CABA
República Olavarría
¿Qué nos pasó en Olavarría? ¿Qué representa el Indio Solari en el contexto del mercado musical contemporáneo? ¿Cuáles y quiénes son los responsables del descontrol? Estas y otras preguntas son formuladas por Pablo Marchetti en esta nota que intenta abrir un debate sobre lo que somos cuando hay fiesta colectiva y masiva.
(por Pablo Marchetti) “Lo que nos pasó es lo que somos.”
Estas palabras pertenecen a Diego Rozengardt y forman parte de una carta que escribió el 2 de enero de 2005. Un día antes, su hermano, Julián Rozengardt, moría a los 18 años, tras 30 horas de agonía, como consecuencia de la asfixia y el daño físico irreversible sufrido en la masacre en el local de rock República Cromañón.
La frase abre el libro Generación Cromañón, editado por lavaca. Y fue elegida por una razón muy simple: es la mejor manera de entender qué es lo que pasó la noche del 30 de diciembre de 2004. Pero además, la frase se volvió profética, porque es también la mejor forma de explicar y de entender qué fue lo que (nos) pasó el sábado 11 de marzo de 2017 a la noche en Olavarría. Por eso este comienzo.
Lo que nos pasó y lo que somos es este inagotable manantial de pelotudez que intenta descifrar misterios a partir de chicanas o de prejuicios. Nos pasa y somos un montón de respuestas a preguntas que no sabemos cuáles son porque nunca nos las hicimos. Tenemos respuestas y no preguntas. Tuiteamos con seguridad banana porque no nos permitimos dudar.
Nos pasó y somos los heridos.
Nos pasó y somos los muertos.
Pero también nos pasa y somos los heridos sin chequear, los muertos que no fueron, la avalancha que no resultó tan mortal como pensábamos, como puteamos sin saber, como tuiteamos sin tener un solo dato de nada.
Nos pasó y somos la veneración acrítica a un ídolo y nos pasó y somos quienes reclamamos más policía y más controles cuando no podemos soportar lo que nos pasa y lo que somos.
La avalancha
Hace tiempo que los recitales del Indio Solari son uno de los fenómenos sociales y culturales más complejos del país. Por un lado, quienes se espantan por el descontrol, no entienden el sentido de pertenencia que implica estar ahí, el disfrute colectivo. Por otro, quienes veneran al ídolo no logran tomar la distancia sobre el sufrimiento que le fuimos sumando al placer en los últimos años. Y es lógico que alguien, desde afuera, piense que eso no es placer, que es sólo sufrimiento.
Es imposible entender lo que nos pasó y lo que somos sin tener en cuenta el placer que genera estar allí. Del mismo modo que es imposible entender el uso de drogas si no se entiende que siempre, en el comienzo y en varias instancias del consumo, hay placer. Si demonizamos el consumo, llegaríamos al absurdo de pensar que todo es una cuestión de autoflagelo. Y si bien la cosa puede terminar allí, el placer siempre es el comienzo. Sin contar el hecho de que no es lo mismo consumo que adicción.
Nadie nos obliga a tomar drogas, nadie nos obliga a comprarlas.
Nadie nos obliga a ir a ver al Indio, nadie nos obliga a comprar una entrada.
Nadie nos obliga a hacer una avalancha.
Nadie nos obliga a hacer pogo, nadie nos obliga a cantar las canciones, a pintar un trapo, a dedicar unas 48 horas de nuestras vidas para un recital que apenas dura dos. Ese es el problema: no nos damos cuenta de que no es que perdemos 46 horas de vida en viajes, accesos, estadía y todo el dispositivo logístico. No, nos sumergimos en una experiencia de 48 horas.
Simplemente, eso es lo que nos pasa, eso es lo que somos; ese ritual, esa mística, esa sensación. Pero nos pasa también que dejamos que las avalanchas de tiempo impuesto, de obligaciones digitadas, de placeres ordenados, invadan nuestra vida. Y en ese contexto, también somos la dignidad ricotera posible frente a esa avalancha. Porque es imposible desconocer todo lo bueno que representa el Indio: alta poesía, música sofisticada (quizá el último ejemplo de sofisticación masiva en la música popular argentina), autogestión, trinchera.
El malentendido
La masividad del Indio no es la masividad berreta de los famosos de la tele. En el mainstream del espectáculo, el Indio Solari sigue siendo una estrella contracultural, quien llegó al firmamento sin que nadie se diera cuenta, como un secreto a voces, a muchas voces. No es la masividad lo que llama la atención en el Indio: es la fidelidad expresada en términos tan masivos.
Nos pasa y somos un malentendido, porque todo comienza con un gran malentendido. Porque el Indio Solari es un gran malentendido. Un músico de una poesía oscura y críptica, de lecturas y consumos sibaritas, el último exponente de aquello que se llamó cultura rock. Como él mismo se definió siempre: un producto de la clase media. Sin embargo, en la necesidad de creer, fue erigido como un working class hero anti cheto.
Paradojas de la vida, el Indio termina tocando con una banda cuya base (bajo y batería) fueron los mismos que acompañaron a Gustavo Cerati en Bocanada (Fernando Nalé y Martín Carrizo), el primer disco solista de Gustavo post Soda Stereo. Nos pasa y somos el infame grito que indica que uno se la come y el otro se la da, aunque la realidad es tan cambiante que seguramente, en esa relación a uno a veces le toca una cosa y otras veces le toca otra.
Nos pasó y somos personas que necesitamos encontrarnos con nuestros pares. Que disfrutamos de la identificación colectiva: pasa en las marchas políticas, pasa en las peregrinaciones a Luján, pasa en las canchas de fútbol. Necesitamos cantar, compartir, disfrutar. No nos bastan los grupos de Facebook, ni los de Whatsapp. Queremos más, necesitamos más: estar, sentir, compartir.
