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La vuelta al mundo: ambiente, crisis y derechos humanos
Número a número relatamos diversas experiencias que, desde lo productivo, plantean otras formas de relacionarse con el ambiente, la naturaleza y la vida. También retratamos desde hace 20 años las formas colectivas de organización en rechazo de proyectos extractivos y contaminantes. En este número reflexionamos qué representa esta agenda a escala global, en clave política –en año electoral– y como parte de la agenda de derechos humanos.
Texto: Sergio Ciancaglini
Había una vez y sigue habiendo –hasta que se demuestre lo contrario– una masa esférica azulada y giratoria en viaje alrededor de un sol, acompañada fielmente por una luna. El giro de esa esfera, como el de una bailarina sobre sí misma, se produce a unos 1.600 kilómetros por hora. Y simultáneamente se desplaza alrededor de su sol a no menos de 107.500 kilómetros por hora.
La serenidad de ese veloz y silencioso periplo espacial es seguida a prudente distancia por planetas, galaxias, estrellas, incluso por luces titilantes de soles que ya no existen. Acercarse a semejante molécula del universo es sorprendente. Se acaba la serenidad y se empieza a percibir lo que bulle en esa pelota que algunos empiezan a ver no como un objeto sino como un órgano vivo hecho de aire, agua, tierra y piedra que contiene algo enorme y tal vez indescifrable: la vida. Como pocas veces se la percibe asediada, amenazada, en peligro. O en descomposición.
No es solo la crisis social y humana. Ni solo la climática. Ni los delirios de la política y la economía. Ni las danzas de ejércitos, de milmillonarios, de gobernantes y corporaciones. Ni el intento de control mediático, cibernético y/o militar de las poblaciones, ni las prácticas propias de adictos de autodestrucción planetaria sistemática. Es todo eso junto, y todo lo demás. Las incertidumbres sobre la vida y el futuro giran a 107.500 kilómetros por hora. Y aquí, en estas azarosas tierras argentinas, que tal vez sean un mundo dentro del mundo, la sensación y la información postulan más de lo mismo: vienen por todo.
Lo que aprendimos
Dicen que Tolstoi planteó que si pintas tu aldea pintarás el mundo. ¿Será así? Esta cooperativa inició su viaje planetario en 2001. Parte del grupo venía del periodismo de los “grandes diarios” y editoriales dedicándose, entre otras cosas, a temas sociales, políticos y de derechos humanos: la recuperación de los primeros nietos por parte de Abuelas, la experiencia de Madres, luego el juicio a las Juntas Militares en 1985 con sus testimonios sobre la burocracia del genocidio. Esas madres y abuelas no venían de las academias, la intelectualidad, ni la militancia. Eran pocas (14 las primeras madres, 3 las abuelas), de un coraje épico: salían a reclamar en plena dictadura, delante del balcón de Videla. Eran lo que suelen llamarse personas “comunes y corrientes”, con una voluntad hecha de desesperación por la vida y reforzada por la posibilidad de estar juntas: por estarlo, recuperaban la alegría, la capacidad de acción. Demostraron juntas que la justicia y la democracia no tienen por qué estar del lado de un supuesto “consenso” (eran “locas”, censuradas, ignoradas, imaginen la escena en el Mundial 78). Pese a todo estaban gestando el movimiento de derechos humanos más importante del siglo 20. Su esquema era asambleario, obviamente guiado por lógicas femeninas, concreto, un tipo inédito de movimiento social.
La cooperativa intenta, entonces, reflejar periodísticamente sucesos de la aldea argentina ninguneados por los ex medios de comunicación, y formas de resistencia frente a la siempre creativa producción de injusticias. Informar sobre nuevas ideas, estilos de producción, pensamiento, organización, imaginación, en medio de los derrumbes. Las expresiones de derechos humanos del pasado y del presente. Los movimientos en barrios sumergidos en la desocupación. Las fábricas y empresas recuperadas que mostraron cómo las cooperativas obreras pueden tomar y hacer viables los medios de producción fundidos por los empresarios. Las luchas contra la violencia institucional y la criminalización de los jóvenes, de los pobres, de las comunidades indígenas. Las luchas por la diversidad sexual. El movimiento de mujeres y la marea verde que logró movilizaciones masivas y la Ley de Aborto. Las acciones de familiares que permitieron últimamente una condena histórica para los casos de femicidios territoriales. La lista es gigantesca. Siempre aparece aquella herencia o genética: personas “comunes y corrientes” empujadas por la desesperación y la potencia de no querer enjaularse en el rol de víctimas, que se plantan en el mundo para crear algo nuevo, transformar las cosas y que la vida sea posible.
