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Política & traición. Perfil político de la vicepresidenta Victoria Villarruel
Prontuario vicepresidencial: negacionismo, visitas a la cárcel, traiciones políticas pasadas y presentes. El rol de su padre en la guerra de Malvinas. El tío genocida. Su relación con Milei y Karina. La sombra de Macri. Y la caracterización de las víctimas, que definen a Villarruel como “la cara visible del Partido Militar”. Lo que está en juego: democracia, esperanza y derechos. Por Claudia Acuña y Lucas Pedulla.
Es alta –mide 1.74– y joven para la política– tiene 49 años–; es abogada y técnica en seguridad, ambos títulos obtenidos en la universidad pública, de quien se declaró orgullosa en pleno conflicto por el recorte presupuestario que impuso su propio gobierno; es divorciada y presidenta honoraria de la fundación Tridentina por los Valores Clásicos, que promueve el fortalecimiento del matrimonio, la familia y las batallas contra el aborto legal; es fundadora de la versión negacionista del CELS, el organismo creado en 1979 para sistematizar la información y denunciar pública y jurídicamente las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura militar: de esa larga y prestigiosa experiencia social copió la metodología con la intención de equiparar a las víctimas de la violencia de Estado con las asesinadas en atentados de la guerrilla, y quizás ese uso artero de la aritmética explique mejor que nada su militancia contra todo lo que representa “30 mil”; pero fundamentalmente es nieta, hija y sobrina de militares y eso en Argentina significa todo lo anterior y más: una guerra –Malvinas– y otra memoria histórica alterada, nada menos; ser la Vicepresidenta de la Nación y una amenaza para la democracia, también.
Su nombre es Victoria Eugenia Nair Villarruel, la política con mejor imagen según las últimas encuestas, y en la que nadie confía.
La carambola
Villarruel, Victoria, la rodean varios misterios: quién fue su primer marido –de quien se separó hace quince años–, cuál es su relación con Mauricio Macri, cómo llegó a ser candidata. De esto último hay dos versiones. Una asegura que el inefable Javier Milei la conoció por Twitter, antes de la pandemia. Otra, es igualmente azaroza y descuidada y así la cuenta el periodista Juan Luis González, autor de El loco: “Primero, el equipo de Milei había pensado en Rebeca Fleitas, una militante del Partido Libertario que terminaría convirtiéndose en legisladora porteña. Después, la alternativa que se consideró fue la de la actriz Lizy Tagliani. Fue una idea fugaz que no prosperó, pero que entre una y otra consumieron tiempo y energía a aquella campaña. Acá es donde entró a jugar la suerte o, podría decir Milei, la mano de Dios. Fue el tiempo que se demoraba en encontrar a una candidata y la insistencia de Mario Russo, el entonces estratega del economista, de buscar a alguien ‘que parezca la novia de Recoleta del sureño motoquero’ la que terminó de cambiar el enfoque. Y recién en esta curva es donde entró Villarruel, casi de carambola, cuando Milei se acordó que un día la había cruzado en un estudio de televisión y que ella le había caído bien”. Milei, Karina, prefería a Viviana Canosa, pero no la pudo convencer.
En estas lisérgicas semanas de julio, donde las relaciones entre el Presidente y su vice han caído en la clásica decadencia que últimamente las caracteriza, aquella mano de Dios parece haberse convertido en las de su contrario. No es el único rasgo que comparte con el anterior Presidente: quienes han tratado con Villarruel en el Senado, durante el toma y daca que manoseó el tratamiento de la Ley Bases, la describen con la misma frase que aplicaban para Alberto Fernández: “Siempre te vas de la reunión creyendo que te escuchó, pero después te das cuenta que es del tipo de persona que si la ves en una escalera no sabés si sube o baja”. Otra coincidencia: el ring tuitero, la red social donde se refriegan las internas políticas. Milei ha invertido allí los recursos financieros que antes se destinaban a la pauta oficial, quizá más –ahora el manejo de esos fondos públicos es opaco– y cuando ya hizo evidente el rol temerario que le ha dado a sus hordas virtuales, emerge una novedad: Villarruel parece haber montado tropa propia para atacar aquello –¿lo único?– que le duele a su Presidente: Milei, Karina, su hermana.
En el nombre del padre
La Vicepresidenta ha centrado su ideario político en dos ejes y ambos están relacionados: el negacionismo de los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura; y la guerra de Malvinas. Ambos están unidos por su historia familiar y representan heridas sociales profundas, y por eso mismo merecen ser analizados en esa dimensión.
