#NiUnaMás
El femicidio de Luciana Sequeira: el virus de la impunidad
Quisieron hacer pasar la muerte de la joven como causada por Covid-19, lo cual además evitó que la familia pudiera despedirse; tenía signos de tortura que nunca fueron investigados. Un detenido, hijo de un oficial, y los indicios de que hay más involucrados en Villa Atamisqui, un pueblo donde las sospechas llegan a la policía y a la municipalidad. El reclamo de su hermana, de Santiago del Estero a la Plaza de Mayo. Por Anabella Arrascaeta.

Apenas Luciana Sequeira murió, sola en una sala del Hospital Regional Ramón Carrillo de la capital de Santiago del Estero, la familia marchó a la Comisaría 20 de Villa Atamisqui a pedir justicia.
Marcó así hacia dónde mirar: a la policía, para que no encubriera al único sospechoso, un joven que en ese momento era menor de edad, hijo de un oficial del pueblo.
Luciana, 17 años, estaba en el último año del secundario; le gustaba jugar al fútbol y quería estudiar para ser, justamente, policía.
El 14 de junio de 2021, salió de su casa junto a su prima para hacer compras. Antes de entrar al supermercado le dijo que iba a sacar unas fotocopias que necesitaba para la escuela a una librería ubicada a unas cuadras. No volvió. Lo siguiente que supo su familia llegó de una llamada del hospital: estaba internada muy grave.
Qué pasó
El lunes 14 de junio, a las 18 horas, Luciana llegó junto a Lautaro Corvalán, compañero de escuela, a un hotel transitorio en el Barrio Lagunita Sur de Villa Atamisqui. Llegaron en la moto de Lautaro, una moto roja. La moto negra de Luciana quedó estacionada a dos cuadras del hotel. Una hora después de ingresar al hotel, él se fue, solo. Entonces la dueña del lugar entró a la habitación y encontró a Luciana cubierta de sangre, inconsciente, con convulsiones y tapada con dos almohadas.
“Ella lo conocía a él porque era compañero de colegio, pero no sabemos qué pasó dentro del hotel”, dice a MUYolanda, hermana de Luciana.
Los dueños del hotel llamaron al hospital; llegó la ambulancia y después la policía. Luciana había salido con su documento, carnet de la obra social y las llaves de su moto, pertenencias que nunca aparecieron.
Relata Yolanda sobre la sospecha en esos primeros momentos: “Supuestamente entre los primeros en entrar a la habitación estaba el padre de este chico, sin saber que el hijo estaba involucrado. Además, hubo más gente en la habitación: el dueño del hotel entró con un vecino, y entró la mujer también”.
A Luciana la llevaron en ambulancia hasta el Hospital Zonal y por la gravedad de su cuadro la derivaron al Hospital Regional, a 120 kilómetros, en la capital de la provincia.
“Le pusieron oxígeno y la llevaron a la ciudad; tardaron hora y veinte minutos en llegar. Por lo que dice la historia clínica llegó prácticamente muerta porque perdió mucha sangre”.
Tenía quemaduras en las piernas y en la espalda, además de una herida en la zona genital que le provocó la hemorragia.
El hospital
Luciana agonizó durante tres días en terapia intensiva del Hospital Regional. Yolanda, una de sus 5 hermanas y hermanos, se enteró de lo que había pasado porque el llamado de una prima. Ella vive en la Ciudad de Buenos desde hace 14 años; se fue inmediatamente para su provincia natal. Cuando llegó, la noche del 16 de junio, Luciana todavía seguía viva, pero no pudo verla. Tampoco la pudieron ver su mamá, ni su papá, ni sus hermanos: nadie de su familia pudo ni acompañarla en el dolor ni despedirse. “Supuestamente porque ella tenía Covid positivo no nos dejaban verla. Pero nunca tuvo ningún síntoma. Aparte a mi mamá y a mi hermano les hicieron test y dieron negativo. A Luciana le hicieron dos testeos: el primero fue un antígeno que dio negativo y el segundo dio positivo, pero nunca vimos ese comprobante”, dice, continuando el camino de dudas.
Cuando el 17 de junio por la mañana Luciana murió, el parte epidemiológico del Ministerio de Salud provincial la incluyó entre las 13 víctimas del coronavirus de ese día, obviando la situación violenta en la que fue encontrada, los indicios de tortura que causaron la muerte, e incluso la investigación en curso.
La autopsia, llevada adelante por una junta médica, tardó casi tres semanas en arrojar resultados. Lo que concluyó fue que murió por “causa mixta”, es decir por la pérdida de sangre pero también por problemas ocasionados por el cuadro de Covid. La autopsia además indicaba que tenía quemaduras pero no a qué se debían, y que tenía lesiones vaginales pero no cómo se habían producido. Analiza Yolanda: “Nosotros no tuvimos perito de parte en la autopsia porque la abogada de ese momento nos recomendó que no era necesario, que los médicos no se iban a vender. Pero la pericia yo creo que fue falsificada: Luciana no puede haber fallecido de Covid si ella entró con un shock hipovolémico, si había perdido mucha sangre. Ahora nosotros pusimos un perito de parte para impugnar la autopsia pero lo que explicó el abogado actual es que todavía no se puede utilizar”.
Yolanda, que trabaja en una casa particular mientras estudia para ser chef, pagó el monto equivalente a casi cuatro salarios mínimos a su abogado, pero asegura no estar conforme con el proceso.

