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¿Quién gana con el fuego?

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MU en los incendios de Chubut. El bellísimo Parque Los Alerces sufrió el incendio de 7.000 hectáreas. Lo que dicen pobladores y brigadistas: negocios oscuros, negligencia, ausencia de justicia, silencio estatal. Viaje a las cenizas, y las esperanzas que el fuego no quemó. Por Francisco Pandolfi.

¿Quién gana con el fuego?
Foto: Nicolás Palacios

Más de veinticuatro horas a Bariloche y otras cinco hasta Esquel. En el viaje en micro lo que predomina es la eterna y monótona llanura de la región pampeana, un infalible “arrorró”. Las casas aisladas son oasis en el desierto. Un desierto sin arena; con vacas y más y campos de soja, sobre todo. Kilómetros y kilómetros de escasa vida humana, que empieza a transformarse cuando se entra a la Patagonia y las dunas en el horizonte, y los cultivos de peras y manzanas que parece que no van a terminar más hasta que en un momento de la geografía terminan y le dan paso a tierra y más tierra desierta. Desolada. Con escasa flora y casi sin fauna.

Pero al acercarse la zona cordillerana lo que no parece acabar nunca es el verde. En algunos lugares, verdes más opacos; en otros, más furiosos, con carácter. También  hay verdes claritos, verdes acuosos. Verde cerca de la banquina. Verde perdido en el horizonte. Y verde seco, amarillento. Hay plantas tupidas, bajitas y enormes. Árboles medianos. Multiformes. Más espinados. Más regordetes. Todos verdes. En varios tramos, hileras altísimas. O anchísimas. Árboles joviales. Altivos. Ostentando sus ramas abrigadas, vitales, verdes. Y algún que otro campo prolijo, recién cortado, como si fuera un paño de billar, cien por ciento verde. 

Llanuras. Montes. Dunas. Cerros. Montañas. Verde que se rompe solo por algún que otro río como el Negro, el Limay, o algún embalse como el Ezequiel Ramos Mexía…

En Bariloche es tanto el verde que por momentos no deja ver la majestuosidad de los lagos Gutiérrez y Mascardi. Todo es de ese color natural, silvestre. Hasta que ya no. Hasta que de un centímetro a otro lo que ven los ojos es negro, ya no verde sino negro y gris y ceniza y quemado. Así, abruptamente, de repente. Todo ahí es muerto y nada es verde. Ahí no es Esquel, no es el Alto Río Percy, no es el Parque Nacional Los Alerces; no todavía. Ahí, ahora, lo que está frente a los ojos es Cerro Radal, esa localidad de Chubut donde en marzo de 2021 las llamas arrasaron con todo lo que se les cruzó por el camino. Y cuyas consecuencias están a la vista: ramas lánguidas, tristes, volcadas hacia abajo; árboles de pie o caídos que no respiran, entre casas todavía reconstruyéndose. 

Aún faltan más de dos horas para llegar a destino, pero esa imagen desoladora acompañará todo el viaje, con una sentencia marcada a fuego: el tiempo se pone en pausa donde se apagó la vida.

Lo que se quemó

El incendio en Chubut comenzó el jueves 25 de enero por la noche, en el Parque Nacional Los Alerces (PNLA). El 22 de febrero sus autoridades comunicaron que el fuego se había “controlado definitivamente. Esta situación es irreversible”. 

La superficie quemada en el Parque, según datos oficiales, ascendió a 7 mil hectáreas: 1/3 de la extensión de la ciudad de Buenos Aires. Y se calculan mil más fuera de su jurisdicción, en tierras provinciales. El foco inicial fue prendido en una zona cercana al arroyo Centinela, por lo cual al incendio se lo denominó con ese nombre. Para tomar magnitud, en casi un mes el incendio Centinela arrasó con más de un tercio de lo que es la superficie total de la ciudad de Buenos Aires (20.300 hectáreas), bosques de lengas centenarias, miles de ñires, coihues, cipreses y maitenes que nunca volverán a verse igual.

“De punta a punta, de la cola a la cabeza, el incendio recorrió más de 15 kilómetros”, precisa Miguel Rosales, poblador del Parque, a quien se le quemó más del 80% de toda la vegetación.

