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Contragolpe: Javier Ortega, rapero

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A los 36 años es un histórico del rap argentino. El Indio Javi (ex Asterisco) saca disco nuevo. Descubrió el entrenamiento boxístico para mejorar estado físico y también mental, y salir de las miradas “chuavechitas” y amorosas frente a los discursos de odio. ¿Hay algo positivo en estos tiempos? El presente rapeado con la guardia alta y los puños apretados. Por Franco Ciancaglini.

Contragolpe: Javier Ortega, rapero
Fotos: Lina Etchesuri

Son tiempos de estar en guardia, y de moverse; de intentar pegar, y de aprender a recibir golpes; de querer voltear a un par al suelo… y de no caerse; pero sobre todo –nos canta El Indio Javi– son tiempos de estar bien entrenados y despiertos para cuando toque subirse al ring. “El boxeo lo que te propone es enfrentar tu miedo” dice este rapero rudo y duro a contramano de quienes piensan que el temor no existe y es cosas de tontos. “Hay veces que no quiero subir, que tengo miedo de que me caguen a trompadas. Y subo igual. Aprendés a romper el miedo, porque el miedo lo vas a sentir siempre. Lo que te da el boxeo es una fortaleza de decir: yo puedo”.

El arte de Javier no es solo el boxeo, sino el rap. Si alguien le pregunta profesión, se define orgullosamente como rapero o como trabajador del arte, y en su cuerpo lleva impreso el resto de su CV: patagónico, en la nuca lleva un tatuaje que dice Sureño; como es bostero tiene en la pierna izquierda a Juan Román Riquelme, y en su panteón de ídolos porta también las caras de Tita Merelo, de Nina Simone y de Atahualpa Yupanqui. Su último tatuaje, en el muslo, lo conecta con este deporte que aprendió hace cuatro años: Nicolino Locche muestra sus dos guantes.

El box y el rap se reúnen en la rutina de Javier y también en el disco que está terminando de cocinar, llamado Miguelitos, del cual por ahora podemos escuchar en Internet a Boicot, un tema donde atiende a los golpes a varios ministros de este gobierno, con nombre y apellido, y en el que establece su propia cadena nacional: 

Soy lo que soy, seré lo que siempre quise
Queremos venganza 
no nos alcanza ser felices.

Soy pesadilla en tu sueño de raza aria
Somos raperos de rimas contestatarias

Un par de Miguelitos para frenar 
a esos milicos
¡Oh! Boicot hacia el patrón
Esto lo comunico directamente del hip hop.

Golpe a golpe

Javier es hijo de Rita (presente en otro de sus tatoos) pero, según relató en una de sus canciones, nació otras dos veces: cuando su madre cruzó la cordillera en busca de un mejor horizonte (o escapando de la falta de); y el 2 de octubre de 2003, día de la desaparición de Iván Torres a manos de la policía chubutense, caso que le abrió la cabeza sobre los posibles destinos para los jóvenes de las barriadas periféricas, como él y los suyos.

Canta en otro de sus temas:

Soy el hijo mayor de Rita Ramírez
Me criaron rudo, igual tengo un talón de Aquiles:
Los míos, mi familia, quienes 
conmigo conviven.
Si tocan a uno tuyo es muy simple 
volverse un killer.

Javier creció en los cerros de Comodoro Rivadavia y tuvo un paso por Coyhaique (Chile), donde empezó a respirar el mundo y la rebeldía a través del hip hop. Su primer proyecto de rap (2003) se llamó Poesía urbana y está retratado en la MU n° 7 (hace 186 números, agosto de 2007), como una flor de loto nacida en medio de territorios gobernados por la violencia narco, la plata del petróleo y la prostitución. 

Desde entonces y durante una década, Javier participó de distintos proyectos raperos (Poesía Urbana, Tallando Voces) y editó discos solistas bajo el seudónimo de Asterisco. 

En 2016 volvió a usar también artísticamente su propio nombre de pila, o como dice él, “el que me puso mi mamá”: Javier Ortega. Y le agregó para quienes gustaran el AKA del “Indio Javi”, también otro de sus motes familiares y amigueros. 

