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Derechos Humanos

Dagmar Hagelin: memoria de una desaparición olvidada

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Se cumplen hoy 48 años del secuestro y desaparición de la sueca Dagmar Ingrid Hagelin, de 17 años. La violencia genocida sobre mujeres, el rol de Alfredo Astiz y las repercusiones del caso en el presente.

Por Claudia Acuña, con Lucas Pedulla y Line Bankel

Tenía 17 años, recién había terminado la secundaria y en cuatro días disfrutaría su premio: un mes de vacaciones en Villa Gesell. Pero estamos en enero de 1977 en el oeste del conurbano y eso significa que  está por comenzar uno de los capítulos más violentos de esa Historia que hoy muchos quieren negar.

Si hay represión es porque antes hubo lucha, nos recuerda siempre María Galindo, y por eso a esta historia hay que darle contexto: en el triángulo conformado por tres municipios –La Matanza, Morón, Tres de Febrero– funcionaba uno de los motores de la industria nacional. Eso en aquella época significaba que todos sus obreros estaban organizados y politizados, también sus estudiantes y buena parte de la sociedad barrial. Eso –la industria argentina, la organización gremial, la politización social– es lo que comenzaron a hacer desaparecer con el golpe militar los mismos intereses que nos gobiernan hoy. Por eso mismo conviene recordar a Dagmar Ingrid Hagelin, la joven sueca de 17 años que jamás llegaría a disfrutar su premio: hoy se cumplen 48 años de sus secuestro, tortura y desaparición.

Un día de enero

Norma Susana Burgos era la viuda de Carlos Caride, una leyenda de la resistencia peronista. Con él tuvo dos hijas. La más pequeña se llamaba Victoria Eva, murió el 29 de diciembre de 1976 y quizá esa tragedia fue la que la obligó a exponerse. Lo cierto es que la secuestraron el 26 de enero de 1977 en Ramos Mejía y en la calle. La llevaron a la ESMA donde la torturaron. Luego la subieron a un auto hasta su casa ubicada en Sargento Cabral 317, de El Palomar. Eran ya las diez y media de la noche cuando el padre de Susana abrió la puerta e irrumpió la patota.

Dagmar Hagelin: memoria de una desaparición olvidada

Norma Susana Burgos, también secuestrada y testigo clave en el caso de Dagmar.

Rafael Burgos soportó el interrogatorio, contuvo el llanto de su nieta y toleró el desastre del allanamiento, mientras por la ventana observaba a su hija en el asiento trasero de uno de los autos sin patente, esposada y golpeada. Siete hombres se quedaron toda la noche en esa casa esperando que a la mañana llegara alguien a quien describieron como una mujer rubia. A las 8 en punto la que llegó fue Dagmar.

Dagmar era inteligente y rápida. Apenas vio a los hombres comenzó a correr. Detrás salieron dos a perseguirla, pero la diferencia era humillante. Cuando estaba a punto de doblar la esquina y conseguir así resguardo, uno de los lentos apoyó la rodilla en la vereda y le disparó. Dagmar cayó con la fuerza que había alcanzado su carrera. En el piso quedó el charco de sangre que brotó de su cabeza al golpear contra las piedras del baldío.

El lento que le disparó fue Alfredo Astiz.

El otro apuntó con su arma al taxista Jorge Oscar Eles, quien estaba en el garaje y con su hijo. Los bajó del auto, le pidió las llaves y abrió el baúl: ahí arrojó Astiz el cuerpo herido de Dagmar.

Los genocidas

Seis vecinos, el taxista, su esposa, los padres de Susana, entre otros testigos, describieron esta escena en los dos juicios que tuvieron que hacerse para lograr la condena. 29 miembros de la Armada fueron imputados por la desaparición forzada de Dagmar. A seis de ellos (Alfredo Astiz, Julio César Coronel, Oscar Antonio Montes, Pedro Antonio Santamaría, Lucio Francisco Rioja y Carlos Guillermo Suárez Mason) se le sumaron los agravantes de los delitos de homicidio simple en grado de tentativa, en concurso real con robo de automotor con armas al estar involucrados directamente al operativo ilegal del secuestro.