El ecosistema de Los Alerces es el bosque andino patagónico y verlo así provoca ganas de llorar. Quienes viven ahí, lloran. De bronca, de impotencia. Analía, la pareja de Miguel, fue brigadista durante ocho años. Entre lágrimas, dice: “Lo que había no se va a recuperar más”. Y tiene una prueba incontrastable. Señala enfrente: “Esa ladera se quemó en 2015, ya pasaron nueve años y no creció nada de lo que había; nunca vamos a volver a tener las lengas que teníamos, ni los cipreses, no vamos a tener nada, nada”. Enfrente, lo que se ve es una franja negra por donde pasó el fuego 9 años atrás y crece otro tipo de vegetación. Miguel: “Ahora nacen plantas arbustivas, exóticas, que invaden a lo nativo y no le dan lugar, porque el crecimiento de lo nativo es mucho más lento”. 

Blancanieve es la mamá de Miguel. Es la que menos habla en esta ronda familiar que se formó para denunciar el ecocidio. No necesita demasiadas palabras para enmarcar la envergadura del flagelo: “Tengo experiencia en incendios. En el 80 vivía en Los Cipreses (40 kilómetros al sur de Esquel) cuando se quemó; ayer fui de visita y todavía se ve todo quemado, negro y marrón”. Suspira: “Mirá los años que pasaron, y todavía no sale el árbol verde”.

El yerno de Blancanieve se llama Guillermo, es guía baqueano, y tiene los ojos empañados mientras huele a humo, mientras observa decenas de troncos añejos derribados, mientras sus borcegos se hunden en los quince, veinte centímetros de cenizas del (ex) bosque de lengas. “Todo su encanto se perdió; en cada estación tenía un color diferente y ahora será todo gris. En verano, pese al calor vos estabas acá y el clima era húmedo, porque entraba poco el sol; en otoño, la hoja de la lenga se ponía marrón, era hermoso. En invierno cambiaba completamente el paisaje, con la nieve y la lluvia, hasta que la primavera lo llenaba de vida con las florcitas y las plantitas nuevas. Eso ya no existe”.

Mueve la cabeza de un lado al otro, se lamenta: “Ya no vendrán los pájaros carpinteros, como la mayoría de las aves. Cuando llegue el invierno, todas estas lengas que siguen en pie, se van a caer; la corteza se va a lavar con la nieve y el agua, quedarán blancos. En un par de años, este lugar será todo pálido, repleto de plantas exóticas, como la rosa mosqueta y la retama”. Siente: “Me da mucha pena, mirá el suelo, no quedó nada de material para que una planta se alimente; solo carbón. Pasarán cientos y cientos de años si es que alguna vez vuelve a ser lo lindo que era”. Pide silencio: “Escuchá este viento; antes no lo escuchabas, porque el bosque nos protegía. ¿Sabés lo que va a ser el invierno ahora? Es muy triste”.

La familia Rosales tiene un emprendimiento turístico con un par de cabañas y un camping a punto de estrenarse, que quedó a solo 900 metros de las llamas. La temporada de verano se les truncó cuando prendió la primera chispa: “Las temporadas van y vienen; sabés que podés tener una buena y otra mala, estamos acostumbrados, pero el bosque no vuelve más”. 

Las certezas y las dudas

El Parque Nacional Los Alerces fue creado en 1937 como Reserva Natural, abarca una superficie de 259.822 hectáreas y en 2017 fue declarado por la UNESCO Sitio de Patrimonio Mundial Natural. Es área nacional y está gestionado por la Administración de Parques Nacionales (APN), hoy dentro de la Secretaría de Turismo, Ambiente y Deportes. Desde la asunción del nuevo gobierno presidido por Javier Milei, la APN no tiene autoridades, igual que otros organismos públicos acéfalos desde hace tres meses. Esta falta de timón también repercute en Los Alerces, que no tiene intendente nombrado oficialmente y atravesó el incendio con uno interino: el guardaparques Danilo Hernández Otaño, quien no respondió el pedido de ser entrevistado para esta nota.

