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3 bendiciones

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Crónicas del más acá, por Carlos Melone.

3 bendiciones
Ilustración: Mariano Lucano

Daireaux (se pronuncia deró) es una pequeña ciudad del centro – oeste de la provincia de Buenos Aires. Íbamos hacia allá como primera escala de un paseo breve por algunos puntos de la inmensa Provincia de Buenos.

¿Qué hay en Daireaux? Gente, tranquilidad, y las consecuencias de estar en zona de núcleo agrícola.

Y una curiosidad infantil: de chicos y adolescentes veíamos salir de un andén medio escondido (para los que no conocen, Temperley es una estación de muchos andenes) unidades Fiat (popularmente conocidas como “chanchitas”) cuyo cartel frontal decía Daireaux. Para nosotros era algo así como los confines de la Tierra Media. 

En mi vida adulta había pasado varias veces por la ruta de entrada, pero siempre había seguido de largo. Era hora de atender la convocatoria de los fantasmas infantiles, siempre riesgosos, siempre convocantes.

Imaginaba que las atractividades tan mentadas hace tiempo por un ilustrado presidente de la Nación habría que buscarlas debajo de la alfombra, pero me gustan esos pueblos-ciudades donde se supone que no hay nada.

A la altura de Roque Pérez vemos (iba con un amigo) una mujer sola haciendo dedo. En la ruta solo levanto mujeres (particularmente maestras) y familias como principio rector y nunca agentes de la Ley y el Orden. 

Casi nunca.

Frené pasando a la susodicha y cuando la tuve a mi lado (con un enorme bolso) me di cuenta de que tenía el uniforme del Servicio Penitenciario.

Paciencia y pases cortos. 

Iba a General Alvear y Yo podía dejarla en Saladillo a casi 60 km de donde estábamos. Se acomodó y reiniciamos, con ella sentada atrás y nosotros incómodos por la ruptura involuntaria del código de aceptables para subir al auto.

Muy delgada, rubia con el pelo atado bien tirante, andaría por los 35/40 pirulos. Miré de reojo a ver si estaba con el fierro encima.

Nunca lo supe.

Era oficial, estaba instruyendo en el penal al personal nuevo y rápidamente quedó en evidencia que no tenía ningún problema en conversar y contar. Dijo que viajaba con frecuencia diaria, de lunes a jueves a Merlo (Conurbano Oeste) para trabajar y que tenía que hacerlo a dedo desde su pago hasta Lobos y allí tren hasta Merlo. 

Un viajecito que te lo regalo con moño y todo. 

Yo estaba alerta: a la primera proclama filo fascista estaba dispuesto a cortarle el rostro y aclararle que haberla subido al auto había sido el resultado de un error.

Mis márgenes de tolerancia se han reducido de manera alarmante, a qué negarlo.

Pues no.

Entrando en calor, por buscar una analogía equívoca, empezó a contar de sus tres bendiciones, resultado de tres administraciones diferentes.

Fueron 60 km donde no dejó ningún alma por zapatear: los ex fueron descriptos como unos energúmenos (síntesis gramatical de numerosos adjetivos); sus jefes (varones) como pelotudos irremediables (es interesante la pelotudez irremediable como categoría existencial: una puerta al no-retorno), machirulos e ineptos; el sistema penitenciario como una pila de mierda y el sueldo, una vergüenza.

El tipo que le alquila su casa, un infeliz que solo le interesa sacarle plata y trata de acostarse con ella. La descripción que hizo del conjunto de razones por la que jamás se acostaría con el fulano que le alquila fue una maravilla narrativa que razones morales me impiden contar aquí.

Acotó que su hermano es un inútil que solo sirve para darle dolores de cabeza a su mamá.

Su mamá y su hermana le cuidan las tres bendiciones – todos varones – (de ellos habló maravillas) cuando está trabajando y no ve la hora de jubilarse (lo hacen tempranamente en su profesión) para subirse a un crucero y hacerse las lolas.

Tal cual.

Todo dicho con completa naturalidad, sin ondulaciones de furia u odio. Contaba y describía situaciones y adjetivaba a las personas que intervenían con una frescura qué más quisiera tener yo. Además, no había el menor asomo de soberbia en su forma de decir.

Lo juro.

Hablamos poco de su trabajo, y en ningún momento tuvo algún concepto denigrante respecto de las internas.

Fui aflojando mi rigidez inicial y me prendí en sus despiadadas y ácidas críticas y descripciones pues no hay nada más divertido que hablar mal de algún ausente. Hasta ese momento, yo solo conducía y escuchaba y el que acompañaba el diálogo era mi copiloto.