Como Indio Javi en 2021 editó Lumpen (MU 164), luego del EP Parafraseo. Lumpen ingresó a todas las plataformas requeridas, y dio entrada al resto de su material también a ese este mundo virtual, un terreno al que Javi –acostumbrado a escenarios y barrios– miraba de reojo. Decía a MU en ese entonces: “Hace un tiempo atrás yo fluía nomás, salía a tocar mucho, militaba. Pero en un momento te empieza a apretar el cinturón y decís: hay algo que estamos haciendo mal. Y hacés la lectura y es esto: el recambio generacional, las nuevas redes. Si no estás actualizado, quedás fuera. Y de vos depende: tampoco está mal quedarse afuera. Pero yo no quiero mulear para nadie, entonces tengo que meterme adentro”.

Meterse adentro significó para Javier, entre otras cosas, mudarse a la Capital Federal. La casa a la que llegó por recomendación de un amigo músico no era cualquier casa: era La Lebreta Estudio, una sala de ensayo de Villa Urquiza, Buenos Aires, que es base de operaciones y ensayos de la orquesta La Delio Valdez. “Es la primera vez que vivo en un barrio lindo”, confesaba Javier sobre este nuevo destino. 

Entre las cosas que pasaron desde entonces están los 17 millones de reproducciones en Spotify de la canción De un tiempo a esta parte en la que Javi le puso sus rimas al tema de cumbia colombiana cantado por Ivonne y los suyos. 

Una nueva historia para el Javi de los cerros de Comodoro, con casi veinte años en el hip hop, recién empezaba.

Sin chamú

La estadía en La Delio Valdez house le cambió, cuenta, su manera de ver y trabajar la música. Su razonamiento: “Antes mi vida estaba más enfocada en ver cómo organizarme políticamente, pero no tenía la visión de cómo vivir de mi música”. 

Conoció en ese camino a un manager, a una productora y a un hermano en el beat (MPDhela), además de otra gente “muy tenaz que cree en el proyecto y le da para adelante”.

Dice: “Quizá yo estaba muy hacia lo colectivo para afuera, pero estaba muy solo con mi música”, y reafirma una máxima que no está de más recordar hasta cuando pensamos tanto en un boxeador como en un cantante: “Solo no lo podés hacer”.

Cuando arma las fechas, el equipo de Javier –entre diseñador, sonidista, puerta, etc.– llega a contar hasta diez jugadores. Y se resalta este carácter de equipo versus los modelos de grandes productoras: “La diferencia es elegir con quién tocar, con quién filmar, la ropa, el plano, cómo producir un evento: si sos autogestivo tenés que saber estar en todo”. 

Canta Javier en Boicot:

Hace rato que respetan los raperos mi mood
Y no es por seguidores se trata de actitud
Respaldá con tus acciones 
tus canciones sin chamú

Para muchos raperos conocidos, El Indio Javi es una eminencia. Y lo citan los más taquilleros como ejemplo del rap contestatario que se anima, versus los que tienen miedo de criticar a alguien o algo que les haga perder el canje de hamburguesas. “Yo vi crecer a muchos” dice sobre los jóvenes que salieron de las plazas y hoy llenan estadios. “Se lo re merecen, más allá de la cuestión de dinero, si vos ves que el rap comercial o el trap más comercial está llenando estadios y los medios le están dando mucha pelota es porque abajo hay una escena que suena muy fuerte”, plantea.

Para Javi la teoría del derrame solo funciona en la música: donde crecen los de arriba crecen los de abajo. 

Al ritmo de Internet y con las batallas de Freestyle en las plazas, el rebelde Javi sigue su caminito al costado del mundo. 

El rap y la gambeta

Los caminos son múltiples pero para Javier se pueden sintetizar de dos maneras: “Una es el camino inflado y el otro es el camino orgánico, que es más largo”, define.

Dentro de la idea de lo inflado, podría meterse a las productoras, al lenguaje neutro, a la música universalizada versus lo local. “No la veo ni mala ni buena ninguna de las dos formas, pero yo prefiero el camino un poquito más largo, hacerlo orgánico, porque a la larga es más genuino: la gente te banca. Yo no creo eso que dicen que la música tiene que ser universal. La música tiene que ser como nació acá, como se habla acá. No hay que hablar neutro, hay que decir ‘berretín’. Vivimos en un país en el que se le da mucha pelota al artista local, está en el futbol, esta en la música. Lo ves en el Diego, y en los Redondos: es una locura que no pasa en ningun lugar del mundo. 

En el fútbol se dice que en Argentina se juega con enganche, por ejemplo. ¿Se puede identificar un ADN así en el rap argento?  

-Sí. En otros países se destaca el flow, el contenido y la instrumental, pero acá en Argentina lo que tenemos es una alta calidad de rimas (la técnica) y lo que nosotros los raperos llamamos el punchline: una frase que pega. El argentino se destaca por eso, por el punchline y la técnica, como si yo te hablara en el fútbol de la gambeta, la pisadita. 

