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Guaminí, la apuesta agroecológica. Una historia feliz, que comenzó con un grupo de productores viajando en combi para conocer experiencias de campos agroecológicos y culminó con un municipio convertido en caso testigo. Qué hizo posible lo imposible. Por Sergio Ciancaglini.

Campo recuperado

Ray Bradbury, Steven Spielberg y Fabio Zerpa siempre plantearon que hay vida en otros planetas. Los foros sociales progresistas difundieron hace tiempo que otro mundo es posible. En Guaminí, provincia de Buenos Aires, no hay foros extraplanetarios ni objetos voladores progresistas, pero hay personas que están haciendo algo que despierta al menos dos hipótesis:

Hay vida en este planeta.

Este mundo es posible.

La historia nace a partir de la reunión de un grupo de ocho productores terráqueos, algunos funcionarios públicos que cometieron la rareza de hacer las cosas que se esperan de ellos y un ingeniero agrónomo con la agenda trastornada por cuatro verbos: viajar, mirar, escuchar y hablar. Lograron entenderse gracias a un dialecto que abarca terminologías curiosas: tréboles, bosta, malezas, cultivos, venenos, lombrices y otros misterios similares.

Al hablar de esas cosas parecen estar refiriéndose también a dos sustancias escurridizas: dinero y libertad.

Hicieron un par de viajes en combi, juntos, para ver si esas cosas de las que hablaba el ingeniero eran ciertas: volvieron asombrados.

Primero fueron 100 hectáreas cautelosas entre los ocho. Pero les fue lo suficientemente bien como para que dos años después ya tengan 1.300 hectáreas dedicadas a la agroecología.

Rafael Bilotta es ingeniero forestal, integró organizaciones como Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa, emblema de la promoción del modelo transgénico y fumigador), pero ahora dedica su campo totalmente a la agroecología. Mientras recorremos parte de las 740 hectáreas de La Emiliana, Rafael explica, peinándose las canas con la mano: “En términos económicos nos está yendo bien. Y además: ¿qué valor le pongo al hecho de estar en paz?

El mediterráneo bonaerense

Guaminí, oeste bonaerense, 11.000 habitantes en el distrito, está a orillas de una especie de enorme mar azul: la Laguna del Monte, de agua salada, una de las Lagunas Encadenadas. Desde Guaminí, la otra orilla está casi en el horizonte, a 9 kilómetros. Cada atardecer es una fiesta. La zona sufrió una inundación de apocalipsis en 1985, coletazos en los 90, pero sigue renaciendo de sus fangos.

Marcelo Schwerdt es biólogo y doctor en Recursos Acuáticos Renovables. Fue nombrado Director de Medio Ambiente en 2008, con un gobierno de alianza de radicales y vecinalistas. “Venía trabajando mucho el tema de las lagunas, la separación de residuos, pero empezó a aparecer la cuestión agraria, al principio por el problema de qué hacer con los bidones de agroquímicos”.

Confesión no ecológica: “Con ese tema estábamos medio verdes”.

En 2011 ganó la intendencia Néstor Álvarez, del Frente para la Victoria, que mantuvo a Schwerdt en el cargo. “Tuve contactos con médicos comunitarios y gente que estaba trabajando en educación. Descubrimos en muchos municipios ordenanzas para regular del uso de agroquímicos. Dijimos: hagamos nuestra ordenanza”.

La sorpresa vino de la Escuela Secundaria Nº 4, en la que el profesor de Biología Aníbal Prienza estaba haciendo estudiar a los chicos el uso de agrotóxicos. Schwerdt: “Era muy gráfico que no había capacitación ni equipos de seguridad en los campos para usar los venenos. De las 460 hojas del proyecto, 100 eran de las investigaciones de ese secundario”. Sorpresa: “Dos ediciones de MU de 2014 (la 77 y la 79, referidas a campos agroecológicos y a científicos dedicados a estos temas) fueron también material para fundamentar la necesidad ordenanza”.

Glifosato y dulce de leche

El proyecto seguía cajoneado. “Los productores planteaban que no estaba muy bueno lo de meternos con la actividad. Nosotros volvíamos al eje de la prevención y el cuidado de la salud. Pero no terminábamos de instalar el tema”.