¿Dónde está el poder?
El viaje implicó también conocer el enorme proceso asambleario en el país. Vecinas y vecinos autoconvocados para defender sus territorios y sus derechos, frente al modelo de extracción de materias primas mineras, por ejemplo. Organización horizontal, sin jefaturas, un liderazgo colectivo y dialogado.
La asamblea No a la mina, de Esquel, logró un plebiscito hace 20 años en el que la comunidad rechazó por el 81% de los votos la instalación de una mina de oro. Tenían en contra a los gobiernos nacional, provincial, las corporaciones mineras, los medios pautados, la policía & afines. Fueron insultados, atacados y hasta espiados por la AFI, pero se logró frenar la megaminería contagiando a toda Chubut. Algo similar a lo de Famatina (La Rioja), Andalgalá (Catamarca), Mendoza con su Asamblea Popular por el Agua y su histórica movilización de 2019 que logró reinstaurar la ley anti-minera que habían derogado oficialistas y opositores unidos. O Loncopué (Neuquén), donde criollos y mapuche articularon por primera vez en el país una resistencia conjunta, frenaron a las mineras chinas y canadienses por vía judicial y con otra consulta popular: 82% (desde entonces no se permitieron consultas populares en ninguna otra parte).
¿Qué plantean esas asambleas? Palabras sencillas: el agua vale más que el oro, porque sin agua no hay vida y estos proyectos la consumen masiva y descontroladamente. El rechazo a la destrucción y contaminación territorial y de ecosistemas producidos por las explosiones masivas y el uso de tóxicos letales, para extraer metales y minerales. El empobrecimiento y contaminación social que generan estos proyectos (con Bajo Alumbrera que ya agotó toda su extracción durante dos décadas y no brindó prácticamente empleo, Andalgalá sigue siendo la zona más pobre y de mayor desempleo de Catamarca, una de las provincias del lote más pobre del país). Plantean también la obligación de realizar informes de impacto ambiental y consultas a las comunidades sobre estos proyectos para que otorguen –o no– licencia social.
Los ex medios y los políticos extractivistas los llaman “ambientalistas”, como si fuesen empleados de una oenegé y no comunidades ciudadanas que reclaman derechos. Dice el artículo 41 de la Constitución: “Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo”.
La gente de las asambleas no busca hacerse política sino que hace política al lograr cambios en las leyes y las instituciones. Se convierte en protagonista y no espectadora de lo que le pasa. Y denuncia desde siempre el efecto devastador de este tipo de proyectos en la crisis climática, antes que muchos informes científicos que plantean lo mismo a los gritos.
En tiempos de la inteligencia artificial, las asambleas son un caso de inteligencia colectiva. En las marchas hay carteles que explican muchas cosas: “No somos Grinpis, somos la ballena”, o “El poder está en nosotros”.
Desobediencia y civilización
Las Madres de Ituzaingó Anexo (Córdoba) hicieron su propio censo sobre cáncer, enfermedades y muerte en su barrio. Lograron condenas históricas a los productores y aplicadores de venenos, y la prohibición de seguir fumigando. La asamblea de Malvinas Argentinas en Córdoba logró echar de la región a Monsanto (ahora Bayer). Grupos vecinales y foros sociales denuncian el envenenamiento que enferma poblaciones y ambiente en Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Corrientes, Misiones, Salta, en el país más fumigado per cápita del planeta.
Frente a la cuestión los dos polos de la grieta reaccionaban en conjunto. Cuando el científico Andrés Carrasco (ex presidente del Conicet, fallecido en 2014) investigó en el Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA los efectos del glifosato en la salud fue atacado por el oficialismo kirchnerista en Clarín y La Nación.
