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El lejano oeste: La escuela nº49 de Moreno, sin Sandra y Rubén
Retrato de la escuela que explotó en Moreno. La comunidad que despertó para reclamar por la educación y la vida. Los números del desastre, y las historias atrás de los números. Barro, clases que no arrancan y futuro. Por Ezequiel Scher.
Al lado de una hoja cuadriculada pintada en birome con la leyenda “Eras mi segunda mamá”.
A centímetros de un envase cortado que funciona como florero de unos claveles rosas de plástico.
A sesenta cuadras de la estación de tren de Moreno.
Entre calles con cráteres de barro y con arroyos escupidos con basura.
Abajo del letrero de la escuela que explotó por dentro.
Acá, las nenas y los nenes todavía lloran.
Ya es fin de mes y en un acto de ocho cuadras donde el eco de las casas de ladrillos sin revoques grita “Sandra y Rubén: presentes”, las nenas y los nenes andan con caras enrojecidas y con mocos y con lágrimas en cataratas. Miran hacia la Iglesia Familiar Cristiana de la Asamblea de Dios, que hace las veces de colegio, donde los docentes entregan semanalmente las fotocopias -pagadas de sus bolsillos- con tareas para no olvidar lo aprendido. Miran hacia ahí porque su escuela, en frente, está cerrada.
Por una rendija, se puede ver que algo la están arreglando. Dicen los obreros que están cambiando la instalación de gas y reparando las zonas destruidas en la explosión. Dicen, pero eso no alcanza.
“El límite tendría que estar más lejos de la muerte y más cerca de la dignidad”, flamea un cartel de la escuela provincial 79. El 3 de agosto, en el cementerio Parque del Buen Retiro, sobre el pasto mojado que rodea la lápida de Rubén, Roberto Baradel, secretario general del sindicato Suteba Provincia, anunció que las clases no volvían en esa zona hasta que las condiciones no estuvieran dadas. El gas y todo lo otro. El run run dice que las clases no vuelven hasta octubre.
Aunque Gabriel Sánchez Zinny, director general de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, asegure que se “usa políticamente la situación”, por lo bajo, desde el propio Ministerio de Educación aseguran que la Región 9 -Moreno, San Miguel, Malvinas y José C. Paz- es la peor de Buenos Aires.
Hay repartidas en las 264 entidades educativas de Moreno:
- Paredes electrificadas
- Pérdidas de gas
- Estufas apagadas para evitar pérdidas
- Pozos cloacales que se desbordan
- Cielorrasos que se desploman
- Faltante de meriendas
- Y nenes llorando.
Varias docentes que denunciaron la situación recibieron amenazas planteándoles, como Sánchez Zinny, que “dejen de hacer política”. Y una de ellas, Corina De Bonis, fue secuestrada el 12 de septiembre por dos hombres que la golpearon y le propinaron una amenaza flotante: “El que avisa no traiciona: la próxima, el cementerio”.
Postales del abandono
Una mamá cuenta que su hijo volvía con dolor de cabeza desde comienzos de año. Nunca supo por qué, pero ahora que se evidenció qué había en el aire cree que es por lo mismo: el 2 de agosto, minutos antes de que los alumnos de la escuela Nº 49, la Nicolás Avellaneda, entraran a clase, un escape de gas, denunciado ocho veces antes al Consejo Escolar del distrito, explotó, como una bomba, y lanzó por el aire -sin metáforas- los cuerpos de Sandra Calamano y de Rubén Rodríguez, la vicedirectora y el portero.
Murieron.
Estaban preparando el desayuno para 500 chicas y chicos que iban ahí todos los días y que, por veinte minutos, sobrevivieron a la que podría haber sido una de las mayores tragedias de la historia argentina.
Esa mañana, como todas hace 17 años, Hernán Pustilink iba a la escuela, a su tercer grado, y lo llamó Marisol, una compañera: “Explotó la sala de profesores y encontraron el cuerpo de Sandra en lo del vecino”, le dijo. No podía ser la vicedirectora, que los sábados comandaba la orquesta infantil, que organizaba el taller de estampado. No podía ser Rubén, que hacía treinta años abría las puertas y decía buen día. Pero podía ser, porque la palabra mágica es de pesadilla: “Naturalizamos. Porque pasó lo que dijimos en montones de asambleas y lo que denunciamos en el Consejo Escolar de Moreno”.