Las preguntas que quedan en el aire –y en el fuego–, son muchas. ¿Fue intencional? ¿Por qué? ¿Quién lo produjo? ¿Hay pruebas? ¿Quién se beneficia?

Datos oficiales confirman que el 95% de los incendios son causados por actividad humana. Y esta no fue la excepción. Las teorías de quién lo pudo haber prendido y el por qué, son múltiples, sin sustento probatorio. En lo que sí hay consenso es en la intencionalidad. Ningún actor involucrado (las y los pobladores, trabajadores y funcionarios del Parque, la comunidad mapuche que vive dentro; brigadistas) cree que fue involuntario. Las hipótesis son diversas…

Estela es personal técnico de Los Alerces y está a cargo del área de pobladores. “No hay duda de que fue intencional porque el área que se prendió no es de uso público, son áreas de pobladores; quien lo hizo debió conocer muy bien la zona. Todos los incendios anteriores tuvieron características similares: sabían que habría viento y que los días siguientes haría mucho calor, las condiciones perfectas para que el fuego se propague”.

Hernán Mondino integra la Brigada de Incendios, Comunicaciones y Emergencia (ICE) del Parque Nacional Los Alerces. “Fue intencional por el lugar donde fue y porque se prendieron dos focos juntos adrede. A la intencionalidad se suma la sequía, la disponibilidad de combustible; antes los incendios eran más controlables, hoy explotan por la desertificación del suelo. El fuego se escurre, el campo está seco, tocás el pasto y hace ‘crack’, entonces se prende al toque”. 

Del otro lado de la cordillera, estas mismas condiciones climáticas generaron el incendio más devastador en la historia de Chile con más de 130 personas muertas, 50 mil hectáreas quemadas y más de 15 mil viviendas dañadas. Reflexiona Hernán: “La cuestión está en saber cuál es la motivación y para eso es importante analizar el historial de los incendios en Los Alerces, que fueron varios; de hecho, en esa misma zona donde empezó, el año pasado apagamos un par de focos”.

Conocer ese historial es crucial para comprender la magnitud del problema. Detalla Miguel Rosales: “Este es el quinto incendio grande en los últimos quince años: 2008, 2015, 2016, 2023 y 2024. Y además de estos que arrasaron con todo, desde 2008 hubo otros 40 intentos de focos en esta zona, que se apagaron a tiempo. Se sabía que iban a prender fuego en esta parte”. ¿Cómo? Responde Analía: “Esta zona faltaba quemar en relación a los incendios anteriores, por eso se preveía. Ya habían hecho como dos o tres intentos acá y esta vez prendió. Ahora hay una causa, una investigación, pero ya sabemos el final… en todos los incendios han abierto causas, hicieron preguntas y quedó en la nada. Nunca se encontró a nadie responsable de un incendio”. Aporta un dato Miguel: “En el último incendio vinieron a hacer la pericia científica con los perros como a los dos meses, ¿qué rastro pensaban encontrar?

La causa judicial la tiene el Juzgado Federal de Esquel, encabezado por el juez Guido Otranto. Tras reunirse con él, el gobernador de Chubut, Ignacio Torres, manifestó que la provincia se presentaría como querellante en la causa y apuntó como responsable a la comunidad mapuche Paillako, que en 2020 realizó una recuperación territorial, dentro del PNLA, en lo que históricamente fue hábitat mapuche-tehuelche. Agregó Torres en declaraciones radiales: “Una vez controlado el incendio vamos a empezar con una investigación muy fuerte, lo hacen para tomar tierras. El problema no son los pueblos originarios sino estos delincuentes. El delito es del exbrigadista Cruz Cárdenas que se autopercibe de pueblos originarios pero no está reconocido. En Chubut convivimos en total armonía con pueblos originarios, que es gente trabajadora y de bien y no tiene nada que ver con estos pseudo mapuches que se embanderan para cometer delitos, tomar tierras, amedrentar a los vecinos, incendiar campos y zonas privadas”. El gobernador parece creer que es quien puede determinar quién es y quién no es mapuche. 

