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La ciudad tóxica
San Lorenzo soporta el puerto por el que se fuga más del 60% de la exportación de soja, minería y petróleo. Allí transitan los camiones y se erigen los silos, emblemas del modelo económico que siembra una incógnita macabra: ¿la vida o la desocupación? Los vecinos se organizan a partir de los problemas más graves: hay hasta una asamblea contra la leucemia. Acaban de conseguir, al menos, la promesa de que el gobierno “moniteree” a las empresas, una palabra que puso de moda Gualeguaychú y que por ahora nadie sabe qué significa. Para darse ánimo, bromean: “Promocionarán el toxiturismo”.
Estos hechos parecerán
a muchos naturales
y a otros, en cambio, inverosímiles.
Pero, después de todo, un cronista
no puede tener en cuenta esas contradicciones. Su misión es únicamente decir: “Esto pasó”,
cuando sabe que pasó en efecto,
que interesó la vida de todo un pueblo
y que por lo tanto hay miles de testigos que en el fondo de su corazón sabrán estimar la verdad de lo que se dice.
Albert Camus, La peste.
Adrián se acerca sonriendo desde su puesto de venta de choripán. El asfalto está regado de granos caídos de los cientos de camiones que andan por ahí. Hay olor a podrido. “Es la soja” dice señalando el suelo. Cada camión que pasa es un pequeño terremoto. Desde el conglomerado de decenas de fábricas con puerto propio llega un estruendo perpetuo, 24 horas. Hasta para negociar choripán hay que levantar la voz. El cielo es opaco de humo, de gases, de un polvo aceitoso. Impregna el auto por afuera, obvio, pero pese a las puertas y ventanillas cerradas también por dentro el tablero y el volante quedan rociados de eso que no se entiende qué es. Adrián se ríe de mi asombro: “Maestro, si quiere llevarse el cáncer acá se lo regalamos. En estado puro. Directo de fábrica. Se lo lleva puesto”.
Algunos nombres:
Cargill,
Vicentín,
Celulosa,
Petrobrás,
Molinos,
Bunge,
ACA,
Akzo Nobel,
Minera Alumbrera,
Aceitera General Deheza.
San Lorenzo como centro, y toda la zona sobre el Paraná que la rodea (15 kilómetros aguas arriba de Rosario) se ha convertido en la boca de salida de entre el 60 y el 70 por ciento de la producción sojera, minera, aceitera, y también lugar de tránsito ida-vuelta de naftas, biodiésel, químicos, residuos peligrosos (al menos de la parte declarada).
Daniel Romano, vendedor de calzado y asambleísta de San Lorenzo, propone un proyecto: “Tenemos que vender toda esta zona como la capital del Toxiturismo”. Empiezo a detectar que el humor de personas como Daniel y Adrián es un modo de levantar las defensas. Uno de los primeros circuitos toxiturísticos incluiría las montañas de azufre al aire libre de la empresa Akzo Nobel, que se ven desde la ruta, color verde flúo. El azufre vuela. En el aire se transforma en un tóxico. Está a una cuadra de un barrio y de una escuela pública. Ciertas leyendas populares sugieren que el azufre es el olor del infierno, pero aquí no se necesitan mitos episcopales.
Dormir con la puerta abierta
Daniel Romano no le pone llave a la puerta de su departamento. Lo bueno es que no se siente especialmente amenazado por la inseguridad que atemoriza a millones de personas en buena parte del país. Pero lo malo es que su decisión se debe a otro miedo: “En los últimos años empecé a tener asma, problemas respiratorios, se me cierra la garganta. Como vivo solo, me da miedo que no puedan abrir la puerta para atenderme, si me pasa algo”. No se trata de hipocondría, sino de prudencia. En los estantes de la cocina alternan yerba mate, pastillas para el asma, café, medicamento para las rinitis alérgicas (evitando las cortisonas), azúcar, té y gotas nasales.
Daniel tiene en la memoria la sucesión de acontecimientos que han convertido a San Lorenzo, según la Asamblea Permanente por la Vida, en la Capital de la Contaminación:
La instalación contra la voluntad vecinal de la cerealera ACA en el barrio Combate, en el predio donde ocurrió la batalla de San Lorenzo en 1813. Allí estalló un silo en 2002. Saldo: 2 muertos, 18 heridos, centenares de casas dañadas alrededor, y otra batalla que dura hasta hoy.