En noviembre de 2013 Schwerdt logró armar un ciclo de conferencias de especialistas. El primero fue el ingeniero agrónomo Alberto Etiennot, propuesto por la Sociedad Rural. “La primera filmina que presentó decía: ‘No se puede producir sin agroquímicos’. Los productores estaban muy cómodos, Etiennot confirmaba lo que pensaba la mayoría. Fue muy agresivo diciendo que quienes queríamos regular el uso de agroquímicos somos pseudoambientalistas, como las locas de las Madres de Ituzaingó” (que había logrado las primeras condenas judiciales contra fumigadores y aplicadores en el país).

El señor Etiennot aseguró que los agroquímicos son menos tóxicos que las aspirinas y que el dulce de leche, lo cual fue aplaudido aunque nadie pareció dispuesto a hacer la prueba. “Hizo toda la bajada de línea de las radios y la televisión, como decir que este tipo de producción es la que va a evitar el hambre del mundo”, explica Scherdt. La FAO (Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) ha informado que la producción anual de alimentos alcanza para una población mundial y media, por lo que el problema real es la distribución de dichos alimentos, tema que genera afonía crónica en las corporaciones, gobiernos y activistas pro-transgénicos.

Hubo una segunda conferencia del ingeniero químico Marcos Tomasoni, de la campaña Paren de Fumigarnos de Santa Fe. “Explicó que hay una deriva que explica por qué los agroquímicos llegan a la Antártida o al Sahara, donde nunca se aplicaron”. Estuvo también el doctor Raúl Lucero, investigador y científico de la Universidad del Chaco explicando los daños genéticos que se producen en las zonas fumigadas: malformaciones de bebés, abortos espontáneos, además de los casos de cáncer, problemas respiratorios y de piel, entre otros.

Se conoció un estudio de la Universidad de La Plata, encabezado por el doctor Damián Marino, que comprobó entre Guaminí y Coronel Suárez la presencia de los venenos glifosato y atrazina en el agua de lluvia, cosa que no parece producirse con el dulce de leche. 

En 2014 la ordenanza seguía cajoneada, y Schwerdt descubrió en YouTube videos del ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá hablando sobre agroecología, y contando la experiencia de un campo bonaerense: La Aurora, propiedad de Juan Kiehr (MU N° 77).

Cerdá define: “Agroecología es la aplicación de conceptos y principios ecológicos en el diseño y gestión de agroecosistemas sostenibles. Aprovecha los procesos naturales de las interacciones que se producen en la finca con el fin de reducir el uso de insumos externos y mejorar la eficiencia biológica de los sistemas de cultivo”.

Y relata a MU: “Este modelo productivo enajena mucho. Es un círculo vicioso que funde a los productores y los deja presos de un sistema que todo lo toma y todo lo droga. Las promesas de los últimos años no se cumplieron: cada vez se usan más agroquímicos y resulta que pasamos de no tener malezas a 30 que son resistentes al paquete tecnológico”.

El campo La Aurora fue reconocido por la FAO como una de las experiencias exitosas a nivel mundial en agroecología. “Pero del otro lado tenés que están aplicando nanotecnología para evitar que los agrotóxicos tengan olor, así la gente no se da cuenta de las fumigaciones”. La república transgentina sabe aplicar esos maquillajes: para que nada huela mal, se elimina el olor, no lo que lo causa. Cerdá: “Los productores que hacen agroecología están trabajando muy bien, y les resulta económicamente. Ahí se demuestra que hay que salir del problema del país: la adicción a los agroquímicos”.

Números y rentabilidad

Cerdá aceptó la invitación a Guaminí. Título de la conferencia: Agroecología: una posibilidad de producir con menores costos, rendimientos similares y menores riesgos.

El ingeniero logró lo inesperado: planteó con sencillez y con un idioma común al de los productores, cómo trabajar sin agrotóxicos. Explicó de qué modo la agroecología plantea la cuestión de las malezas, de la fertilización del suelo, de los estilos de producción. Contó cómo los cereales como la avena, el trigo y el sorgo, entre otros, se consocian con las leguminosas como la vicia o el trébol rojo que fijan nitrógeno y fertilizan el suelo. Esa asociación de cultivos, deja sin espacio a las malezas, o las integra al proceso a la vez que el suelo queda cubierto, húmedo y enriquecido, ideal para ganado, que a su vez fertiliza el suelo. En cada zona la agroecología puede plantearse opciones diferentes, pero básicamente implica otro paradigma de pensamiento y de acción.