Su madre es Victoria Destéfani, hija de Laurio Hedelvio Destéfani, contralamirante de la Armada, jefe del Departamento de Estudios Navales, historiador y autor, entre muchos libros, del Manual de las Islas Malvinas. Su padre es el teniente Eduardo Marcelo Villarruel, integrante del Ejército desde los 18 años, quien el mismo año que nació Victoria –1975– fue enviado a Tucumán para “aniquilar el accionar de elementos subversivos”, una tarea que él define como “guerra” en una carta que le envía años después al presidente Raúl Alfonsín. Es este término el que señala especialmente el general Martín Balza al finalizar nuestra charla sobre Villarruel, Eduardo: “Para justificar lo injustificable se invocó la palabra guerra”.
La única guerra en la que participó Villarruel, Eduardo, fue en la de Malvinas, como integrante del Comando de Operaciones 602. “Estuvieron 17 de los 73 días”, es lo que primero que destaca Balza para iniciar la conversación. “Desconozco su perfil profesional. Nunca lo tuve a mis órdenes. Es un veterano de Malvinas, pero desconozco su actuación en el conflicto”, dirá luego. Su respuesta tiene doble sentido: Villarruel, Victoria, lo acusa de haberle negado la condecoración que su padre reclamó varias veces –tantas que fue sancionado con ocho días de arresto por la insistencia– y Balza fue también quien sostuvo el apoyo a uno de los tres combates que libró ese comando en las islas durante esa guerra: el más duro y el único exitoso, si por éxito se entiende el matar enemigos.
La actuación de Villarruel, Eduardo, en esa guerra es narrada en un libro apasionante: Comandos en acción, de Isidoro Ruiz Moreno, que así relata esos tres combates:
Página 287: “La segunda sección de la Compañía 602, mandada por el capitán Tom Fernández viajó dividida en dos helicópteros: la mitad iba con el capitán Eduardo Villarruel, quien también conducía suboficiales del grupo comando de la Compañía. Fernández fue depositado detrás del cerro Bluff Cove, al este: un peñasco inmenso como una torre de piedra inclinada, separado de Monte Estancia por un valle. Lo acompañaba el capitán Durán, oficial de Operaciones de la Compañía. A dos kilómetros de dicho cerro quedó la fracción de Villarruel; por error de pilotaje, la tercera sección del capitán Andrés Ferrero fue dejada atrás y al costado, a quinientos metros del Monte Kent. Ya la oscuridad había descendido. Comenzaron a oírse disparos en la temprana noche, con mucha intensidad, y se vieron bengalas de iluminación. Durán y Fernández, azorados, se dijeron:
—¡Nos agarramos a tiros entre nosotros!”
Página 319: “Los efectivos de Ferrero, que ascendían el Bluff Cove Peak, cayeron bajo una emboscada del Servicio Aéreo Especial. El desesperado capitán no pudo reagrupar su patrulla pues la arremetida británica acabó con toda posibilidad de resistencia y todos los efectivos desconcertados corrieron en retirada bajo la oscuridad. La fracción de Villarruel, que debía posicionarse en el monte Kent, advirtió el ataque británico y optó por marchar al monte Estancia ya que su objetivo original ya estaba ocupado por el enemigo. Al día siguiente, el mayor Rico efectuó una formación de su Compañía 602 dentro del gimnasio. Si los Comandos esperaban una alocución paternalista, ponderando su desempeño, se equivocaron: su jefe no midió las palabras para censurar su abandono de los equipos –el único que había vuelto con su mochila a cuestas era el capitán Andrés Ferrero–, tratándolos de cobardes que se habían asustado de algunos ingleses adelantados”.
Página 380: “Rico se replegó con su pequeño grupo hacia donde lo esperaba el capitán Villarruel. Relata éste: ‘Yo había observado este combate con mucho detalle porque me encontraba –por decirlo así– en la platea, cincuenta a cien metros atrás en la parte más elevada, y lo había presenciado con mucho detalle, inclusive viendo cómo reaccionaba nuestra gente y cómo atacaba al enemigo’”.
Dirá Balza sobre el pedido de condecoración: “Sobre la validez del reclamo la respuesta la tienen que dar el Ejército o el Ministerio de Defensa, que son quienes tienen atribuciones para rectificar cualquier anormalidad, pero estoy seguro de que la respuesta institucional fue totalmente correcta”.
Hay que decirlo: nadie que haya estado en Malvinas en aquellos días tremendos la pasó ni bien ni fácil, pero el ex combatiente Ernesto Alonso, integrante de la Comisión Provincial por la Memoria y secretario del Centro de Ex Combatientes de las Islas Malvinas (Cecim) de La Plata, contextualiza ese infierno:
– “Los únicos héroes son los pibes que están sepultados en el cementerio de Darwin. Acá hay una disputa de sentido muy fuerte por el tema Malvinas: siempre quieren vender la historia de la gesta heroica y hasta el momento, después de 42 años, nunca los militares se hicieron cargo de las graves violaciones cometidas durante la guerra. Hay una causa abierta en 2007 con más de 150 militares imputados, y tuvimos que ir hasta la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos). Hay una tensión permanente y eso expresó el acto del 9 de Julio, anacrónico, donde vimos desfilar personas que están denunciadas por haber torturado soldados. La causa está en la Corte Suprema, que tiene que definir si esos delitos son imprescriptibles”.
