obliga a comprarlas.
Nadie nos obliga a ir a ver al Indio, nadie nos obliga a comprar una entrada.
Nadie nos obliga a hacer una avalancha.
Nadie nos obliga a hacer pogo, nadie nos obliga a cantar las canciones, a pintar un trapo, a dedicar unas 48 horas de nuestras vidas para un recital que apenas dura dos. Ese es el problema: no nos damos cuenta de que no es que perdemos 46 horas de vida en viajes, accesos, estadía y todo el dispositivo logístico. No, nos sumergimos en una experiencia de 48 horas.
Simplemente, eso es lo que nos pasa, eso es lo que somos; ese ritual, esa mística, esa sensación. Pero nos pasa también que dejamos que las avalanchas de tiempo impuesto, de obligaciones digitadas, de placeres ordenados, invadan nuestra vida. Y en ese contexto, también somos la dignidad ricotera posible frente a esa avalancha. Porque es imposible desconocer todo lo bueno que representa el Indio: alta poesía, música sofisticada (quizá el último ejemplo de sofisticación masiva en la música popular argentina), autogestión, trinchera.
El malentendido
La masividad del Indio no es la masividad berreta de los famosos de la tele. En el mainstream del espectáculo, el Indio Solari sigue siendo una estrella contracultural, quien llegó al firmamento sin que nadie se diera cuenta, como un secreto a voces, a muchas voces. No es la masividad lo que llama la atención en el Indio: es la fidelidad expresada en términos tan masivos.
Nos pasa y somos un malentendido, porque todo comienza con un gran malentendido. Porque el Indio Solari es un gran malentendido. Un músico de una poesía oscura y críptica, de lecturas y consumos sibaritas, el último exponente de aquello que se llamó cultura rock. Como él mismo se definió siempre: un producto de la clase media. Sin embargo, en la necesidad de creer, fue erigido como un working class hero anti cheto.
Paradojas de la vida, el Indio termina tocando con una banda cuya base (bajo y batería) fueron los mismos que acompañaron a Gustavo Cerati en Bocanada (Fernando Nalé y Martín Carrizo), el primer disco solista de Gustavo post Soda Stereo. Nos pasa y somos el infame grito que indica que uno se la come y el otro se la da, aunque la realidad es tan cambiante que seguramente, en esa relación a uno a veces le toca una cosa y otras veces le toca otra.
Nos pasó y somos personas que necesitamos encontrarnos con nuestros pares. Que disfrutamos de la identificación colectiva: pasa en las marchas políticas, pasa en las peregrinaciones a Luján, pasa en las canchas de fútbol. Necesitamos cantar, compartir, disfrutar. No nos bastan los grupos de Facebook, ni los de Whatsapp. Queremos más, necesitamos más: estar, sentir, compartir.
Nos pasa y somos quienes necesitamos reconocernos, pero al mismo tiempo estamos muy sacados. Perdimos la brújula del disfrute, nos volvimos violentos, nos cagamos en el otro. Vamos a ver un recital masivo y necesitamos protagonizarlo, cuando no nos animamos a subirnos a un escenario propio y minúsculo. Necesitamos encontrarnos pero estamos desesperados por que nos miren, por que nos reconozcan. Y entonces nos pasa que inventamos monstruos. Y entonces somos quienes no teníamos idea que éramos.
No hay Indio Solari si nosotros no permitimos que haya Indio Solari.
No hay medios si nosotros no permitimos que haya medios.
No hay avalanchas si no permitimos que haya avalanchas.
No hay heridos si no permitimos que haya heridos.
La policía ya está lo suficientemente descontrolada y violenta como para que tengamos que ahorrarles el trabajo. Es ridículo: como si las chicas detenidas después de la marcha del 8 de marzo, mientras comían pizza y tomaban cerveza, se hubieran entregado solas.
Nos pasa que no nos hacemos cargo. Y cuando todo se desborda, reclamamos cosas sin sentido y a contramano de aquello que pregonábamos. Si hasta somos capaces de pedir más efectivos policiales o controles estatales, como si realmente creyéramos que la Policía o el Estado están de nuestro lado. Nos pasa que no nos escuchan. Somos quienes no escuchamos.