Niños nacidos con malformaciones neuronales que también motivaron movilizaciones y asambleas.
Las luchas contra los basurales públicos y los contaminantes a lo largo de los últimos diez años.
El conflicto por el permanente paso de camiones cerealeros y petroleros por la calle Mosconi que terminó en una represión y el procesamiento de los vecinos que reclamaban.
La reacción y el triunfo vecinal contra la ampliación de la planta de Molinos Río de la Plata.
La muerte de camioneros envenenados por la fumigación de cereales en sus vehículos.
Las flamantes asambleas organizadas contra la instalación de basurales de residuos peligrosos en Puerto General San Martín, y por los casos de adolescentes con leucemia en Fray Luis Beltrán.
Y todo eso en consonancia con el boom sojero y cerealero, aceitero, minero, portuario, petrolero y químico, en este territorio que es la gran boca nacional de drenaje de recursos y exportaciones, según los datos que acompañan esta nota, apenas una aproximación a lo que se sabe sobre negocios que son mucho mayores, incalculables, con cifras Toy Story: el infinito y más allá.
“Los puertos son privados, las empresas cargan y descargan lo que quieren, y lo que se conoce se basa en sus propias declaraciones” explica Daniel. Ejemplos: las sospechas sobre evasión de los exportadores de soja, o las impronunciables cifras de exportación minera.
En 2008 la Fiscalía General de Tucumán inició su investigación sobre Bajo Alumbrera (Catamarca), siguiendo la secuencia de denuncias de derrames y contaminaciones en Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba tanto por el mineraloducto de 316 kilómetros (por el que fluye el concentrado como un barro hasta filtrarlo en Córdoba) como por el tren que llega a su puerto privado en San Lorenzo (900 metros de largo cada uno de los convoyes, que llegan a 23 mensuales). La sospecha: lo que ocurre en una zona aduanera liberada, donde el fiscal Antonio Gómez confirmó que lo esencial es invisible a los ojos y declaró: “Descubrimos que la Aduana de San Lorenzo no controla qué tipo de minerales salen del país ni la cantidad de cada uno”.
¿Y la clase política? Norma Tenaglia, del barrio Combate: “A veces uno piensa si no sería más práctico votar gerentes de las empresas, porque son ellos los que deciden todo”. El profesor Juan Carlos Pagani, de la delegación de la Defensoría del Pueblo provincial, matiza: “Fui secretario de un intendente, hace años, y vi cómo los empresarios le decían: contaminación o desocupación. Terminaron acordando hacer las chimeneas un poquito más altas”.
Van y vienen los barcos, los camiones, los trenes con concentrados mineros, los capitales, las ganancias, los cargamentos de cosas, los holdings, hasta los nombres de las empresas (ayer Molinos, hoy ACA; ayer Duperial, luego ICI, hoy Akzo Nobel; ayer Cerealera del Plata, hoy Bunge; ayer YPF, PASA o Refisan, hoy Petrobrás; ayer Sulfacid, hoy AR Zinc, entre otras). Bajo la lluvia de ese no sé qué de Molinos, las palabras no alcanzan. Aquí no hay un problema económico, ambiental, ecológico, político, laboral, sanitario, patrimonial, social, productivo, cultural, objetivo o subjetivo: cada palabra achica la cuestión. El problema es todo eso junto, y en movimiento. Como un concentrado barroso, sin filtrar. La modernidad tóxica.
Autoconvocados contra la leucemia
En una sala rectangular hay 20 personas sentadas en ronda, en sillas blancas de plástico, a las 19.30, pese a la ola de frío polar. Hablan. En los últimos años nacieron en todo el país asambleas por la vida, contra la contaminación, contra determinados emprendimientos: formas de juntarse para encarar y resolver problemas. Pero nunca vi una asamblea contra la leucemia.
Fray Luis Beltrán forma parte del conglomerado urbano de unos 70.000 habitantes, que incluye a San Lorenzo y a Puerto General San Martín. Primero fue Jorgelina Gamboni, 25 de diciembre de 2009, víctima de púrpura, una incontenible hemorragia interna. Tardó 21 días en morir. Yamila Espini murió tras 20 días de enfermedad, el 13 de febrero. Valentina Di Rico resistió 21 días, murió el 8 de junio. La palabra que usan todos es “fulminante”. Y quieren ser precisos: “La primera nena tuvo púrpura trombótica. En las otras, además del primer diagnóstico de púrpura, la leucemia fue del tipo mieloide, ataca la médula”.
