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Villa Corina. Con un taller de producción musical o un festival donde se elige Miss Contaminación intentan desafiar al destino del barrio y lograr cambios. Una experiencia concreta sobre cómo la participación le gana a la violencia. Arte y protesta.

ImaginahopEl barrio es un enjambre de pasillos que recorren primero los monobloks, después las casitas y más allá lo que se pudo construir sobre esos terrenos que el arroyo Sarandí convierte en ciénaga. Ninguno de los tres tipos de edificaciones escapan al deterioro que produce las aritméticas de la pobreza: hay más gente que viviendas. Como también hay más gente que trabajo, más gente que oportunidades, más gente que futuro. Esa ecuación convirtió a Villa Corina en una zona peligrosa, especialmente durante la peligrosa década del 90, cuando fue bombardeado el cordón industrial de la zona sur bonaerense. “Tenía fama de pesada, pero eso lentamente está cambiando. Ahora hay mucho más presencia de organizaciones sociales. Y también muchas más ganas de participar”, cuenta Néstor Saracho, uno de los fundadores de la Asociación Civil Vecinos de Villa Corina por un Futuro Mejor y responsable de la organización de las actividades más novedosas del barrio.
Saracho llegó a ese barrio a los 12 años y cursó el último grado en la Escuela N° 58 donde hoy ofrece un taller de edición musical. Su biografía dice que nació en Salta, pero su parto fue en Lavalán, el lavadero de lanas recuperado por sus trabajadores en plena crisis de 2001. Desde entonces acompañó el proceso de creación de varias cooperativas de trabajo, una experiencia social cuyos desafíos sobre la autogestión, la participación y la producción de cambios lo siguen desvelando hasta hoy. Marcado por esa perspectiva, comenzó a mirar su barrio con otros ojos.
El primer proyecto que impulsó fue juntar firmas para exigir una tarifa única en la línea de colectivo comunal. “En el conurbano están las que se llaman las líneas 500, que no tienen legislación provincial ni nacional. Por ejemplo, la cnrt no te toma una denuncia y en algunos lugares tienen licitación municipal y en otros funcionan de manera muy irregular. Pero el servicio que prestan es fundamental porque conectan lugares dentro del mismo partido que ninguna otra línea hace. Vos te podías ir con un boleto de 90 centavos a recorrer todo el partido. En el último tarifazo aumentó el triple y por eso empezamos a juntar firmas. Logramos que quedaran las tarifas más baratas y, de palabra, que los colectiveros cobraran el mínimo. Ahí comprobamos que la gente del barrio necesitaba proyectos concretos. Que en base a una problemática común podía comenzar a pensar otras cosas”.
¿Por ejemplo?
El presupuesto de Avellaneda, por ejemplo, es poco más de 300 millones de pesos anuales. Se gastan millones en sostener el negocio de la recolección de basura, pero no hay un centro de rehabilitación en el barrio. Un día hablaba con mi hermano, que está en rehabilitación, sobre cómo la adicción es un método de control social, que es un discurso que muchos repetimos convencidos. Él me refutó: “Para mí es un método de descontrol social… Es para que estemos descontrolados y nos bardiemos entre los vecinos y empiecen las trifulcas entre bandas, en vez de buscar una cosa en común como, por ejemplo, organizarnos para que todos los ascensores de las torres anden bien”.
 