Hernán se refiere a lo que, en números y más acá de anécdotas de terror, se desprende de un informe que realizó el Frente de Unidad Docente de la provincia de Buenos Aires con cifras y datos recolectados en 2000 colegios.
El 95% tiene “condiciones inadecuadas” en las instalaciones de gas
El 88% malas condiciones edilicias
El 82% mal suministro de agua
El 91% condición inadecuada de instalación eléctrica
Otros números indican que el 75% de los establecimientos del distrito no tiene gas natural y, según el Área de Investigación de Salud Laboral de Sutepba, en el 61,3% no hay una instalación segura y cuidada. Sólo en el 24,4% se realiza un mantenimiento correcto.
La caja de Pandora
Para Marcela Corvalán, maestra de sexto grado de la escuela 49, con la explosión también se visibilizó eso llamado “la realidad” que es acaso sus condiciones laborales y de enseñanza. Como si la caja de Pandora en la que vive hubiera salido a la luz: “Esto lamentablemente muestra la realidad de que las cosas no están en condiciones. Estas dos muertes abren la realidad al país”, dice.
“Son dos héroes”, sintetiza Hernán, mientras saluda a Demian, un nene que patea las calles sin vereda en una mañana de frío porque no tiene escuela: “Si no hubiera explotado con ellos, hubiera sido veinte minutos después con todos los alumnos”, repite, en una imagen que no es peor de la que ocurrió, sino tan solo parte de la misma realidad.
Los rostros de Sandra y Rubén fueron graffiteados en una esquina cercana a la escuela. Quedarán allí para siempre. Para que nadie olvide, en el lugar olvidado.
La nave del olvido
Es el oeste del oeste. El olvido del olvido. Si hay diferencia en infraestructura entre una escuela privada y una pública, si hay distancia entre una pública de Capital y una de Provincia, todavía peor es entre las primeras estaciones del Sarmiento y las últimas. En los subtes porteños, hay carteles con un número de emergencias y una breve explicación de qué es el monóxido de carbono. Acá, nada de eso.
Acá está Mabel, que lleva una remera con la cara de su compañero y agarra un micrófono para admitir con dolor que sigue esperando que aparezca Rubén y le diga que todo es una pesadilla. Recuerda ese 2 de agosto, cuando una amiga del alma la llamó para pedirle que se acercara a la escuela. “Tranquila”, le pidió. “Sabía que algo había pasado”.
Sergio Siciliano, subsecretario de Educación, es el único de los funcionarios de alto rango que se acercó a la escuela. Estuvo con Mabel, dijo que estaba ahí para escucharla. Cara a cara, sobre la calle mezcla de asfalto y de barro, no pudo casi ni respirar. Mabel le ladró: “No es que no hacemos los reclamos. Nos viven pidiendo planillas y planillas. Somos un número. Un número para ustedes, nada más. Por favor, te lo voy a pedir: hagan las cosas como deben ser. Dejen de echarle la culpa al gobierno anterior. Háganse cargo ustedes de una buena vez. Porque, si se hicieron tan mal las cosas en el gobierno anterior, hagan las cosas bien ustedes. ¿Entendés? ¿Me entendés? Basta de intervención. No sirven para una mierda esas cosas. Déjense de joder: atrás de un escritorio no solucionan nada. Hoy perdimos a la vicedirectora y a mi marido, auxiliar. Hoy estarían con nosotros si se hubieran hecho las cosas bien. ¿Me entendés?”.
Tres segundos de silencio. El viento sopla en Moreno. El funcionario dice sí. Atrás, algunos que lo secundan mueven la cabeza como muñequito de perro. Y, cuando siente que el sermón terminó, que el mal trago pasó, reciben lo peor. Mabel, que va a extrañar a su amor para siempre, se lo marca bien clarito: “Acá, por cinco minutos, esto no fue una masacre”.
Quién es quién
En las marchas del 3 de agosto, del 24 del mismo mes y del 3 de septiembre hay un cartel que se repite: “Sánchez Zinny renunciá”. Se refiere al director de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia, que se compone a su vez de cuatro subsecretarías: Recursos Humanos, Administración, Educación y Territorial. La segunda cartera tiene, en parte, la responsabilidad de la infraestructura.