Hasta el momento no hay absolutamente ningún indicio que culpe a Cruz Cárdenas ni a nadie de la lof Paillako. Desde MU intentamos comunicarnos con Torres y su equipo de prensa para preguntarle por las pruebas que demuestren la culpabilidad mapuche, pero no accedió a la entrevista. Sí recibió a MU la comunidad, que se defiende: “Jamás se nos ocurriría hacer un daño como provocar un incendio; nos duele un montón saber que se están perdiendo años y años de vida… porque la vida va más allá de lo humano y nosotros luchamos por defender lo que hay a nuestro alrededor”.

Entre vacas, caballos, gallinas, abejas; entre huertas familiares y comunitarias; el apuntado Cruz Cárdenas denuncia: “En los cuatros años que lleva esta recuperación, intentaron prendernos fuego ocho veces, porque no quieren que estemos acá. Es muy dolorosa la destrucción; lo que se está perdiendo en el bosque costará muchos años en volver. Se regenerará si se cuida como se debe, si es que estos fuegos no se originan para explotar la montaña, para limpiar y después hacer algún emprendimiento”.

Beneficiados

¿Quién saca provecho de la destrucción? Esta es una de las preguntas que no tiene una única respuesta. O un único ganador. Guillermo, poblador en Los Alerces, empieza a tirar del piolín: “Beneficia a todos menos a quienes vivimos acá; y el que más pierde es el bosque, la naturaleza”. Ahonda en su análisis: “El alquiler de aviones es un negocio, por ejemplo, ¿cuántos millones cuesta apagar un incendio?, ¿cuántos millones costó apagar este incendio?”.

Plantea el brigadista Hernán Mondino: “Las flotas de aviones y helicópteros no son estatales. Y hasta mediados de enero no estaban disponibles para usarlas. Son empresas contratadas, tercerizadas. Ahí entra la discusión plenamente política: ¿Por qué no los tenés vos como Estado, por qué no te armás de una flota hidrante que tenga capacidad de respuesta propia?”.

Otro punto de discusión parte de los terrenos quemados. Piensa en voz alta Hernán: “El negocio inmobiliario en Parques no tiene sentido, ya que no se puede vender la tierra, es área protegida. En cuanto a negocios, con las leyes actuales no podés hacer nada”.

Replican en la comunidad Paillako: “Hay muchas hectáreas quemadas que ya no corresponden a Nación, son parte de terrenos fiscales de la provincia. Y además, dentro del Parque hay una gran cantidad de negociados, emprendimientos inmobiliarios que no los tiene la gente mapuche…”.

Estela, trabajadora en Los Alerces y delegada de ATE, aporta una arista distinta: “Si vos me decís que los incendios empezaron en la era Milei, te diría que la provincia podría tener sus intereses, porque el DNU plantea la descentralización de organismos nacionales a las provincias, y Chubut siempre tuvo interés en crear un parque provincial. Los Alerces es una pepa de oro para todo el mundo, todos se lo pelean. Pero esto no empezó con Milei: este parque está todo quemado”.

Cristina Agüero, es licenciada en Ciencias Ambientales, agente de conservación del Parque Nacional Los Alerces a partir de 2011,  e integra la Asamblea No a la Mina de Esquel, colectivo histórico y bisagra en el país que se opone desde 2002 a la irrupción de la megaminería en Chubut. Hace un análisis exhaustivo de la situación: “Los Alerces es uno de los parques más grandes, junto con el Nahuel Huapi y el Lanín, pero sin embargo es de los que menos presupuesto recibe. Tengo una teoría que puede sonar paranoica: a Esquel nos tienen con un pie encima por nuestra resistencia a la megaminería y asocio las quemas con esto; nos quieren ahorcar con el turismo. Si el Parque ya no atrae turismo, ¿por qué la gente vendría? ¿y de qué viviríamos en la ciudad? Desde 2008 ya se quemaron casi 18 mil hectáreas”. La extensión es equivalente a casi la totalidad de la ciudad de Buenos Aires.

Se sigue haciendo preguntas: “¿Puede ser que haya un loquito, un pirómano? Se responde: “Sí, pero en tantos años, en tantos intentos, en tantos incendios, ¿no lo pudiste encontrar? En estos 15 años no se continuó ninguna investigación, no se hizo nada para encontrar a ese supuesto loquito”.

