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Actitud Pepe
Pepe Mateos, fotógrafo. La foto de un adolescente orinando al batallón policial en Bariloche le devolvió estos días su nombre propio. Cómo es la batalla cotidiana de un obrero de la imagen
Hay algo en Pepe Mateos que lo hace especial. No al fotógrafo, sino a él. Cierta engañosa simpleza, que le da el aspecto de un tipo cualquiera y esa forma de ser, tan austera, tan nada, como si se esforzara por eludir todos los tics del estereotipo del fotoreportero épico, aventurero, audaz.
Pepe es y quiere ser un obrero de la fotografía y por eso eligió que su obra sea fruto de un trabajo: saca fotos para que salgan en un diario. Así de simple, aunque sustentado en algo más complicado: “Me resulta inevitable preguntarme para qué hago las cosas, qué sentido tiene. Y eso lleva a algo casi nihilista, de pensar ‘de nada sirve todo lo que haga’. Desde ese punto de vista, trabajar en un diario me da una justificación existencial total, que a la vez es económica y social”.
Pero Pepe trabaja hace casi 20 años en el diario Clarín y esto significa, entre otras cosas, formar parte de una línea de producción compleja y alienante de la que es muy difícil, cada vez más difícil, poner a salvo algo propio: la creatividad, el alma, la dignidad.
Hay quienes niegan el problema y se aguantan.
Hay quienes se resisten a ser devorados y se van.
Y hay Pepe.
Un tipo que sale al ring todos los días dispuesto a probar quién puede más: si la máquina o la realidad.
Madera y ortografía
Pepe nació en Luján y es hijo de un padre carpintero hijo de un carpintero que fue hijo de un… Esa tradición anclada en el sudor del martillo y la contundencia de la madera definió la mirada familiar: para poder ser fotógrafo Pepe tuvo que poner kilómetros de distancia entre su destino y su vocación. Viajó a Neuquén, a probar suerte. Y la encontró en el diario local, aunque no de la forma esperada. “El director me dijo que ya no había lugar para nadie más en fotografía, pero que igual me quedara. ¿Dónde?, le pregunté. ´No sé, ¿tenés faltas de ortografía?´, me dijo. Como le contesté que no, me indicó que me sentara en la sección corrección. Así empecé mi trabajo periodístico”. Así también, con esa arbitraria fortuna, llegó su primera foto. “Estaba de visita el Papa y todos los fotógrafos del diario estaban haciendo la cobertura del viaje cuando llegó a la redacción Luis Zamora para pedir una nota sobre el conflicto en Piedra del Águila. Como no había nadie, la hice yo. Y ahí empezó otra historia”. De aquellos primeros años, que recuerda con cariño, rescata esa nula presión: nadie esperaba nada de él. El diario no pretendía imponerle a la realidad una estética: se abría a ella, dándole espacio acorde al tamaño del resultado. Y ése era el trabajo de Pepe: producir resultados.
Ya en Buenos Aires comenzó a recorrer otras secciones de la máquina. Hizo fotos de moda y retratos, y desde esa especialidad saltó a Clarín. A fines de los años 90 decidió salir de ese cómodo rincón proponiendo algo inesperado: ir a la calle. No era el recorrido lógico para su rol, ya que había obtenido la categoría de editor, pero sí lo que él necesitaba para poder responderse la pregunta de siempre: ser o no ser útil.
La cuestión era para quién.
“La idea de trabajar en forma independiente puede ser interesante, pero lo que veo en concreto hasta ahora es casi una locura. Muchos de mis compañeros se fueron del diario porque no querían hacer cosas que no les gustaban y terminaron haciendo chivos para empresas. Entonces, me pregunto ¿ser independiente es tener más tiempo libre porque te pagan bien las fotos que hiciste de la planta de Techint? Prefiero apostar a que, cada tanto, gane el fotoperiodismo.”
Hacer click
La apuesta de Pepe tampoco es simple. Podría considerarse una victoria las fotos que hizo del asesinato de Darío Santillán, que sirvieron como prueba para condenar al comisario que condujo la masacre de Puente Pueyrredón. “A mi esas fotos me cambiaron la vida, en un sentido concreto: me confirmaron cosas que pensaba de mi tarea, de mi lugar, pero que hasta entonces no había podido confirmarlas con hechos concretos.”
