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Barrios cerrados

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Desde fines de 2003, como en otras villas bonaerenses, un cordón de gendarmes controla la vida de sus habitantes. Llegaron por tres meses y nunca se fueron. Y como no están acostumbrados a dar explicaciones de su accionar a la prensa, la presencia de mu generó momentos tensos, además de denuncias y revelaciones.

Barrios cerrados

Hay fronteras imaginarias y otras reales, pero ésta no puede ser más concreta: un cordón militar rodea La Cava, el asentamiento más importante de San Isidro. Grupos de gendarmes controlan sus accesos, donde piden documentos y preguntan a la gente de la villa que entra o sale adónde se dirige y a hacer qué.
El gendarme que está en la guardia lleva un fusil. Lo veo desde lejos, incluso antes de llegar a distinguir su cara. Lo mantiene apoyado sobre el cuerpo, listo para usar. Está con otros dos, vigilando todos los movimientos de la zona.
Zulma vive al otro lado. Nos recibe con una noticia: ayer tuvieron represión. Lo cuenta así: “Un pibe que es adicto y está medio loquito se puso a gritar. Había otros pibes en la calle, siempre se juntan ahí, cerca de la garita, y para dispersarlos los gendarmes les dispararon con balas de goma”. En el desbande, a un nene de 10 años le dieron un balazo en el pie. Se llevaron detenido al que gritaba. A ella no le parece mal que se lleven al un pibe hasta que se le pase, si la Gendarmería supiera cómo tratar con la gente sin disparar; pero ése no es el caso. Me muestra el lugar donde sucedió, mientras caminamos un pasillo en el que ahora, que es mediodía y hay un sol que parte el mundo, dos chicas se refrescan con una manguera que sale del interior de una casilla. El espacio público en la villa es el pasillo. No hay patios, no hay veredas, todo sucede acá.
La idea es conocer. ¿Cómo se vive en uno de los asentamientos que están bajo control militar? Zulma dice que avisó a unos vecinos por si quieren participar de la nota. En su casa ya hay un adolescente, y al rato llega Sandra, trayendo una bolsa de celofán. Es hermana del detenido, y saca de la bolsa dos cartuchos. Me los pasa: en la vaina se lee “stoping power”, balas antitumulto. Son los que le tiraron. ¿Es común que pase lo de ayer? Sí, pero la mayoría de las veces no dejan las vainas, dicen las mujeres. “Tiran y levantan, tiran y levantan”, apunta el chico.
Sandra fue al puesto central de la Gendarmería a hacer la denuncia. Se la tomaron, pero en cambio no consiguió que le dieran el nombre del gendarme que les disparó, aunque lo vio pasar frente a sus ojos dentro del destacamento. Le dijeron que si quería hacer otra denuncia fuera a los tribunales. Los hijos de Zulma escuchan. Son niños de primaria, pero sin ninguna ingenuidad. Uno informa: “Hay un tacho con sangre detrás de la casilla”. Y explica, didáctico, que es porque al que detuvieron le pegaron.
Empiezo la nota con esta historia porque fue lo primero que ocurrió al llegar al lugar. Después hablamos de otras cosas: a Sandra los vendedores de drogas le mataron dos hermanos, al segundo lo balearon a cincuenta metros de la Gendarmería, sin que nadie interviniera. Comparado con eso, todo es una cuestión menor. Así es vivir en la villa, parece decirme. Pero en el aire queda una cosa densa, la sensación de estar en la misma ciudad, pero bajo otras leyes, de segunda.

Una medida excepcional
Conozco a Zulma, la dueña de casa, desde fines de 2003, cuando se instaló el cordón y ella fue la única que quiso hablar. Las cosas cambiaron y ahora es más fácil encontrar alguien que opine. Da la impresión de que existe menos miedo. Pero ése no es el unico cambio: las patrullas que entonces rodearon el asentamiento ya no están a la intemperie, tienen puestos fijos y baños químicos. Rotan cada cuatro días, y en general se los ve instalados, sin señales de que vayan a irse. Fueron noticia en los primeros tiempos, pero con el paso de los meses y después de los años su presencia se naturalizó y hoy nadie se acuerda de que están ahí, a menos que ese alguien sea un habitante de la villa. En La Cava hay destinados 500 efectivos. Con un dispositivo similar, están también en Fuerte Apache y en el asentamiento Carlos Gardel.
Vale la pena rastrear su historia. El antecedente inmediato fue un esquema de actuación conjunta de la Gendarmería, la Prefectura y la Policía Bonaerense que implementó Eduardo Duhalde durante su gestión como presidente, cuando puso controles sobre los puentes de acceso a la Capital Federal y patrullajes en el anillo de 20 cuadras que bordea la ciudad de Buenos Aires. Se trataba de defender la ciudad “de los delincuentes que llegaban del conurbano”. El 26 de junio de 2002 este criterio de trabajo coordinado se usó por primera vez para controlar una protesta social. Fue el día de la represión en el Puente Pueyrredón, cuando fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. En diciembre de 2003 ya gobernaba Néstor Kirchner, efectivos de las tres fuerzas llegaron a las villas y se distribuyeron allí, rodeándolas como un cinturón. Había habido cacerolazos en los barrios acomodados de zona norte ante una ola de secuestros extorsivos. Llegaron por tres meses, como una medida de excepción, y se quedaron desde entonces.