Problema de fondos

El pedido de MU de información pública a las autoridades de Parques Nacionales, solicitando el detalle de cuánto se gastó y en qué, aún no fue respondido al cierre de esta edición.

Lo que sí se conoció fue la creación por parte del gobierno provincial de un fondo para pedir donaciones. La petrolera Pan American Silver, por ejemplo, firmó un acuerdo por el desembolso de 100 millones de pesos. El Consejo Federal de Inversiones le aportó a Chubut 500 millones. Del tesoro nacional se enviaron 1.500 millones de pesos. “Leí que Pan American Silver puso guita… eso gratis no es; hay que devolver los favores”, piensa Guillermo, uno de los pobladores más afectados por los incendios que no solo arrasaron con el PNLA.

Las llamas también hicieron estragos en la población rural Alto Río Percy, a 13 kilómetros de Esquel. La casa más alejada es la de Gisela Finocchiaro y Lorena Domínguez, amigas desde hace más de 15 años. La nombraron Monte Lontano. Lontano, en italiano, significa lejano. Debieron autoevacuarse con el fuego a menos de quinientos metros porque no llegaron a rescatarlas; creyeron que habían perdido todo, pero su casa se salvó. 

Alrededor, se quemó todo. Todo. Todo. 

Respecto de las donaciones, dice Lorena: “Teóricamente pusieron mucha guita para esta catástrofe. Esperemos que llegue donde tiene que llegar. Puso guita Nación, Chubut”; añade Gisela: “Pusieron plata los privados; nosotros conocemos muy bien Río Percy y sabemos quiénes fuimos los damnificados, y además está a la vista”.

En los alrededores de Monte Lontano, terreno que compraron en 2018 y empezaron a construir a inicios de 2019 se ven miles de raíces sobresalidas, carbonizadas. Debajo del piso flotante de la casa yacen enormes troncos de leña que habían juntado para calefaccionar el hogar. Lo quemado quedó a centímetros de ahí. A dos pasos y medio, literal. Ni más ni menos. “Por una aplicación de la NASA seguimos el devenir del fuego y vimos cómo había pasado por nuestra casa, pero a la mañana siguiente nos llamaron que se había salvado; no lo podíamos creer”, comparten con dos sonrisas que ocultan dolores recientes e incertidumbres futuras. 

“Este lugar es maravilloso. Tenemos montañas, ríos, lagos; agua que brota de las vertientes que el fuego arrasó, al igual que la manguera que teníamos y el estanque”, explica Lorena. Su amiga, completa: “El otro día fuimos a preguntar cuánto nos costaba comprar los metros de manguera que necesitamos para sacar el agua de la casa del vecino más próximo y casi nos largamos a llorar”. Comprar mil metros les cuesta un millón de pesos; los 1.500 metros de alambrado calcinado, un millón ochocientos mil pesos. “Esperemos que no haya que esperar la ayuda, porque la gente nos cansamos de esperar”.

A un mes de aquel día en que casi pierden todo (4 de febrero) actualiza Gisela: “Nadie nos ha llamado; lo que hicimos nosotras fue presentar una nota al municipio para que vean las pérdidas que tuvimos y nos ayuden con un subsidio, pero aún no tuvimos respuestas. De parte de la provincia, nada, nunca se comunicaron”.

Precarizados

Hay silencios de las autoridades que aturden, y también hay palabras que golpean. El incendio en el PNLA se controló con cientos de brigadistas y de otras áreas de los Parques Nacionales trabajando sin contrato laboral, sin estar en planta permanente, con la incertidumbre de ser desempleados a partir del 1º de abril.

En este contexto, el ex vicepresidente de Parques Nacionales (2015-2019), Emiliano Ezcurra, apuntó a los brigadistas como artífices del siniestro: “Muchas veces la forma de protestar contra el gobierno o una política de gobierno contraria a los parques nacionales o a la reducción de presupuesto para brigadistas puede generar que algunos individuos tomen venganza prendiendo fuego el bosque. Los contratos de brigadistas se renovaron solo hasta fines de marzo, entonces en protesta contra esa precariedad laboral es muy probable que haya pasado esto”.