Relaciones peligrosas
La relación de la Vicepresidenta con los genocidas condenados es directa. Su tío Villarruel, Ernesto –capitán del Ejército y oficial de inteligencia – tuvo a su cargo el centro clandestino de detención El Vesubio, en La Matanza. Una de sus intervenciones: Villarruel, Ernesto, ordenó “un chequeo” por haber detectado “elementos subversivos” en una casa de Ezpeleta, municipio de Quilmes. Allí vivían Mario Rubén Tato Arrosagaray y Guillermina Silvia La Negra Vázquez, pareja y militantes de Montoneros. El 17 de febrero del 1977, Tato estaba cortando el pasto de su casa cuando ve a tres personas caminando en su dirección. “Me contó que escapó para el otro lado –recuerda hoy su hermano, el escritor Enrique Arrosagaray–. Lo empezaron a correr, a disparar. Se tiró al suelo y devolvió los disparos. Zafó, pero La Negra no: la secuestraron al regresar de su trabajo. Supe mucho después, investigando el tema, que la tuvieron secuestrada en El Vesubio. La destruyeron”. Silvia sigue desaparecida.
El Negro se pudo escapar a Uruguay, donde murió de cáncer en los noventa. Enrique, su hermano, recuerda que hace pocos años alguien le mostró una foto de Villarruel, Victoria, durante sus apariciones públicas: “¿Sabés quién es esta mujer? Es la sobrina del tipo que dio la orden del operativo”.
Por este y otros delitos de lesa humanidad, el juez Daniel Rafecas ordenó la detención de Villarruel, Ernesto, quien se fugó. Fue detenido en 2015 cuando fue a votar, casualmente en las mismas elecciones que su sobrina Villarruel, Victoria, fiscalizó para el PRO. Estaba trabajando como inspector de Higiene y Seguridad Alimentaria del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Le imputaron delitos de privación ilegal de la libertad agravada –por el caso de La Negra–, además de imponerle un embargo de 400 mil pesos. Al año siguiente la Clínica Psiquiátrica de Las Heras le diagnosticó Alzheimer, con trastornos del comportamiento e ideas delirantes. Nunca fue juzgado: el juez Rafecas lo declaró “incapaz para defenderse de la imputación”.
Militando el genocidio
Villarruel, Victoria, fue la impulsora de las visitas a los genocidas encarcelados. Dicen que el interés por la historia militar que heredó de su abuelo fue el lazo con el que se ató a Alberto Eduardo González –“es como mi segundo padre”, la escucharon decir– apodado El Gato, quien secundaba a Jorge Tigre Acosta en la ESMA y era el mandamás del sótano a donde eran llevados los secuestrados para la tortura. La sobreviviente Silvia Laybaru contó que González la violaba en la ESMA y también en su casa, junto a su esposa. Silvia era militante en Montoneros, tenía 20 años y estaba embaraza de cinco meses.
“Su rol específico consistía en la obtención de información por intermedio de la tortura y la planificación del uso de esa información”, dice uno de los fallos que condenó a González con tres perpetuas:
ESMA II por la desaparición de 86 personas,
ESMA III por otras 789 víctimas,
Por delitos sexuales.
Para el ex combatiente Ernesto Alonso, la Vicepresidenta es “la cara visible del partido militar”, y por eso conecta Malvinas con la visita que seis diputados de La Libertad Avanza hicieron a genocidas en la cárcel: “Hay dos diputadas vinculadas a la cuestión Malvinas. La mendocina Lourdes Arrieta es hija de Tomás Arrieta, miembro del Regimiento 12 de Mercedes–Corrientes, denunciado por soldados en la causa judicial por violaciones a los derechos humanos: le sacó hasta el alimento a los soldados a su cargo. La otra diputada es María Fernanda Araujo, hermana de Elvio, un soldado compañero nuestro caído en el Regimiento 7. Fue presidenta de la Comisión de Familiares de Caídos que las fuerzas armadas montaron después de la rendición para desplegar un plan de inteligencia y contrainteligencia: qué contar de la guerra, qué hacer con los soldados y con los familiares de los caídos. Para eso crean la comisión”.
