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La vida sin patrón

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En medio de un modelo que convierte a las personas en espectadores, protagonizar la propia vida es algo que se logra a fuerza de romper el molde y el formateo de los modos de vivir y de ser. Desde el humor hasta las experiencias sin patrón, la lucha contra el Estado bobo y los cerebros matrizados.

¿En qué se parecen el humor y una fábrica sin patrón?
Cada quien puede pensar la respuesta que mejor le caiga (si no cree –cosa posible– que la pregunta sea disparatada). Esta es sólo una idea al respecto: Brukman y tantas otras fábricas en manos de sus trabajadores, implican una ruptura de parámetros –de patrones– sobre qué es lo empresario, qué es lo productivo y qué es lo democrático. ¿Y el humor? El actor Diego Capusotto, en Brukman, razona: “Todo esto me suena a que hay que respetar las propias convicciones. Es romper el molde, y eso significa hacer algo que le escape al modelo de formateo, en estos casos del trabajo, y en nuestro caso del humor”.
Estas líneas son apuntes veloces surgidos de una situación sencilla: la idea de invitar actores a Brukman, para que luzcan lo que hace esa fábrica textil en manos de su asamblea de trabajadores, nos puso en contacto con palabras como moldes, modelos, modas, patrones, y a la vez imaginación, creatividad, resistencia, novedad. ¿Hay en todo ese elenco de conceptos algunas pistas sobre cómo funciona el presente? ¿Hay lazos posibles entre experiencias que parecen tan de otro orden como lo fabril y lo artístico? Se sugiere a lectoras y lectores presentes que, si perciben que esta nota les resulta un nuevo molde o un formateo como dice Diego, la dediquen a actividades útiles como envolver huevos, o más útil aun, hacer aviones y barcos de papel para jugar a volar o a navegar.
 
El fuego de los tontos
Diego Capusotto es con Pedro Saborido el corazón de Peter Capusotto y sus videos. En Brukman, Capusotto relaciona lo que ve en los percheros mientras la fábrica es un hervidero de risas y voces de las costureras, con lo que él mismo produce. Habla con una seriedad que en televisión no se le conoce. “Yo creo que en lugares como éste, como en lo que hacemos nosotros, lo que uno encuentra en común es la cuestión celebratoria de la vida. La alegría. Romper el molde es saber cuál es el discurso dominante, y escapar de eso”. En el caso del humor, dice: “El formateo en el medio televisivo, y se puede trasladar prácticamente a toda actividad humana, es ese según el cual hay que hacer lo que la gente quiere escuchar. Si te convencieron de eso, todo empieza a ir en dirección que ya no es la tuya. Romper el molde sería responder a lo que vos mismo necesitás hacer o comunicar”.
¿Y cómo lograr eso en términos prácticos? ¿Cómo trabajan en Peter Capusotto y sus videos? Saborido contó a mu: “No hay marketing, ni miradas supervisoras. Es lo más viejo del mundo, dos tipos que nos juntamos a tomar mate o café, a tirar ideas”. Capusotto: “Armamos un lugar que a la vez es de todos, y donde también se puede delegar”. La palabra clave para que puedan coexistir la creatividad y la producción concreta en un grupo de trabajo, según esta visión de Diego, es confianza. “Digamos que todos son partícipes desde una cuestión amorosa, de entusiasmo y afecto. No hay dos que mandan y los demás que obedecen, sino un trabajo más conjunto”. Saborido: “Diego es coherente en su pensamiento. Podría ser un tipo muy democrático, muy de izquierda, y ser un sorete en su trato habitual con lo cual demostraría que es todo lo contrario. Pero esta es su forma de ver el trabajo, y sí, es como una cooperativa donde buscamos una forma más feliz y democrática de ejercer un laburo”. Curioso, las mismas palabras podrían servir para hablar de una fábrica sin patrón, o de un emprendimiento comunitario.
Capusotto aclara algo sobre el contenido del humor: “No hablo de la moda de burlarse del otro. La televisión es muy de avivar el fuego de los tontos, y más de uno se hace famoso porque es el piola al que no le importa nada reírse de los demás o despreciarlos porque sí. Yo creo que en lo que hacemos hay un sustento generacional y si querés ideológico, pero nada evangelizador ni de bajada de línea”.
¿Y a qué apunta entonces ese humor no evangelizador? “A lo etiquetado, desde lo político, lo social, la burla a las instituciones ligadas al poder que tienen un discurso, pero su finalidad es el control de las emociones y digitar las conductas de la gente. Uno se ríe de eso, de la seriedad, lo formal, lo normado, lo que hay que hacer. Todo eso se derrumba cuando se puede mirar las cosas de otro modo” (si es así, el humor es algo más que contar chistes más o menos buenos, y tiende a ser una especie de autoafirmación de la persona).
¿Qué significa el control de las emociones? Para Capusotto es lo que ocurre con la comunicación. “El bombardeo de información ligado al tema del consumo, a que nos digan qué necesitamos para estar bien, tener mejor calidad de vida, o ser correctos. Ahí aparece el formateo de los medios. Uno termina siendo pensado por los medios, cuando les creés como palabra autorizada. Ya no es el cura de la Iglesia, ahora es el comunicador, la publicidad, el marketing. Terminan formateándote no sólo lo que pensás, sino también las emociones”.
¿Qué hacer frente a eso? Capusotto aspira a que el humor sea un modo de ruptura de esos dictados. “Pero también diría que uno tiene que estar más atento a las propias emociones que a las de los demás. Hay que estar alerta, pero no defendiéndose del mundo ni por una actitud conspirativa, sino para dejarse guiar por el propio instinto. Mirarse más para adentro que para la contaminación que viene de afuera. Y aliarse, juntarse con los que están en una situación de vida similar, para que haya un modo de compartir la vida”.
Cuentan que el filósofo francés Gillles Deleuze fue interrumpido durante una conferencia por un hombre que le planteó que el problema del ser humano es que está solo. Deleuze contestó: “No, el problema es que no estamos lo suficientemente solos”. La anécdota la recordaba un reciente escrito del argentino Diego Sztulwark y empalma con lo que dice Capusotto. La soledad como modo de encontrarse para no dejarse formatear las emociones y las ideas, no es aislamiento ni autismo Y las alianzas con los otros, para compartir la vida, no son la masificación contaminada que proponen las máquinas de moldear sociedades.
 
