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Mendoza: Entre el cielo y el suelo

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Una cooperativa campesina, una empresa que exporta vinos de alta gama a 27 países, mujeres que cancelaron sus trabajos oficinescos y cambiaron de vida, un ex corresponsal de guerra que decidió no rendirse, un ingeniero agrónomo que preside a quienes creía chiflados: Mendoza y algunos de sus proyectos agroecológicos y biodinámicos, sin agrotóxicos, como respuesta frente a la megaminería. La construcción de opciones para el trabajo, la vida y el planeta. Aquí, la continuación de la recorrida iniciada en el número anterior de MU.

Texto: Sergio Ciancaglini

Mendoza: Entre el cielo y el suelo
Una vista de la bodega biodinámica Alpamanta. Fotos: Nacho Yuchark.

¿En qué se parecen una cooperativa de campesinos, una empresa que exporta vinos de alta gama a 27 países, unas mujeres que parecen confundir el suelo con el cielo y un corresponsal de guerra? Antes de responder a semejante misterio, conviene recordar algo que nos dijo en Mendoza el ingeniero agrónomo Marcos Persia, asesor de la Asociación para la Agricultura Biológico-Dinámica de Argentina (AABDA), representante en Mendoza de la Dirección Nacional de Agroecología y uno de los grandes impulsores cuyanos de las experiencias de producción sana, sin insumos tóxicos. “La agroecología se centra en lo material, los nutrientes, las asociaciones de cultivos. La biodinámica hace lo mismo, agregando un concepto de lo no material, lo que está a nivel de la energía. La palabra clave tal vez sea vitalidad. ¿Cómo medimos la vitalidad? ¿En qué se origina, por qué cambia? La biodinámica trata de pensarlo”. 

Persia reconoce que al relacionarse con los agricultores biodinámicos en 2005 le parecieron muy buenas personas, pero medio chifladas: “Hablaban de fuerzas, cuerpos etéricos, energías, y no me entraba en la cabeza, no cerraba con mi formación. Me puse a estudiar y empecé a entender que la luz solar o la luna o lo que sea influyen de manera increíble, solo que no te habías dado cuenta. Existe algo más de lo que puedo ver y tocar. Cosas intangibles”. Un ejemplo: “Nuestras emociones no son algo material, pero son tan poderosas que influyen en casi todo. El materialismo se queda corto al querer explicarlo todo”. Como ingeniero agrónomo, Persia se volcó a la agroecología y también a la biodinámica. Terminó presidiendo durante cuatro años a nivel nacional esa asociación de supuestos chiflados.    

La agroecología es entonces un enfoque científico sobre cómo cultivar sano, mejorando el ambiente (suelos, agua, aire, salud) de acuerdo a diseños productivos eficientes, rentables y sustentables. 

La biodinámica complementa ese concepto con la relación entre suelo y cosmos, la energía (y la vitalidad, como plantea Marcos) como componentes no medibles del cultivo y de la vida, y una perspectiva sobre los acontecimientos astronómicos. Considera que las fases lunares, por ejemplo, inciden directamente en los ritmos de la naturaleza y la biología humana, vegetal y animal, cosa que se sabe desde siempre en los campos y que en este caso se reivindica como una dimensión si se quiere espiritual, que a la vez se aplica a lo productivo y ambiental. 

La biodinámica nació con el austríaco Rudolf Steiner hace 99 años pero sus planteos, de distintas maneras, son parte de la cultura humana desde que se empezó a hacer agricultura. Agroecología y biodinámica no son un “o” sino un “y”, cada una con sus matices que demuestran en la práctica la posibilidad de una agricultura beneficiosa para quienes producen, para quienes consumen y para la vida en este artefacto redondeado del que formamos parte llamado planeta Tierra.  