Dirá también Alonso algo que pocos mencionan: la guerra de Malvinas dejó un saldo de desaparecidos. “En 2017 fuimos con Nora Cortiñas y Adolfo Pérez Esquivel a Malvinas para apoyar el proceso de identificación de los NN, porque era un reclamo de las familias de desaparecidos en la guerra. Cuando volvimos nos hicieron un escrache, encabezado por la hoy diputada Araujo, visitante de genocidas, que le gritaba a Cortiñas:
–A nuestros héroes no se los llevó un Falcon verde”.
La Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur es una oenegé clave en la constelación de la que forma parte Villarruel, Victoria. Su primer presidente fue Héctor Omar Cisneros, hermano del Perro Cisneros, compañero de Villarruel padre y de Aldo Rico en la Compañía 602. Cisneros renunció cuando se supo que había formado parte del Batallón 601 de inteligencia del Ejército entre agosto de 1981 y 1983. Como reconstruye Alejo Ramos Padilla en su tesis doctoral, la asociación creció especialmente durante el gobierno de Macri y fue el núcleo de oposición a que se investigaran las torturas y tratos crueles cometidos contra la propia tropa durante la guerra.
La sombra de Macri
arlos Manfroni es el titular de la unidad gabinete de asesores del Ministerio de Seguridad, a cargo de Patricia Bullrich. La periodista Luciana Bertoia recuerda que Bullrich ya lo había designado asesor en su etapa como diputada y que cuando Mauricio Macri la convocó para ocupar el Ministerio de Seguridad, nombró a Manfroni como el enlace de esa cartera con el Poder Legislativo y luego lo puso al frente de la Dirección de Investigaciones Internas. El dato: Manfroni era parte del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas, creado por Villarruel, Victoria, y su co autor del libro Los otros muertos. Las víctimas civiles del terrorismo guerrillero de los 70.
Este enero las vinculaciones de la Vicepresidenta con Mauricio Macri dejaron de ser especulaciones: lo visitó en su casa de Cumellén, en Villa la Angostura. Los medios locales informaron que ingresó al country a las 22 horas y que al día siguiente almorzó con él y dos empresarios, “uno hablaba en inglés”.
Quizá desde entonces y fundamentalmente ahora, para sus camaradas políticos –Milei, Javier y Karina– se transformó en aquello que sus primeros socios de reivindicación genocida –Pando, Celcilia, y su marido, el mayor Pedro Mercado– le recriminan con una palabra: traidora.
Quizás el misterio haya sido revelado en aquella frase con la cual la definió el Financial Times, casualmente este enero:
“Ella está lista para lo que sea”.
Quizás el verdadero objetivo político de Villarruel, Victoria, esté definido en aquello que Balza me enviará luego de nuestra charla. Es un artículo que escribió en el diario Perfil, donde cita una frase del militar alemán Colmar von der Goltz:
“No se vence al enemigo destruyéndolo, sino quitándole la esperanza de la victoria”.
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Desde abajo: familiares y Compañeros de Tres de febrero
Se volvieron a organizar hace 15 años, pero sus inicios se remontan a tiempos de la dictadura. Trabajan en escuelas y con homenajes, donde activan la memoria a nivel territorial. Organizaron un escrache a Victoria Villarruel cuando votó en un jardín de infantes donde había vivido una desaparecida. Uno de sus fundadores, hijo de una Abuela de Plaza de Mayo, editó un libro fundamental que recupera las historias y la militancia de las 345 personas desaparecidas en el distrito. Qué nos invitan a pensar hoy: las encerronas, las grietas, lo individual, lo colectivo, la vida, qué esperar del Estado, y dónde está la utopía. Por Lucas Pedulla.
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Educación en movimiento. MU en Misiones: la experiencia del Movimiento Pedagógico de Liberación
Es un movimiento y un sindicato docente. Se sostiene con el aporte de sus miembros, que deciden todo en asamblea. Desde Eldorado, se hermanan con las experiencias campesinas y de tareferos. Luchan por lo laboral, contra las condiciones de esclavitud y por nuevos paradigmas culturales: soberanía alimentaria, asociativismo, antimachismo, una vida sin venenos. Saberes y transformaciones concretas, en tierras coloradas, para espantar al miedo. Por Francisco Pandolfi.
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Creando justicia. El servicio contra la violencia de Mujeres Creando
Mujeres en Busca de Justicia, de Bolivia, atiende lo legal y pasa a la acción para enfrentar situaciones de violencia machista. ¿Qué puede inspirar esta experiencia en Argentina? La reciprocidad con las víctimas. El derecho pese a los abogados. La democratización de lo judicial y lo que enseña Paola Gutiérrez (foto) para pensar –más acá del Estado y de poderes que consideran impotentes– la única salida sostenible: la autoorganizada. Por Anabella Arrascaeta.
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