Cerdá mostró además los números de La Aurora.

Rendimiento levemente menor que los campos fumigados: 5.119 kg x ha. contra 5.423 del campo fumigado.

Mayor margen bruto de ganancia por hectárea del campo agroecológico: 762 dólares contra 549.

Menores costos directos del campo agroecológico: 149 dólares x ha. contra 417 de los convencionales.

Mayor retorno de inversión: los campos fumigados devuelven 1,31 dólares por dólar invertido al productor. El agroecológico devuelve 5,15 dólares por dólar invertido.

Los datos figuran en el libro Agroecología: bases teóricas para el diseño y manejo de Agrosistemas sustentables, compilado por los ingenieros Santiago Sarandón y Cecilia Flores, y editado por la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de La Plata.

Schwerdt: “En la charla Cerdá contó la experiencia de La Aurora, pero no hizo una bajada de línea ni dijo que eso lo que había que hacer. Cuando terminó, un grupo se quedó haciéndole más preguntas. El entusiasmo de los productores entusiasmó a Cerdá, que se comprometió a ir cada dos meses durante todo 2014.

La semilla estaba plantada. Se empezaría a probar cómo producir agroecológicamente, pero no dogmáticamente, y siempre de acuerdo a lo que quisieran hacer los productores. Además, se subieron a una combi para hacer dos viajes: desde Guaminí a las tierras prometidas.

Ver para creer

Se equiparon con mates y curiosidad, la municipalidad puso la combi, y los productores zarparon a la granja Naturaleza Viva, de Guadalupe Norte, Santa Fe, a 1100 kilómetros. Fueron 15 horas de viaje nocturno y llegaron a la mañana en medio de un diluvio. Mucho no se pudo recorrer, pero allí estaban Remo Vénica e Irmina Kleiner contando cómo gestionan esas 200 hectáreas (MU N°22 y N° 33). Hablaron de la biodinámica, que enlaza la producción con una lectura de la naturaleza, de las fases lunares y de los procesos de vida. Hablaron de semillas, de cómo conservar la vitalidad y humedad de los suelos, de cómo trabajarlos para que los propios cultivos vayan raleando a las malezas sin necesidad de envenenar tierra, aire, agua, animales y personas.

Almorzaron juntos: todo lo que se come es producido allí. Uno de los hijos de la pareja, el ingeniero agrónomo Enrique Vénica, explicó también cada detalle sobre la producción y el valor agregado que les permite industrializar productos, establecer redes con otras experiencias agroecológicas y no dar abasto para una demanda cada vez mayor para productos de alta calidad, naturales y no transgénicos, y a precios razonables.

Esa misma noche volvieron a Guaminí. “Fue un esfuerzo, pero una cosa es que te lo cuenten y otra estar ahí”, cuenta Rafael Bilotta. Otro viaje en la combi fue de 310 kilómetros y hasta Benito Juárez. La Aurora son 600 hectáreas con características similares de suelo y clima a las de Guaminí. Allí Juan Kiehr, dueño del campo, tiene como asesor al propio Eduardo Cerdá.

Fabián Soracio, en su campo de 170 hectáreas de Guaminí cuenta: “La exuberancia de vida de La Aurora nos rompió la cabeza. Hacía 20 ó 25 años que no fumigaban y no fertilizaban químicamente. Yo dije: pucha, se puede. Además, ves la polenta que tienen tanto los Vénica como Kiehr, esa generosidad. Todo es una lección”.

Mauricio Bleynat, tambero de Guaminí: “A Naturaleza Viva no pude volver, pero La Aurora me queda más a mano, y ya fui tres veces. No para que me muestren ni me expliquen, porque ya conozco: voy a recargar pilas”.

La huida del ingeniero

Norman Best hace tiempo tramaba una huida, junto a su compañera Cecilia Agner. Es ingeniero mecánico, trabajó en el Polo Petroquímico de Bahía Blanca, en empresas con Dow e Indupa, trabajó también para Techint en la construcción de gasoductos, su última experiencia fue en la central nuclear Atucha II, hasta que dijo basta.