De allí la explicación que nos dio Guni Cañas, referente de la Asamblea por el Agua de Mendoza y de las luchas que impiden la instalación de la megaminería en la provincia: “La agroecología entró por el lado de las asambleas. Fue un encuentro natural, tanto frente a la minería como frente al modelo vitivinícola industrial de monocultivo y contaminante por los agroquímicos. El planteo de otra opción: la producción local y sana de alimentos, y el cuidado del agua”. La recorrida, con Guni saludando educadamente a los bocinazos ante cada santuario del Gauchito Gil en la ruta (“no crees pero practicas”, le dijo una vez su padre), había comenzado con la finca Cosmos (MU 179), y su producción de alimentos y vinos naturales, cosmética (champúes, acondicionadores, jabones, pastas dentales, cremas de todo tipo, emulsiones) y unas 20 tinturas madre en el sector de fitoterapia. Todo producido y elaborado en apenas 4 hectáreas brindando trabajo a 9 personas: más empleo real que las producciones de materias primas transgénicas que vaciaron los campos convirtiendo a la Argentina en uno de los países con menos población rural del mundo (el 92% es urbana).  

Aquí continúa esa recorrida iniciada en el número anterior, con los correspondientes saludos ruteros al Gauchito Gil. 

Secretos de la alta gama  

Con 35 hectáreas, 30 de producción, con la Cordillera de fondo y un edificio misterioso que es sede de Alpamanta, en Ugarteche. Las paredes de piedra sin ventanas guardan en grandes espacios silenciosos centenares de barriles, toneles, ánforas de cerámica, tanques metálicos, esferas, huevos de cemento. Allí se están gestando 17 variedades diferentes (Malbec, Cabernet, Sauvignon, Campal y etcéteras increíbles). Se producen unas 150.000 botellas anuales de esos vinos que en los concursos superan siempre los 90 puntos. El 75% se exporta a 27 países y para el mercado argentino valen entre 2.500 y 6.000 pesos la botella. “Son vinos frescos, no extremadamente maderosos aunque eso acompaña, pero siempre valoramos la fruta antes que la madera” explica Victoria Brond, licenciada en Enología, gerente de operaciones de la bodega, y formada en biodinámica: “Me entusiasmó tanto que terminé el curso y empecé de nuevo”. 

Una gran terraza da a un biolago. Hay viñedos, huerta, olivos, gansos, ovejas, caballos, gallinas, colmenas, mariposas inconcebibles y una vaca con cuernos que se llama Guillermina. “Cuando esto empezó era un desierto, había tres especies. Hoy son más de 500” dice Victoria. El fundador es el austríaco Andrej Razumovsky que, con el suizo André Hoffmann y el francés Jeremie Delecourt, decidió en 2005 crear la bodega a partir de los principios de Steiner. Por eso hay una sala para los preparados del 500 al 508. Las indicaciones para el 501: “Llenar el cuerno de vaca con cuarzo molido mezclado con agua de lluvia. Enterrar los cuernos durante la primavera, cosechar en otoño”. Luego el material obtenido se esparce en los suelos. El 500 utiliza bosta vacuna en los cuernos, que se entierran con la punta hacia arriba y estimula “la microbiología del suelo, las raíces, regula el nitrógeno, fortalece los procesos vitales de crecimiento y germinación de semillas”. 

Victoria Meli, de administración y logística: “Trabajamos 14 personas en la bodega, tenemos nuestra propia huerta de alimentos. Usamos los calendarios biodinámicos (que determinan los mejores días de cada semana y cada mes) no solo para las siembras y cosechas, sino hasta para cortarnos el pelo. Las mujeres tal vez entendemos mejor la influencia de lo lunar por los ciclos menstruales y los hormonales, pero es algo que influye en todos los seres vivos”.  

Todo el riego es por goteo para cuidar el agua. Hay cobertura de suelos y se asocian los cultivos de vid con múltiples especies. Se recicla y composta el 100% de los desechos y hay una planta de tratamiento de efluentes para recuperar el agua para el riego. Brond: “El indicador máximo es la biodiversidad. Lo biodinámico viene de Steiner pero tiene mucho que ver con los saberes de los pueblos originarios que mucho antes captaban todo lo relacionado con las fuerzas y ciclos de la naturaleza. La búsqueda de fondo es dejar un lugar mejor que el que encontramos”. 

