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El click wichi. Maximiliano Sánchez: tecnología y poesía

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El click wichi. Maximiliano Sánchez: tecnología y poesía
Foto: Nacho Yuchark

Fanático de los videojuegos y de lo tecnológico, aprendió a programar de manera autodidacta. Inventó una app de traducción castellano-wichi. Fue seleccionado por UNESCO pero, sin Internet en la comunidad, su proyecto peligra. La foto con Alberto, las promesas del gobernador en la nube, y el conmovedor poema tras el femicidio de su hermana. Por Francisco Pandolfi.

Un cartel. Una tranquera. Un nombre que da la bienvenida: “Misión Wichi”, una de las diez misiones emplazadas dentro de una gran comunidad. Alrededor de ella se instauró la localidad General Enrique Mosconi (16 mil habitantes) en el Departamento General San Martín, al noreste salteño. Los pueblos originarios viven allí desde varios siglos antes de que nacieran Mosconi, precursor de la explotación petrolera en Argentina, y el libertador de la patria.

En Misión Wichi hay alrededor de 140 viviendas. De hormigón, contadas con los dedos de una mano. De madera, contadas con los dedos de la otra mano. ¿El resto? “En carpita… lona y alguna chapa”. ¿Quién habla? Mario Maximiliano Sánchez.

Interfaz de culturas

Maxi tiene 18 años, es fanático de la tecnología y le gustan los videojuegos. Ganó olimpiadas de matemáticas y le encanta escribir cuentos y poesías. Es hincha de River, estudiante del último año en la secundaria Juan XXIII y arregla celulares para ayudar en su casa, donde vive con su abuela Carlota y su hermana Alejandra. El oficio lo aprendió de manera autodidacta. “En el colegio vi que muchos chicos tenían celulares. Fui encontrando piezas tiradas en la calle, en la basura, hasta celulares que andaban y empecé a estudiar su funcionamiento”, recibe a MU en un atardecer que supera los 30 grados. Mientras, vecinas y vecinos están delante de su computadora con la que ayuda a su comunidad a hacer trámites.

“Desde chico acompaño a mi abuela y a conocidos a los hospitales, a ANSES y me di cuenta que hay muchas trabas en el lenguaje para quienes somos originarios. Hasta en donde hay letreros en wichi, tampoco se entiende del todo, porque se equivocan en letras o palabras; o usan algún dialecto en especial y dejan afuera al resto”, cuenta Maxi, a quien esa barrera idiomática le cambió la perspectiva de vida. 

Hace unos años había trabajadores bilingües en los hospitales salteños, que además de traducir iban a los territorios a generar lazos: “Eso generó que la gente volviese a los centros de salud; si no iban era por la desconfianza que genera el no poder comunicarte. Sin embargo, de golpe los echaron y la mayoría no fue más”, detalla quien no necesita hablar rápido ni mucho para hacerlo concreto y profundo. Agrega: “El click lo hice hace dos años, cuando fui con mi abuela al hospital y me di cuenta que ella no entendía nada, al igual que otras dos personas que estaban esperando. En ese momento me dije que eso debía cambiar. Estoy cansado de eso, así que me puse a pensar alternativas”.

Ya había construido la interfaz de varios videojuegos, como el tetris. También inició una aplicación para personas con problemas de presión, que aún no terminó por no obtener “los resultados exactos con las huellas dactilares de cada persona”. Esas experiencias previas lo impulsaron a imaginar una app para traducir de español a wichi y viceversa. Puso sus manos a la obra: “Como investigué que existen 37 dialectos wichi, busco nuclear cada uno de ellos para que nadie quede afuera y las traducciones sirvan a todas las personas, porque hoy ningún traductor las integra. Es necesario poder entender y que nos entiendan”.