Intermedio a la italiana
No es seguro que Mauricio Lazzarato, pensador italiano, mire Peter Capusotto, pero ha escrito que el capitalismo no es un modo de producción, sino una producción de modos de vivir, de ser y de pensar. Los medios crean un mundo cerrado, hecho, y el sujeto ya no forma parte tanto de “la sociedad”, “la clase”, o “la población”, sino del “público” o “los públicos”. Como si el modelo actual fuese una gran fábrica de espectadores. Incluso la máquina mediática puede proponer que uno sea “protagonista” a través de los grandes hermanos, la fama, facebook o cosas que en realidad funcionan como retroalimentación del modelo, y como instrumento de captura y control de facultades de la persona. ¿Qué facultades? Dice Lazzarato: la memoria, la atención y su capacidad de relacionarse con otros. Las viejas sociedades disciplinarias moldeaban y uniformaban los cuerpos y las conductas. Las nuevas sociedades de control “modelan los cerebros y constituyen hábitos, principalmente en la memoria espiritual”. Las empresas, más que productos, fabrican mundos. Por eso sus mayores inversiones no son en la producción, sino en el marketing y la publicidad, en la captura del público.
 
¿Qué come una gallina?
Ernesto Lalo Paret, no leyó a Lazaratto ni conversó con Capusotto, pero viene entendiendo todo desde hace tiempo. Llegó a mu a conversar y tomar café con leche. En su tarjeta personal, debajo de su nombre, se lee “nada”. Lalo no es nada, entonces, pero integra la Cooperativa Unidos por el Calzado, cuc, la ex Gatic de San Martín que está logrando algunos actos de magia como haber aumentado en un 400 por ciento su cantidad de socios en cinco años (de 40 a 163), instalar un jardín de infantes en la planta, un centro cultural, articulaciones de trabajo con La Catanga y La Tranquila, villas que rodean la fábrica, y con las flamantes cárceles de San Martín (construir prisiones promete ser uno de los grandes emprendimientos inmobiliarios de estos tiempos).
La cárcel es un símbolo de quedarse en el molde, pero el impulso de cuc permitió instalar cursos de oficios, carreras universitarias y generar trabajo con los presos para que vayan teniendo no sólo el conocimiento sino un ingreso por lo que hacen. cuc instaló además una radio para el barrio, que a su vez trabaja con los internos del Centro de Salud Mental de San Martín, al estilo de radio La Colifata (y esto es apenas un esbozo del complejísimo mapa de acciones y lazos de cuc con su comunidad, al estilo de lo que han hecho también Zanón en Neuquén, Maderera Córdoba y Chilavert con sus secundarios y centros culturales, por nombrar algunas de las que rompieron la jaula del ensimismamiento).
Lalo se ríe. “El problema es animarse. Claro que animarse cuesta mucho. Mi papá decía que la gallina criada con mierda, ve maíz y dispara. A uno le puede pasar lo mismo. Si te dejás llevar por este modelo, te pudren la cabeza y terminás como la gallina”.
Lalo sabe que en las fábricas se están haciendo cantidad de exploraciones nuevas. “El comportamiento colectivo es diferente, porque no hace falta ningún estatuto para saber que necesitás a tu compañero. La forma de distribuir el dinero que entra también es totalmente igualitaria, o mucho más que en cualquier privada”. Llegaron a retirar 2.200 pesos por mes per cápita, pero nada es fijo, y hoy –crisis mediante– están un poco debajo de esa cifra. No es un salario lo que cobran, sino lo que deciden repartir entre todos de acuerdo a lo que ingresa.
Gustavo Ojeda, de Gráfica Patricios, siente que una dificultad es la falta de participación que a veces puede darse en las asambleas. “Pero ahí estás rompiendo también todo lo que han metido en la sociedad desde la dictadura hasta todos los gobiernos de turno. Los más jóvenes a veces funcionan sólo fichando, como si fuera cualquier otro trabajo. Eso se soluciona hablando, haciendo que vean que no van a tener muchas posibilidades de trabajar de este modo”. Los ingresos allí rondan los 1.800 pesos como base para cada socio. Pero la asamblea valora de modo diferente, por ejemplo, el trabajo de maquinistas que ya son como artesanos del oficio gráfico. “Pero no es como en una privada, donde el que sabe sabe, y el que no es jefe; acá la diferencia es pequeña, y también es un estímulo para que un tipo no se tire a chanta pensando que con barrer gana lo mismo que otro que hace un trabajo especial. De última, lo decide la asamblea”. Otra clave: uno puede estar o no de acuerdo con una decisión, pero es la decisión que ellos mismos tomaron. Se ganaron el derecho ocupando la fábrica más solos que acompañados, y a oscuras durante más de un año. Lograron reabrirla siendo 28. Hoy son 70.
 