Alpamanta es una empresa privada: “Sí, pero así como en otros casos el objetivo es solo maximizar ganancias, aquí el 100% de la plata que se genera vendiendo vinos reingresa en la comunidad y en la finca. Es la suerte que tenemos: es gente con otra mentalidad, que cree que las empresas no tienen que producir a mansalva, matar animales, destruir la naturaleza, que predomine el ego, sino dejar un territorio mejor”. 

Sobre los vinos: “Todos usan el paquete tecnológico, contaminan con químicos muy malos para la salud como los sulfitos. Los biodinámicos no podemos ni queremos hacer eso. Lo que se busca es una evolución, una mejora energética y vital. Demostramos que se puede hacer con vinos de calidad y nos gustaría tejer alianzas con más productores porque tenemos la comercialización que permitiría que lo que se genere reingrese al ecosistema y todo crezca”. 

Otro argumento de Victoria que no se escucha en una empresa privada convencional: “Hay un tema relacionado con las tierras. La biodinámica plantea que las granjas deberían ser de 5 hectáreas. Si se pudiera facilitar el acceso de muchas familias a granjas de ese tamaño evitaríamos que haya grandes corporaciones que acaparen las tierras, fomentando también nuevas formas de trabajo y de conciencia”. 

Sin químicos y sin patrón

En 39 palabras: un grupo de familias tucumanas, trabajadoras rurales, viajaron a Mendoza buscando un destino; allí las dejaron sin empleo, tomaron tierras para no resignarse al desempleo, crearon una cooperativa, encontraron la agroecología como novedad y apertura y rehicieron su vida. 

Hoy son 8 familias trabajando 12 hectáreas en Las Violetas, Lavalle, pero La Nueva Colonia es una cooperativa que incluye a 22 familias en distintas chacras y huertas. “Para mí son los abanderados de cómo se pueden producir alimentos agroecológicos y accesibles, sin sobreprecio” dice Marcos Persia. El paisaje es el de las casas, las huertas, los animales que se crían, las chicas y chicos correteando por allí, la hospitalidad de la Colonia como signo.    

Cristóbal Cardozo cultiva, además, la cordialidad y la memoria. Cuenta: “Nos vinimos con mis hermanos Amadeo, Fabián y Pancho en el 85. En el 94 el patrón quebró. Le sacaron la luz y los servicios, y nos dejó acá. Tratamos de producir verduras convencionales, lo único que sabíamos. Persia y otros ingenieros jóvenes allá por el 2001 querían ver si podíamos convertirnos en agricultores”. El Estado quería darles bolsones de alimentos: “Podemos hacerlos nosotros mismos, lo que queremos es trabajar legalmente” contestaron. Pasaron años de choques, resistencia e incertidumbre, hasta que consiguieron los terrenos en comodato en 2012. Pudieron tramitar la electricidad, comprar una bomba de agua y producir. 

“Empezamos a aprender de agroecología. Fui a Brasil y los Sin Tierra (el movimiento campesino) explicaban la contaminación. Ahí me di cuenta: lo que aplicamos es para matar, la planta es un ser viviente, entonces lo que aplico también afecta a otros seres vivientes. Entendí todos los dolores de cabeza, descomposturas y enfermedades que veníamos teniendo”. 

Hoy producen frutas y verduras agroecológicas que venden de modo directo en la capital mendocina a través de la Bioferia y la Vida Feria. “Tenemos más de 150 clientes fijos y el número no para de crecer porque cada vez más la gente quiere comida de calidad y buen precio”. Brenda, de la camada juvenil de la Cooperativa (26 años): “Decidimos nosotros mismos cómo trabajar, producir y comercializar. Es lo mejor: sin químicos y sin patrón”. Novedad: “Estamos planificando el abastecimiento para restaurantes de comida vegetariana. Armamos un invernadero para tener huerta todo el año”. Mabel, esposa de Pancho: “Una vez hicimos la comparación, servimos a gente invitada verdura de la nuestra y de la otra, y todos nos decían que esta es mucho más sabrosa, y encima te dura mucho más. La otra se pudre más rápido, y cuando la comés no sabés qué te estás llevando a la boca”. 