La app sin internet

La idea de su app “spwichi” llegó en 2021 a los oídos de la UNESCO, que junto a la Fundación Varkey premian anualmente con el Premio Global para Estudiantes al más destacado del mundo, según sus criterios. Tras una postulación de 3.500 alumnas y alumnos de 94 países, en septiembre pasado fueron seleccionados 50 finalistas, entre los que estuvo Maxi. La noticia corrió rápido y decenas de medios lo entrevistaron. La palabra wichi estaba en escena y no por desnutrición, hambre y exclusión, por una vez. El gobernador de la provincia, Gustavo Sáenz, lo fue a visitar a la comunidad y se sacó fotos. La noticia corrió rápido. El presidente de la Nación, Alberto Fernández, lo recibió en la Casa Rosada y se sacó fotos. La noticia corrió rápido. En noviembre fue galardonado con 100 mil dólares un estudiante de 21 años de Sierra Leona, por inventar un dispositivo que utiliza la energía cinética del tráfico y de las y los peatones para generar energía limpia. Desde entonces, no hubo más fotos ni noticias que hablaran de Misión Wichi, aunque Maxi sigue teniendo mucho para decir.

¿En qué parte del proceso está la aplicación?

Primero a través de la compu que nos dieron en el colegio empecé a programar con el Android Studio, que aprendí a usar solo. Ahora estoy intentando, mediante la inteligencia artificial, unir las dos partes del sistema, porque por un lado está el diccionario y por el otro los comandos de la forma de hablar en cada dialecto. 

¿Cómo lo lograste? 

Me fui de viaje, recorrí varios lugares, donde grabé las distintas formas de habla. Sin embargo, gran parte lo estoy grabando de nuevo. El proceso de transmisión de información lo hago de noche con los datos del celular y hace poquito se me borraron muchos archivos que estaba subiendo. Me sentí muy mal, no sabía si gritar o llorar. 

¿No hay internet en la comunidad?

No, todo lo que hago es con datos del celular. Lo que necesito hacer requiere de una buena conexión y me consume muchos datos, así que voy muy lento. Estoy haciendo lo que puedo, pero tengo muchísimas complicaciones, como la PC, que se tilda y se congela seguido.

Después de las reuniones con distintos funcionarios, ¿no cambió nada?

Todavía nada. De provincia prometieron que iban a instalar internet, pero no lo hicieron. Dijeron que había problemas con los árboles, que necesitaban podarlos.

Desde el año pasado, la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD) de Mosconi brindó la mayoría de los materiales para hacerle una casa de hormigón. “Ya está en un 85% terminada”, dice Maxi, contento, del otro lado del teléfono. Del encuentro personal con MU, quedaron un par de consultas pendientes que se hablan con dificultad por la mala señal. “Tengo que esperar a que haya alguna promoción para cargar datos. Hay una enfermera de Bariloche que me ayuda pero no quiero ser abusivo, no me gusta”.

Además del lenguaje y la conectividad, ¿en qué más notás la discriminación? 

En el acceso al trabajo, en la educación y en el agua. Necesitamos un colegio secundario, ya lo hablé con mucha gente pero no se hace, aunque sea un anexo. Muchos chicos irían si no tuvieran que caminar más de tres kilómetros. Y el agua la seguimos recibiendo en camiones con los que llenan los tanques. Pasa seguido que nos quedamos sin nada y debemos llamar para que repongan. Prometieron que tomaríamos agua de pozo, pero nunca pasó. Y eso que hay tres pozos en la comunidad, pero dicen que no tienen maquinarias para hacer la obra.

