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Verdades: crónicas del más acá

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Por Carlos Melone

Salvador Mazza es una ciudad fronteriza con Bolivia en el norte de Salta. Reúne un compendio de fealdades que suelen caracterizar a muchas de esas ciudades: la vi sucia, desprolija, descuidada, caótica, sombría.

Un gran playón que antecede al cruce internacional es un espacio confirmatorio del caos. Autos, personas, carritos se cruzan sin orden ni lógica y todo puede suceder en cualquier momento. El espíritu de Werner Heisenberg sobrevolaba el tinglado aduanero.
Un conjunto de caras y miradas convocaron el espíritu de Cesare Lombroso. Rajé rapidito y por las piedras ante tanto espíritu científico.
En el acceso a la ciudad, al costado de la Ruta 34, hay una estatua del Dr. Salvador Mazza, inmortalizado por sus enormes aportes científicos y (en mi cholulismo) por una entrañable actuación de Miguel Ángel Solá en Casas de Fuego. La escultura de homenaje parecía haber sido construida por un grupo de vinchucas resentidas. Así de fea. Además despintada, descuidada y rodeada de un yuyal de altura amenazante.
Tomé la ruta buscando el empalme hacia Formosa en un día despejado y luminoso. Ante un tinglado de Gendarmería, popularmente identificado como “puesto de control”, fui invitado a detenerme por un verde Guardián de las Fronteras.
Todo amabilidad, me preguntó de dónde venía y hacia dónde iba. Cuando le dije que venía de Salvador Mazza e iba a Formosa tuve la sensación de haber cometido un error. La verdad siempre es un error.
El gendarme, siempre correcto aunque poniéndose algo rígido, me invitó a descender del vehículo y me dijo que debían realizar una inspección a fondo. Suspiré.
Resignado, abrí todo lo que se podía abrir del auto: portón trasero, las cuatro puertas, el capot, la guantera, la heladerita. Dos gendarmes se tiraron debajo de la carrocería y otros dos revisaron el interior como se busca el amor en una tarde fresca de otoño.
Un pichicho no-oficial y plebeyo -, me olfateó burocráticamente, me movió la cola y, con mi aval, se comió todas mis galletitas.
El gendarme del primer contacto me conversaba todo el tiempo, intrigado acerca de por qué había ido a Mazza y qué iba a hacer a Formosa. Cada quién haga sus deducciones. La respuesta “pasear” no le cerraba. La verdad nunca cierra.
Como diría mi mamá, “lo importante es que no te pasó nada, nene”: una hora después fui liberado y seguí rumbo a Formosa.
Tras un buen rato de andar y ya a punto de cocción al carbón llegué a Las Lomitas, más o menos en el medio de la provincia. Las Lomitas es un pueblito que tuvo sus 5 minutos de popularidad cuando estuvo detenido durante la dictadura Carlos Saúl Menem. Es muy pequeño, tiene una ancha y breve avenida central, con boulevard de construcción reciente y la habita una sensación media de humedad que convierte a Buenos Aires y el Conurbano en un remanso de sequedad.
A punto de morir sofocado, me instalé a pasar la noche en un hotelito donde la dueña lucía una buena cantidad de fotos junto al inmortal gobernador de la provincia, Don Gildo Insfran. No sé si era orgullo o un salvoconducto.
A la mañana fui a uno de los lugares de belleza más refinada que vi en esta inmensidad llamada Argentina: el Bañado La Estrella, a pocos kilómetros de la ciudad. Un bañado donde las formas y los colores, especialmente el verde, el blanco y el azul invitan a la perplejidad. No se puede decir más porque es imposible. Un pajarerío múltiple y bullanguero acompaña todo el tiempo.
Después, continué mi camino por la verde Formosa cuando nuevamente, en la salida de un pueblo, fui detenido por los Custodios de la Frontera Nacional (aunque estaba algo lejos de dicha frontera). Una joven, rubia y solemne gendarme, en medio de la desolación más absoluta me pidió los papeles. Mi hipótesis es que lo hizo de aburrida.
Me preguntó de dónde venía, le dije; me preguntó dónde iba, le dije; me preguntó por qué, le dije y sin más, giró sobre sus talones y se fue con mis papeles a una oficina al costado de la ruta. Imaginé una nueva inspección a fondo. Nuevamente todos los números en mi casillero de la ley. La enunciación de la verdad, a esa altura, comenzaba a llenarme vacíos corporales y espirituales.
En ese momento estaban jugando la primera final de la Copa Libertadores Boca y River y desde una radio devino el grito de gol (yo no escuchaba el partido porque en la ruta no tenía señal ni de Dios). Un gendarme salió a la ruta, rodillas flexionadas, brazos a los costados con puños cerrados, colorado como un tomate pasado, con la boca redonda, gritando gaaal (sí, con la a) completamente descompuesto. La mesura y la circunspección estaban, digamos, diluidas. Los demás gritaban, saltaban y se abrazaban como si fuese… no sé muy bien como si fuese qué.
Todas mis teorías acerca de los efectos del fútbol en el aparato neuronal nacional se vieron constatadas empíricamente en un instante. Y que conste: me gusta el fútbol.
La gendarme volvió con una sonrisa de oreja a oreja, mis documentos y me deseó un maravilloso viaje (sic).
Pocos kilómetros después decidí un cambio de rumbo, tomé la Ruta 95 y comencé a atravesar el Chaco en dirección Norte-Sur. Mi mamá dice siempre: “Nene, vos no estás bien”. Mi mamá es como la verdad: molesta.
Hay un largo tramo de la Ruta 95 que es un sarcasmo vial, y donde hubo ruta ahora hay solo pozos. Gigantescos, pequeños, con montículos, transversales, longitudinales, con plegamientos del hurónico, del hercínico. Un encantador desafío para el conductor y su vida.
Finalmente la ruta reapareció cerca de Castelli, ciudad que dice ser el Portal de Entrada al Impenetrable. Después me enteraría de que hay otra ciudad, Miraflores, que dice ser el verdadero Portal de Entrada al Impenetrable. Ser Portal de Entrada a algo que es Impenetrable es un oxímoron argentino. Y discutir acerca de quién lo es, una maravilla gramatical criolla.
Encendí la radio. Con potencia y nitidez deslumbrantes, dos FM se destacaron sobre el resto, que era un concierto de grillos alterados y descargas prometeicas.
Una FM era católica y, entre otras cosas, anunciaba que el Padre digamos X este viernes se iba a encontrar con los fieles en la casa de la Sra. digamos T para conversar acerca del Espíritu Santo y temas colaterales. Tal cual. Entre aviso y aviso, una locutora de voz profunda y profesional presentaba música variada (en inglés) y mensajes reiterados acerca de las dos vidas, enunciados con la cadencia de una publicidad de perfume francés.
La otra FM era evangélica, también con una locutora de voz notable. Sus mensajes eran relajados, al estilo de las aplicaciones para poder dormir. Algo de anuncios comerciales y mucho de encuentros para orar aquí y allá. Y lectura bíblica (breve) entre anuncios y avisos. En un momento cambió la lógica: empezó a sonar un rap de un grupo portorriqueño. La letra era religiosa y los arreglos, voces, fraseos, ritmos y acordes eran de primera calidad.
Además la letra era “atractiva”, elaborada y tenía un estribillo muy pegadizo aludiendo a que eran ovejas que no temían a los lobos.
Cuando terminó el rap apagué la radio, temeroso de que mi alma oscura se iluminara.
Cuando entré al norte santafesino se desplomó una tormenta de agua.
El diluvio, finalmente.
Mi mamá dice que soy un pecador.
Hay verdades irrefutables.

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