Edades de Jorgelina, Yamila y Valentina: 17, 13 y 9 años.
En el velorio de Valentina, Liliana Canut, docente de Biología, descargó cuatro palabras: “Hay que hacer algo”. Empezaron a reunirse todos los miércoles, incluyendo a Diego, el papá de la chiquita.
¿Qué buscan? Liliana nombra otra enfermedad: “Que las cosas cambien, pero la gente está asustada, y entonces hay parálisis. Muchos vecinos dicen: ‘Tienen razón, es desesperante’, pero no hacen nada. ¿Sabés por qué? Porque estamos naturalizando el problema. Creemos que es normal vivir así”.
¿Cuáles son las formas normales de vivir y de morir? Un vecino: “La leucemia de los chicos es demasiado. Pero además hay cáncer, abortos espontáneos, chicos que nacen con malformaciones. Y todo el mundo tiene problemas respiratorios o alergias”. En la asamblea, 17 de 20 personas. Hubo además otros casos de cáncer: un chico de 23 años, y un hombre de 50 que murieron a la misma velocidad y con los mismos síntomas, pero no pueden dar los nombres: “Hay familias que no quieren hacer nada, porque trabajan o tienen relación con las empresas y sienten que pueden verse perjudicadas”.
¿En qué se perjudicarían? Un hombre canoso levanta la mano: “La presión de las empresas. Y perder el trabajo”. Liliana: “A otros se les mezcla eso con la vergüenza. Nadie va por la calle anunciando que tiene cáncer”. Daniel: “Aquí a comienzos de los 90 hubo una situación de desempleo masivo, cierre de muchas plantas o achicamientos enormes (Cerámicas San Lorenzo, Fabricaciones Militares). La gente quedó shockeada. En los últimos 10 ó 15 años, por miedo al desempleo, la gente acepta cualquier cosa de parte de las empresas que se instalaron”.
El movimiento económico que generan las 20 principales megaempresas es indirecto, ya que en sus plantas reúnen apenas entre 700 y 800 trabajadores en total. Las cifras no son transparentes, pero nadie en San Lorenzo adjudica a ACA, una de las mayores cerealeras, más de 30 trabajadores efectivos. No es clara tampoco la proporción de en blanco y en negro. “Pero el efectivo se queda quieto, para no perder lo que tiene. Y el que está en negro, lo mismo. Si participa en algo queda pedaleando en el aire”.
Salta Mariela: “Yo vivo en la calle Santa Fe. En la cuadra anterior a la mía, dos señoras murieron de cáncer de útero. El vecino de al lado de casa murió de cáncer de hígado. A una cuadra y media, un señor tuvo tumor cerebral. En este cordón industrial parece que morirse de cáncer es una moda. En realidad es algo explosivo”.
El padre de Valentina, la más chica de las fallecidas, es Diego. Tiene una empresa de construcción. Le pregunto qué sucede con las personas, con la sociedad, para que haya que esperar el desastre antes de actuar: “Creo que somos reactivos, reaccionamos ante lo que nos pasa. Por eso nos movilizamos ahora. No es que uno no piense en la salud del prójimo. Pero muchos no se sienten tocados. Y el que se siente tocado de pronto prefiere no hacer olas, por miedo, por lo que decíamos antes”.
Una joven tiene a su marido trabajando en una cerealera, otra es esposa de un empleado de una petrolera: “Yo tendría que estar dándole de comer a mi gente. Pero estoy aquí porque no podemos seguir así”. Un hombre está junto a una niña de 10 años, rulos y timidez: “Yo estoy aquí por ella. No puede seguir pasando”.
Se pusieron a investigar enfermedades. ¿Y los médicos? Cecilia Bianco, vecina e integrante de Taller Ecologista define: “No quieren aparecer”. Liliana: “Nadie certifica que lo que tenés es causado por el medio ambiente”. Daniel: “El problema es que el origen de las enfermedades puede estar en tantas cosas, que nadie sabe exactamente cuál o cuáles pueden ser. Los agroquímicos, los cereales, los contaminantes, los ácidos. Nadie sabe, por ejemplo, cuánto benceno se usa. Pero además hay una complicidad. Con la Asamblea Permanente por la Vida de San Lorenzo hicimos llegar notas a la Asociación Médica, y ni siquiera quisieron firmarnos el duplicado como recibido”.