Estado bobo
Gráfica Patricios tiene un secundario para recuperar a 300 chicos que habían abandonado la escuela. “Lo pusimos como un paraguas político para que no nos expropiaran. Pero ahora yo veo a los pibes en la fábrica, la planta con escuela, y se me rompe la cabeza. Me emociona. La quiero ahora más que antes”. Patricios tiene también Radio Gráfica, fm de La Boca y Barracas, Buenos Aires, “Me decían: ¿para qué quieren una radio? Para tener una función social, voz y voto, para salir al aire y no nos cierren nunca más la boca, para decir lo que está pasando”. Gráfica tiene además un taller de teatro conducido por Norman Briski, y armó la Red Gráfica, reunión de 10 recuperadas para la compra de insumos, de coberturas sociales, centralmente para estar juntas y aliadas. “Le hemos arrancado las fábricas al poder” explica, para que se entienda por qué sería casi suicida caer en formas de aislamiento.
¿Y el Estado? “Te cuento algo. El Ministerio de Educación manda a hacer manuales para los pibes, 5 millones de manuales. Y ese trabajo no se lo dieron a las recuperadas. ¿Sabés a quién se lo dieron? A imprentas privadas de Chile o México, ya ni me acuerdo de la bronca que me agarré. Para colmo, les cobraban 1,30 por libro, y nosotros presupuestamos 0,80. ¿Sabés qué me decían? Que hay alguno que digita eso, y nadie se atreve a tocarlo. Nosotros no pedimos subsidios, queremos trabajo, pero ni eso te dan, porque hay un nicho de negocio guardado bajo 7 candados”. Gustavo aclara velozmente su apoyo a la cabeza del actual gobierno: “Estuvimos con la compañera Cristina, para mí es una gran compañera, claro que sola no gobierna. Estuvimos dos horas en Olivos, por la Ley de Radiodifusión. Lo único que le dije es que para mí tiene que estar un poquito más cerca del pueblo”.
Lalo en cambio no quiere ni hablar del gobierno. “Para mí no se modificó nada. Andá a cualquier hospital bonaerense y te vas a dar cuenta de que no hay voluntad de que algo cambie en serio”. Tampoco cree ya en los moldes de la izquierda. “Me perdí, ya no sé de qué estamos hablando, ni me interesa. Los partidos políticos, incluso los de izquierda, para mi son todos parte del sistema”.
El relato de Ojeda sobre los manuales, para Lalo tiene una explicación: “Estamos en un Estado bobo, totalmente subordinado a las empresas privadas. Y para los políticos nosotros somos un peligro, porque están acostumbrados a ser patrones de los demás, y a tener como patrones a los empresarios. Nosotros mostramos que las cosas se pueden hacer de otro modo. Nos aguantaron hace unos años porque estábamos de moda. Ahora ya no estamos de moda. Es peor para ellos, pudimos sobrevivir. Se creían que íbamos a caernos, pero cada vez somos más fuertes”.
¿A qué atribuye esa fuerza? “A que nadie va a largar nunca la fábrica. Ninguno la va a entregar ni con la crisis ésta, ni con 10.000 crisis. Porque es su vida”.
¿Qué diferencias hay con los modos convencionales de trabajo? Lalo apunta: “La forma de discutir, porque de última todo se decide en la asamblea. Me dirán lo que me dirán, pero el que no sirvió es el modelo patronal, que cerró las fábricas. Y los trabajadores en cooperativa y asamblea son mucho más sustentables y generan laburo. Todo esto hace que los tipos (los trabajadores) descubramos capacidades que antes no sabíamos que teníamos”.