Dagmar Hagelin: memoria de una desaparición olvidada

Foto familiar de la niña Dagmar Hagelin. Intentó escapar corriendo y Alfredo Astiz le disparó y luego la arrojó al baúl de un auto robado por el grupo de tareas de la ESMA.

Estos son algunos datos reveladores de la situación actual de algunos de los condenados:

  • Ricardo Miguel Cavallo: su hijo hizo un documental titulado “Mi padre, el represor”.
  • Eugenio Bautista Vilardo: desde la prisión escribe un blog para agitar la liberación de genocidas. En diciembre de 2024 le rechazaron el pedido de ser considerado incapaz.
  • Juan Carlos Fotea: rechazaron liberarlo en mayo de 2024.
  • Miguel Ángel García Velasco: le concedieron arresto domiciliario.
  • Antonio Pernías: solicitó arresto domiciliario en 2024, pero por ahora sigue preso en la cárcel.
  • Jorge Carlos Rádice: solicitó salidas transitorias en 2024, pero en diciembre se las denegaron.
  • Jorge Eduardo Acosta: escribió desde la cárcel una carta celebrando el triunfo de Javier Milei. “Se aproxima la hora”, amenazó.
  • Diez murieron en prisión.
  • Cuatro posaron sonrientes en la foto con los diputados del oficialismo que los visitaron para urdir su liberación. Entre ellos el lento Astiz.

Las pruebas

Lo que sucedió entonces es, para estos casos, excepcional. Ragnar Hagelin, el padre de Dagmar, le pidió a ayuda a su cuñado Oscar Amerio, un suboficial del Ejército, quien apenas le describió la situación le aconsejó: “hay que moverse ya y muy rápido”.

Lo que hicieron a partir de allí fue extraordinario.

Primero hablaron con el padre de Norma y con todos los vecinos, anotando detalles, nombres y descripciones de los secuestradores y sus autos, entre otros datos. A media tarde fueron a la Brigada de Morón y les exhibieron el libro de actas donde estaba registrado el pedido de zona liberada y, lo más importante, quién lo solicitaba: la Unidad de Tareas 3.3.2 de la Armada, con base operativa en ESMA. Allí fueron.

–Soy suboficial del Ejército y sé que a mi sobrina la trajeron acá– le dijo Amerio al guardia.

El guardia transmitió el mensaje y también la respuesta:

–Váyase de acá ahora mismo y no diga nada de esto a nadie si quiere mantener su vida y su puesto.

Luego fueron a la casa del embajador sueco Bertil Kollberg: ya era medianoche y la seguridad los trató como sospechosos, por lo que decidieron presentarse al día siguiente  en la embajada. Así y a las 9 de la mañana lograron que apenas 25 horas después de su secuestro y desaparición Dagmar tuviera inmunidad diplomática, un rango de protección que la embajada comunicó formalmente y con carácter de urgente a la cancillería argentina.

El siguiente paso fue la Casa Rosada para entrevistarse con un capitán de la Armada, de apellido Pérez Millán, que trabajaba en la Secretaría de Prensa. En el libro Dagmar, mi hija, Ragnar cuenta qué respondió:

–Por suerte, señor Hagelin, tengo un camarada de armas, un hombre de la misma promoción que la mía y amigo personal, que está cumpliendo tareas en los servicios de inteligencia de la ESMA. Lo contacto para pedirle información sobre su hija. Yo también soy padre.

Tal como habían acordado, volvieron a hablar al mediodía. La respuesta fue en otro tono:

–Para tener información necesito el documento de su hija.

–Lo tenía ella cuando la secuestraron.