Mencionan el caso de un alergista que apareció denunciando la muerte de una de sus pacientes: “Pero ahora dice que tuvo familia, y que no quiere más líos”.
Otro de los asambleístas, taxista, comenta: “El otro día escuché por radio que decían que nos educan para una estructura, y no podés salir de eso. Entonces más que educados, hemos sido domesticados. Vamos todos por una sola vereda. Yo creo que hay que abrir otras veredas”. Mariela: “Yo llegué hace cinco años, y siempre preguntaba: ¿qué tiran por las chimeneas, qué tiran al agua? Me contestaban: ‘¿qué preguntás, no sabés que Beltrán vive de Sulfacid? ¿Querés que cierre la fábrica?”. Otro asambleísta le dice a Mariela: “Pero es al revés. Sulfacid vive de Beltrán”.
Aclaración: Sulfacid ahora se llama AR Zinc.
Aclaración 2: el Sindicato de Trabajadores Químicos y Petroquímicos (Sutraqyp), según denuncias públicas de su secretario, Daniel Santillán, registró al menos 55 muertes de trabajadores de la empresa, por cáncer.
Los autoconvocados saben que hay cantidad de sustancias que bajo ciertas circunstancias pueden ser letales. “El benceno es uno de los posibles causantes de lo que les pasó a las nenas. Pero todo lo tenemos agarrado de los pelos, porque nadie te informa ni sabe nada. Y uno se da cuenta de que ese desconocimiento es a propósito. No se investiga, para que no se sepa”. Una señora pide la palabra: “¿Por qué nos tenemos que movilizar? Porque los que tienen que decidir, los políticos y funcionarios, nunca hicieron nada”. Una joven, dos sillas más allá: “Uno nota una cosa muy maquiavélica”.
Fabián, museólogo: “Ver que hay gente con una apertura, y que busca ponerse a trabajar, me genera contención”. En las reuniones lograron sintetizar reclamos que en este extraño país parecen una utopía: “Que se desarrolle de manera urgente un relevamiento de todas las sustancias contaminantes acopiadas, producidas, en tránsito y/o emanadas por las empresas instaladas, con el correspondiente estudio de impacto ambiental acumulado”.
Diego, el padre de Valentina: “Es cierto que encontrarnos nos hace bien. Pero además, uno ve que poniendo ganas, podemos tener resultados. Obligar a que se produzcan respuestas”.
Que se vayan ellos
Mariela anuncia que tiene una decisión tomada junto a su marido: irse. “Se puede vivir en otros lugares, donde se valore la vida”. Liliana: “Yo no me voy. Nací acá. Mi familia, mi vida, mi barrio están acá. Yo lo que quiero es que cambien las cosas”. Alguien más atrás: “¿Por qué me tengo que ir yo? Que se vayan ellos”. Pese a su decisión Mariela está ahí, trabajando con el resto: “Yo también quiero que cambien las cosas. Pero si tuviera hijos, no dudaría, me iría”. Este tipo de dilemas parece permanente en estos barrios. Adrián, el vendedor de choripán frente a la cerealera Vicentín: “Yo sé que me expongo estando acá. Pero mi sobrino perdió una pierna en un accidente de tren, nos dieron el permiso para tener el puesto, ¿a dónde me voy a ir?” dice sonriendo. Gana unos 2.000 pesos por mes, trabajo de 12 horas, fines de semana incluidos.
Cruzando la ruta, frente a Molinos, hay una verdulería con cumbia. Andrea: “Yo era chiquita y venían los de Greenpeace a poner cosas en los techos para demostrar que había contaminación. Pero nunca se hizo nada. Todo este cordón industrial estuvo frenado mucho tiempo, en la época de Menem. Mucho desempleo. Cuando volvieron a abrirse fábricas nadie pensó en la contaminación. Todos pensaron en el trabajo. Mire: él por ejemplo”, dice señalando a un señor cincuentón, con mate y termo, que no quiere que su nombre aparezca (toda recorrida por estos barrios se topa con esa prevención).
¿Por qué prefiere no aparecer?