El principal problema, como para todo Mendoza con 13 años de crisis hídrica, es el agua. Cristóbal: “La bomba tiene que ir cada vez más profunda. Es tremendo lo que está pasando y parece que los que gobiernan no se enteran y quieren seguir con la minería y esas cosas”. Brenda: “Hay gente que cree que lo serio es hacer todo con químicos. Entonces nos discriminan porque no trabajamos como los demás. Yo digo: ¿cómo pueden discriminar lo que se hace bien?”. 

Cristóbal me muestra el flyer del conjunto folklórico Los del Río Anta que crearon con sus hermanos y sobrinos (y él como guitarrista): “Como nos va bastante bien con el campo podemos hacer otras cosas. Nos ahorramos todos los químicos que compran los convencionales, así que la cuenta económica es mucho mejor también al vender directamente. Y por eso podemos hacer música también. Nos cambió la vida, ¿sabe por qué? Porque tenemos libertad”. 

Mendoza: Entre el cielo y el suelo

Los animales, una parte importante de la agroecología.

Después de la guerra

El cartel de la finca Canopus, en El Cepillo, anuncia: “Acá nadie se rinde”. 

En esas 10 hectáreas del Valle de Uco Gabriel Dvoskin produce lo que llama “vinos del frío”. Fue periodista, en los 90 estuvo en la agencia Noticias Argentinas. La Reuters Foundation le ofreció viajar a Francia y ser corresponsal de la revista Europe. Cubrió temas para National Geographic y la BBC, entre otros. Fue corresponsal de guerra en Kosovo, estuvo en Timor Oriental en el año 2000 con la ONU para trabajar en desarrollo humanitario. Luego pasó varios años en Afganistán tras la caída del régimen talibán en 2001: creó con dos colegas franceses Sayara, un grupo articulado con facultades de periodismo afganas dedicado a la formación de comunicadores y medios sociales y comunitarios.  

“Fueron experiencias de una intensidad tremenda y al mismo tiempo, cuando volví a Europa, conocí y trabajé en producciones biodinámicas en Italia y Francia. En un momento pensé que tenía que hacer un cambio visceral de vida. En 2011 me volví a Argentina definitivamente a iniciar este proyecto. Fue jugármela toda por cambiar de vida, por encontrar otro enfoque”. El resultado puede mencionarse a través de vinos que han ganado fama: el malbec felliniano Y la nave va, el pinot noir Pintom, La gran nave (cada botella se acerca a los $14.000) y otro Pintom al que llamó rosado subversivo “porque fue una uva que sufrió una granizada, parecía destinada a morir, pero finalmente vivió y creció”. Produce 25.000 botellas anuales, casi la mitad se exporta. 

Pero no todo es el producto, sino cómo lograrlo: “Te diría que en estos proyectos el camino es tan importante como el destino. No labramos la tierra, no apostamos al monocultivo, tenemos frutales (duraznos, membrillos, almendros, nogales, manzanos, peras). Tenemos animales como todo proyecto biodinámico, pero también damos gran importancia a las personas que estamos ahí, 4 o 5 permanentes además de jornaleros y cantidad de gente que trabaja cerca nuestro. Cuanto mejor esté la gente, más bienestar para todos”. 

Dice que el momento complejo de la humanidad requiere un activismo muy potente: “Trabajamos dando charlas sobre composts y administración de residuos en las escuelas. Y también sobre alimentación: se acabó la fábula de que en el campo se comía mejor. Se come realmente mal, la industria alimenticia es exitosa en vender comida refinada, azúcares, cosas empaquetadas, y la gente compra y consume casi como un triunfo social. Nadie les dice: eso no te alimenta”. 

