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Las vecinas del No: Esquel, la vida y la minería
Silvina Hermosa filmó el documental La hija del No, film sobre Esquel, Chubut, y su rechazo a la megaminería. Su madre es Marta Sahores, una de las históricas asambleístas que junto a Silvia González salió a advertir en 2002 lo que podía venirse, hasta lograr un plebiscito que frenó al extractivismo con más del 81% de los votos. Lo personal, lo político y lo comunitario, de generación en generación. Por Luis Zarranz.

Había una vez una ciudad llamada Esquel, provincia de Chubut, que el 23 de marzo de 2003 –veintidós años atrás– realizó un plebiscito. Ocurrió tras una larga lucha protagonizada por vecinas y vecinos, nucleados en la Asamblea de Vecinos Autoconvocados por el No a la Mina. El resultado fue contundente: con el voto del 75% de padrón, más del 81% de los votantes le dijo NO a la mina.
En realidad, no fue un plebiscito: fue una huella.
Pero no es un cuento que empieza como muchos aquel que, dos décadas después, narra esta historia. Es un documental que, en un tono personal e intimista, expone de manera profunda la gesta de la comunidad de Esquel que, a través de la movilización y de una herramienta democrática, logró torcer el brazo a las corporaciones mineras y a los gobiernos de turno. Ambos pretendían imponer la megaminería extractivista, cuyo saldo es archi conocido: saqueo y contaminación.
El documental, que acaba de estrenarse en la ciudad y en varias localidades de la Comarca Andina, se llama La hija del No y su directora es Silvina Hermosa. Silvina es hija de Marta Sahores, quien junto a Silvia González fue de las primeras personas que alertaron a la comunidad de la zona sobre las consecuencias del proyecto minero (aquel origen, en la MU 31: “La madre del NO”). Marta y Silvia eran docentes de Química en la universidad (capítulo mil del imprescindible rol de la universidad pública) y sabían de qué se trataba lo que proponían las empresas: explotar oro y otros metales mediante lixiviación con cianuro. Es decir, destruir las montañas que embellecen y son parte de la vida de Esquel, contaminar el agua con el daño ambiental, social y a la salud pública que eso significa. “Para poder llevar adelante este tipo de proyectos previamente destruyen el lazo social: se generan diferencias familiares y sociales por aceptarlos o rechazarlos. A esto también Esquel le dijo ‘No’”, dice Silvina. Sus palabras salen con ganas, potentes, como si nada ni nadie pudiera frenarlas. Luego agrega: “El ‘No’ no es un capricho. Es un modo de plantear qué es lo que quiere una comunidad para vivir”.
Silvina estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA, Cine documental y Dramaturgia. Fue productora delegada y gestora en el desarrollo de la Televisión Digital Abierta. Hasta marzo de 2024 integró el área de políticas públicas audiovisuales de la Secretaría de Medios de la Nación. A la par, produjo varios documentales y trabajó como investigadora de material de archivo audiovisual de diversos proyectos. La hija del No es su primer largometraje, en el que se fusionan su profesión y su propia vida.
Como hija de Marta, Silvina vivió primero el exilio en los años más oscuros del país. Luego, con el regreso democrático, vio como su madre participaba de innumerables movilizaciones en defensa de la educación pública y en reclamo por mejores sueldos y condiciones laborales; más tarde, cómo se transformaba en una de las primeras personas que alertartaron a lxs vecinos de Esquel y la Comarca Andin sobre el riesgo de la minería. Tanto la interpeló esa historia, que Silvina realizó, luego, una tecnicatura en conflictos socioambientales.
Su vida, entonces, está marcada por la decisión colectiva de una comunidad que se propuso defender un modelo de desarrollo lejos de los proyectos extractivistas. Una historia individual escrita con tinta común, una huella que contribuyó a su formación profesional. Y viceversa.
El yo y el nosotros
La hija del No retoma el concepto que los feminismos sintetizaron a la perfección: “Lo personal es político”. Dice Silvina: “Creo que no podría ser quien soy si no hubiera tenido esa vida. Es algo que atraviesa los cuerpos”. Es por eso que, de alguna manera, la película empezó a rodarse, aún sin saberlo cabalmente, mientras ocurrían las cosas, es decir cuando el proyecto minero pretendió afincarse en Esquel, allá por 2002.
Hay resistencias tan significativas que son capaces de parirlo todo.