–Lo lamento, pero sin esa información no voy a poder averiguarle nada.

Hagelin tuvo noticias de Pérez Millán dos semanas después cuando la información del secuestro de Dagmar fue publicada en tres diarios: La Opinión, La Nación y The Buenos Aires Herald. Fue entonces cuando el capitán se comunicó para ofrecerle un intercambio de favores: necesitaba esos recortes. A cambio le dijo lo que había averiguado:

–La chica está viva, presa e incomunicada. Va a pasar mucho tiempo hasta que su familia pueda tener noticias sobre ella. Primero hay que comprobar si estaba en la cosa o no.

Dagmar Hagelin: memoria de una desaparición olvidada

Ragnar Hagelin con su hija. La embajada sueca no se ha pronunciado públicamente sobre la visita de los legisladores del oficialismo a los genocidas que secuestraron y desaparecieron a Dagmar. El embajador Torsten Ericsson se ha mostrado, en cambio, muy activo en relación a la explotación minera y al RIGI.

¿Dónde está Dagmar?

Cinco sobrevivientes declararon que vieron a Dagmar en la ESMA. Dos más testificaron que tenían conocimiento de su presencia. Otros cuatro aseguraron haber escuchado a sus secuestradores hablar de ella.

Norma Burgos la vio dos veces y esos encuentros los tuvo que revivir varias veces hasta obtener justicia: primero al padre de Dagmar apenas fue liberada de su cautiverio, luego ante las autoridades suecas, finalmente y dos veces ante la justicia argentina. Su testimonio según el crudo textual del escrito judicial:

“El 27 de enero de 1977 encontrándose en el tercer piso de la ESMA, encapuchada, con las manos esposadas a las espaldas y con los grilletes en los pies, fue trasladada hasta la habitación que oficiaba de enfermería en el sótano. Allí le fue levantada la capucha y vio que en la habitación se encontraban entre otras personas, Francis Whamond y Alfredo Astiz y acostada en una camilla Dagmar Ingrid Hagelin, consciente y con una herida un poco más arriba del arco superciliar izquierdo; su cuero cabelludo y su pelo tenían aún sangre pegada que supone había emanado de dicha herida. Dijo que Astiz agregó en ese momento que había sido él quien le había disparado el tiro que le había rozado la frente y que al ser retirada de la enfermería, entre Astiz y Whamond comentaban que «el error fue porque la suequita se parece a la Berger» –esto porque la Marina tenía información que su casa era visitada por María Antonia Berger (sobreviviente de la masacre de Trelew)–, pues si bien Berger tenía más edad que Hagelin eran muy parecidas físicamente. Indicó también que dos o tres días después fue nuevamente llevada al sótano y pudo ver por segunda vez a Hagelin quien ya a esa altura tenía un vendaje mayor en la cabeza y una de sus manos estaba esposada a la cama, lo que denotaba que había sido limpiada y objeto de alguna curación. Añadió que una semana después supo por otros detenidos que Hagelin había sido trasladada al tercer piso, encontrándose sola en una habitación contigua al baño utilizado por otros detenidos de ese piso y la pudo ver allí por última vez con un camisón o bata floreada, sin capucha”.

En sus días de cautiverio Norma vio a otra detenida-desaparecida con la camisa que tenía puesta Dagmar el día que la secuestraron. Se la pidió. Años después, ya refugiada en España, se la entregó a al padre de Dagmar.

Los testimonios ubican a Dagmar en la ESMA hasta febrero de 1977. Fue en febrero, justamente, cuando los reclamos del gobierno sueco obligaron a la Junta Militar integrada por Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti a reunirse especialmente para tratar “el tema”.

 
La justicia

El primer juicio se realizó en 1986 y probó la culpabilidad de todos los imputados, pero consideró los delitos prescriptos. El segundo, realizado el 29 de noviembre de 2017, tras anularse las leyes de impunidad, logró que la prisión perpetua sea efectiva. Habían pasado cuarenta años desde su secuestro y desaparición y los padres de Dagmar ya habían muerto.

