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#NoMásPeriodistasMuertos: el grito urgente de México

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Miro Brezh Valducea es una de las tres periodistas asesinadas en lo que va de marzo en México. Su nombres se suma a la trágica lista de 122 profesionales de la comunicación masacrados desde que se desató la llamada “guerra contra el narcotráfico”, que ya sembró en ese país 200 mil muertos y más de 30 mil desaparecidos. A través de las redes sociales, sus colegas convocaron a una acción en la capital para denunciar esta situación y gritar basta. Esta nota, realizada íntegramente con información de la valiente revista mexicana Proceso, resume la situación de la prensa en ese país, traza un perfil de Miro y clama solidaridad internacional para exigir el fin de esta masacre.

#NoMásPeriodistasMuertos: el grito urgente de México

Foto: Hugo Cruz, revista Proceso


Miroslava Breach Valducea dejó dicho que si llegaba a morir no quería ser velada. Deseaba ser depositada en una cripta, con sus dos hijos y su familia más cercana como únicos testigos, y evitar el escándalo y a los políticos con sus discursos. La periodista tenía 54 años, pero la idea de que podían asesinarla no le era lejana.
Las amenazas de muerte que la tenían inquieta se cumplieron el jueves 23 a las 7 de la mañana, mientras a bordo de su camioneta esperaba a que su hijo de 14 años saliera de casa para llevarlo a la escuela. Hombres armados se acercaron. Su cuerpo recibió ocho tiros. En el lugar quedó una cartulina: “Por lengüona”.
La noticia no fue una más en un estado donde la violencia se hizo costumbre; en un país como México, donde se calcula en 200 mil el número de personas asesinadas desde el inicio de la llamada “guerra” contra el narco, entre ellas más de cien periodistas. La noticia corrió en redes sociales. Un portal de noticias local tituló así: “Asesinan a una periodista crítica”.
En conversaciones íntimas con sus compañeros y compañeras de batalla, Miroslava Breach –Miros, como le decían de cariño sus amigos– se decía consciente de que el oficio periodístico crítico conlleva riesgos inmensos, sobre todo en una entidad como Chihuahua, donde la oleada de violencia de los últimos años mantiene en la zozobra a periodistas, a campesinos e indígenas que defienden sus tierras y a defensores de derechos humanos… a los chihuahuenses en general. Y aun cuando confesó que temía por su vida, los animó: “No hay que detenernos”.
En el periodismo de Chihuahua y en todo el norte del país, Breach Valducea era considerada una institución: comenzó su labor como reportera hace más de 30 años. En los últimos 20 años colaboró en el diario de circulación nacional La Jornada, 15 años de éstos como corresponsal.
Trabajó al mismo tiempo en los medios locales El Heraldo y El Diario, así como en la agencia El Norte de Ciudad Juárez, y fundó la agencia de noticias MIR. Escribía la columna política “Don Mirone” en Norte Digital de Ciudad Juárez.
Inquisitiva. Crítica. Comprometida. Sensible. Nunca perdió la capacidad de indignación ante las injusticias, aunque éstas se volvieron cada vez más frecuentes en la entidad que desde muchos años se ha mantenido en los primeros lugares en violencia a nivel nacional, con más de 30 mil asesinatos en los últimos 10 años.
#NoMásPeriodistasMuertos: el grito urgente de México

Tapa de la revista mexicana Proceso de esta semana.