Si hay una capacidad que uno no sabe o no cree que tiene, esa capacidad está “alienada”, fuera de nuestra comprensión. Entonces uno se siente incapaz. Por ejemplo, de poner en marcha una fábrica en cooperativa con sus compañeros. “Te formatearon”, dice Lalo. “Y cuando descubrís esa capacidad que surge de vos mismo, ¿sabés qué es? (Me mira como para contarme un secreto) Es una revalorización de la vida”.
Lalo ha tenido una historia fuera de lo “normal”: fue cartonero, desocupado, ciruja, precarizado. Aclara: “No chorié. Mi hemano sí, y estuvo en cana. Mi sobrino está preso. Todos los amigos de mi hermano están muertos por chorros, los mató la policía. Yo pensé: hay que hacer otra”. Ni policía ni ladrón, Lalo fue armando su vida con esa especie de forma divertida y desafiante de pensar las cosas. “¿Y qué vas a hacer, si las respuestas que te trajeron no te sirven más?”
Para explicar su teoría sobre cómo empezó a pensar otras respuestas, Lalo parte de sus propios moldes ideológicos. “Acá pasó un logro maravilloso, los trabajadores hacen justicia al modelo de explotación y de individualismo. Pero los lleva el hambre. Ellos ponen el cuerpo. La verdad es el hambre, lo que te hace parir nuevos modelos”. Hambre. En Brukman me hablaron también de desesperación (la que uno puede imaginar en las Madres, cuando rompieron los moldes e inventaron todo un molde de lucha, la que uno puede imaginar en tantas historias de movimientos sociales, comunidades amenazadas, sociedades en peligro).
A Lalo nada de esto lo sorprende. “Es que hay un agotamiento del orden. Todo lo que querían ordenar de un modo, ya no sirve. ¿Sabés qué es el agotamiento de este orden?”, me pregunta mientras cae la cotización de mi capacidad para dar algo por sabido. “No es la hecatombe financiera ni nada de eso. Es que todos sabemos que la vida podría ser mejor”.
 
Los nuevos patrones
Lalo asegura que el único modo de sacarse de encima el miedo por la falta de un patrón es construyendo nuevos patrones: “La horizontalidad le rompe los esquemas a muchos, pero permite que todos participen. O sos horizontal, o no existís. Otro patrón fundamental –dice, ajeno a la Real Academia– es no cagar al otro. Y producir con responsabilidad. No me mando cualquiera, porque esto es lo que me da de comer”. Pone un ejemplo estadístico: “Ninguna de las fábricas que logró arrancar, se cayó. Ni se va a caer. Porque nos jugamos la vida”. Cree además que hay una diferencia de orden médico. “La relación de dependencia te mata. Algunos no se dan cuenta, pero mirá cómo tiene la cabeza un tipo de una empresa, o incluso un empleado estatal. Están matrizados”.
Gustavo dice que lo emociona lo que están haciendo con la fábrica, la radio y la escuela. Lalo usa la misma palabra, emoción, para hablar del trabajo de cuc en las cárceles, de la relación con el barrio y las villas de San Martín. ¿En qué medida esa es una ventaja comparativa? ¿A cuánto cotizan la emoción, la responsabilidad, o la desesperación?
Esta conversación no se cierra aquí, recién se está abriendo. No hay conclusiones, pero sí un dato: estas experiencias salieron de un molde de muerte, a fuerza de múltiples y pequeñas ¿revoluciones? personales y grupales, o desataduras y desbloqueos, para no quedarse en el molde. Para mirar las cosas de otro modo y concretar algo fuera de moda: revalorizar la vida.

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