Quien siguió todo el proceso del principio al final fue el abogado Luis Zamora, quien ahora recuerda así todo lo que significó:

“Tomé el caso en 1979 cuando estaba en el CELS, un organismo que habían formado dos abogados padres de desaparecidos: Emilio Mignone y Augusto Conte. Ahí me presentaron a los abuelos de Dagmar, Buccicardi y su esposa, encantadores: su vida pasaba por buscar a la nieta. Hagelin ya se había ido a Suecia porque lo habían amenazado. A partir de ahí empecé averiguar dónde estaba la causa y me encontré con que había avanzado en un tribunal de San Martin, algo muy poco común porque en general los habeas corpus se rechazaban. Ese tribunal se había declarado incompetente y remitido a la justicia militar. Hasta el año 84 no tuve conocimiento de qué había pasado con ese expediente. Y lo que pasó también fue excepcional: cuando la embajada presenta el testimonio de Norma Susana Burgos, esa causa va al Primer Cuerpo del Ejército, luego a la Marina y ahí pasa algo que creemos que no se hizo nunca: cita a declarar a los responsables del secuestro”. Luego, se archivó el expediente.

Zamora recuerda que la actitud de la embajada sueca fue criticada por la familia de Dagmar. Años después se supo por una investigación que realizó el periodista Ezequiel Fernández Moores, que la selección del fútbol sueca había recibido instrucciones de no pronunciarse sobre la dictadura durante su participación en el Mundial 78. Quizá por eso mismo la televisión sueca, durante la transmisión de la ceremonia de apertura, insertó imágenes de las Madres de Plaza de Mayo y un popular periódico dibujó a los jugadores de la selección con el nombre de Dagmar en las camisetas. Zamora cuenta también que durante los años de impunidad acompañó a Hagelin a reuniones en las cuales personas vinculadas a los servicios de inteligencia le prometían darle información y lo que soportaban, en cambio, eran asquerosas narraciones sobre cómo Dagmar había sido violada y torturada durante su cautiverio.

Zamora fue también el abogado de la causa por la desaparición de doce personas –entre ellas la fundadora de Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, y Alice Domon y Léonie Duquet, dos monjas francesas–, producto de la infiltración realizada por Alfredo Astiz. Su nombre ficticio era Gustavo Niño y se hacía pasar como familiar de una persona desaparecida. Los secuestros se produjeron entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977. A una de las religiosas la secuestraron en Ramos Mejía, cerca de donde habían capturado en enero a Norma Burgos.

1977 se inicia entonces con la desaparición de Dagmar, que implicó el primer reclamo internacional a la dictadura militar y termina con la desaparición de un grupo emblemático que incluía a dos ciudadanas francesas, lo cual produjo otro grave conflicto diplomático. En ambos intervino Astiz. “Nunca lo había pensado así” se sincera Zamora. “Pero es cierto que fue uno de los años más feroces desde el punto de vista de la represión y también que Astiz no se infiltró en Montoneros, sino en las Madres…”. Hay entonces algo más en común con Dagmar: Astiz se dedicó a ejercer la violencia genocida sobre mujeres. Su cobarde participación en la Guerra de Malvinas es la pincelada que culmina su retrato.

Relaciones diplomáticas

La embajada sueca no se ha pronunciado públicamente sobre la visita de los legisladores del oficialismo a los genocidas que secuestraron y desaparecieron a Dagmar. Su embajador, Torsten Ericsson se ha mostrado, en cambio, muy activo en relación a la explotación minera: el 27 de noviembre viajó a Santa Cruz formando por primera vez parte activa de una delegación comercial a las provincias, el 15 de diciembre se reunió con el presidente de la Cámara Argentina de las Empresas Mineras (CAEM) y para finalizar el año expresó en una conferencia su entusiasmo por el Régimen  de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) y su ilusión de que pueda sellarse un tratado de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur.