La última la encabeza Florencia Castro. Según la web del gobierno, entre sus tareas se encuentra la de “establecer las condiciones necesarias para el mantenimiento de la infraestructura de los edificios educativos de la provincia a fin de garantizar la habitalidad de los espacios destinados al desarrollo de la enseñanza. Elaborar y coordinar los proyectos de obras de construcción, ampliación, refacción y refuncionalización de los mismos”. De ella dependen los Consejos Escolares, una institución republicana, cuyos miembros se votan en cada elección. En Buenos Aires, el mapa de la Educación está dividido en 25 regiones, con 135 distritos. Moreno es el 73.
El director de esa área es Marcelo Di Mario -ex asesor de la exministra de Salud, Zulma Ortiz, y ex empresario farmacéutico (Farmatrack S.A.)- quien por estos días mantiene dos grandes focos de conflictos: Mar del Plata y Moreno. La ciudad balnearia tenía intervenido por el Poder Ejecutivo su Consejo Escolar, el interventor renunció, Di Mario asumió ese cargo, pero “por el estado de las escuelas” alumnos y docentes tomaron el Consejo.
Moreno presenta otra situación irregular: a días de haber ganado la elección el Frente para la Victoria, el Consejo Escolar, que debe garantizar la situación en los establecimientos, fue intervenido por el oficialismo provincial.
Sebastián Nasif fue el interventor hasta el 10 de agosto. Renunció. Argumentó que, tras la no-tragedia, fue amenazado de muerte. En marzo, había firmado un acta donde aseguraba el “mantenimiento, condiciones de seguridad y funcionabilidad” de las escuelas del distrito. Luego de las repetidas denuncias, envió un gasista matriculado, Cristian Ricobene, a la Nicolás Avellaneda. Estuvo con Sandra mirando las instalaciones. Al día siguiente, la escuela explotó.
Acusado de homicidio culposo, el gasista estuvo detenido, pero pagó la fianza y salió libre. La fiscal de la causa, Gabriela Urrutía, plantea la posibilidad de que haya actuado con negligencia. “Usan a mi marido como un perejil. Después de lo de la escuela, terminó arruinado. Él se fue a dormir sin pensar en que dejó algo mal hecho. Lo están ensuciando. El culpable de todo esto, del abandono de las escuelas, de que la plata nunca llegue, no puede ser un simple laburante”, dice Valeria Pereyra, su pareja.
Vidal y Sánchez Zinny le echan la culpa a la “política”. Nasif, a la oposición y al gasista. El gasista, al Estado. Los docentes gritan presente para recordar a Sandra y a Rubén. Piden presupuesto. La Dirección dice que, en 2017, el 85% de la plata estuvo puesta en salarios. Que este año el porcentaje aumentó. Los docentes aseguran que no alcanza. Y el panorama, FMI mediante, no es el más esperanzador.
De abrazos y Salidas
ara Eccleston fue una de las maestras estadounidenses que trajo Domingo Sarmiento, en su plan de importar especialistas en educación, a fines del siglo XIX. Fue la única capacitada en infantes -hoy, educación inicial-. Todas las mañanas, las madres se acercan al jardín 907 de La Reja -una de las cinco localidades del Municipio Moreno- para buscar el desayuno. No hay clases porque no están dadas las condiciones, pero si no se acercan sus hijos y sus hijas no van a tener qué meterse en la panza. Esa escuela se llama Eccleston, aunque difícilmente la norteamericana haya pensado que el sistema que soñó terminaría en esto: “Denunciamos que había escape de gas. ¿Qué hicieron? Lo cortaron. Vienen nenes chiquitos acá y tienen frío. Cambiaron los caños, pero siguió habiendo olor a gas. No podemos exponerlos a esta situación”, cuenta Gladys, que lleva un pin en el corazón que recuerda a sus compañeros fallecidos. Desde esa conexión se hace la pregunta obvia: “¿Tiene que pasar lo que pasó en la 49 para que lo arreglen?”.
A Chichi Baranzini la confundían con la madre de Sandra, pero es su suegra. Marcelo Rudy, su hijo, también es docente, como ella. La historia familiar transcurre en las aulas e incluye los “sábados de puertas abiertas”, como los llamaba la vicedirectora. Durante la semana, la 49 funcionaba como lugar de desayuno, almuerzo y merienda; su idea fue extenderlo a un día más en el que pudieran ir a hacer talleres. “La corrupción mata y acá tenemos la prueba”, dice Chichi, como si fuera un capricho del diccionario usar la misma muletilla oficialista.
Mientras, recibe abrazos que, como siempre, ayudan a combatir las tragedias. “Aunque sea virtual, cada abrazo lo siento”, agrega, sabiendo que lo colectivo es el único plan viable.
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