Gabriel impulsa huertas familiares con distintas organizaciones comunitarias y en la escuela Rosa Matinelli de Eugenio Bustos para jóvenes y adolescentes con discapacidad, además de talleres de gastronomía y arte. “Imaginate que en un pueblo a esos chicos no les da laburo nadie. Pero ojo, mi enfoque es radical, fuerte. No estamos haciendo caridad, filantropía, ni dando palmaditas para ayudar. Lo que queremos es que la gente se enganche y se asocie para generar otra educación y mirar las cosas desde otro lado”. 

Canopus tiene también un proyecto con viñateros de El Cepillo. “Las grandes bodegas compran uva a precio muy bajo, la llevan en febrero, la pagan entre julio y fin de año. Esa agricultura no tiene futuro. Obliga al productor a poner todo el chimichurri (pesticidas) para ver si puede sacar tres plantas en vez de una. Lo convierten en un servidor de las bodegas. Yo les digo: dejá de echarles químicos y te pago lo que corresponde por la uva. Si funciona producimos vino con tu marca y con tu historia en la contraetiqueta”. 

La mirada que evita simulacros. “No podés ir a hablarle de ambientalismo y futuro del planeta a una persona que tiene mal a su familia porque no le pagan o le pagan mal. En cambio así hacemos las cosas no por principismo ambientalista, sino porque se  recupera el orgullo de ser agricultores. Estamos trabajando con tres viñateros y haciendo el vino Don Martini, por ejemplo, que es un tempranillo”.

Cree Gabriel que cada vez más empresas buscan certificaciones orgánicas “para farolear con eso”. ¿Qué es lo biodinámico? “Un pensamiento moderno con una lógica milenaria. Un método global donde generás vitalidad a partir de una granja que funcione como un organismo, como un cuerpo. Por eso no puede ser solo una planta, un monocultivo, sino diversidad, incluso con animales y personas”.

Hoy podría ser un corresponsal de la batalla de los alimentos: “Lo aprendí en Europa. Les ponen conservantes y cosas que matan la vitalidad en pos de generar resiliencia química. Es la nada: no te alimenta y no dura”. 

¿Cómo fue el pasaje de vivir en las zonas de mayor conflictividad del planeta, a la producción agrícola? “Sentí que no podía volver a incorporarme a un sistema que te hace trabajar, ganar plata, todo aceitadito, muchas veces inaceptable. Encontré un sentido en trabajar con la naturaleza, que es algo que regula por encima nuestro las condiciones de cualquier sistema, de cualquier cultura. Me arriesgué. Fue una impertinencia, un gesto de libertad, y de sentir que de alguna forma puedo cambiar el mundo a partir de hacer un producto que viene de la naturaleza. Hacer algo que tenga mi carácter, no el del mercado”. A eso le agrega los proyectos con la comunidad. “No soy Cáritas. Creo que lo mejor para la tierra y las personas es trabajar de otro modo. Hay que ser libre, trabajar con la naturaleza, no depender de las grandes bodegas que no te permiten crear un modelo de sostenibilidad económica. Se puede ir para adelante con mejores ideas. Digo: no necesito que me sigas, sino que vayamos juntos. Prefiero un compromiso y una sonrisa en la cara del otro para saber que estamos yendo: voluntad, puño apretado y también alegría”. 

Mendoza: Entre el cielo y el suelo
Parte de La Nueva Colonia. En otra cooperativa, Crece desde el pie, que reúne 60 familias, calculan que el 80% de quienes participan haciendo agroecología son mujeres, y relacionan machismo con individalismo.