Ángeles a la fuerza

Su mamá vive al lado; su papá “no se quiso presentar cuando nací”. Piensa en seguir estudiando algo relacionado a la tecnología o abogacía, siempre para ayudar a su gente porque le provoca “mucha incomodidad la desigualdad”. Lo que más disfruta de la comunidad es su tranquilidad y sufre por lo narco y la droga, “que le está llegando a muchos jóvenes”. Padece frecuentes dolores de cabeza que se agudizaron en febrero de 2020, tras el femicidio de su hermana menor. “Fue su padre, que después se suicidó”, expresa, lacónico. Le escribió varias poesías, entre ellas Ángeles a la fuerza, con la que cierra esta nota, para que abramos los ojos:

Todavía nos miran, como raros

Cuando saben bien quiénes somos

En nuestras venas sangre indígena

Es la que tenemos

No nos sorprende que nadie se nos arrime

Sabemos a quiénes pertenecemos

Desde niños nos criamos

Con gente con otro tipo de mirada

Desde niños caminamos junto a nuestros ancestros

Desde niños no todos son afortunados

Por culpa de gente que le gusta lo material

Que, a lo largo de la historia, a nuestros mayores

Los han condenado, en el olvido vivir

Solo los miran para usarlos como esclavos

Trabajo en negro, o la suma de un voto de elección

Mis palabras, nuestras palabras nacen del dolor

De ver cómo el hambre convierte en ángeles

A muchos de nuestros seres de pies descalzos

La desnutrición es un mal, como la pandemia

La que más golpea a nuestro pueblo originario

Duele demasiado esta infancia detenida

La que no nos deja secar nuestras lágrimas

Despedimos a un ángel y viene otro por detrás

Mi hermana pequeña, no entiendo por qué

Un ángel es hoy también

Duele demasiado, saber que ya no está

No es fácil olvidar, que una mente maliciosa

Y el disparo de un arma

A la eternidad se la llevó

A un cielo sin fronteras, que muchos deben mirar

Hoy los derechos son iguales en el mundo entero

El derecho a una buena vida para todos.

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Sierra maestra

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MU en Traslasierra. La primera papa agroecológica con venta en el Mercado Central. Huertas comunitarias que le pelean a la malnutrición, el desempleo y la contaminación. La producción de uvas de mesa que eliminó el glifosato y duplica su rentabilidad. Experiencias y transiciones en Traslasierra: la comunidad boliviana, el salto en el consumo de productos campesinos, el ingeniero que se “deformó” y la mujer que entendió todo a partir de un linfoma. Vida y obra de quienes están construyendo nuevas lógicas y enseñanzas para producir, comer y vivir.  Por Sergio Ciancaglini.

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Madre e hijo en la huerta comunitaria de San Pedro. La posibilidad de cultivar y de compartir producción sana. Fotos: Nacho Yuchark
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Mujeres sin veneno: encuentro de pueblos fumigados en San Miguel del Monte

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Tres mujeres de distintos pueblos azotados por las fumigaciones fueron las protagonistas de un encuentro que permitió tender puentes en común entre las distintas experiencias de organización y lucha vecinal contra los agrotóxicos, el agronegocio y la complicidad estatal. Un combo que, en contraposición, suele estar liderado por hombres. La Matanza, Pergamino y Lobos, parte del modelo tóxico bonaerense resistido por ellas que estudiaron derecho, reúnen evidencia y discuten los falsos eslóganes para defender lo elemental: la vida. Por Florencia Paz Landeira.

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Erika Gebel (Virrey del Pino, La Matanza), Florencia Polimeni (Lobos) y Sabrina Ortiz (Pergamino), tres de las mujeres que encarnan la denuncia contra el modelo tóxico en la provincia de Buenos Aires. Fotos: Sebastian Smok
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Dulce de lucha: Cooperativa de Trabajo Mielcitas

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Fabrica alfajores, galletitas y dos populares golosinas: los Naranjú y las Mielcitas. Había sido vaciada durante el macrismo, a lo que se agregó la pandemia. El proceso de lucha incluyó peleas no solo con el patrón sino con ministerios y sindicatos. Inspirada en otras recuperadas, levanta la producción con autogestión. De 88 integrantes, 66 son mujeres. Lo que sienten, lo que ganaron y lo que falta: una ley que fortalezca a estos procesos genuinos de generación de empleo. Por Lucas Pedulla.

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Fotos: Sebastián Smok
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