Nos dijo Carrasco: “Lo más notable de esta época es la cantidad de comunidades que entraron en estos temas, arrastrando incluso fallos judiciales como los que frenan y alejan las fumigaciones de los pueblos. Eso no soluciona el problema pero abre la discusión sobre el modo de producción, el rol de las empresas y qué tipo de desarrollo queremos. Y esas comunidades lo hacen apelando no sólo a la racionalidad, sino también a sus derechos, al sentido común, a la belleza del lugar en donde viven, y a la vida”. Defendía Carrasco el pensamiento crítico y el concepto de desobediencia. Una idea del psicoanalista y filósofo alemán Erich Fromm: “El hombre ha perdido su capacidad de desobedecer, ni siquiera se da cuenta del hecho de que obedece. En este punto de la historia, la capacidad de dudar, de criticar y de desobedecer puede ser todo lo que media entre la posibilidad de un futuro para la humanidad, y el fin de la civilización”.
Las asambleas de Rio Negro frenaron la idea macrista de instalar allí una central nuclear china y proyectos de cultivos transgénicos. Conocimos conflictos de las comunidades indígenas del país, atacadas con topadoras para destruir sus casas, o con violencia militar y paramilitar si hace falta. Víctimas de un genocidio histórico, proponen una mirada sobre la vida y la naturaleza que la ciencia del mundo (la ciencia real, no la de los negocios turbios) recién en los últimos años parece estar compartiendo. Los mapuche nos explicaron que no creen en poderes superiores, sino en las energías que llaman itrofill mogen: el conjunto de las vidas, sin exclusión. Consideran que el ser humano tiene la responsabilidad de mantener ese equilibrio en el universo.
Son apenas algunos ejemplos de sociedades en movimiento en defensa del ambiente y la naturaleza, contra el empobrecimiento social. Experiencias que salen de lo institucional que no da respuestas, pero muchas veces generan una institucionalidad nueva. El impulso: impedir injusticias, hacer respetar derechos, romper la impunidad de quienes destruyen. No plantean que otro mundo es posible; hacen lo suyo para que este lo sea.
Con el mismo espíritu crecen además experiencias que brindan una respuesta productiva al presente: la agroecología, la biodinámica, la permacultura, la ganadería racional y regenerativa y otras formas de producción sana de alimentos y toda clase de cultivos. Un estilo transversal de producción que abarca a movimientos y cooperativas campesinas, agricultores y productores agropecuarios: lo contrario de los campos concentrados y transgénicos. Al prescindir de agroquímicos, con grados similares de productividad, generan mayor ganancia para quien cultiva y biodiversidad en vez de monocultivo. Venden productos sanos a precios accesibles, logran la recuperación de suelos, agua y aire.
La agroecología deja al descubierto que el agronegocio transgénico y de feed lot es una trampa innecesaria y anacrónica, parte del modelo extractivo que ha vaciado los territorios, inundando las ciudades y sus periferias de poblaciones cada vez más empobrecidas y malnutridas, cuando no víctimas directas del hambre. El enfoque científico de lo agroecológico implica la recuperación de las semillas, rescatándolas del negociado de las patentes. Y postula propuestas de acceso a la tierra y cambio de matriz productiva al reinstalar al campo como fuente de producción y de vida para cientos de miles de familias, que podrían brindar alimentos de calidad y accesibles para millones de personas. En términos de mercados y exportaciones, la agroecología y el valor agregado a su producción es lo que responde cada vez más a la demanda de los consumidores de los países desarrollados, que perciben en términos de enfermedad y muerte los resultados de la basura comestible industrial y los productos contaminados.
Por lo que vienen
Estas propuestas chocan con la irrealidad global y local. Hoy China y Estados Unidos disputan territorios del extractivismo, repitiendo el juego de los últimos cinco siglos: el país (y la región) atados a la venta de sus bienes primarios para subsistir alimentando el crecimiento de las potencias. Por eso la jefa del Comando Sur norteamericano, generala Laura Richardson, viene planeando públicamente la importancia del “triángulo del litio, Argentina, Bolivia y Chile”, destacó que la región “tiene las mayores reservas de petróleo”, mencionó el oro, el cobre, “el 31% del agua dulce del mundo” y dijo: “Esta región importa, tiene mucho que ver con la seguridad nacional (estadounidense). Tenemos que intensificar nuestro juego”. Fue la confirmación de todo lo que se sabe desde siempre. El escenario: succión de recursos y mano militar (esta vez con voz de mujer), sumadas al FMI reinstalado por el macrismo y el actual gobierno.