Tracción mujer

Crece desde el pie es una organización cooperativa campesina y de agricultores (60 familias) que venden sus producciones por Internet con reparto a domicilio, a través de su local en La Consulta y por redes de comercio justo en Córdoba, Neuquén, Mendoza y Buenos Aires. Postulan tres ideas: “Producimos alimentos sanos, defendemos los bienes comunes, trabajamos colectivamente, sin patrón”. Hacen también su propio vino. Le pregunté a Persia por todos estos vinos que a mí me resultaron excelentes sin saber nada del tema: “La Mocha (de finca Cosmos) es uva criolla, Crece desde el pie es recuperar un vino intenso, Alpamanta tiene mucha variedad de vinos igual que los de Canopus, que son reconocidos internacionalmente. Todos tienen algo que valoro muchísimo: bajo sulfitos, casi nada de esa parte química de los vinos industriales”. Sobre los precios dice Persia: “Un vino bien hecho y que tenga un precio justo para el que produce, sube con relación al industrial, que a la vez es de mucha menor calidad. La agroecología busca el precio justo, que en el caso del vino puede ser este –para sostener el trabajo– pero en el caso de los alimentos y hortalizas puede ser igual o menor a los convencionales”. 

Damián Moreno, de Crece desde el pie, cuenta que la cooperativa no solo asume el feminismo, sino que el 80% de sus integrantes son mujeres. “Son las que trabajan y las que se animan en las luchas. Tengo incontables experiencias de compañeros que han restado más que sumar, con una actitud más sumisa, de escaparle a la dificultad. Me hizo pensar que el individualismo viene sobre todo del machismo. Así que también estamos trabajando con eso, a ver si cambiamos nosotros también”. 

Una incorporación reciente es Sandra Rivas. “Soy de Villa Bosch (Buenos Aires), trabajaba en home office y a mitad de la cuarentena, en 2021, me vine a cuidar a mi mamá. Yo buscaba algo para hacer en el campo. No sabía nada. Surgieron estas dos hectáreas cerca del Arroyo Papagallo, que compramos con mi mamá y mi hermana por 30.000 dólares. Me dijeron que acá es bueno para el ajo. Yo miraba Youtube, pero al final fui al INTA, y me presentaron a Laurita Costela. Ella también es de Crece desde el pie. Me dijo que es horizontal, sin jefes. Me gustó. Me puse a aprender. No sabía de yuyos, de agroecología, de nada. ¡No sabía lo que era una zapa! ¿Vos tampoco?” se ríe Sandra acerca de mi ignorancia. “En un momento me dio miedo. Me fui a Guaymallén y compré una bolsa de ajo. Viajé a Buenos Aires. En vez de ropa, llevé ajo. Se estaba vendiendo a 100 pesos cada cabeza de ajo. Y acá estaba a 35 pesos el kilo, que tiene unas 16 o 18 cabezas. Entonces en Buenos Aires a gente conocida le ofrecí un kilo de ajo por 600 pesos. En dos días liquidé la bolsa. Entonces dije: “Si esto es lo muy peor, mal no me va a ir”. Volvió a Mendoza. “Seguí aprendiendo con Laurita y la gente de Crece y me puse: tiki tiki, a hacer las cosas. Y gracias a Dios salió”. 

Tiene tres hijos (todos arriba de 25 años) que se quedaron en Buenos Aires. “Mi marido vendrá, pero me largué sola. Dije: si vamos a bailar, bailemos. Es cierto que en Crece desde el pie somos muchas mujeres. ¿Sabés por qué? Porque la mujer tiene una potencia que cuando tiene algo en la mira, no frena. Y acá te la hacen fácil. Lo que no sabés lo preguntás. Te ayudan y ayudás. Tiki tiki, de acá para allá. Toda mi vida había trabajado de administrativa, pero esto no lo cambio por nada del mundo, es una locura” dice transpirada y feliz. Habla de locura, como Gabriel hablaba de impertinencia, Cristóbal de libertad y Brenda de cooperativismo. Dicen que el ajo trae suerte. Sandra invirtió todo en los lotes, y le prestaron una casa en la cual instalarse hasta que la cosa funcione. 

