Nota
Ni hermanos, ni patrones: Suárez recuperada
Una empresa familiar quebrada fue recuperada por sus trabajadores, que lograron comprar el local y las máquinas para seguir produciendo. Hoy son nueve que imprimen folletos y volantes para distintos clientes. Cómo es la historia de esta fábrica sin patrón que en mayo cumplirá seis años.
Por Giansandro Merli para lavaca.org
Desde fuera parece una casa, un ph como hay muchos en Liniers. Adentro asemeja a una familia, con hombres y mujeres como un cuerpo único. A pesar de las apariencias, no es ni una casa, ni una familia: la Gráfica Trabajadores Suárez es una empresa recuperada que el próximo mayo cumplirá su sexto cumpleaños.
A las raíces
La Gráfica Suarez Hermanos fue fundada por una familia española hace casi 80 años. Los últimos dueños que tuvo antes que pasase bajo control obrero fueron dos hermanos. «Uno había fallecido y él que quedaba estaba enfermo y era mayor. Siempre había manejado la empresa solo, sin otros familiares. En 2010 empezó a acercarse una de sus hijas, con su pareja. Decía que nos quería ayudar. Las cosas ya iban mal, los negocios se estaban cayendo. Con esta persona se pusieron peores. Más que ayudar estaban vaciando», cuenta a lavaca Juana Ajalla, una de las trabajadoras.
Los síntomas del decaimiento fueron los comunes: retraso en los pagos; falta de abonos de la obra social, de jubilación, de la AFIP; disminución de horas de trabajo; desaparición del aguinaldo. Pero en el caso de esta empresa gráfica hubo ojos atentos y sensibles que miraron el cuerpo enfermo e hicieron el justo diagnóstico. Antes de que fuera ya tarde.

Los trabajadores de Suárez.
Juana, que entró en la gráfica en 1986, se ocupaba de encuardenación. Dado que había hecho varios cursos de capacitación en computación y contabilidad, llevaba unos años ayudando también en administración. Era el nexo entre el taller de la planta baja y la oficina de la planta arriba: estaba al tanto con todo. «En el 2011 veíamos los movimientos que había. A los proveedores no les pagaban. Cuando entendimos que estaba todo mal, decidí ir a estudiar presupuestos en el sindicato gráfico. Ahí comenté lo que estaba pasando y me dijeron: ¿por qué no hacen una cooperativa? Y yo pensé: ‘¿que es una cooperativa?’».
Por entonces el dueño aseguraba que iba a vender, pero los trabajadores desconfiaban. La idea de un nuevo inversor con continuidad laboral para los empleados, sabían, era una promesa que muchas veces implica traición, otras divisiones y diferencias, pero siempre despidos. «No le creíamos: nadie compra una empresa con obreros con 30 años de trabajo. Indemnizarlos puede costar mucho», sigue Juana enrollando la cinta de recuerdos de aquellos meses.
Tantos años en la empresa, tantos años en el barrio producen relaciones sociales, conocimientos mutuos, efectos. «Una immobiliaria que está acá cerca nos avisó que querían vender el predio. Así nos pusimos en alerta. Es más, habían vendido ya una parte».
Mientras tanto, los trabajadores habían empezado a reunirse después del horario de trabajo en un club social a pocas cuadras de la gráfica, el Rincón del Círculo, para discutir en asambleas qué hacer. Pronunciaban la palabra antes desconocida: “Cooperativa”.
«Un día nos encontramos con que estaban todas las máquinas amontonadas al lado. No podíamos esperar mas. Se venía un fin de semana largo. Nos reunimos el viernes anterior y dijimos: ‘el lunes lo hacemos’. Ese día, el 21 de mayo 2012, vinimos con un cerrajero. Entramos, cambiamos la cerradura y nos quedamos. Durante un año, nos turnamos para no dejar nunca el predio vacío».
Como un todo
El barrio de Liniers y el movimiento cooperativo fueron clave en la lucha de estos trabajadores. «Los vecinos nos habían estado advirtiendo cuando los dueños se llevaban cosas de dentro el predio. Cuando entramos para no salir, nos ayudaron mucho: hasta nos llevaban comida», dice Juana, quien también subraya la ayuda de la Red Gráfica, del sindicato de gráficos y de algunas otras cooperativas. «Nos respaldaron desde el punto de vista administrativo y contable. También, nos daban clases de cooperativismo, de cómo organizarnos entre nosotros y manejar todo esto».
El proceso de recuperación fue menos duro que el de muchas otras recuperadas. El dueño tenía una deuda muy grande con la AFIP y los trabajadores pudieron cerrar un acuerdo por la propriedad, para la transferencia del predio a la cooperativa y de las máquinas a los socios. Otra ventaja: eran los trabajadores los que estaban en contacto directo con los clientes. Juana: «Esto fue fundamental. Tenían confianza en nosotros. Explicamos la situación a los clientes y todos nos suportaron, sino uno. Renegociamos la deuda con los proveedores: aunque no era nuestra dueda, los necesitabamos para seguir trabajando».