Hernán Mondino, delegado de los brigadistas, le responde: “Me da mucha bronca lo que dijo, porque es un montón de entrega; te duele la rodilla y tenés que patear igual; te duele algo, e igual tenés que cargar las herramientas. Este tipo simplifica lo que hacemos, diciendo que ves un humito, mandás el dron y después te tirás encima, como si fuera soplar y hacer botella”.

En total, en el PNLA hay 112 trabajadoras y trabajadores. Una de ellas es Estela: “Nada más que 112 personas para cubrir un área de más de 250 mil hectáreas, así que tenemos falencias por todos lados. Por lo menos, necesitaríamos más de la mitad, como para empezar”. No es el único problema la falta de personal. “35 brigadistas y 16 técnicos y administrativos estamos sin contrato. Yo hace 13 años que trabajo acá, tengo compañeros que están hace 20 y nunca nos pusieron en planta permanente. Siempre tuve contratos anuales, pero nuestra situación cambió tras el decreto firmado por el presidente Javier Milei”.

A fines de diciembre dio de baja los contratos del Estado establecidos en 2023 y anunció que solo se renovarían por 90 días. “Es una locura, la mitad del Parque se quedaría sin empleados. El DNU dice hasta marzo, pero no firmamos nada, ni por tres meses. No tenemos ninguna comunicación oficial, nada que avale de manera formal que seguimos trabajando; estamos en el aire y sin autoridades”, manifiesta Estela. En su sector laboral hay una sola persona: ella, únicamente, es el nexo con las 39 poblaciones y 57 familias que habitan el Parque Nacional.

El conflicto, lógicamente, no empezó el último 10 de diciembre. Explica Hernán: “En la última gestión de Cabandié pasaron a ser contratos anuales. Sin embargo, la pelea de fondo es el pase a planta. En un discurso, Cabandié dijo que nos iba a pasar a planta, pero nunca lo hizo. Recién al final de la gestión se abrió el reconocimiento del Estado a la necesidad de pasar a planta a 450 brigadistas de todo el país, cuando a nivel nacional somos 600. Todo quedó en la nada y ahora con este gobierno…”. Completa el panorama desalentador: “Pedimos una reunión por la apertura de paritarias y no hubo ninguna respuesta. Te van llevando a definir situaciones más extremas. La temporada pasada hicimos seis, siete paros y sabemos bien que cuando se apaga el fuego, olvidate: menos bola nos van a dar”.

Sabrina trabaja en el Parque Nacional Talampaya de La Rioja y es guardaparques desde hace 10 años: “Tiene que haber mucho amor en los brigadistas para haber hecho el trabajo que hicieron, sin saber si a fin de marzo seguirán trabajando. Esto, al igual que el daño ambiental, te da mucha impotencia. Por la cantidad de incendios que hubo acá, en distintos años, van quedando parches que discontinúan al ambiente y destruyen la biodiversidad. Lo único positivo fue el encontrarnos con compañeros de otras provincias y ver el esfuerzo de muchísima gente voluntaria que también ayuda a apagar los incendios, aunque no sea frenando las llamas”.

Lo que no se ve (y lo que sí)

No todo fue monopolio de la angustia, de la desesperanza. No todo fue monocromático. Rosalía llora pero también ríe. Ríe porque lo peor ya pasó. “Y porque pude pagarle un poco a los chicos que hicieron tanto por nuestros bosques. Lo que yo hice fue mínimo en comparación a ellos”. Fue una de las tantas voluntarias que ayudaron a apagar el fuego desde lugares invisibles. En su caso, como cocinera. Tiene 54 años y desde hace 32 cocina en la escuela 188, primaria y secundaria, del Alto Río Percy. No hay nadie en este poblado rural que no se haya alimentado con su comida. Los bomberos y trabajadores de Defensa Civil, que se alojaron en el establecimiento educativo, corrieron la misma suerte. Protesta: “La comida que tenían era una vergüenza, la vianda era un sanguchito”. Se propuso como voluntaria y empezó a mover sus hilos –y sus ollas– para garantizar otro tipo de menús. Alzó la voz al municipio y obtuvo respuesta. “Con el desgaste físico que hacían comían eso al mediodía y a la noche. No podía ser”.