Y de contenido, ¿cómo andamos?

-Creo que vamos muy bien. Hay otros lugares donde quizás el rap se ha tomado de una manera más social, pero yo creo que acá está teniendo su propio contenido. A mí me gusta mucho, por ejemplo, cómo componen Malandro de América y Cero Uno, que son raperos que son más poetas del barrio y de narrar historias cotidianas. Y eso también es muy político: el hecho de contar las historias del barrio te da un pantallazo de lo que viven. Pero después tenés de todo: ¡incluso hay hasta rap libertario!

¿Cómo se ve la política desde el rap?

-Y… a diferencia de antes, ya no me junto con revolucionarios. Y ahí veo ambigüedades, o en mi familia, de gente que revindica al Che y votó a Milei. Lo que en general escuché que me decían es: “Está todo muy color rosa”. Yo uso el término “chuavechito”. En momentos donde pudimos avanzar fuertemente, estaba todo muy chuavechito. El discurso del amor vence al odio… no es que esté en contra, pero no estoy de acuerdo. Lo mismo que los discursos de odio: yo tengo discurso de odio. Yo los odio a los fascistas, a los milicos. El odio no es algo malo. El tema es contra qué lo dirigís.

¿Cómo plantear esa diferencia?

Creo en el consenso con el compañero. Pero no tenemos nada que construir con La Libertad Avanza. Sí darle la discusión a sus bases. Pero no estoy de acuerdo con formular, en tiempos tan violentos, discursos tan suaves. “Hay que reforzar el amor”, “el amor vence al odio”… está claro que el odio nos cagó a trompadas. En esa parte estamos flojos y creo que son momentos donde hay que posicionarse, hay que decir: fachos de mierda. No decir: esperamos a que recapaciten en sus ideas… no hay chance. Estamos muy jodidos. Estamos queriendo tirar rosas cuando disparan balas.

Canta Javi en esta época:

Vienen por mí, por mi poesía
Ellos quieren mi skill, la membresía
Cortesía solo para los más reals
Que riman verdades por las encías

Tal vez por algo de prepararse para la que venía, hace 4 años que Javi boxea en La cultura del barrio, un club deportivo y cultural fundado por militantes de corte antifascista en Villa Crespo.  “En un momento me di cuenta de que estaba entrando en un bajón –cuenta– y el bajista de la Delio me dice: ¿por qué no te vas al club? Sos re vos. Fui un día y no me fui más”.

Cuando llegó Javier supo que le la gente de La cultura ya escuchaba su música. Lo estaban esperando. 

Gracias al boxeo redujo su consumo de alcohol a cero, el de cigarro, aprendió a alimentarse, a tener el hábito de entrenar, le cambió la autoestima, la fisionomía y hasta su temple: “Aprendí a ser más tolerante. Yo era mucho de hacerme el rudo. Y así como digo que a veces siento miedo, también siento que a este mundo le falta rudeza, que no se puede quedar bien con todos.  Falta más lógica de la lleca: estamos muy de Instagram”.

¿Algo positivo de todo esto? 

-Que todo el mundo habla de política. Para bien y para mal. De lo que está pasando. Si un país habla de política es que algo se movió. Entonces hay que meterse en esa discusión. 

¿Qué rol tiene la música, en especial el rap, en ese panorama? 

-El de aprender a decir las cosas sociales. El rap político tiene que hacerse de una manera vaga, no panfletaria. Uno tiene que estar con los sabios y con los más nuevos, para que te den frescura, para saber cómo se está rapeando en la calle… 

En la calle Javier plantó Miguelitos, “los clavos doblados que se usan para frenar a la gorra”.

Los adelantos del disco que saldrá en junio muestran ya un rap politizado pero a través de historias del barrio y donde deja atrás el bombo y caja clásicos, para tocar con músicos y mixear estilos. Presente la cuestión boxística (en arte de tapa, identidad y concepto de la imagen, y de esta nota, y de esta tapa), conecta los golpes desde un lenguaje ya entrenado (no a las trompadas limpias). Un rap político callejero y picarón, acaso como Riquelme, Atahualpa, Nina Simone y el propio Nicolino Locche. 

Post data: como decía el Che, en eso de endurecerse sin perder la ternura, Javi ya adelanta que, después de Miguelitos, tiene en mente un EP de rap romántico.

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