“En Bahía yo veía cómo hay un canal colector que desemboca en la ría vertiendo todos los deshechos poco tratables al mar. No quería ni entrar en Atucha, pero todo el mundo me decía: ¿cómo no vas a trabajar ahí? Dije: hagamos la prueba. Duré poco más de un año. Era todo un ambiente que no me hacía feliz, y quería la vida en el campo, que no sé si es idílica, pero es hermosa y no estás metido en una central nuclear a 20 metros bajo tierra. Lo único que mueve a la gente ahí es el dinero. Me decían: te estás perdiendo la posibilidad de continuar en una empresa, ganar plata, todas esas boludeces. Y dije: igual me voy”. Cecilia, que es bioquímica, aceptó ese proyecto de cambiar laboratorios por una vida campesina.

Best venía buscando algo en Internet: “Ver qué podía hacer con mi vida”. Volvió al campo de su padre, 520 hectáreas. Fumigaba metódicamente, pero ya había descubierto la agricultura biodinámica, conoció a Eduardo Cerdá y cuando se armó la movida en Guaminí fue de los que se sumó velozmente: “Es angustiante estar solo y yo trataba de entender qué hacer. Para eso funciona el grupo. Vas charlando, intercambiando ideas y salís de esa soledad”. A los 43 años pronuncia una frase llamativa: “Estoy re feliz”.

Hoy combina las pasturas de avena o trigo, según el año y la época, con leguminosas como la vicia o el trébol rojo, que fertilizan el campo a costo cero. Tiene 700 animales que representan el ciclo completo de producción ganadera: “Y tenemos vacas seleccionadas como madres por la Asociación de Angus”. El ganado pasta, camina, y es de mucha mejor calidad que el de los feed lots: “Soy sólo un ingeniero mecánico, pero te puedo decir que se nota cómo se retiran las malezas, el suelo está fértil, el pasto de excelente calidad, el ganado bárbaro. Es una integridad biológica. Aquí me di cuenta: lo que no es sustentable es la agricultura de insumos y transgénicos”.

Cecilia y Norman no tienen Internet: “Ya vamos a tener, nos agilizaría ciertas cosas, pero descubrimos que no es indispensable”.

¿Cómo se ve la actualidad desde el campo? “La gente de las ciudades vive en un mundo poco real. Todo en función a estar conectados a las pantallas, pero sin vivir el aquí y ahora”. En el campo miran comedias por televisión, cuando hay: “El resto es violencia, asesinatos, horror, dicen en referencia a las programaciones de ficción y de noticias. Informan que las gallinas son aves que vuelan hasta las ramas de los tamariscos para dormir allí. Cecilia: “Vinieron chicos de escuelas. Estaban felices. Como a uno le gustaban los animales le preguntaron si quería ser veterinario. Y dijo: ‘No, voy a ser campario, como Norman”. No sabía que existía la palabra campesino”.

Juguito de leche

Martín Rodríguez, 33 años, casado, un hijo, es otro campario, pero estaba totalmente en contra de la agroecología. Cuenta Marcelo Schwerdt: “Nos veía como los greenpeace, ambientalistas y fundamentalistas, pero es de esos tipos que no anda hablando por atrás: vino y me lo dijo. Ahí empezamos a charlar, fue a conocer los campos, tuvo el gesto de reconocer que no éramos eso que él pensaba, y además se sumó al grupo”.

Martín nunca la tuvo fácil. Se crió en el campo, vio cómo su abuelo caía físicamente y el cambio de modelo lo iba desplazando. Martín estudió Agronomía en Bahía Blanca y hace tiempo le falta apenas una materia para recibirse de ingeniero. “En la facultad forman profesionales que son vendedores de insumos o de recetas. Los profesores decían: ‘Los productores son medio complicados, les cuesta’ y a mi esa actitud me deprimía. Y veía cómo el sistema productivo reventaba a mi familia porque está hecho para que el grande se coma al chico y nosotros desaparezcamos”. 

El abuelo de Martín, Melecio, se suicidó. Martín se hizo cargo de 50 hectáreas de su padre, que ya se dedicaba a manejar camiones. “Yo te acomodo el campo para que después hagas lo que quieras”. Lo nombró Doña Ofelia, homenaje a su abuela que enfrentó todas las dificultades de la familia. Empezó a trabajar sin recursos económicos en un campo chacreado: abusado por las producciones y fumigaciones. “Es lo que pasó en el país: vino la desertificación por mal manejo, la siembra directa para solucionarla. Como no funciona, meten el paquete tecnológico de agrotóxicos. Y como tampoco funciona, más paquete tecnológico. Hace años que tapan una macana con otra”.