Rosalía conoce tanto el terreno (vive aquí hace 36 años) que indicó a los brigadistas los caminos más adecuados para apagar el incendio. “Ver arder el bosque me partió el alma. Árboles de más de 100 años, de 40, 50 metros de altura. Yo a este lugar lo amo y cuando vos amás algo, lo cuidás”. Se quiebra del dolor. Unos segundos después, se oxigena y dice: “No sabés la tristeza que tengo”.

No estuvo sola en la labor; tuvo una ayudante, un poco accidentalmente. Inés, su amiga, vive en el Percy, unos kilómetros cuesta arriba. Fue evacuada a la fuerza a la escuela por la proximidad del fuego. “Ahí estuvimos cocinando para quienes estaban apagando el fuego. Yo no me quería ir de mi casa. Vinieron a buscarme varias veces y les dije que no, estaba empacada en no dejar solos a mis animalitos (vacas, gallinas, perros, pollos, terneros guachos). La última vez no me pude negar y me llevaron sin estar de acuerdo, les decía ‘acá no va a llegar’ y así fue. Pero el fuego estaba cerca, nunca en mi vida vi al sol tan rojo, ni un incendio tan grande”.

Sandra y Mariela son otras de las tantas voluntarias que están en las entrañas del Parque Nacional Los Alerces, mas no disfrutando del impresionante Lago Futalaufquen, ni de las lagunas, ni de los glaciares, ni de las cascadas. Nada de eso. Están dale que te dale enfriando vendas y poniéndoselas a las y los brigadistas que van llegando luego de ocho, diez horas combatiendo al fuego. “También nos encargamos del lavado de ojos y las fosas nasales; de hidratarles las pieles cuando vienen muy colorados”. Hablan dulcemente, mientras trabajan sin cesar: “Es como un mimo después del esfuerzo, les demostramos que nos importan y que son fundamentales; lo han dado todo”. ¿Qué les llamó más la atención? “Admiramos a las chicas jovencitas, que son un montón y sufrieron muchas lastimaduras, ampollas en la espalda, en sus pies; cosas que desde afuera no se ven”.

Una de esas jóvenes se llama Solange. Conforma un contingente de brigadistas y bomberos que llegaron a Chubut desde muchísimas provincias del país. Ella es bombera de la ciudad de Buenos Aires, tiene 24 años e integra una cuadrilla especializada en incendios forestales. Este es el primer incendio de tamaña envergadura del que es parte. “Apagamos uno en la reserva ecológica de Costanera Sur, pero al ser porteños no estamos acostumbrados”. Ahora que el fuego está contenido, y pese a todo lo que se llevó, no puede esconder su emoción. “Me duelen los cachetes de tanto sonreir; dejamos mucho para estar acá. Yo tengo una hija de 3 años, que tiene discapacidad, y obvio que la extraño, pero hacer un trabajo como este es impresionante, porque ayudamos a preservar la naturaleza”. 

Solange alquila en la localidad bonaerense de Quilmes: “Podríamos estar mejor salarialmente. Estamos con lo justo; la situación económica es muy complicada; hay compañeros que tienen familia más numerosa y no les alcanza, se ven obligados a hacer servicio adicional de francos largos para llevar el pan a la mesa”.

El fuego está controlado en Chubut. Vendrán las lluvias, las nevadas, las heladas, y el fuego en la Patagonia quedará extinguido. El miedo, latente, es que todo vuelva a empezar el año siguiente. Avizora Miguel, poblador del Parque: “Lo triste es que ahora se apaga esto y todos se olvidan. Es así desde 2008. Termina el incendio y parece que no pasó nada, hasta el próximo verano que el fuego vuelve a empezar”.

Presagia Analía, pobladora de Los Alerces: “Si de todos los incendios no hay nadie detenido; si en todos los últimos casos los prendieron durante la noche y ya no se pudieron contener, esto da vía libre a pensar que puede seguir pasando. Lo que queda quemar es evidente y son las zonas de interfaces. O sea, las áreas para casas y servicios turísticos. Y creo que esto va a volver a pasar en 2025, salvo que se busque la solución desde ahora, previniendo, creando vías de escape desde distintos campos, actuando ya. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?”.

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