Nos pasa y somos quienes necesitamos reconocernos, pero al mismo tiempo estamos muy sacados. Perdimos la brújula del disfrute, nos volvimos violentos, nos cagamos en el otro. Vamos a ver un recital masivo y necesitamos protagonizarlo, cuando no nos animamos a subirnos a un escenario propio y minúsculo. Necesitamos encontrarnos pero estamos desesperados por que nos miren, por que nos reconozcan. Y entonces nos pasa que inventamos monstruos. Y entonces somos quienes no teníamos idea que éramos.
No hay Indio Solari si nosotros no permitimos que haya Indio Solari.
No hay medios si nosotros no permitimos que haya medios.
No hay avalanchas si no permitimos que haya avalanchas.
No hay heridos si no permitimos que haya heridos.
La policía ya está lo suficientemente descontrolada y violenta como para que tengamos que ahorrarles el trabajo. Es ridículo: como si las chicas detenidas después de la marcha del 8 de marzo, mientras comían pizza y tomaban cerveza, se hubieran entregado solas.
Nos pasa que no nos hacemos cargo. Y cuando todo se desborda, reclamamos cosas sin sentido y a contramano de aquello que pregonábamos. Si hasta somos capaces de pedir más efectivos policiales o controles estatales, como si realmente creyéramos que la Policía o el Estado están de nuestro lado. Nos pasa que no nos escuchan. Somos quienes no escuchamos.
El límite es muy delicado. Por un lado está la necesidad de asumir eso que somos. Por otro, evitar que el hacernos cargo no implique dejar de lado las responsabilidades reales de alguna gente. Es cierto, sin pogo no hay avalancha. Pero sin controles es lógico que haya desbordes. Si el Estado no es capaz de garantizar esto, no se entiende para qué existe.
Todas las responsabilidades, todas
Quizá sea bueno volver a Cromañón para entender el asunto. Es cierto, en aquel momento se pagaron coimas para obtener habilitaciones, hubo corrupción gubernamental y policial, negligencia (cuando no complicidad) de los organizadores, desde Chabán a Callejeros, condiciones de seguridad lamentables y un montón de irregularidades gravísimas más, que está bien que sean penadas.
Si se comprueba que el Indio vendió más entradas que la capacidad del lugar, y esto provocó la avalancha, si tiene responsabilidad en esas muertes, debería ir preso. Y así como Cromañón significó la destitución y el fin de la carrera política de Aníbal Ibarra, el recital de Olavarría debería provocar la destitución y el fin de la carrera política del intendente Ezequiel Galli. Por no hablar de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.
Todas estas responsabilidades deberían ser penadas severamente. Pero sin pogo ni empujones, no había avalancha. Del mismo modo que en Cromañón, sin gente prendiendo fuego bengalas en un lugar cerrado, no había humo ni asfixia.
Fin del periodismo
Lo del Indio en Olavarría tuvo un agravante: la reacción de los medios. Lo que hicieron los grandes medios de comunicación fue vergonzoso. Un bochorno que va más allá de cualquier “grieta” cosmética con que intentan disfrazarnos la realidad. TN, C5N, Infobae o Télam fueron los casos más insólitos de desinformación. Pero la lista podría seguir, porque es larguísima, e incluiría a la mayoría de los diarios, portales y canales de noticias.
La mejor cobertura de la masacre la realizó un periodista desde su cuenta de twitter: Facundo Pedrini, de Crónica TV. En el momento en que twitter era una cloaca de opinólogos de todo tipo diciendo cualquier cosa, tratando de utilizar la masacre para cuidar su kiosquito, Facundo se dedicó a difundir datos de la gente, a mostrar fotos y nombres de gente cuyo paradero se desconocía, o de quienes iban saliendo del infierno.
Sí, lo de los medios fue un bochorno. Pero, ¿nos sorprende? ¿De verdad nos sorprende? ¿No eran demasiadas las señales de que estaba en lo cierto, otra vez, lavaca cuando habló de “el fin del periodismo y otras buenas noticias”? Le reclamamos a los medios algo que sabemos que los medios no son. Necesitamos ese punto de vista, aunque más no sea para indignarnos, para denostar este accionar.
Nos pasa y somos esos medios. O peor aún: nos pasan esos medios y somos quienes necesitamos definirnos a partir de esos medios. ¿Alguien nos obliga a verlos? ¿O forma parte del mismo ritual autodestructivo que nos lleva a transformar una fiesta en una masacre? ¿No es esa lógica venenosa la misma que nos llevó a resignarnos a que la celebración puede terminar en tragedia?
Tan condicionados estamos por estos discursos que hoy alguien podría decir, con razón: “Bueno, pero al final los muertos no fueron tantos como se pensaba y hasta ahora nadie tiene la certeza de que alguien haya muerto por una asfixia provocada por una avalancha”. Y algo de eso hay. ¿Cómo hacer entonces para encontrar el equilibrio entre no caer en la trampa de los medios que no informan o dicen cualquier cosa, y no dejar de ver el daño que nos hacemos en nombre de la fiesta, del placer, del ritual?
Los medios desinformando, la autodestrucción como parte del goce, el reviente como forma constitutiva del placer, el prejuicio que impide todo análisis, el miedo a quedarnos solos sin compañía y sin fe si abandonamos la misa: todo eso nos pasó. Todo eso es lo que somos. Y esto es lo que va a seguir pasándonos y lo que vamos a seguir siendo, si no nos hacemos cargo de lo que nos pasa, de lo que somos.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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