Otro problema: el monocultivo. “A las empresas no les importan los animales, la diversidad de producción. Del otro lado, creía que esto de la agroecología era un fundamentalismo. A mí no me van esas cosas. Después fui charlando con cada uno y entendí que era gente que quería hacer las cosas bien, con sentido común. Mejorar la calidad de vida”.

Martín comprendió algo: “Tengo la cultura del hogar, la familia, producir sano. Si nos pasamos comiendo porquerías como pasa ahora, después ves cada vez más cáncer y enfermedades. Todo eso es lo que no quiero. Es como que la gente ya no toma leche: toma algo blanco que es como un juguito de leche. Yo quiero otra cosa, como chacarero y como padre”.

Cree que si hubiese habido muchos más Vénica y Kiehr en la historia reciente, el país sería otro: “Un país con campos capaces de producir, llenos de gente y de posibilidades, competitivos. Hoy la gente se pelearía por una chacra como ésta. Hay que seguir así”.

¿Qué lo sumó al grupo agroecológico?: “Aquí no se discute con nadie. No se impone nada. Que los demás hagan lo que quieran. La cabeza se me disparó cuando los conocí y es buenísimo estar agrupados. Este campo era un desastre, y ahora miralo: está vivo”. Tal vez sea cierto que hay una integridad biológica: Martín retomó su carrera, y se va a recibir pronto de ingeniero agrónomo. Y se emociona cuando cuenta que su padre fue al campo. Mirando ese verde de pastos y los animales, después de tantas penurias, le regaló dos palabras a su hijo: “Estoy orgulloso”. 

Rafael Bilotta recibió a Cerdá y a Schwerdt, en su momento, mientras un mosquito fumigaba su campo. Cuenta hoy: “Se  hacía lo clásico y lo fácil. Para tal maleza, tal receta. La dosis fue aumentando. Al principio yo ponía 700 centímetros cúbicos, de ahí pasamos a 2 litros, 5 litros, o mucho más. Aplicaba, quemaba todo, y sobre eso sembraba. Para entender la cosa fue muy importante conocer La Aurora y Naturaleza Viva. Ves a productores como nosotros. En Aapresid el problema es que sólo se piensa en producir más. No se piensa el modo. Pero encima, en los números finales, el margen da a favor del productor agroecológico. Lo que antes gastaba ahora me lo ahorro. Todavía no te puedo dar números completos. Pero empecé con 30 hectáreas hasta que dije: pongo todo en agroecología. Y a nivel ganadería (650 cabezas), la productividad es enorme. El engorde del animal se hace en menos tiempo y con un resultado muy superior”.

Sobre los productores fumigadores: “Antes los resultados eran explosivos. Pero el suelo empezó a reaccionar. También es distinto cómo lo ve el productor que quiere cuidar su tierra, que el pool de siembra. Pero hoy se nota claramente que hay que cambiar”.

Rafael se ríe cuando le pregunto si es hippy o ambientalista: “Ni siquiera soy agroecológico, porque recién estoy aprendiendo. Pero voy a seguir yendo para ese lado”.

La nueva red

Schwerdt señala los campos. “Los vecinos que no se sumaron al grupo ya empezaron a poner vicia o trébol rojo, porque están viendo el resultado en el campo de al lado. Hay un efecto contagio que se nota mucho”. El padre de Marcelo, Atilio (o Chiquito) anda con un pie en cada modelo. “Las leguminosas se consocian con los cereales y este campo que estaba re chacreado mirá lo que es ahora. En 40 hectáreas me debo haber ahorrado unos 40.000 pesos por lo menos, este año. Pero no gasté nada y logré una ganancia similar, así que vamos viendo. Encima no jodo el campo”, dice con una sonrisa de esas que abarcan de una oreja a la otra.

Fabián descubrió una palabra: “No sé si somos agroecológicos, pero los que fumigan son agro-oncológicos”.

Otra idea: “Estamos invirtiendo en las tierras. El suelo de este campo estaba pelado, no escurría, y en un año sin lluvias mirá cómo renació”.

