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Sebastián de Caro. Director, guionista, actor, conductor y performático, hace un programa de radio con Diez Chinos y estrena en la web un documental sobre Riquelme. Por Facundo Pedrini.

InvisibleSoy la relectura.

Vivo en una curaduría eterna de compilados, de festivales de cine, de libros que pasan y vuelven 300 veces.  Soy esos hermanos que usaban linternas cuando no podían conseguir un sable de luz de juguete para pelear contra todos los episodios que la galaxia quiera. Soy Star Wars porque también pasa en Villa Crespo y con voces latinas.

Soy el que espera que algo se vacíe en el ojo para volver a creer en lo inrastreable, incluso para mí mismo.

Soy algo sin forma. Soy un descoleccionador.

Sebastián de Caro no puede dibujarse.  A los 18 años ya tenía 30 puntos de rating en la serie Montaña Rusa. Fue el pibe del afiche de esa tira al lado de Esteban Prol y Gastón Pauls antes de ser persona. Empezó como actor de un boom y como el autógrafo le llegó demasiado rápido fue escurridizo para esquivar los Ray Ban espejados y el Jet Set. Se convirtió en una referencia pop, revisionista y clásica llena de funciones privadas en los párpados no aptos para todo público.

Como siempre hay lugar fuera de la carta, en la servilleta de lo eventual escribe con restos de tuco: hoy es conductor de Una Casa con Diez Chinos en Vorterix, supo estar al frente de Cinerama, en Radio Nacional y Cómo Robar el Mundo en Radio Metro. Fue columnista en Perros de la Calle; escribió novelas de aventuras y consejos para seducir, es comediante de stand up y podcaster. También fue panelista de Gran Hermano y discutió existencialismo alrededor de Cristian U. En una repisa que abraza las criaturas de Alan Moore, Jockers de Grant Morrison o Brian Bolland, Batman de Greg Capullo o Lee Bermejo y algunos Faustos perdidos del universo de DC, hay una vocación que tiene para siempre: dirigir.

Lleva estrenadas más de 5 películas, entre las que se encuentran 20.000 besos, una comedia llena de referencias culturales a la década 80 como contraveneno para enfrentar la adultez, y un documental sobre el último partido en la bombonera de Juan Román Riquelme. Después de contratiempos entre las partes que llevaron al autor a bajarlo del BAFICI, se podrá ver online y gratis desde Vorterix en el segundo semestre.

Contar para vivir

Hombres sobre-estimulados por contenidos que son para todos. Tipos de 40 años indignados por el tamaño de la capa de Thor y el traje de Superman. Los hombres sin tiempo dieron paso a los hombres sin edad. Nadie sabe qué edad tiene, se sufre por contenidos para pibes de 14 años que por dramas para la tercera edad por igual. En este tiempo sin referencias generacionales, De Caro tiene una clave para no convertir la emoción en la Feria Masticar: “Intentar ser invisible, aprender de los autores que no se notan en la obra para desaparecer, confiar en la trama, en la puesta. Dialogar con los héroes sin mitificarlos, hacerte más fan de tu voz que de la del consejo, celebrar la normalidad, disfrutar tus errores aunque eso no le haga un favor a los dueños del karaoke. Imitar lleva más trabajo que equivocarte, porque la naturaleza es más fuerte que la pericia del otro: al final siempre aflora la personalidad aunque seas un imbécil. Hay quien no advierte problema en que un publicista sea un rockero. Los pibes de 18 años deberían querer ser Santiago Motorizado, no desear presentar un Power Point con la idea de un jabón”.

Es difícil resetear los reflejos después de exigirlos tanto, ese reflejo de la comida chatarra que hace que el combo se estire más allá de lo que se pueda llegar a tragar.Secuencias obvias, tramas que duran 7 temporadas respondiendo preguntas que en el primer capítulo habían quedado claras: la historia va a caer dentro de la caja: “Hay fiestas que solo se sostienen porque hay gente que quiere entrar. La necesidad más grande tiene que ser del autor. Por algún motivo, por necesidad vital, por contarlo. Es muy difícil sentarse a escribir un bettseller. Tenés que contarlo porque te importa contarlo. Está todo hecho para que juzgues y cuentes algo parecido a la cartelera. Llegar a otro es una manera de vivir, no solo de contar”.

Qué éxito

A la gente le falta todo, menos mezquindad. Las redes sociales desnudan no solo a los caídos para y desde siempre, sino la derrota de lo aspiracional, al universo roto. Nadie se siente validado y corren detrás de lo auto-conclusivo: “Somos lo que somos, no somos Messi. Somos. Y eso genera una menopausia imposible de digerir: alguien tiene la culpa de lo que no me pasó.  Por eso siempre insultan los tipos grandes, porque es ahí donde habita el resentimiento. Y esa necesidad es válida en un primer momento pero después ese tipo quiere invalidar al resto, crecer y pegar el salto. No es democratizante, no es bello, solo refuerza. Es una droga puente a las mieles de esa especie de capital simbólico reconocido y  legitimado por la mayoría: el sueño del tuitero estrella es el salto, a la fantasía o a Tinelli, aunque nadie te pare por la calle ni a pedirte la hora”

La bestia te pide más.

El monstruo te pide más: genio, picardía, mala leche.

Que te pelees con algún famoso.

1000 seguidores

2000.seguidores

3000 seguidores

10.000 seguidores.

Y el tipo da, da, da, da y da.

Y de repente ya no puede entrar en un bar porque lo matan a trompadas, y le ofrecen escribir en una revista, y ya lo odian 4 o 5 y no puede manejar ni sostener lo que dijo, entonces empieza a tirar rebajes: no es tan violento, no es tan pícaro, no es tan genio ni ocurrente porque tiene costo y queda en un limbo que es mentira porque creyó que estaba ahí.

Él pensaba que después de los 10.000 seguidores venía Ricardo Darín: “Ese proceso es siniestro porque genera una sociedad que se sostiene como El señor de las moscas -la novela de William Golding-, donde reproduce lo peor y lo excluyente y se forman caras pequeñas, avatares sin identidad, en donde  nadie da el salto, como si fuera la pre guerra de la guerra, no pasa absolutamente nada. Eso es la menopausia moderna. La derrota ante lo no asumido. Ante eso, solo hay dos antídotos, ignorarlo, o tirar la buena”.

Está todo hecho

Está todo filmado

Está todo pensado.

Está todo escrito.

Menos la necesidad.

De Caro: “Hay que hacer por desamparo, no por originalidad. La originalidad es una necesidad de los productores que quieren vender sueños en la esquina, no de los artistas. No hay que inventar nada, hay que volver a transitar. Transitar para recordar que somos seres humanos, ¿cómo va a ser un invento si es para recordar? Hay que sacarse de encima la mochila del invento: la poética no es invento, es reutilización. Hay que continuar el fuego, tirar más carne para que sobreviva la poesía. Es lo único que hay que hacer. En forma de narración, de texto. Cuando menos invento haya, mejor”.

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