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Palo y a la bolsa

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Crónica del más acá

Y o debería respetar más el pensamiento mágico. Mi racionalismo me va a matar algún día. Cuando fui a la Bolsa de Comercio media hora antes de comenzar la visita guiada y me pidieron que volviera a la hora exacta (las 12) debí leer el universo, el cielo, algo.
Cuando volví 7 (siete) minutos antes y me mandaron afuera a esperar la hora exacta (insisto: las 12) como si tuviera dengue. Ése era el momento de leer el destino y de matar a la milica maleducada que atiende la entrada. Pero no. El tipo, confuso patriota de la letra escrita, se tragó el sapo con esperanzas vanas.
Humedad, un calor que te arruina los elásticos, y el tarado de la visita guiada me informa que como no tengo documentos (mi mamá me decía que no saliera sin documentos), no tengo tarjeta de crédito (parece que sirve para la identidad), ni siquiera tengo registro de conducir (no tengo auto) no puedo ir a la visita guiada por mi seguridad, la de él y la del Cono Sur. Así, como lo escribo, el tipo con cara de “no puedo hacer nada, la culpa es tuya por ser pobre y boludo”.
En digno silencio bajé las imponentes escaleras del Antro Bursátil y resolví dejar una nota de queja a fin de denunciar el maltrato subliminal.
A veces soy tan pelotudo que siento ternura de mí mismo.
Recorrí tres (3) oficinas más donde todos me miraban como si vieran a Marilyn Monroe con los bigotes y la barba de Fidel cuando decía que me quería quejar, hasta que un humanoide me dijo que presentara una nota y la mandara por correo porque no había libro donde asentar la queja.
En ese instante murió el señor de los buenos modales y renació el hijo del mecánico y lo mandé a la reputa madre que los parió y me fui a la calle, caliente como una pava.
Mientras un tipo atravesaba el auto sobre la banda peatonal, hablando por celular y cagándose en los pobres pibes de la ciudad que intentaban poner orden al tránsito, busqué en mi bolsillo una granada para matar al susodicho pero no tenía y llamé por celu pensando “cagó la nota”… escuché sugerencias y me fui a casa Piano a entrevistar a un veterano de mil batallas (uno de los Piano) para ver cómo había sobrevivido a esa gesta llamada Economía Argentina. La nota prometía restaurarse.
El viejo de mierda no estaba.
Humedad, calor y calentura. Yo con saco. ¡Con saco! Camino por la City donde están todos locos. Todos. Credenciales que cuelgan de diferentes partes del cuerpo, show de siliconas, todos hablan por celular, todos están apurados, todos Te empujan si no te corrés y hay millones de motos. Trato de hablar con alguien para sacar alguna otra idea sobre cómo ve el mundo esta gente: al segundo que me mira con cara de culo resuelvo que no es mi día.
Intercambio una cordial puteada con un motoquero y me meto en un bar donde soy saqueado con todo entusiasmo: 22 mangos por un café doble y un vasito de jugo de naranja. No sólo tengo la cara, soy el equipo completo. Furioso, me levanto (pagué, eso sí) y salgo al loquero de nuevo. Camino unos metros y veo: museo. Y bueh, entro. Algo de paz hermano, algo. Es el Museo de Numismática del bcra. Si hay algo que no me interesa en la vida es la numismática pero entré igual. Algo de paz. Me atiende Una Persona Amable. Una. ¡Y era un policía!
El universo no funciona.
Me lleva dentro del museo. Soy el único. El señor de la Ley me cuenta que nunca viene nadie y prende las luces y llama a la guía. Lugar hermoso, muy cuidado y es la historia de la Argentina en monedas y billetes. La guía es la Segunda Persona Amable. Me atiende de maravilla y sabe y mucho y es joven y la visita no es un embole y la veo bella y barajo la posibilidad de ofrecerle casamiento, dinero y lujuria. Me quedo con la parte de la lujuria pero por suerte resuelvo callarme.
Mi memoria se horroriza cuando veo el billete de ¡Un millón de pesos! Qué país adrenalínico el nuestro.
Cuando voy a salir, no me dejan…
¿Y ahora qué?…
El súper combativo-revolucionario-trosko-anarquista gremio de Zanola (La Bancaria) está en manifestación y por eso trabaron la puerta del museo. La guardia tiene miedo de que se le metan adentro. No lo puedo creer.
Media hora sentado, solo como una marmota, en un espléndido y durísimo banco de madera de un Museo de Numismática, esperando que la manifestación nacional y popular se vaya.
Me vuelvo a África. Con los leones estamos mejor.
Al salir paso por la esquina del Hipotecario: “Tenés plata, no hacés nada y tenés más plata”. Estos tipos sí que la tienen clara. El edificio del Hipotecario es de una horripilancia que me deja paralizado. En ese momento una señora, medio a los gritos, empieza a gesticular en la puerta. Me acerco a ver si es una protesta del algún golpeado por los rufianes bancarios. Esperanza de nota. No. La señora tiene las bujías empastadas y no le funciona el carburador. Mientras la escucho con interés porque decía cosas tales como “no soy evangelista porque Dios no escucha” se me acerca otra señora (¿tengo cara de qué?) y me dice “mi hermana está igual por el corralito, usted no sabe lo que es eso”. No, no sé. La señora no se detiene y me explica todo, todo, todo durante dramáticos e interminables 20 minutos cerrando con una curiosa teoría acerca de que la locura está en la sangre.
Se va.
Me quedo parado en la esquina mirando una ambulancia del same. ¿Subo?
Cruzo la Plaza de Mayo donde duermen tirados al sol oficinistas y sin techo y dos caballos de la montada cagan con marcial dedicación el escaso césped. Miro la Rosada y no se me ocurre ni una sola metáfora.
Bajo al subte y en el kiosco de Avenida de Mayo veo una revista con una mina de unas tetas impresionantes, con el pezón con helado y pegadito a la revista un libro de la Madre Teresa. La concepción de vidriera de los kiosqueros me resulta inasible.
Veo otro libro cuyo título es Próstata.
Es demasiado.

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Onda Brukman

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El desfile de personajes de la llamada farándula que puede verse en las fotos que acompañan esta nota es producto de una invitación que formuló mu y que aspira a contar con una presencia capaz de llamar la atención sobre una noticia urgente: las fábricas recuperadas necesitan vender sus productos para así defender y multiplicar las fuentes de trabajo autogestivas. Al llamado respondieron rápida y entusiastamente cinco fans del ejemplo que sintetiza Brukman. Una cooperativa que hoy integran 65 mujeres y hombres que cosen trajes de calidad y rompen moldes de alta costura: aquellos que pretenden reglamentar lo que es posible o imposible hacer. ¿Cómo lo lograron?
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La vida sin patrón

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En medio de un modelo que convierte a las personas en espectadores, protagonizar la propia vida es algo que se logra a fuerza de romper el molde y el formateo de los modos de vivir y de ser. Desde el humor hasta las experiencias sin patrón, la lucha contra el Estado bobo y los cerebros matrizados.
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Misión imposible

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LA NUEVA MU. Tomar el futuro

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