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Eva

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Por Claudia Acuña

La CIDH en su informe anual de 1987 lo sintetiza así:

La Corte Suprema de Justicia de Argentina falló el primer caso llevado a la más alta instancia judicial en ese país y otorgó la tenencia de Laura Ernestina Scaccheri a la familia natural, con quienes vive desde marzo de 1986.  Los padres de Laura desaparecieron después de su detención y su paradero aún hoy se desconoce.  En 1985, las Abuelas de Plaza de Mayo ubicaron a Laura viviendo con una familia que la había recibido en julio de 1977.  En marzo de 1986, un juez federal ordenó la restitución a los parientes consanguíneos.  La familia apropiadora apeló y la Cámara Federal de la Plata revocó ese fallo; sin embargo los parientes de sangre presentaron recurso extraordinario ante la Corte Suprema la que falló a su favor en forma definitiva el 29 de octubre de 1987”.

Eva

Foto Julieta Escardo para el libro Mujeres y violencias/ libros Noveduc

La noticia de la muerte de Eva Giberti me llevó directo a aquel día y me obligó a buscar los datos más precisos en mi archivo, aunque los otros, los importantes, son imborrables. En aquellos años el periodismo me había permitido investigar algunas de las desapariciones de esas infancias secuestradas y por ese motivo había establecido una relación profesional con Leopoldo Schiffrin, por entonces secretario penal de la Corte Suprema.

Uno de esos días de la recién recuperada democracia me citó en su despacho y me pidió algo concreto: había llegado el primer caso de restitución y tenía un pequeño margen para completar la investigación que heredaba de las instancias judiciales anteriores. Lo que necesitaba, concretamente, era la opinión de una persona experta que pudiera analizar si la restitución beneficiaba o perjudicaba a la criatura. Lo dijo así y no fue necesario que pusiera esa afirmación en el contexto de la época: la mayor autoridad internacional en psicología infantil, la francesa Francoise Dolto, había manifestado públicamente su oposición y aunque años después pidió disculpas por su ignorancia –también lo dijo así– en aquel momento se transformó en un argumento de prestigio citado por quienes defendían a los apropiadores.

No tuve dudas en quien era la persona adecuada para la tarea. Había leído el libro de Eva sobre adopción, donde analizaba de manera profunda y sin maquillaje las preguntas y respuestas sobre la identidad que sembraba ese vínculo entre hijos, hijas y padres y daba un paso más allá: ponía bajo la lupa del psicoanálisis, la antropología y la filosofía el tema de la crianza en tiempos en los que nadie creía que los bebés tenían ni memoria ni sentimientos.

Con la facilidad que otorga el periodismo a las citas entre personalidades y desconocidos, la llamé. Fue la primera vez que iba a su coqueto piso de la calle Uruguay. No se sorprendió cuando le revelé la verdadera causa del encuentro, tampoco se maravilló. Simplemente me dijo: “Hay que trabajar mucho y en serio”. Así lo hizo.

No volví a ver ni a Schiffrin ni a Eva así que ignoro cómo fue el proceso que implicó su participación, pero cuando finalmente accedí al resultado lloré. Eva describía escena por escena el saqueo genocida que produjo las desapariciones. Luego se detenía en la situación descripta por lo apropiadores al encontrarse con la beba, que por entonces tenía dos meses. Estaba sola en una sillita arriba de la mesa de la cocina y debajo de una lámpara desnuda: del cable solo colgaba una bombita de luz. Los apropiadores eran vecinos que fueron convocados por la patota para que les den información sobre la pareja que vivía en esa casa. A cambio le ofrecieron “llévense lo que quieran”.

Se llevaron a la bebé y una garrafa.