Varios años después, ya en pandemia, el proyecto dejó de serlo para adquirir forma concreta cuando lo presentó en el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) con el objetivo de conseguir financiamiento. (Curiosamente, la Argentina aún no sufría el sinsentido libertario que, bajo el pretexto de poner fin a supuestos desvíos de fondos en el organismo, decidió desfinanciarlo, como si alguien que tuviera dolor en la pierna decidiera amputársela, para evitar el malestar).
La hija del No es también la hija de una época, que recupera, con material de archivo y diversos testimonios (entre ellos el de Nora de Cortiñas), los días en que el No a la mina se transmitió como una onda expansiva por toda la ciudad, y la mirada de aquello, dos décadas después. Silvina señala que una de las cosas que más la conmovieron de aquel plebiscito histórico fue el voto de muchísimxs trabajadores desocupadxs (en aquel momento un cuarto de la población económicamente activa del país estaba desocupada) que –pese a las promesas de puestos de trabajo y prosperidad que publicitaba la empresa– votaron igual en contra del proyecto minero. Es por eso que cada 23 de marzo Esquel celebra el “Día de la Dignidad del Pueblo”. Lo hace cada año, con diversas actividades, entre ellas una caminata al Cerro Azul, bellamente narrada en la película, donde se aprecia una vista panorámica de la ciudad y también las cicatrices que dejaron los movimientos del proyecto minero en la montaña.
Licencia social
«Para mí un concepto muy importante para entender estos proyectos extractivistas y su rechazo social es el de ‘zona de sacrificio’”, dice Silvina. Una “zona de sacrificio” es un territorio donde la contaminación y degradación ambiental son extremas, y el lucro de las corporaciones se prioriza sobre la salud y el bienestar de los habitantes.
El rechazo a la megaminería (no solo en Esquel), al fracking, a los agrotóxicos y a otros tipos de actividades que destruyen el ambiente consolidó un concepto: “licencia social”. No hay desarrollo sustentable sin el acuerdo de cada comunidad. Esta categoría, parida al fragor de la lucha social, permite dimensionar la centralidad de la legitimidad, el consenso explícito que lxs habitantes de una localidad deciden para su vida. Pero entre la vaca y el carnicero no hay ningún consenso posible. “Cuando empiezo a profundizar en el tema, me doy cuenta de que el caso de Esquel es conocido en todo el mundo y que sirve de inspiración a otras comunidades para organizarse”.
Así, gracias a su experiencia en el trabajo de archivos, Silvina se propuso mostrar imágenes de la Esquel de 2002 para que se apreciara el contraste con la Esquel de hoy. “A pesar de que la minería no se instaló, es una ciudad que creció, se desarrolló y que busca generar actividades económicas con un ambiente sano”, sostiene. Agrega: “No nos comamos el discurso de que si no hay minería nos morimos todos de hambre. De hecho, está probado todo lo contrario: donde se instala la minería, se multiplica la pobreza y además genera migraciones por los casos de cáncer y por todo lo que implica negativamente para la salud de la población”. Las comparaciones son odiosas, pero muchas veces sirven: la gente de Chubut no ve muy deseable el extractivismo y lo que deja en Santa Cruz, así como las comunidades mendocinas siguen movilizándose contra la minería observando también cómo son las cosas en la vecina San Juan.
Extractivismo vs. activismo
Cuando el rodaje se puso en marcha, Silvina tuvo una preocupación: “Quería que la mayoría de la gente que trabajara en el documental fuera o de Esquel o de la Comarca. En la película hablamos de extractivismos y no quería poner en práctica, bajo mi dirección, lo que denomino el ‘extractivismo cultural’. Entonces traté de preservar eso: que el equipo fuera local y que los testimonios también estuvieran circunscriptos a la ciudad, excepto por la gente ya no vive allí”.
Haciendo honor a su apellido, Silvina despliega una historia hermosa, es decir coral: “Contamos una historia colectiva, que es la de vecinas y vecinos del ‘No a la mina’ y cómo sucedió todo en aquel entonces y sigue sucediendo ahora, porque es una historia en permanente movimiento. Y lo hacemos a través de un trabajo colectivo como es la industria del cine”.
Cuando el documental ya estaba en instancias definitivas, una catástrofe alteró los planes: el gobierno de Javier Milei y su objetivo de arrasar con la industria audiovisual nacional. Silvina lo narra, otra vez, en primera persona, con el peso de haber sentido que todo el esfuerzo podía naufragar: “Durante el último año se complicaron bastante las cosas para hacer cine. El retiro violento del Estado implicó una censura, porque concretamente impidió que salieran a la luz proyectos muy diversos, sumándole la estigmatización del sector diciendo que ganábamos millones cuando a todas luces no es así”.