El jefe de Estado Mayor Conjunto de las FF.AA (argentinas) Juan Martín Paleo sumó lo suyo. Anunció que los militares prepararon ocho “planes de campaña”, tres de los cuales se pondrán en marcha este año: Bahía Blanca, el Atlántico y Vaca Muerta. Habló de un “nuevo” concepto de frontera: “Una central nuclear o hidroeléctrica, que es la vía por la que ingresa la energía a nuestro país, es una frontera. Un yacimiento de litio o Vaca Muerta, ¿no es una frontera a través de la cual ingresan al país las divisas que necesita para desarrollarse?”. La respuesta obvia es: no. (Sería interesante saber si hay algún “desarrollo” sobre las divisas y bienes que se fugan por los puertos privados argentinos de modo descontrolado, sin contar la economía del lavado masivo de dinero y las exportaciones narco principalmente a Europa).
¿A quién defenderían las FF.AA? ¿Quién sería el enemigo? ¿Los norteamericanos que quieren intensificar su juego? ¿Los chinos que tienen sus mayores inversiones extranjeras destinadas a Argentina? ¿O las comunidades que en Vaca Muerta reclaman la consulta libre y consensuada que les corresponde por los tratados internacionales para una actividad como el fracking, prohibida por sus efectos ambientales en los países de las empresas que perforan aquí? ¿O vecinas y vecinos que rechazan proyectos de contaminación y depredación ambiental en cada provincia del país? Queda flotando el dato de que con semejante hipótesis, los nostálgicos de los cuarteles intenten habilitar otra vez la acción militar en conflictos internos, cosa prohibida por ley.
La deuda ecológica
La deuda ecológica es la que tienen los países industrializados con el resto del planeta “por el saqueo y usufructo de bienes naturales y biodiversidad a costa de la energía humana de sus pueblos y de la destrucción, devastación y contaminación de su patrimonio natural y sus fuentes de sustento”, nos dijo el ingeniero agrónomo y magister en Políticas Ambientales y Territoriales Walter Pengue.
Se refiere a la contaminación con metales pesados, la licuación de montañas, la apropiación masiva del agua, la desertificación, inundaciones, sequías, incendios y deforestación, servicios ambientales no reconocidos: “No hay un número. ¿A cuánto valorar millones de vidas humanas afectadas y sobreexplotadas? ¿Las enfermedades y muertes? ¿Cuánto vale la pérdida de un territorio? ¿Y de una especie? ¿O las comunidades y culturas desplazadas?” En exportaciones de agricultura no se calcula el valor del agua, del nitrógeno, del fósforo y demás nutrientes y oligoelementos que se exportan con cada grano, ni la degradación de los suelos. Pengue calcula que es el 25% del valor de cada cosecha, lo que representaría unos 6.000 millones de dólares anuales. “Pero el concepto no nació como un reclamo para que se pague, sino para que se comprenda el desastre que están provocando y exista un cambio de paradigma, de conciencia, en un modelo que ya viene hace años y no para de acumular riqueza que no le llega a las sociedades ni mejora la vida sino que genera más desigualdad, pobreza y destrucción. El problema no es económico sino social, ambiental y político”.
La casa de la abuela
Si en los 90 menemistas fueron las joyas de la abuela (las empresas estatales), ahora es la casa entera de la abuela y toda su familia la que está en oferta. Se habla de crisis pero la economía creció (10% en 2021, 5% en 2022) mientras la pobreza cada vez mayor parece un pozo sin fondo. Pero la casa entera está de remate porque dicen que hacen falta dólares e inversiones y la promesa es que –esta vez sí– habrá crecimiento y progreso. Lo mismo que se prometió en cada golpe militar y cada campaña electoral sabiendo que el subtexto permanente del tema lo planteó un ministro menemista (Roberto Dromi): el país está de rodillas. O suele estarlo. Es lo que Naomi Klein llamó La doctrina del shock: los shocks brutales de crisis, para disciplinar poblaciones e introducir después medidas económicas neoliberales. Milton Friedman, activista pionero de estas ideas, planteaba: “Solo una crisis –real o percibida– da lugar a un cambio verdadero”.