Su trabajo, sin embargo, estuvo contaminado por el inefable título “La crisis causó dos nuevas muertes”, y la postergada edición de de toda la serie de fotos que él hizo aquel día. “Tuve que responder por cosas que desconocía, porque yo estaba corriendo y sacando fotos en el medio de la masacre, entre los tiros y los gases, preocupado porque se llevaban en la camioneta a Darío y a una mujer que no sé al día de hoy si sobrevivió. Cuando llego al diario, entrego las fotos y alguien me invita a tomar una cerveza y pienso: no puedo volver a la normalidad, no puedo. Y sin dormir por lo alterado que estaba, me fui al velatorio de Darío. Ahí, un compañero de la Aníbal Verón al que estaban entrevistando para la tele agarra los diarios del día y muestra una foto de acá y otra de allá y otra mía y explica qué fue lo que pasó. Recién entonces entendí todo. Y fue fatal. Durante meses, muchos meses, me despertaba a la madrugada pensado en una sola cosa: las fotos que ese día no había sacado.”
La actitud Pepe incluye este tipo de reacciones, pero también su consecuencia: “una distancia emocional con los hechos que me impide tomar una actitud más militante, más comprometida. Lo veo como una falta y no me jacto para nada de eso.”
El instante preciso
Otro round de su silenciosa batalla lo libró hace pocos días en Bariloche y con mejor suerte. Fue durante la represión al barrio de El Alto cuando gatilló una escena de Cartier Bresson: el instante preciso en el que un adolescente orina sobre el implacable batallón que pretende amedrentarlo. Pero Pepe trabaja de antihéroe y su tarea es esquivar el bronce para preservar la nobleza de su madera. “Ahí estábamos tres fotógrafos y los tres hicimos la misma foto. En todo caso, los otros dos no tuvieron el editor que tuve yo, Dany Yaco, que decidió proponerla para la tapa. En un caso, el diario Río Negro la publicó chiquita y adentro. En el otro, la fotógrafa era de Telam y su editor decidió no incluirla en el envío de la agencia porque la consideró obscena”.
Dirá Pepe entonces que no cree en eso del instante preciso porque aprendió que siempre hay varios y que de lo que se trata es de saber esperarlos. Y que su ansiedad, en esos casos, la genera eso que llama “dilemas éticos”, que resume así: “No utilizar a nadie, no hacer que nadie dé lástima, despojarse de todo atisbo de demagogia, respetar lo que es. Creo que una de las tantas cosas que han perdido los pobres es la dignidad frente a la cámara porque han quedado expuestos a la impunidad de la mirada del otro”. Señala entonces que para la cámara hay territorios cerrados y pone como ejemplo el tema que le dejó entre cejas su experiencia en Bariloche: retratar el entrenamiento del grupo antimotines bora. “Me encantaría escucharlos, enterarme qué piensan, de dónde vienen. Porque son tipos que no se entrenan para buscar culpables ni para investigar delitos. Simplemente aprenden cómo cagar a palos a un montón de gente. Ésa es su tarea única y específica”. Dirá también que en Bariloche aprendió una lección casi filosófica, que él sintetiza en pocas palabras: “Es la escenificación concreta de cómo hoy hay quiénes merecen y quiénes no”. Y en esa simple clasificación de Pepe entra todo: trabajo, futuro, derechos, respeto, consideración.
En eso estaba pensando, dirá Pepe, cuando una noche encontró su premio en pleno piquete barilochense, bajo el frio y la tensión. “Hoy en día es casi una vergüenza decir que trabajás para Clarín, así cuando uno de los pibes encapuchados se acercó para preguntarme de dónde era me imaginé lo que venía después. Pero no. Lo que le interesó fue saber quién había hecho la foto de tapa y cuando le contesté ´fui yo´, comenzó a hablarme de otra manera. Ahí sentí que había logrado, finalmente, hacer mi trabajo”.
El trabajo de Pepe, dirá entonces, no consiste en cambiar las cosas, sino en moverlas. “En la fotografía, como en la militancia, te enfrentás con la misma dificultad: cómo trasladar tus ideas a las acciones. ¿Qué significa, por ejemplo, ser de izquierda? ¿Qué te define así? ¿Lo que pensás o lo que lográs hacer? Y a veces lo que hacés no alcanza para cambiar las cosas, pero sí para moverlas. Mueven un pensamiento, un sentimiento, una actitud. Y si una foto mía logra eso, me siento mínimamente reivindicado.”
Mínimamente, dirá Pepe, para clavar el adjetivo justo ahí, donde lo simple encuentra su verdadera medida, que nunca es grande ni ancha, sino profunda y persistente, como el trabajo de cualquier obrero sudando por su dignidad.
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