La dejamos en la última rotonda de Saladillo con un afectuoso saludo y retomamos el rumbo en silencio.

Después de un rato, mi amigo dijo:

– Qué raro todo, ¿no?. Parece que pueden ser humanos – remató.

Un día vamos a morir intoxicados de prejuicios.

Un rato después llegamos a Daireaux.

Una pequeña ciudad o un pueblo grande, prolijo, ordenado, próspero, tranquilo de todas las tranquilidades.

Nos instalamos en un antiguo hotel frente a la estación del FFCC y, como corresponde, a la tardecita salimos a dar la vuelta al perro.

La vuelta al perro es un clásico inoxidable en una enorme cantidad de pueblos y ciudades argentinas. Un ritual de lecturas diversas y muy entretenido para los forasteros.

Nos paramos un rato en la vidriera de una antigua farmacia, espléndida en su cuidada ancianidad. 

El hijo de la farmacéutica, un pibe de unos 17 años que nos vio cuando mirábamos desde afuera, gentilmente se acercó, nos preguntó de dónde éramos (nuestra condición de inmigrantes era obvia) y nos invitó a entrar.

Una dulzura el pibe y su papá y su mamá (la farmacéutica). Los tres nos contaron historias y detalles entre pesas, balanzas, frascos oscuros y estanterías inmensas.

Faltó poco para que nos regalaran una tira de ibuprofeno.

Al día siguiente, cuando íbamos a partir, me di cuenta de que no había ubicado dónde cargar nafta. 

Pocos metros delante de nuestro auto, había una Suran viejita y cascoteada estacionada y a su lado, mirando la nada, un paisano clásico, veterano y cascoteado como el auto, apoyado contra su puerta.

Paisano clásico es paisano clásico: alpargatas, bombachas, camisa y boina, masticando un palito. 

Una postal que me pareció tierna.

Me acerqué a preguntarle por la estación de servicio y el fulano, con una amabilidad desbordante y una fonética de los Montes Urales, me dio unas explicaciones que entendí más por las señas que por las indicaciones orales.

Agradecí mientras me reiteraba las instrucciones y me fui alejando mientras seguía agregando cosas alejadas de mi posibilidad decodificadora.

Subí a mi auto y cuando lo puse en marcha vi que el paisano encaró a paso firme en nuestra dirección. 

Detuve la maniobra de salida, bajé el vidrio y lo miré atentamente, imaginando una nota al pie del manual de referencias.

Como quien pasa de hablar de cocina a la conquista de Marte, me dijo con una repentina cristalinidad: “Y no se olvide amigazo, viva la libertad carajo”.

Lo miré estupefacto.

Postal tierna las pelotas.

Hice una mueca que supongo habrá sido de cortesía (no puedo asegurarlo), subí el vidrio y salí.

Lo dicho: un día vamos a morir intoxicados de prejuicios.

En la ruta, el calor era implacable.

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Nietes: tomar la posta

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Es un grupo conformado por jóvenes que sigue una filiación histórica en el movimiento de derechos humanos en Argentina. Aporta una potencia y una frescura urgentes y esperanzadoras en la continuidad por las banderas de Memoria, Verdad y Justicia. Los orígenes, el linaje militante de algunas historias y el acercamiento de otras. La búsqueda de piezas en el rompecabezas familiar. Las charlas en los colegios. Y las discusiones del presente en un contexto de negacionismo oficial y deshumanización política. Una nota, que también es una búsqueda, escrita en primera persona por un nieto y sobrino de desaparecidos. Por Lucas Pedulla.

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Foto: Lina Etchesuri
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Calentamiento global & Dengue: estamos fritos

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Especialista en Epidemiología Avanzada, con diversos títulos internacionales, Carlos Ferreyra organizó en Córdoba la Cumbre Latina por el Calor Extremo para debatir esta amenaza creciente que entrecruza extractivismo, salud, pobreza, género, adultos mayores y trabajo. Su alerta, en medio de un Estado motosierra: si se carece de estrategia, será un problema gravísimo en la próxima década. ¿O ya lo es? El evento coincidió con la epidemia de dengue, acaso otro de los factores englobados en sus temas de estudio. Pistas e ideas que permiten entender aquello del cambio climático con noticias y ejemplos cotidianos, y hasta personales. Por Bernardina Rosini.

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Eduardo Cerdá: siembra política

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Es uno de los mayores difusores de la agroecología extensiva en el país. Viaja, difunde ideas sobre cómo producir sin venenos, y muestra resultados. Fue elegido director de Agroecología por el anterior gobierno: qué hizo y contra qué chocó. Cómo seguir plantando vida, entre fumigaciones, motosierras y monopolios libertarios. Por Sergio Ciancaglini.

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