La investigación
Desde el día en que Luciana fue atacada intervino la fiscal Vanina Aguilera, de la Unidad de Delitos contra la Integridad Sexual. La misma tarde del lunes Lautaro Corvalán, en ese momento también de 17 años, fue detenido en su casa.
Cuando Luciana murió, Corvalán fue imputado, en una audiencia virtual, por los delitos de abuso sexual con acceso carnal seguido de muerte. Después de que se le leyeron los cargos, él hizo silencio desde el Centro de Guarda para Jóvenes en Conflicto con la Ley, y no declaró. En ese momento lo defendían tres abogados. “Sigue detenido, antes estaba en un penal de menores pero ahora está en una comisaría. Mi abogado me dijo que a la querella no se le dice dónde está, pero hay rumores de que está en la comisaría del pueblo donde el padre trabaja”, cuenta Yolanda, indignada, a mil kilómetros de su familia.
Su hipótesis: “Parece que hay más involucrados pero él no quiere hablar. En un momento dijeron que había dos sospechosos más pero como no había pruebas no se avanzó en la investigación. Supuestamente hay una testigo que no quiere hablar, porque los involucrados son gente de poder. Supuestamente los que están detrás de esto son narcos”.
Las mismas dudas de Yolanda llegan hasta los dueños del lugar: “Yo lo que pienso es que el dueño del hotel también está involucrado en esto, no puede ser que no haya escuchado ningún ruido, que ella no se haya defendido”.
Los videos y las fotos del lugar muestran un alojamiento sin nombre ni cartel. Toda la edificación está en planta baja, justo en la esquina de las calles Córdoba y Sarmiento. En el frente, arriba de cada una de las puertas pintadas de marrón, está escrito a mano y pintura el número de habitación, que se pueden alquilar, según medios locales, por hora, día o mes. En el lateral una puerta de reja blanca lleva a un patio trasero.
“La habitación donde ellos estaban está al lado de donde los dueños atienden. El hotel tiene dos entradas, una por delante y otra por detrás que hay como un patio, un portón. Pero las cámaras están solo adelante”. Yolanda piensa entonces que si hubo más involucrados entraron y salieron por atrás, sin ser vistos.
Mientras tanto el acceso a la justicia es a tracción de wifi. Dice Yolanda: “En una audiencia no pudimos participar porque en Santiago del Estero hay muy mala conexión a Internet y mi mamá no pudo conectarse. A mí no me dejaban conectarme porque tenía que ser mi mamá o mi papá, que son los denunciantes. Estuvo el abogado, en otra audiencia mi mamá fue al estudio de abogados directamente para poder estar”. Cada vez que la familia de Luciana quiere averiguar algo de la causa tiene que recorrer los 120 kilómetros que la separan de la capital. Ni para los traslados, ni abogados, ni pericias recibieron ayuda estatal, ni municipal, ni provincial, ni nacional.
La despedida
El cuerpo de Luciana no pudo ser velado por su familia: por protocolo Covid fue directo al cementerio de Villa Atamisqui. A fin de año, cuando la joven hubiese terminado el secundario, se hizo una ceremonia y se colocó sobre la cruz que lleva su nombre un gorro de egresada, y sobre su tumba, el diploma de su escuela secundaria.
Las movilizaciones para pedir verdad y justicia al principio eran masivas para un pueblo pequeño, después, no. “Últimamente no iba nadie. -se lamenta Yolanda- Los amenazaron y dejaron de ir, están todos metidos en la política, tienen planes sociales o trabajan en la municipalidad, y los amenazaban que se iban a quedar sin trabajo si seguían en las marchas”.
El pasado 3 de junio, a siete años de la primera marcha de Ni Una Menos, Yolanda fue a Plaza de Mayo con la foto de su hermana. Llevó lapiceras de colores y una cartulina violeta. Frente al memorial de las víctimas de femicidios que impulsaron durante esa tarde el Observatorio Lucía Pérez y la Cooperativa lavaca, Yolanda escribió: “Somos el grito de las que ya no tienen voz. Justicia por Luciana Sequeira. 17/6/21”.
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La venda en los ojos: la justicia frente al abuso sexual contra niñas y niños
El 42% de las denuncias de violencia sexual corresponden a menores de 17 años en la ciudad de Buenos Aires. El ministerio de Justicia bonaerense reveló que entre 2017 y 2022, de más de 96.000 causas por abuso sexual, 6 de cada 10 tuvieron como víctimas a menores y se duplicó el número de denuncias: el 80% fueron mujeres, principalmente niñas y adolescentes de entre 12 y 17 años. ¿Cómo recibe el Poder Judicial a las infancias que se atreven a denunciar abusos? Las víctimas convertidas en “culpables” de un delito que padece a nivel mundial entre el 15 y el 20% de la niñez. La campaña conservadora y oficial: desestimar denuncias y motosierra. Lo que no quiere ver la justicia. Cómo encarar estos casos, y la enseñanza de Luna. Por Evangelina Bucari.
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Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