#NoMásPeriodistasMuertos
Por más de 20 años Miroslava Breach, reportera de 54 años, corresponsal de La Jornada en Chihuahua no guardó silencio: trabajó, investigó, reporteó. Hoy está muerta: el terror que “hace que las familias callen y se resignen a enterrar a sus muertos” –ese del que escribió el 6 de agosto pasado– la alcanzó y la tarde de este sábado periodistas, ciudadanos, activistas y académicos se reunieron en el Ángel de la Independencia para clamar justicia por su muerte.
Luego de una convocatoria difundida en redes sociales con el hashtag #NoMásPeriodistasAsesinados, decenas de personas se reunieron el 25 de marzo para exigir justicia y el esclarecimiento del asesinato de la reportera de La Jornada.
Los últimos reportes señalan que Miros –como era conocida en la redacción del diario– había recibido amenazas anónimas luego de la publicación de un texto sobre el desplazamiento de familias de la Sierra Tarahumara a causa del crimen organizado.
Por eso, en el Distrito Federal, la capital mexicana, entre coros de “¡Justicia, justicia!”, “No más balas” y “Prensa libre”, inició al movimiento. Pasadas las cuatro de la tarde, el contingente de periodistas avanzó por el carril lateral izquierdo de Paseo de la Reforma hacia la Procuraduría General de la República.
“Normalmente en las protestas que organizamos cada vez que matan a un periodista hemos tenido poco respaldo de la sociedad. Si la sociedad quiere enterarse de lo que está ocurriendo, quiere saber cuáles son las amenazas que penden sobre ella, tiene que comprometerse con sus periodistas de la misma forma en que los periodistas tenemos que comprometernos con nuestra sociedad”, lamentó Témoris Grecko, reportero independiente y colaborador de la revista Proceso.
Durante el recorrido los motivos de la marcha fueron claros: Judith Calderón Gómez, reportera de La Jornada y secretaria general del Sindicato Independiente de Trabajadores de ese diario, aseguró que la movilización responde al interés de “lo que está pasando desde hace tiempo.
“Es demasiado, no se puede quedar esto callado. Miroslava dejó dos hijos, si haces recuento de los huérfanos y de la cantidad de periodistas que han sido atacados, es demasiado. La libertad de expresión es un derecho que tenemos los periodistas, pero además es un derecho que tiene la ciudadanía de estar informada. Pedimos justicia, investigación a fondo, castigo a los responsables y no más asesinatos”, dijo la también colaboradora de la casa de los derechos de periodistas.
#NoMásPeriodistasMuertos: el grito urgente de México

Foto de La Jornada, que ilustra la columna que traza un perfil de su corresponsal y exige justicia,