El límite es muy delicado. Por un lado está la necesidad de asumir eso que somos. Por otro, evitar que el hacernos cargo no implique dejar de lado las responsabilidades reales de alguna gente. Es cierto, sin pogo no hay avalancha. Pero sin controles es lógico que haya desbordes. Si el Estado no es capaz de garantizar esto, no se entiende para qué existe.
Todas las responsabilidades, todas
Quizá sea bueno volver a Cromañón para entender el asunto. Es cierto, en aquel momento se pagaron coimas para obtener habilitaciones, hubo corrupción gubernamental y policial, negligencia (cuando no complicidad) de los organizadores, desde Chabán a Callejeros, condiciones de seguridad lamentables y un montón de irregularidades gravísimas más, que está bien que sean penadas.
Si se comprueba que el Indio vendió más entradas que la capacidad del lugar, y esto provocó la avalancha, si tiene responsabilidad en esas muertes, debería ir preso. Y así como Cromañón significó la destitución y el fin de la carrera política de Aníbal Ibarra, el recital de Olavarría debería provocar la destitución y el fin de la carrera política del intendente Ezequiel Galli. Por no hablar de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.
Todas estas responsabilidades deberían ser penadas severamente. Pero sin pogo ni empujones, no había avalancha. Del mismo modo que en Cromañón, sin gente prendiendo fuego bengalas en un lugar cerrado, no había humo ni asfixia.
Fin del periodismo
Lo del Indio en Olavarría tuvo un agravante: la reacción de los medios. Lo que hicieron los grandes medios de comunicación fue vergonzoso. Un bochorno que va más allá de cualquier “grieta” cosmética con que intentan disfrazarnos la realidad. TN, C5N, Infobae o Télam fueron los casos más insólitos de desinformación. Pero la lista podría seguir, porque es larguísima, e incluiría a la mayoría de los diarios, portales y canales de noticias.
La mejor cobertura de la masacre la realizó un periodista desde su cuenta de twitter: Facundo Pedrini, de Crónica TV. En el momento en que twitter era una cloaca de opinólogos de todo tipo diciendo cualquier cosa, tratando de utilizar la masacre para cuidar su kiosquito, Facundo se dedicó a difundir datos de la gente, a mostrar fotos y nombres de gente cuyo paradero se desconocía, o de quienes iban saliendo del infierno.
Sí, lo de los medios fue un bochorno. Pero, ¿nos sorprende? ¿De verdad nos sorprende? ¿No eran demasiadas las señales de que estaba en lo cierto, otra vez, lavaca cuando habló de “el fin del periodismo y otras buenas noticias”? Le reclamamos a los medios algo que sabemos que los medios no son. Necesitamos ese punto de vista, aunque más no sea para indignarnos, para denostar este accionar.
Nos pasa y somos esos medios. O peor aún: nos pasan esos medios y somos quienes necesitamos definirnos a partir de esos medios. ¿Alguien nos obliga a verlos? ¿O forma parte del mismo ritual autodestructivo que nos lleva a transformar una fiesta en una masacre? ¿No es esa lógica venenosa la misma que nos llevó a resignarnos a que la celebración puede terminar en tragedia?
Tan condicionados estamos por estos discursos que hoy alguien podría decir, con razón: “Bueno, pero al final los muertos no fueron tantos como se pensaba y hasta ahora nadie tiene la certeza de que alguien haya muerto por una asfixia provocada por una avalancha”. Y algo de eso hay. ¿Cómo hacer entonces para encontrar el equilibrio entre no caer en la trampa de los medios que no informan o dicen cualquier cosa, y no dejar de ver el daño que nos hacemos en nombre de la fiesta, del placer, del ritual?
Los medios desinformando, la autodestrucción como parte del goce, el reviente como forma constitutiva del placer, el prejuicio que impide todo análisis, el miedo a quedarnos solos sin compañía y sin fe si abandonamos la misa: todo eso nos pasó. Todo eso es lo que somos. Y esto es lo que va a seguir pasándonos y lo que vamos a seguir siendo, si no nos hacemos cargo de lo que nos pasa, de lo que somos.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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