En su declaración judicial la apropiadora narró que durante días y días la beba no paró de llorar. Agotada, tuvo una idea: ponerla en la misma situación que la encontró. La colocó entonces en su sillita arriba de la mesa de la cocina, justo debajo de la lámpara, pero recién cuando quitó el artefacto que la decoraba y dejó la bombita desnuda la beba paró de llorar. Eva dictaminó que esa lámpara era su mamá. Probó así que los bebés de dos meses tenían memoria y sentimientos. Dimensionó la herida que le produjo la desaparición de sus padres: era enorme, como ese llanto continuo e inconsolable.

Obviamente no fue lo único que evaluó la Corte para otorgar la restitución, pero sí lo que mejor describe el método Giberti: ser sensible es ser inteligente. Ser trabajadora “mucho y en serio” es ser profesional.

Podría recordar también a la Eva periodista, porque ese fue su origen –comenzó en el diario La Razón en los 60; en los 90 fue una de las diez aportantes que permitió fundar la revista El Porteño, donde también escribió- o resaltar la importancia que tuvo para la generación de padres y madres que se crio escuchándola en las tardes de Sábados Circulares, el legendario y ultra popular programa de televisión conducido por Pipo Mancera. La mía anotaba todo lo que decía Eva.

Pero para despedirla prefiero recordarla como mi psicoanalista. Recurrí a ella tiempo después de aquel primer encuentro, cuando ya tenía un trabajo de cierta jerarquía en Página 12, un diario que me hacía llorar la maternidad. La sesión era en su departamento a donde me esperaba con pañuelos descartables, un delicioso té servido en tazas de porcelana y masitas de diseño: la terapia perfecta para una madre agotada y una trabajadora maltratada. Un día, en un alto de mis lamentos, me señaló el retoño de un gingko biloba que crecía en su balcón. Me contó que es una especie milenaria que nació antes que los dinosaurios, que fue capaz de acumular experiencias para transformarlas en delicados mecanismos de defensa hasta convertirse en la única que sobrevivió a la bomba de Hiroshima: no solo volvió a brotar, sino que fue capaz de dar semillas para expandirse como símbolo de resistencia y esperanza. Además es hermosa.

Me quedo con eso.

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A 40 años de la sentencia: ¿Qué significa hoy el Juicio a las Juntas?

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Este martes 9 de diciembre se cumplen 40 años de la lectura de la sentencia del Juicio a las Juntas Militares. Habrá un acto en la Corte Suprema de homenaje a los jueces Carlos Arslanián, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma y Jorge Valerga Aráoz (fallecieron los otros dos integrantes de aquella Cámara Federal: Andrés D’Alessio y Jorge Torlasco).

Testigo privilegiado de muchas de las audiencias por su cobertura para el diario La Razón, Sergio Ciancaglini, actual periodista de MU y coautor del libro Nada más que la verdad (junto a Martín Granovsky) repasa escenas, revelaciones y el contexto de una experiencia inédita en el mundo en la que por primera vez se juzgó un crimen masivo cometido desde el Estado por una dictadura.

Los testigos, los alegatos, las sorpresas, la ubicación de la locura y de la cordura. Los gestos de Videla, Massera y Viola. Los testimonios de las mujeres sobre los ataques y violaciones que sufrieron. El antisemitismo militar. El peso desde el cual los médicos calculaban que era factible torturar. El sitio de lo impensable, y la proyección de aquella historia pensando en los derechos humanos del presente.

Por Sergio Ciancaglini

A 40 años de la sentencia: ¿Qué significa hoy el Juicio a las Juntas?
Los militares en 1985, de pie ante los jueces. Fotos gentileza de Telam y Fondo Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Archivo Memoria Abierta.
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Nota

Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

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Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.

Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.

Por Sergio Ciancaglini

A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org

Sonrisas junto al paraíso

Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
 

Madre de la bombacha roja

Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
 
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
 
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
 
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
 

El día que se distanciaron

Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
  

La hora del secreto

Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
 
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
 
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.

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