Rolentino Domínguez vive en la villa, y está entre los que apoyan la presencia de la Gendarmería. Integra el Foro de Seguridad, y por eso siguió el proceso desde sus comienzos. Recuerda que el gobierno mandó inicialmente a la Prefectura, y que hubo vecinos que juntaron firmas para que se quedara en forma permanente. “Las mismas madres pedían que no se fueran, ‘si mi hijo sale a robar sé que no amanece’, decían”. Después tuvieron que sacar a la Prefectura de La Cava “porque ya había connivencia con los de adentro y entraba y salía la droga que querían”. Mandaron a la Gendarmería.
Entonces, ¿mejoró la seguridad?
No –dice sorprendentemente.
¿No mejoró en los cuatro años?
Mejoró el primer tiempo, pero la droga y las armas volvieron a entrar. Es una cadena, si a un pibe le das droga y le das un arma… Envenenan a los chicos, y cuando están pegados a la droga salen desesperados a robar. Supuestamente a La Cava no tendrían que entrar ni las drogas ni las armas, porque para eso se hace el control en todas las entradas. Pero pasan igual.
¿Y el Foro de Seguridad?
Se desinfló bastante cuando vimos que el subcomisario estaba arreglado con los que venden droga.

El concepto de libertad
En La Cava viven 10 mil personas en 22 hectáreas. Esto quiere decir, antes que cualquier cosa, que no hay espacio. Contra los paredones que cercan el barrio, rodeado de chalets y casonas, las calles se cortan. Ahí, en esos metros de asfalto que están junto a los muros que dividen opulencia de miseria, la gente de la villa sale por las tardes a dar una vuelta o a tomar mate. Es el espacio donde los chicos andan en bicicleta. Y donde las diferencias sociales se muestran con el mayor contraste.
Estamos haciendo fotos cuando unas madres vienen a buscarnos. Dicen que los gendarmes las echaron de la calle. Pasó lo siguiente: el dueño de uno de los chalets que están pegados a la villa se quejó. La Gendarmería quiere sacar a los chicos del lugar y las madres aprovechan que hay un medio y un fotógrafo. Empieza la discusión. Los gendarmes son duros: no se puede andar en bicicleta ni estar en esta calle. Tampoco se puede sacar fotos. Como se junta gente, en un minuto llega una camioneta con refuerzos. Entre los recién llegados, uno se presenta como el responsable del operativo y otro como su asistente. Cuando sacamos una credencial de prensa, mágicamente todo cambia. Se puede andar en bicicleta porque la calle es de todos. Estamos en una democracia. Hubo un malentendido con los suboficiales, “que no saben expresarse”. Las madres les recriminan la represión de ayer. El jefe recuerda que siempre pueden hacer una denuncia, y el asistente apunta: “ustedes ya llamaron a los medios”. Las madres ahora embisten con un punto fuerte, y denuncian que la Gendarmería maltrata a los que viven adentro y por eso se mete a la villa encapuchada. El jefe ensaya una salida notable:
–Si hay personas de verde que entran con la cara tapada, también pueden hacer una denuncia.
Las mujeres se quedan atónitas:
–¿Los de verde no son ustedes?

Dentro de la villa hay varias villas. El asentamiento nació hace casi 50 años, en 1959, sobre un predio de la antigua Obras Sanitarias, que había excavado allí en busca de napas de agua. Quedaron tres grandes fosos, de casi seis metros de profundidad, que luego fueron basurales y finalmente el suelo de la villa. Hubo distintas oleadas. La Cava y Cava Chica fueron las primeras áreas que se poblaron, y por eso las casas son más amplias, pero los que llegaron después tuvieron necesariamente que achicarse. A partir de los 90, nuevas familias crearon las zonas conocidas como “la isla” y “la montaña”, áreas de pura indigencia. Con cada oleada se multiplicaron los comercios. Los hay de todo tipo: kioscos, almacenes, carnicerías, pizzerías, ferias americanas, videojuegos, que hacen que alguien pueda vivir, si así lo quiere, sin necesidad de salir del lugar. Christian, 24 años, dice:
–Éste es mi mundo, yo no molesto a nadie. ¿Dónde voy a estar más tranquilo?
Y se contesta con una extraña conclusión:
–Acá adentro soy libre.
Lo miro: trato de medir cuán hostil o inaccesible está siendo el afuera de la villa para que me diga esto. Me doy cuenta de que no se trata sólo de la instalación de un control militarizado y humillante. Él es uno de esos chicos que viven sin trabajo y sin futuro, sin ninguna ilusión de integración. La ciudad era el lugar donde alguna vez convivimos, pero se está volviendo otra cosa: tal vez una suma de áreas aisladas, sin puertas para que los que viven en un lado pasen al otro.

El anillo que rodea la villa puede ser pensado también desde ese punto de vista: como la contracara de los countries, esos barrios cerrados que se empezaron a construir, también en los 90 como la oferta de un lugar donde estar en contacto con lo natural y aislado de lo social. De alguna manera, el cerco sobre las villas completa el círculo.

Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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