Terminar y estrenar la película en ese marco, pese a todo, fue un desafío para combatir el apagón al que el gobierno intenta someter al cine nacional. Sigue Silvina: “Corrimos mucho, pero me parecía muy importante el estreno en Esquel y que el racconto de esta historia fuera visto antes que nadie por las comunidades de la ciudad y de la Comarca”. El objetivo: que los primeros espectadores fuesen los protagonistas de todo lo que pasó.
Así, contra todo pronóstico, lograron que se estrenara en el Espacio INCAA de Esquel, el 23 de marzo de este año, exactamente veintidós años después del día marcó para siempre a la ciudad. “Se agotaron las entradas de la sala. Imaginate que estaba mi profesor de Historia, la de Química, el de Inglés, mis compañeros de secundaria”. Obviamente allí estaban Marta, su madre, y Silvia, las dos mujeres que estructuran el relato, y todas las personas que habían brindado su testimonio. En esas apariciones puede verse a Viviana Moreno, Gustavo Macayo, Fito Alarcón, Pablo Lada, Pablo Quintana y la imagen de Nora Cortiñas visitando Esquel y a su asamblea.
“Hubo una excelente aceptación. Me puso muy contenta porque quería que esta película, además, contara la historia de un modo amable para quienes pusieron tanto tiempo en esta lucha”, completa Silvina.
La imagen en sí ya es conmovedora: la propia historia de la ciudad en pantalla grande. La gente de la ciudad que llegaba cansada y que salía renovada al ver, en casi una hora y media de proyección, lo que habían protagonizado: “Hay quienes hasta el día de hoy se quedan sin dormir para investigar, por ejemplo, las consecuencias del uranio”, que es la forma que adquieren hoy los intentos del gobernador Ignacio Torres para insistir con la megaminería en la provincia.
Cuando terminó la película siguió esta escena: el público de pie, aplaudiendo y llorando. “Como diría mi hermano que vive en España, yo estaba flipando”, dice Silvina y se ríe con ganas.
Clase magistral
Pero la cosa no terminó ahí. Luego se proyectó en una escuela, cuyos estudiantes habían decidido la imposición del nuevo nombre (7722, en homenaje a la ley que prohíbe el uso de sustancias químicas tóxicas en la actividad minera). “Con la directora armamos la proyección para los últimos años de secundaria. Fue excelente. Los pibes y las pibas miraban la pantalla e iban reconociendo distintas partes de la ciudad y a sus propios familiares y vecinos”.
Luego siguieron otras proyecciones en otras localidades de la Comarca –Trevelin, El Bolsón, Epuyén–. “Mientras estaba allí, la directora de la escuela de Esquel me dice: ‘Mirá, esta película la tienen que ver todxs; si te parece, organizo para que vengan todas las escuelas a verla’”. Lo que siguió, entonces, fue un suceso: debates, charlas, intercambios, lo que significa que el documental está cumpliendo su función.
La hija del No ya tiene proyecciones agendadas en Junín y San Martín de los Andes, y también en La Plata, Quilmes y en la ciudad de Buenos Aires, en el Cine Gaumont Espacio INCAA se presentó el 7 de mayo a las 20 horas. Además, fue declarada de interés municipal por los Concejos Deliberantes de Trevelin y Esquel. “Se generó un movimiento muy interesante y la verdad que me hace feliz porque la idea era poder generar, a partir de esta producción colectiva, un debate que también interpelara el presente, donde hay tantas luchas con características similares”.
Silvina hace un silencio, como si un control remoto pusiera pausa, tal vez para pensar en detalle lo que acaba de decir. Es una milésima de tiempo en la que cierra los ojos y toma aire. “No puede ser que en nombre del progreso quieran dañar el lugar en el que vivimos”, dice, así, en primera persona del plural. “Y además ese supuesto progreso es un engaño, como lo saben tantas comunidades de país y del continente que sufrieron y sufren estos emprendimientos que solo dejan empobrecimiento, contaminación y muerte”.
No se trata solo de una película sino de una porción de vidas colectivas que cuando dicen “No” también están planteando un enorme “Sí” al modo en el que quieren vivir.
De eso se trata el trabajo de Silvina. Hermosa es la palabra colectiva puesta en acción. Hay apellidos que se llevan muy bien con quienes lo portan.
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