Una de las mejores definiciones sobre este tipo de prácticas económicas, de experimentos contra la sociedad, la planteó Rodolfo Walsh cuando en 1977 definió al programa económico de la dictadura como “miseria planificada”. Las secuelas se viven desde entonces. Por eso tal vez convenga pensar lo que se viene (la casa en venta de la abuela y su familia), en términos de derechos humanos, de vidas atacadas, de territorios violados y mutilados, de defensa de los derechos del planeta, entendido como ese itrofil mogen: el conjunto de todas las vidas sin exclusión. Algo frente a lo cual se necesita un cambio de paradigma y de enfoque.
El mundo es un pañuelo, dicen. Un lugar pequeño (o infinito) donde todo se entrama, tanto la vida como la destrucción y muerte. En este mundo dentro del mundo que es Argentina, el símbolo del pañuelo lleva a otra imagen, la de aquellas mujeres que crearon nuevas formas de rebeldía y de defensa de la vida, cuando reinaba la muerte.
Usaron aquellos pañuelos (en realidad fueron pañales de la época en que todavía no existían los descartables) para ir a una movilización a Luján y poder reconocerse entre la multitud. Sin proponérselo, inventaron un emblema universal. La idea del pañal de paso permite pensar en las vidas que nacen. O puede ser un símbolo para recordar la capacidad de los grupos humanos de resistir, de rebelarse y desobedecer, de lograr justicia, de construir y transformar, de recuperar vidas concretas.
Frente a las doctrinas del shock recicladas y a un mundo plagado de guerras por los bienes naturales, podría plantearse la idea de reinventar la paz y de defender los derechos de todas las vidas que funcionan en este órgano cósmico que habitamos a 175.000 kilómetros por hora. Quienes no se resignen y busquen seguir creando un presente y un futuro pueden usar como amuleto, sueño, GPS y proyecto, dos palabras sencillas, potentes y siempre nuevas: nunca más.
Mu181
Mendoza: Entre el cielo y el suelo
Una cooperativa campesina, una empresa que exporta vinos de alta gama a 27 países, mujeres que cancelaron sus trabajos oficinescos y cambiaron de vida, un ex corresponsal de guerra que decidió no rendirse, un ingeniero agrónomo que preside a quienes creía chiflados: Mendoza y algunos de sus proyectos agroecológicos y biodinámicos, sin agrotóxicos, como respuesta frente a la megaminería. La construcción de opciones para el trabajo, la vida y el planeta. Aquí, la continuación de la recorrida iniciada en el número anterior de MU.
Texto: Sergio Ciancaglini
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Salir del pozo: Damián Verzeñassi y las inflamaciones del presente
¿Hay relación entre personas quemadas y territorios quemados? ¿Cómo intentar superar algunas de las trampas que enferman el presente personal, social y planetario? Diagnósticos de un médico que cuestiona la idea de “sacrificio” y propone re-cordar, resistir y re-existir. Ideas para no romperse, no resignarse, recuperar el tiempo, y encontrar formas más sanas de vida.
Texto: Sergio Ciancaglini
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Tuve tu veneno: contaminación en San Nicolás
Atanor es la principal productora del país de tres herbicidas altamente tóxicos, prohibidos en varios países: Glifosato, Atrazina y 2,4D. La justicia acaba de confirmar la contaminación del río Paraná y de quienes habitan el Barrio Química, vecindario que hizo un censo autogestivo que detectó al menos 200 muertes de cáncer. La falsedad de la dicotomía entre ambiente y producción. La denuncia sobre la escandalosa falta de control estatal. Los vecinos con enfermedades crónicas, familiares muertos y dolores constantes, se preguntan: “Se ganó, y ahora, ¿cómo seguimos?”.
Texto: Lucas Pedulla.
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