Aclara: “Esto no es lo orgánico certificado. Los campos orgánicos que recorrimos nos decepcionaron. Siento que hacen lo mismo que los convencionales, sin importarles la tierra, pero no fumigan para tener un certificado y venderte caros los productos”.

Sobre ciertas momias: “Cerdá nos mostró cómo los antiparasitarios matan a los bichos y la bosta queda momificada, no se degrada. Ahora no estamos desparasitando, los animales están cada vez mejor, y volvió la bosta para abonar bien el suelo”.

El intendente Néstor Alvarez, en breve encuentro con MU: “No vamos a alambrar Guaminí para que no fumiguen. Pero veo que estos productores están encontrando un modo nuevo, que los números les dan bien porque ninguno quiere perder plata, y que esto es bueno para la salud. Así que nos enorgullece que en un encuentro hace poco hayan dicho que Guaminí es el primer caso con presencia del Estado municipal apoyando este tipo de producciones. Uno ve que no se puede seguir como veníamos, que algo distinto hay que hacer”. 

Mauricio Bleynat tiene 50 hectáreas de tambo. “Nuestra debilidad es que tendríamos que ser más. Claro, antes no había nadie y ahora somos ocho. Va creciendo la cosa, pero te queda la duda: ¿hay que romper para que se acerquen, o ser pacientes y esperar?”. 

Hugo Benito, 73 años, con un campo de 170 hectáreas en Tres Lomas: “La gente que viene a nuestro campo se asombra por la paz que hay. Nosotros creemos que la paz es nuestro derecho”.

Ana Alberdi y Matías Corzo son una pareja treintañera que se sumó desde Coronel Suárez, donde gestionan unas 280 hectáreas en las que cultivan trigo, avena, sorgo, cebada, centeno, maíz y girasol. Hicieron una pasantía en Naturaleza Viva, y ya están produciendo sus propios quesos. Hace muy poquito nació Milo, que duerme escuchándonos. “Nuestros hijos van a crecer en un ambiente sin venenos. Hay que pensar en lo que plantea la soberanía alimentaria: ¿qué nos estamos metiendo en la boca, con qué alimentamos a nuestros hijos, dónde estamos viviendo?”.

La experiencia participa en Renama, la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología. Organizaron un encuentro en Guaminí al que asistieron el ingeniero Santiago Sarandón y Miryam Gorban, titular de la Cátedra de Soberanía Alimentaria, además de los intendentes de Guaminí y Salliqueló y representantes de otros municipios: otra semilla que no necesita patentes.

La ordenanza de regulación de los agroquímicos finalmente se aprobó por unanimidad en el Concejo Deliberante de Guaminí. “Vista hoy, es ridícula, porque sólo plantea 300 metros de distancia y 700 de amortiguación. Es lo que se pudo consensuar. Mi posición es la del doctor Damián Marino: la distancia ideal para los agrotóxicos es el infinito”, explica Marcelo Schwerdt.

Además, se instaló un molino pequeño que ya está produciendo harina agroecológica La Clarita. “Lo hicimos como experiencia, con una escuela para chicos con capacidades diferentes, y resulta que descubrimos un mercado enorme y un valor agregado para el trigo de Guaminí” dice Marcelo, que renunció a su puesto en el Estado.

¿Por qué la renuncia?

“Lo que uno quiere hacer, como estas cosas que te llenan el alma, te ocupa 2 % del tiempo en el Estado. Y el 98 % es un desgaste en problemas, burocracias y cuestiones que no se acaban nunca y que terminás pagando con tu salud. Hay mucha gente que se adapta al no hacer, te traba para que todo siga igual. Lo que aprendí es que no se hace la cosa desde el Estado, sin estar en contacto con bases, instituciones, para que te acompañen. Si no, todo queda en nada”. Marcelo ahora conduce el Centro de Educación Agraria, lo acompaña por concurso Martín Rodríguez, y desde ahí siguen sembrando lo suyo.

Norman Best me dice, mientras caminamos entre las pasturas, que quizá todo se trate de saber crear redes de amistad.

Esas redes tal vez podrían ser de los mejores modos de encarar uno de los grandes conflictos que definen esta época: que los sueños sean más fértiles que las pesadillas.

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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