Mu182
Catalina Briski: La danza de la isla
Actriz, docente, dramaturga, gestiona el teatro cooperativo Perra ahora desde las islas del Tigre, en un parate por embarazo. Desde esa calma, rodeada del otoño natural, reflexiona sobre la escena, la maternidad, los cuerpos, la docencia y cuenta intimidades de una familia que crea y cría arte.
Texto: María del Carmen Varela.
“Estoy en el muelle esperándolas”, avisa Catalina Briski por mensaje de whatsapp. “Sigan el arroyo”, indica y así despeja todas las incógnitas de por dónde caminar una vez que el descenso de la lancha colectiva nos ubica en un lugar con total predominio de la naturaleza. Bordeando el arroyo Rama Negra, en menos de diez minutos —o un poco más, porque el paisaje invita a la desaceleración del paso y a la exclamación seguida de foto — se llega a la casa que desde hace poco más de cuatro meses se convirtió en su hogar-refugio, ubicada en la primera sección del Delta del Tigre. Los colores del otoño son una excelente bienvenida visual a este paraíso en el que Cata espera: El muelle como primera instancia de suelo firme después de un viaje de casi una hora, el agua y su incesante fluir, los cipreses teñidos de un color entre naranja y bronce, son el marco en el que Cata espera a Jacinta, quien a estas alturas de la lectura de la revista ya debe estar entre sus brazos.
La naturaleza de resistir
Hace más de un año que Cata —bailarina, intérprete, coreógrafa, dramaturga, docente y gestora cultural— va y viene del continente a la isla. A comienzos de este año trajo muebles y mascota —a la gata Janis se la ve muy cómoda en su nuevo hábitat— y se instaló en una casa junto a su compañero Timoteo, carpintero y navegante de familia isleña, a quien conoce desde adolescente de los veraneos en la casa de su abuelo en el Tigre. Tras varios encuentros y desencuentros, coincidieron en estar ambxs sin pareja y se dieron la oportunidad de “construir un vínculo de compañerismo”, cuenta Cata. La decisión de mudarse fue tomando forma y se le hizo cada vez más necesaria. “Hay algo de CABA que me expulsó. Es un territorio donde no es posible la resistencia, donde no se puede milita: el mercado nos envenenó por todos lados. No se puede construir vivienda, no se puede alquilar, todo eso es muy hostil. No quiero adormecerme, no estoy tan alienada como para que no me duela; me duele y me quiero ir pensando estrategias porque techo, trabajo y comida son prioridad. En estos territorios me parece que hay una posibilidad un poco más real, aunque todo es tan reciente que no tengo conclusiones”.
La llegada de Jacinta es inminente: a mediados de mayo ya estará habitando la casa. Durante los primeros meses de embarazo llegaron las preguntas. ¿Nena o nene? ¿Vulvaportante o peneportante? “Y cuando te preguntan ¿qué es?, yo digo: una persona. Es interesante hoy decidir y desear ser mamá y decirlo con esta libertad tan hermosamente adquirida. Decidir también interrumpir, decidir todo, esos derechos conquistados fortalecen a la que decide tenerlo también. Siempre quise ser madre, es algo que me acompañó: me pasa algo con los chicos, con la ternura, con la inocencia”. Con esa amorosidad recibe a Ambay —el “Chiqui”— un niño sonriente que baja de la lancha escolar, nos saluda con abrazos e inmediatamente se descalza para ir con Timoteo, su padre, a la huerta a clasificar gírgolas.
Lo que llena el vacío
Con el infaltable jugo de naranja, Cata inicia bien temprano cada jornada laboral de Cooperativa Perra (ex Teatro del Perro) desde una laptop en su casa del Delta, en este reacomodamiento de rutinas ante la llegada de su beba. Se ocupa de la gestión, la programación de la grilla docente y del ciclo Cabaret Perra, con la temática del erotismo. “Soy la presidenta de la cooperativa pero no nos interesa la rostridad, le esquivamos a eso, apuntamos a lo colectivo. Tenemos una impronta bastante marcada ya hace tiempo con el tema de la danza teatro y el teatro físico, queremos mixturar disciplinas”. También cuentan con una marca pedagógica — Danza rota—que busca ser integradora y agrupar distintos lenguajes. “Lo roto como una bisagra. La danza no tiene que ser elitista, tecnicista. No podría enseñarla desde ahí. Trabajamos con otros cuerpos. Si yo entro a Cooperativa Perra y siempre veo gente ‘joven y linda’, me empiezo a poner un poquito mal, algo está fallando. Dejar afuera no es solo poner una entrada carísima, es entrar a un lugar y que nadie se parezca a unx, y decir ‘che, yo no pertenezco acá ’, que es lo que pasa muchísimo en la danza. Gente que me dice: quiero bailar pero entro a la clase y ya me siento que estoy afuera, que no pertenezco a este grupo. Hay que estar atentxs: queremos que todxs puedan venir”.
Hasta abril Cata estuvo bailando junto a Casandra Velázquez, Muriel Sago, Josefina Sagasti, Ana Laura Ossés y Alfonsina Macchi Herrera en la obra Devora, dirigida por la bailarina y coreógrafa Angela Babuin, con dramaturgia del director y dramaturgo Francesco Callegaro. “Eso me hizo muy bien, fue muy emotivo. Me doy tiempo de conversar con Jacinta, escucharla internamente. La isla tiene más vacío, es un gran maestro. No pasa nada. Mirás, está la luna, no hay un lugar donde ir. A veces el vacío puede angustiarte. Observo la coreografía de los pájaros, la corriente del río, la profundidad de los paisajes. Timoteo ve en la oscuridad, a veces estamos navegando y me dice mirá ese árbol. Ve cosas que yo no veo. Como dice Pina Bausch: bailar es hacer visible lo invisible”.