La producción no paró nunca: es evidente que para imprimir una revista o un folleto hace falta papel, tinta, maquinarias y trabajadores, pero no es necesario ningún patrón.
Gabriel Enna es el secretario de la cooperativa. Además de un appellido que lleva la imaginación a una ciudad de Sicilia, tiene 24 años de servicio en la gráfica. Gabriel habla de los desafíos del modelo cooperativista mientras sigue trabajando en la impresión, en una de esas máquinas que los obreros conquistaron por sus trabajo y sus luchas. A su lado se encuentra Francisco Godoy, quien lleva 30 años entre los papeles y los rodillos de este predio de dos plantas y tiene el rol de presidente. Dice: «Lo más importante es que es un proceso colectivo de aprendizaje. Somos pocos, pero a veces seguimos con malentendidos sobre el tema de la responsabilidad común. Este año habrá que renovar el consejo de administración: queremos que haya una rotación entre los compañeros. Para que todos crezcan tanto en producción, como en administración, y las funciones sean compartidas. Para que se trabaje como un conjunto».
Ventajas y dilemas
La temporada no está fácil para las empresas gráficas. Según dicen los trabajadores, las causas de crisis son varias. Por un lado, las evolucciones tecnológicas convierten el papel en algo cada vez menos necesario: las facturas impresas se vuelven electrónicas; los manifiestos se hacen banners para redes sociales; las tarjetas personales ya casi desaparecieron. Por el otro, la coyuntura política y económica de la Argentina afecta duramente el sector.
Rocío Huerta fue integrada en la empresa después de la constitución de la cooperativa, trabaja en administración y enumera los varios problemas: «En pocos meses, los gastos de luz se han triplicados. Teníamos un subsidio del Ministerio de Energía, pero ya se acabó. Además, lo que necesitamos para trabajar se paga en pesos, pero se cotiza en dólares: el papel, la tinta, todo. Por lo tanto, se está volviendo cada vez más caro. Por último, la demanda, respecto a la de 2014 y 2015, va por la mitad. Hay que hacer malabares para no quedar afuera del mercado, ni regalar el trabajo. Tuvimos que modificar el horario porque nos veíamos sentados sin tener nada para hacer».
Sin embargo, Francisco sigue sonriendo incluso cuando la discusión llega a este tema: «Sí, hay una crisis. Estamos de baja. Pero pasó y pasará otras veces. Juntos se pueden superar estas temporadas: lo nuestro es la lucha».
Se sabe, ante una crisis las recetas de las empresas recuperadas nunca recurren al ajuste de derechos ni a los despidos y las dificultades se abordan de forma colectiva. Mismos problemas, nuevas soluciones.
Juana cuenta más transformaciones con respecto al período previo: «Cambiaron muchas cosas en comparación con el tiempo en que había el patrón. Si tenemos que venir más temprano, venimos más temprano. Si tenemos que salir más tarde, salimos más tarde. Si hay que hacer encuadernación, la hacemos todos juntos. Al mismo tiempo, somos más flexibles y comprensivos entre nosotros. Si necesitás salir un dia, lo hablás y lo hacés. Antes para ir al médico tenías que preguntárselo al dueño, al que siempre le molestaba que faltase». Añade Gabriel: «Antes trabajabas 9 horas, salías de acá, cerrabas la puerta y te ibas a tu casa. Ahora, no. Te llevás el trabajo con vos. Seguís pensando y hablando del trabajo. Antes, cada uno era una función, tenía una tarea bien específica. Ahora no: hay que saber hacer un poquito de todo». Rocío, la trabajadora más joven que encontramos, suma otra variante: «Yo estudio y poder acomodar los horarios es algo que en relación de dependencia es imposible».
No estamos en una utopía ni en un paraíso, sino escuchando otra forma de organizarse y trabajar acá y ahora. Dentro del reino capitalista, en su corazón económico. Y lo que manda fuera, no se queda en la puerta. «Todo esto no es fácil. No es fácil entender que es tuyo y tenés que cuidarlo. No es fácil ni a nivel individual, ni a nivel familiar. No es fácil porque trabajás el triple y ganás la mitad. Pero es completamente distinto, es… nuestro», afirma Francisco. Y pone el accento en la
última frase con una sonrisa ancha atrás de los anteojos.
Dificultades, contradicciones, problemas. Pero tambien democracia, horizontalidad, intercambio. Y orgullo. Concluye Juana: «Sí, estamos orgullosos de lo que hicimos. La verdad es que cuando comenzamos pensábamos: pero ¿lo podremos hacer? ¿LLegaremos? Y la verdad es que llegamos mucho más allá de donde habíamos pensado».
Desde la calle Acassuso, del barrio de Liniers, llega una voz más que dice que sí: sin patrón se puede.
Esta nota forma parte de una nueva actualización del libro Sin patrón, llevada adelante entre lavaca y el periodista italiano Giansandro Merli. Pronto pondremos a disposición el padrón actualizado del sector y nuevas historias de la nueva camada de empresas recuperadas.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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