Daniel y Susana denunciaron que desapareció el cuerpo de su hija, Cecilia Basaldúa, que reclamaban para realizar nuevas pericias. La historia de lo ocurrido y el rol de la fiscal de Córdoba Paula Kelm “que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.
Por Claudia Acuña
El 7 de noviembre Cecilia Basaldúa hubiese cumplido 42 años y no hay festejo porque no hay Cecilia: la desaparecieron, violaron y mataron en abril del año 2020, en Capilla del Monte y en pleno aislamiento por la pandemia de Covid. Su familia, como cada año, reunió amistades y familiares de otras víctimas de femicidios territoriales –el padre de Natalia Melman, el hermano de Laura Iglesias– en el mural que la recuerda en su barrio de Belgrano. Fue ese el marco elegido por Daniel y Susana, los padres de Cecilia, para compartir lo que significa buscar justicia para este tipo de crímenes. Con la voz partida por el dolor narró cómo fue la última reunión con la nueva fiscal responsable de la investigación: es la cuarta. La primera – Paula Kelm– desvió las pruebas para atrapar a un perejil, que fue liberado en el juicio oral y así la investigación del femicidio de Cecilia volvió en punto cero; el segundo estaba a meses de jubilarse y pidió varias licencias para acortar su salida; el tercero –Nelson Lingua– no aprobó el examen para ocupar el puesto y, finalmente, desde hace pocos meses, llegó ésta –Sabrina Ardiles– quien los recibió junto a dos investigadores judiciales y los abogados de la familia. Antes se habían reunido con el ministro de Justicia de la provincia de Córdoba, Julián López, quien le expresó el apoyo para “cualquier cosa que necesiten”. Fue entonces cuando Daniel y Susana creyeron que había llegado el momento de trasladar el cuerpo de su hija hasta Capital, donde viven y, además, habían logrado conseguir que se realice una pericia clave para la causa y que siempre, en estos cinco años, les negaron. Fue la joven investigadora judicial quien soltó la noticia: el cuerpo de Cecilia no está.

Gustavo Melmann, que sigue buscando justicia por su hija Natalia, junto a Daniel Basaldúa y Susana Reyes, los padres de Cecilia.
Según pudo reconstruir la familia después del shock que les produjo la noticia, fue en 2021 –cuando todavía estaban vigentes varias restricciones originadas por la pandemia– cuando el cuerpo fue retirado de la morgue judicial, a pesar de que Daniel y Susana habían presentado un escrito solicitando lo retuvieran allí hasta que se realicen las pruebas por ellos requeridas. La fiscal Kelm no respondió a ese pedido ni notificó a la familia de lo que luego ordenó: retirar el cuerpo de la morgue y enterrarlo.
¿Dónde? La familia está ahora esperando una respuesta formal y sospechando que deberán hacer luego las pruebas necesarias para probar la identidad, pero no dudan al afirmar que con esta medida han desaparecido el cuerpo de su hija durante varios años y definitivamente las pruebas que podía aportar su análisis.
A su lado está Gustavo Melmann, en el padre de Natalia, asesinada en 4 de febrero de 2001 en Miramar, quien desde entonces está esperando que el Poder Judicial realice el análisis de ADN del principal sospechoso de su crimen: un policía local. Por el femicidio de Natalia fueron condenados a prisión perpetua otros tres efectivos policiales. Uno ya goza de prisión domiciliaria. Falta el cuarto, el del rango más alto.
Melmann cuenta que se enteró de la desaparición de Cecilia Basaldúa por su sobrina, quien había ido al secundario con ella. “Fue el primero que nos llamó”, recuerda Daniel. También rememora que no entendió por qué le ofrecía conseguir urgente a un abogado “si yo la estaba buscando viva. Hoy me doy cuenta de mi ingenuidad”.
El silencio entre quienes los rodean es un grito de impotencia.
Daniel y Susana lo sienten y responden: “Nosotros no vamos a parar. Nada nos va a detener. Ningún golpe, por más artero que sea, va a impedir que sigamos exigiendo justicia. Elegimos contar esto hoy, rodeados de la familia y los amigos, porque son ustedes quienes nos dan fuerza. Que estén hoy acá, con nosotros, es lo que nos ayuda a no parar hasta ver a los responsables presos, y esto incluye a la fiscal Kelm, que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.