Salir de la inercia
A sus 33 años, Cata cuenta que su niñez transcurrió en los ´90. ¿Qué pasaba? A Norman, su padre, le gritaban “maestro” por la calle; ella iba mucho al Teatro Cervantes con su mamá, actriz y titiritera, que en ese momento estaba en pareja con el actor Diego Peretti en el furor de la serie Poliladron y su prima Mariana —fallecida en 2014—trabajaba haciendo humor en Videomatch. “Había algo de mucha exposición, especialmente en restaurantes”, recuerda. “En nuestra intimidad, en nuestra casa, no habia cholulaje sino mucha bajada política. Siento que la marca de mi papá no fue por la famosidad, fue por sus convicciones, que siempre fueron más protagonistas que el afuera, que nos parecía gracioso”. Con los años se fue dando cuenta de que contaba con ciertos privilegios y que su apellido pesaba a la hora de atenderle el teléfono. “Siempre que levanté teléfonos o usé contactos fue en función de cosas que no eran para mi propio beneficio. Es incómodo y a la vez real, mi código fue siempre usarlo en función de que no sea para mí. Cuando digo soy Cata Briski, para mí es: soy hija de un exiliado político, soy hija de un hijo de judíos comunistas exiliados: eso es lo más sincero de mi apellido, todo lo demás es un prejuicio del otro. También creen que tengo plata, yo trabajé de moza, de baby sitter, de muchas cosas. A veces te da bronca, hay unas proyecciones rarísimas. Trabajo en un teatro que es cooperativa, trabajé en el Calibán, el teatro de mi papá, pero siempre quise por elección, no por inercia”.
Disfruta de la relación con su padre, de quien cuenta que “a sus 85 años está radiante, con ganas de vivir y lleno de entusiasmo por la vida”. Una vez por año se reúne toda la familia en la costa, en Mar de Cobo, ritual al que nadie falta. “Nos re queremos porque tenemos la mejor versión del otrx: cada unx está en la suya, somos más sueltitxs, no hay mucho enrosque. Estamos cada unx en su salsa tratando de pasar lo mejor de su vida”.
Cata participó poniendo cuerpo, cabeza y pasión, como intérprete, coreógrafa o directora, en más de una veintena de obras. En sus dos últimas creaciones Los 7 gatos de una vida y Atte. Saludos cordiales, dio cuenta de su capacidad creadora con dos obras potentes que coquetean con lo absurdo, lo frágil y lo poético. ¿Qué le falta a la escena hoy? “Provocación”, responde. ¿Qué sobra? “Tibieza”. ¿Qué más? “Narcisistas en escena, que no están al servicio del imaginario ni la creación sino en un muestrario de su recorrido. La autorreferencia, que está tan de moda. ¡Pero si no te pasó nada! Yo entiendo que la tele esté en el reality porque entró en crisis, no tiene ficción, pero no entiendo que el teatro independiente esté en esa”. ¿Qué se puede hacer? “No hay aventura, pero nos metemos en la sala y de repente bailar es lo más honesto del mundo: esa es nuestra trinchera”.
Mu182
Fu-Manchú, 50 años después: reivindicación de la magia
La actual casa de la Cooperativa Lavaca es sede de diferentes actos de magia en estos tiempos laberínticos, entre los cuales se cuenta que Riobamba 143 es la histórica sede del que fue Centro Mágico Fu Manchú. Tal el nombre artístico de David Bamberg, mítico mago inglés enamorado de la Argentina, quien tras una notable carrera internacional decidió quedarse en Buenos Aires, donde falleció hace 50 años. Fue pionero en fusionar la magia, el arte, el espectáculo. Pero además logró ser un maestro que combinó y agrupó a quienes hacían magia para trabajar, divertirse y crecer juntos. Entre sus descendientes en el oficio, sacó de la galera a figuras como René Lavand y Fantasio (Ricardo Roucau) y León Benarós lo incluyó en los versos del tango Buenos Aires Tres Mil, con música de Sebastián Piana: “Si yo tuviera la bola de cristal, si fuera Fu Manchú o brujo medieval” comienza diciendo en esa canción dedicada a la ciudad de otro milenio, a la que le plantea el desafío mágico del futuro: “Tal vez entonces no puedas conjugar / a puro corazón, los verbos ser y amar./ No pierdas nunca tu rostro ni la fe, / ni la ternura del íntimo café./ No dejes apagar el sol de la amistad, / mi muy querida, futura ciudad”.
Aquí, publicada originalmente en MU 182, la semblanza de la historia de Fu Manchú, y su actual legado, para que en estos tiempos no se esfume ante nuestros ojos el arte de la sorpresa.
Texto: Lucas Pedulla
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Sí, fue magia: la historia de Fu-Manchú
La actual casa de la Cooperativa Lavaca fue sede del mítico mago que vivió en Argentina, pionero en fusionar la magia y el arte. Semblanza de su increíble historia y actual legado, para que en estos tiempos no se corte el arte de la sorpresa.
Texto: Lucas Pedulla
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Corrientes: las vidas que valen menos que un tomate
Comienza el juicio por el asesinato de “Kili” Rivero. Tenía 4 años y murió fulminado por los agrotóxicos de las producciones de tomate, en 2012. En 2021 su hermana de 16 años falleció de cáncer. Viaje a un modelo de envenenamiento en una de las provincias más pobres del país. El silencio político, el miedo, y el juicio a un productor, gracias a la perseverancia de las familias que siguen buscando cosas complejas: justicia, paz y salud. Por Francisco Pandolfi.
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