Marisol Cortez anda con sombrero de paja, termo, y mate por su chacra Ser suelo: “Este es mi pedacito de cielo”. Primero pienso que fue un lapsus. Luego entiendo. “Son dos hectáreas, una parte de huerta. Siento que el suelo es un organismo vivo, un universo con un espíritu”. Tiene una sonrisa serena, brazos fuertes y una historia: “Tenía un trabajo convencional en relación de dependencia en una bodega, yo misma aplicaba venenos. Es un desastre lo que estamos haciendo”. Descubrió la agroecología en un viaje a España, y luego en viajes virtuales que un buen día le hicieron pegar un salto frente a la computadora. “De golpe se me cayó la venda y dije: ¿Por qué estoy haciendo esto? Estaba separada, y de un día para el otro renuncié a ese trabajo, vendí mi casa, y compré acá”. 

Para Marisol el suelo trabaja a partir de la cooperación. “Todo lo que no vemos, los microorganismos, la microfauna, las plantas, es como una orquesta que necesita muchos instrumentos. Es una maravilla”. Cuenta que hizo todo “a tracción-mujer”, y que desde que empezó no para de aprender: “Aprendí el compost, el bocashi (tierra fermentada con microorganismos), la diversidad. La gente de Crece son mis amigos, mi familia”. 

Cuenta apasionada cómo transformó el lugar. Y cómo hacer eso la transformó a ella: “Me siento más feliz y mejor persona, sigo aprendiendo, tengo acá cinco años de trabajo, materia orgánica, un suelo que es increíble”. Ceba un mate. “Te pregunto: ¿qué más quiero?”

Marisol arquea las cejas. En un mundo que no deja de exhibir señales de descomposición y monocultivo de ideas, algunas personas aquí muestran caminos, posibilidades, formas de ser, una capacidad de hacer cosas a la vez milenarias y nuevas, de librar otras batallas, otras cooperaciones, otras locuras: la de no resignarse, por ejemplo. Me han hablado de fertilidad, de impertinencias, de carácter, de trabajo, de producción, de caminos y destinos, de futuro, todo un tiki tiki de acción frente a tanta sequía territorial, espiritual y cultural. De a poco voy entendiendo que no hay confusión en Mendoza cuando estas personas describen lo que construyen y perciben cotidianamente: que el suelo puede ser el cielo. 

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La vuelta al mundo: ambiente, crisis y derechos humanos

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Número a número relatamos diversas experiencias que, desde lo productivo, plantean otras formas de relacionarse con el ambiente, la naturaleza y la vida. También retratamos desde hace 20 años las formas colectivas de organización en rechazo de proyectos extractivos y contaminantes. En este número reflexionamos qué representa esta agenda a escala global, en clave política –en año electoral– y como parte de la agenda de derechos humanos.

Texto: Sergio Ciancaglini

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Salir del pozo: Damián Verzeñassi y las inflamaciones del presente

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Texto: Sergio Ciancaglini

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Damián Verzeñassi. La última investigación del Instituto de Salud Socioambiental establece que en los pueblos fumigados por agrotóxicos la mortalidad por cáncer entre personas de 15 a 44 años es 250% mayor que en el resto del país. Foto: Nacho Yuchark.
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Tuve tu veneno: contaminación en San Nicolás

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Atanor es la principal productora del país de tres herbicidas altamente tóxicos, prohibidos en varios países: Glifosato, Atrazina y 2,4D. La justicia acaba de confirmar la contaminación del río Paraná y de quienes habitan el Barrio Química, vecindario que hizo un censo autogestivo que detectó al menos 200 muertes de cáncer. La falsedad de la dicotomía entre ambiente y producción. La denuncia sobre la escandalosa falta de control estatal. Los vecinos con enfermedades crónicas, familiares muertos y dolores constantes, se preguntan: “Se ganó, y ahora, ¿cómo seguimos?”. 

Texto: Lucas Pedulla.

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El mapa del Barrio Química para el censo que organizó el propio vecindario y detectó 200 casos de cáncer en seis manzanas. Fotos: Sebastian Smok
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