Así, de lo amplio y profundo a lo concreto, fueron encontrando una forma de relacionarse con los vecinos, a los que convocaron a charlar en reuniones que llaman “grupos de reflexión barrial”. Un ejemplo: en 2007 el barrio fue sacudido por un hecho que se convirtió en leyenda. “Los chicos de 10 años nos contaban que una banda autodefinida como Los hijos de comisarios había fusilado a 10 chicos al grito de ´Mueran los futuros chorros´. Tomamos contacto con algunos familiares de los chicos que asesinaron con la idea de reconstruir esa historia en una jornada de reflexión colectiva. Ahí surgieron cosas muy interesantes. Los muertos en realidad fueron 3 y los que dispararon no eran todos hijos de policías, sino uno solo. Y estaban pasadísimos. Uno dijo: ¿qué mirás? Y el otro le pegó un tiro. Lo que surgió, entonces, fue cómo el rumor del barrio construye una leyenda así, cómo el propio barrio se encarga de irradiar el miedo”. El resultado de ese día se convirtió en las primeras estrofas del rap que los chicos de la Escuela N° 58 van a estrenar en la muestra Ningún pibe nace para chorro, organizada por lavaca, y que tendrá como una de sus sedes el barrio de Villa Corina.
El ritmo del cambio
Néstor y sus amigos se acercaron a la escuela del barrio para presentarle a la flamante Asociación y terminaron creando un taller de producción musical en el que los chicos aprenden la cultura del hip hop. El proceso de este aprendizaje es de por sí significativo. “En dos clases ya sabían cómo hacer música con las computadoras, pero para componer las letras se necesitó un proceso más largo. La toma de la palabra es un problema concreto”. Para lograrlo, tuvieron que organizar una jornada que bautizaron de “composición colectiva”, donde surgieron los dos grandes temas que amordazan a grandes y chicos: el miedo y la vergüenza. Tuvieron, también, que convocar a Mustafá Yoda, que charló con los chicos sobre su experiencia. Y también organizar una jornada con el artistas grafitero Marks, quien pintó en el patio de la escuela un pequeño mural para enseñarles a los chicos de 5° y 6° grado los secretos de su arte. Pintar y cantar se convirtieron así en formas de exorcizar las mordazas. E identificar más claramente quiénes las fueron construyendo. “En la jornada empezamos a hablar sobre a qué cosas los chicos les tienen miedo. Surgieron varias: una simple actividad infantil como jugar en la calle puede convertirse para ellos en una experiencia de terror porque encuentran cartuchos de balas o porque el vecino les apunta con un arma porque están haciendo ruido. Hablaron de los padres borrachos, de que todas las noches se duermen con la música a alto volumen de los pibes que están tomando en la calle y que eso siempre termina en peleas… Después todo esto fue derivando en los deseos de los chicos. Hablaron sobre cómo les gustaría que fuera la relación con sus padres. Sobre el abandono que sufren ya sea porque el papá está preso o porque abandonó a la madre. Cuando les preguntamos concretamente qué deseaban, una nena dijo que le gustaría que los papás no discutan frente a ella, que dejen de mirar la tele y que le presten atención. Hablamos, entonces, de lo que representa la televisión en sus vidas, porque es algo que está muy presente.
 
¿De qué manera?
En todas las casas está prendida todo el día. La primera adicción es ésa: la tele.
¿Es el gran enemigo a vencer?
Hoy es un gran impedimento. Hay una fuerte dependencia porque todos sienten que no podés perderte el partido o la telenovela porque quedás afuera. Es una forma de pertenecer. Y esa misma televisión que consumís, es que habla mal de vos. Te convierte en espectador de tu miseria.
 
El efecto concreto tiene para Saracho una sola palabra: sumisión. El antídoto, entonces, tiene también una sola palabra: imaginación. Con esa herramienta construyeron una de sus últimas movidas: el Arroyofest. “Primero llegamos ahí por el tema del olor. El arroyo Sarandí está a 12 cuadras del barrio y cuando el viento sopla para este lado, te mata. Empezamos a investigar y encontramos que hay como un pequeño polo industrial clandestino, con curtiembres y químicas que hacen lo que quieren porque nadie llega hasta ahí para controlarlas. Hicimos una investigación para ver quiénes eran esas empresas. Organizamos reuniones, pero venían nada más que 20 vecinos. ¿Cómo lográbamos más interés? Con imaginación, dijimos. Enzo tiró el nombre: Arroyofest. Y a otro se le ocurrió convocar a un concurso de pesca. Y a otro elegir Miss Contaminación, una representando a Techint, otra a la Barrick Gold, otra los políticos cortos de vista (que ganó) y otra a las empresas truchas del arroyo Sarandí.. Y en medio de los recitales de las bandas, intercalamos las exposiciones de los foros de medioambiente que la tienen clara y hace rato vienen organizándose. Unos hablaron del agua contaminada, otros de la costa Avellaneda-Quilmes que está apropiada por Techint para hacer un negocio inmobiliario. Los de Lomas contaron cómo se organizan los vecinos desocupados para limpiar ellos mismos las cuencas. Todas las exposiciones no ocuparon más de 15 minutos para no aburrir y que la gente no se fuera. No queríamos quedar como cabeza de gato”.
¿Qué es eso?
Cuando mirás atrás y no hay nadie. Ahí te la ponen.
¿Lo lograron?
Sí, porque participó mucha gente y toda esa movida logró que el Consejo Deliberante pida un informe y que se haga cargo del tema la Secretaría de Medio Ambiente del municipio.
Si tuvieras que contarles a otros lo que aprendiste, ¿qué les dirías?
Que tenés que empezar a juntarte con otro al que le pase lo mismo. Aunque sean dos nomás, sirve para empezar a hablar. Que hay que reflexionar y escribir lo que se piensa en esas charlas. Que la única forma de vencer el miedo es ésa porque si te guardás, te da más miedo. Que el miedo es un mecanismo de sometimiento del poder que no quiere que hagas nada. Y que el tesoro de cualquier causa vecinal, lo que te permite es moverte libremente, es que nunca sea politizado partidariamente. Ésa es la real política. Pero para llevarla a la práctica, a lo concreto, tenés que buscar nuevas formas que, por ahora, no están escritas. Por eso, una herramienta más importante es la imaginación.

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