Es tiempo de decir basta
Por su parte, la politóloga y académica Denise Dresser dijo que en México ser periodista entraña jugarse la vida, implica ser agredido en cualquier momento; significa estar en peligro de muerte. “Yo tengo hijos, el saber que Miroslava fue asesinada en frente de su hijo es algo que me tocó profundamente y debería tocar a cualquier mexicano porque en su caso la afrenta es doble: en este país te matan por ser periodista, y te matan también por ser mujer. Es tiempo de decir “¡basta!”, es tiempo de exigirle al gobierno que pare este ciclo de impunidad que permite que periodistas sean agredidos, asesinados y que los crímenes queden impunes”, acusó.
En la marcha, periodistas entrevistaban a periodistas; periodistas hablaban de periodistas.
“La gente se pregunta: ¿y esos quiénes son? somos periodistas exigiendo solución”, coreaban los manifestantes.
En las pancartas se leía: “Prensa viva libre”. Incluso fotografías de una Miroslava, sonriente, tranquila, junto a las palabras repetidas de “Justicia” y “Fue el Estado” se levantaron. También los rostros de Rubén Espinosa –uno más de los cien periodistas mexicanos asesinados desde el año 2000–,  y de algunos de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, resaltaron.
Alrededor de las cinco de la tarde el contingente llegó a las inmediaciones de la Procuradoría. Afuera de las puertas cerradas, de los barrotes bien atrancados, se instalaron los reporteros.
Nuevamente Témoris Grecko tomó la palabra. Luego de pasar lista a Cecilio Pineda, Ricardo Monrui, Adrián Rodríguez, Moisés Sánchez, Regina Martínez –todos, parte de los 123 periodistas asesinados que ha contabilizado la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) desde el 2000–, precisó:
“En el 2016 asesinaron periodistas a un ritmo de uno por mes, en el mes de marzo del 2017 están matando periodistas a un ritmo de uno por semana. Lo que queremos es que el gobierno haga su trabajo. Los mecanismos que el gobierno federal y los gobiernos de los estados han implementado para proteger a los periodistas no funcionan.
“El mecanismo de protección a periodistas también es un problema. El periodista amenazado tiene que demostrar que está en riesgo y cuál es la mejor manera: que al periodista lo maten.
“Si la Fiscalía no puede o no quiere cumplir con su trabajo entonces que entregue sus recursos y su infraestructura para que se cree una fiscalía ciudadana, una fiscalía independiente que sí pueda y sí quiera hacer su trabajo”, sentenció.
Detrás, otros periodistas colocaban periódicos manchados de pintura roja entre los barrotes de la Procuradoría.
Luego de varias participaciones, Arturo Cano, reportero de La Jornada tocó un último tema: “Todos los periodistas que hemos trabajado en distintos estados de la República sabemos que los más expuestos a las agresiones tanto de la autoridad como del crimen organizado son nuestro colegas de los estados, aquellos que viven en los lugares más pequeños, que son bien conocidos por aquellas personas sobre las que reportan, sobre las que están informando. Ellos son los más expuestos porque también trabajan para medios que no se hacen cargo de su protección, que les pasan en caso extremo. De esta forma no se puede sobrevivir.
Por separado, Mardonio Carballo, reportero de temas indígenas y hablante de la lengua náhuatl, dijo que todo lo que ocurre en el interior del país es mucho más fuerte, más terrible, porque la colusión entre las autoridades y el crimen organizado es aguda. “Eso los hace mucho más susceptibles, además tampoco tienen derechos laborales básicos”.
En la marcha también participaron Balbina Flores Martínez, de Reporteros Sin Fronteras; Daniela Pastrana, de la Red de Periodistas de a Pie; Patricia y Alma Espinosa, hermanas de Rubén Espinosa; Felipe de la Cruz, padre de uno de los estudiantes desparecidos de Ayotzinapa; reporteros de La Jornada en la Ciudad de México; periodistas de Proceso, entre otros.
A las seis de la tarde y ante un cielo que amenazaba con lluvia, se dio por terminado el mitin. Minutos antes de las primeras gotas de cielo se dispersaron los participantes, se perdieron las voces.
Condena de la ONU
De acuerdo con la Federación Internacional de Periodistas (FIP), en 2016 México ocupó el tercer lugar por asesinatos a periodistas y profesionales de los medios de comunicación; tan sólo por encima se colocaron Irak y Afganistán.
Miroslava Breach Velducea, reportera del El Diario de ChihuahuaEl Heraldo de Chihuahua y portales digitales, cubría temas sobre violaciones a derechos humanos, luchas por la tierra de comunidades indígenas, derechos de la mujer y crimen organizado. Después de los disparos, de perder la vida al instante, su agresor dejó una nota: la habían matado “por lengüona”.
La ONU emitió un comunicado en el cual sostuvo: «su trabajo puede ser la clave del crimen». Por ello, la oficina de Naciones Unidas en México ha solicitado que se considere esta cuestión en el marco de las investigaciones.
En un comunicado conjunto, ONU Mujeres y la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos en México han explicado que la labor de Breach era «sacar a la luz la situación de persecución, desalojos y lucha por la tierra de los pueblos indígenas de Chihuahua», aunque recientemente también había informado acerca de la lucha de poder entre los cárteles de la droga y su vínculo con figuras políticas.
Las agencias han pedido que este crimen no quede impune y que se investigue «de forma exhaustiva”.
El asesinato de Breach tiene lugar cuatro días después de la muerte de Ricardo Monlui Cabrera, columnista del Diario de Xalapa, a quien mataron de un disparo en la cabeza este domingo cuando estaba desayunando en un restaurante del municipio de Yanga, en el estado de Veracruz.
Según las cifras que baraja la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) de México, con esta muerte suman ya 122 asesinatos de periodistas desde 2000. Chihuahua ocupa el tercer lugar en cuanto a número de asesinatos de periodistas en el país.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Todos los jueves de agosto, presencial o virtual. Más info e inscripción en [email protected]

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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