Los padres y hermanos de Cecilia, junto al mural que la recuerda en el barrio de Belgrano.
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Femicidios, cifras y vidas: lo que Bullrich oculta

Por el Observatorio de violencia patriarcal Lucía Pérez
Todas las administraciones del Estado se han adjudicado falsamente la baja de femicidios y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich acaba de rendirle tributo a esta tradición. Pero las cifras del Observatorio Lucía Pérez, construidas a partir de casos judiciales, denuncias y relevamientos provinciales, demuestran una realidad diferente.
Antes de los números, una aclaración: el 2023 fue el primer año en que el Estado nacional publicó estadísticas criminales sin clasificar. Lo hizo con un archivo Excel desordenado que abarcaba una década, sin distinguir delitos ni consolidar provincias. Algunas jurisdicciones directamente no informaron datos en categorías sensibles, como violaciones. Así, la ciudadanía no puede verificar ni auditar los números oficiales.
En ese vacío, las declaraciones de Bullrich remiten a una lógica conocida: la de la inflación. Como con los precios, la diferencia entre los números oficiales y la vida real se amplía cuando se manipula o se oculta información.
Por eso, este Observatorio público y autogestionado carga 12 padrones de manera diaria. Para realizar un seguimiento estructural de la violencia machista, y también para controlar el rol del Estado.
A diferencia de los 178 registrados que mencionó la ministra, el Observatorio Lucía Pérez contabiliza 217 femicidios y travesticidios en lo que va del 2025. Estos son las cifras que pueden verse y verificarse, ya que el OLP es un padrón público:

Otro dato que se oculta es el que representan los femicidios cometidos y sufridos por integrantes de fuerzas de seguridad, que están bajo la responsabilidad de la ministra.
En 2025, el primer femicidio del año fue el de una mujer policía asesinada con su arma reglamentaria (Guadalupe Mena). Y el último, ocurrido apenas el 26, también: Daiana Raquel Da Rosa.
Si bien existen medidas para en estos casos limitar su acceso por parte de los uniformados por “representar un riesgo inminente para la víctima”, como indica la resolución 471/2020 del Ministerio de Seguridad de la Nación, los datos muestran que esto no siempre se cumple. Según el relevamiento de funcionarios denunciados por violencia de género del Observatorio Lucía Pérez, 71 de ellos pertenecen a las fuerzas de seguridad. Es decir que muy probamente porten armas.
Armas reglamentarias, vínculos jerárquicos y falta de sanción disciplinaria conforman una trama donde la violencia institucional se reproduce dentro y fuera de las comisarías. ¿Y Bullrich?
Más preguntas que emergen: ¿cómo se mide el porcentaje de crueldad? Los “narcofemicidios” de Lara, Brenda y Morena muestran una violencia cada vez más planificada y asociada a redes delictivas con complicidad del Estado.
Otra cifra invisibilizada en este crimen social que es un femicidio es la de las infancias huérfanas. En lo que va de 2025, el Observatorio registra 139 infancias huérfanas por femicidios. En todo 2024 fueron 173. Y detrás de cada una hay un Estado que sigue sin garantizar la Ley Brisa, que establece una reparación económica y acompañamiento a hijas e hijos de víctimas de femicidio.
Mientras la violencia machista sigue cobrando vidas, multiplicando huérfanos y exponiendo la precariedad institucional, el Estado tergiversa y oculta.
La pregunta es: ¿por qué?

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