Éste es un lugar chico y los tipos tienen mucho poder. Yo trabajé ahí, antes Sulfacid y ahora AR Zinc. Todo es contaminación: zinc, plomo, lo que quieras.
El gremio detectó muchas muertes.
A mí se me murió mi papá de cáncer, trabajando ahí, y dos de sus compañeros. Te dan porquerías, una mascarita que no sirve. Si podía, me iba.
Pero se quedó.
(Acerca un mate) Es que no encontré otra cosa para hacer. Yo cobraba 5.000 pesos y me daban la obra social. Dije: me la banco, y Dios quiera que no me agarre. Mi hijo tuvo una quemadura enorme. Me cubrieron todo. Si no era por eso se moría.
Andrea lo mira de reojo: “Es lo que yo digo. Te morís, pero te morís contento”. El hombre: “Yo zafé. Por ahora. Por suerte me ofrecieron plata para irme. Yo venía tomando pastillas y remedios para todo, para la presión, para descansar, para los pulmones, para los nervios, para cualquier cosa. Así que me ofrecieron, y agarré. Están achicando personal”. Datos técnicos: “Quemábamos mucho los sábados y domingos, cuando la gente está en otra cosa. Ácidos, zinc, cosas que no saben dónde tirar. Usted mire las verjas, cualquier cosa metálica, todo está oxidado. Eso es lo que respiramos”.
Uno de los chicos que trabajan en la verdulería, Andrés, de 18 años, me mira con cierta complicidad: “Los adultos no entienden. Están acostumbrados. Piensan que el mundo no va a cambiar. Pero yo creo que sí. Obvio que puede cambiar. La gente se aguanta todo por la necesidad. Las fábricas no van a cambiar, porque así ganan plata. Y las autoridades tampoco van a cambiar, porque les entra la plata que les dan las empresas. La cuestión es juntarse para cambiar las cosas. Para mí la vida es más que la plata. Y si no pasa nada, me iré. Todo esto a mí no me da nada (señala el horizonte de metal, trueno y humo) salvo contaminarme la vida ”.
¿Quién gana?
San Lorenzo es una ciudad marcada por la historia de la única batalla que José de San Martín libró puertas adentro. El histórico convento, Cabral, Baigorria. El centro es cuidado, hay muchos edificios, zona comercial, rondan las 4×4. ¿Quién gana con este modelo de sociedad y de producción? Tal vez hay que pensar en nuevos modos de establishment. Daniel Romano tiene algunas hipótesis. “En San Lorenzo hubo siempre 3 edificios de departamentos. En los últimos 6 ó 7 años se hicieron 35 más. Hay gente que ganó con el negocio de la soja, e invierte”. Un camino inverso lo recorrieron empresarios de medios o de medianas empresas, que vendieron lo suyo a grandes holdings, y volcaron las ganancias a la soja (y Daniel como pidiendo disculpas dice: “no puedo dar nombres”). “El hombre más rico de la región es Hermes Juárez, que maneja la cooperativa de estibadores, que en realidad es una empresa, y todo el trabajo de los portuarios”. Juárez ha logrado contar con apoyos oficiales desde los tiempos de la dictadura, y más aun con el menemismo. Cuando se irrita puede convertir en un desierto a todo este gigante exportador. Teje alianzas con el jefe de la CGT, Hugo Moyano. A Juárez todos lo conocen como Vino Caliente. De chico vendía vino que servía en manguera, según la historia oficial. “Otro sector que a veces olvidamos – enumera Daniel– es el de los que fueron funcionarios de las empresas estatales como YPF. Todo el desguace del Estado se hizo con empleados y gerentes que la mataron desde adentro, enriqueciéndose a costa de mutilar la empresa y jugar con el proyecto privatizador”. Y otra clase emergente: “Los que pasaron por la política e incrementaron llamativamente su patrimonio”. De allí derivan inversiones a la soja principalmente, y a empresas de servicios para las megaempresas exportadoras. Daniel: “Y las empresas tienen a sus ejecutivos más vivos en Puerto Madero. Aquí dejan a los más duros, jefes de planta, los que pueden manejar obreros y conflictos con el barrio, pero que también se convierten en personajes poderosos”.
Polvos y estilistas
La sensación de desproporción es absoluta. Uno va por barrios de casas bajas, floridas, y de pronto se topa con rascacielos rellenos de soja y cereal. O con emporios humeantes. Un caso emblemático fue el barrio Combate, centro geográfico de la ciudad, donde en 2002 estalló un silo que mató a 2 personas por lo menos, y dañó casas cuatro cuadras a la redonda. Los vecinos se movilizaron, y fueron enjuiciados por la empresa.
Otra estrategia fue buscar referentes de la asamblea vecinal, para comprarles la casa. “Estás con la casa dañada que vale cero, en un barrio al que nadie quiere venir a vivir”. Frente a las denuncias por el uso de nitrato de amonio (utilizado en la voladura de la AMIA, por ejemplo) el Registro Nacional de Armas respondió que el problema más grave es el polvo de soja, maíz y trigo: “El polvillo que despiden durante su manipuleo es un ‘aire explosivo’ de altísima probabilidad de detonación”. ¿Hay solución? Norma: “La empresa puede irse, ya tienen un predio en Timbúes (20 kilómetros al norte), pero no lo hacen para achicar costos. ¿Tienen derecho a hacerlo a costa nuestra?”.
Este conflicto se enlazó con el de la calle Mosconi, que lleva hasta las plantas cerealeras, donde pasaban de 1.200 a 2.000 camiones diarios, las 24 horas. Los vecinos de Mosconi empezaron a cortar las calles. Fueron reprimidos por la policía, y también por grupos de otros barrios que –todo se sabe entre vecinos– cobraban 100 pesos por día. A Daniel le llegaron a abrir 12 causas y también le abrieron el cuero cabelludo de un golpe. A María, de calle Mosconi, 5 juicios, pero hoy cuenta: “Lo logramos. Ahora pasan 12 horas, y limpian las calles de cereal podrido y de veneno”.
El veneno lleva a otro conflicto. Este año murieron 4 camioneros por inhalar, mientras dormían en el vehículo, el gas fosfina que emana de las pastillas de fosfuro de aluminio. El veneno para matar abrojos en los cereales, mata camioneros. Cálculos oficiales indican que hay alrededor de 3 ó 4 muertos por campaña. El caso de Víctor Hugo Gaite, 49 años, colmó la paciencia en mayo de este año. Los camioneros terminaron quemando una pick up en Terminal 6, de Aceitera General Deheza. Conclusión: se volvió a prohibir que las acopiadoras obliguen a los camioneros a usar el veneno.
En Puerto General San Martín Hugo Basualdo, estilista de la zona, logró que su peluquería se convirtiese en un medio de comunicación y de acopio de información, tras comentar que su mujer, Irma, tenía cáncer de mamas. “Logramos censar que en cada manzana de este barrio hay entre 4 y 14 casos de cáncer en los últimos años. Pero ni el gobierno nacional, ni el provincial ni el municipal hacen nada”. Ahora se ha formado una nueva asamblea en el barrio contra la instalación de Termosan, una planta de relleno e incineración de residuos peligrosos. “Es la primera vez que se juntan más de 1.000 firmas” dice David Cicotti. “La gente está empezando a hartarse”.
En el caso de Molinos, construida en medio de un barrio de San Lorenzo, la asamblea barrial, más la convincente presencia de 200 vecinos en el Concejo Deliberante, lograron en 2009 que se prohibiera la ampliación de la planta. Lilian Uber, de la asamblea y el almacén de ramos generales Gran Chaco: “Queremos que dejen de enfermar y matar gente”. En San Lorenzo buscan romper el dilema de que sólo puede haber trabajo con contaminación y muerte. O éxodo. Cuando este artículo estaba por concluir, suena el teléfono. Liliana, de la Asamblea convocada por las muertes de las chicas relata: “Vinieron de los ministerios provinciales de Justicia y de Salud. Dicen que van a obligar a que cada empresa declare qué está haciendo, con qué sustancia trabaja, y que van a hacer cumplir todas las normas de seguridad. Además dicen que van a hacer un monitoreo. Parecemos Gualeguaychú. Querían que nos volvamos a reunir dentro de 15 días. Les dijimos: ¿Cuánta gente se puede enfermar en 15 días? Pero teníamos razón. Si no nos movíamos, nadie hacía nada. Ahora por lo menos se abre una puerta”. Daniel aporta una idea: “Esperemos que esto no sea una trampa para ganar tiempo, y volver a lo de siempre”. Es una nueva historia, que habrá que ver quién la escribe.
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