Mu46
Curar la violencia
Hospital Paroissien de La Matanza. Es una trinchera en medio de una guerra de alta intensidad. Desde allí se pueden ver los síntomas de un sistema que enferma, pero también cómo se curan esas mortales heridas. Y que escribimos a manera de homenaje y agradecimiento.
Las cosas pueden ser vistas desde muchos lugares.
Si se miran desde el Hospital Paroissien de La Matanza, por momentos parece inevitable sentir, en términos clásicos, que todo se está yendo a la mierda.
El Paroissien es un hospital de guerra. Llega un grupo trayendo a un tiroteado, traen a personas semidescuartizadas en un accidente de tránsito, otras en coma alcohólico, gritan unas mujeres, depositan a dos jóvenes con cuchilladas, la noche es fresca, un grupo traslada a un nuevo tiroteado (se rumorea que hubo enfrentamiento y empate con los del primer grupo, 1 a 1), lloran unos chicos, las estrellas están lejos, y estamos esperando que nos informen si nuestra compañera de la Cooperativa lavaca, Penélope Lauman, va a vivir luego de haber recibido tres balazos por la espalda. No es probable. Le destrozaron un riñón, parte del hígado, del estómago, de los intestinos, pulmones… no es probable. Llorar es la única actividad útil en estos casos, pero hasta las lágrimas se distraen ante el flujo intermitente de nuevos heridos de una guerra que nadie tuvo la gentileza de declararnos: aquí resulta evidente, además, que vamos perdiendo.
Un año más tarde…
Penélope se sobrepuso a las balas que intentaron quitarle la vida cuando iba a comprar un par de alfajores para mirar tele con su hijo Agustín (11 años) y quedó en medio de uno de estos enfrentamientos indescifrables en el Barrio Villegas, planeta del sistema solar de Ciudad Evita, en el universo de La Matanza, a 20 cuadras del hospital. Su situación, y la de la zona, se reflejó en mu de junio del año pasado: Terrorismo de barrio. Penélope y su cuerpo tejieron lo que había que tejer para sobrevivir a decenas de operaciones y en mayo de 2011, cuando ya podía celebrar un año de su nueva vida, le hicieron la última intervención: cierre de colostomía. Ir a visitarla al Hospital General de Agudos Diego Paroissien implica la misma percepción de un año atrás: un lugar al que llegan personas que, al menos por un tiempo, evitaron ir directamente a una morgue. Una especie de colostomía social, que no fluye hacia una bolsa de plástico, sino hacia la Sala de Guardia del Paroissien, un sitio donde se ejercen:
a) Una ciencia llamada velocidad.
b) El oficio de robarle a la Parca posibles huéspedes del más allá.
La guerra continúa, aunque los diarios no dicen nada. Pido en la dirección del Hospital hablar sobre estos asuntos, sospechando que no me cruzaré con teóricos ni retóricos de la medicina, sino con testimonios de un frente de batalla que no entiendo contra quién se libra. El director, Alejandro Royo, me sugiere hablar primero con el área de Salud Mental. Tal vez no es un consejo, sino un síntoma, que cada uno puede interpretar como prefiera.
Datos
Te reciben las cifras:
Cada día ingresan 3 ó 4 intentos de suicidio.
Cada día llegan de 10 a 12 víctimas de violencia (golpeados, baleados, acuchillados, entre otros).
La cifra sube según dos coordenadas cruciales: que sea fin de semana y/o que haga calor.
Cada día de fin de semana llegan de 15 a 20 heridos de distinta gravedad en accidentes de tránsito.
Atienden al menos uno o dos casos semanales de abuso de menor.
Cada día hay de 6 a 8 cirugías de alta complejidad.
Por mes, egresan con alta médica (o reingresan a la vida) 1.400 internados.
En 2010 se atendieron por emergencias 46.635 personas.
El Paroissien cuenta con 304 camas.
46 camas son de toco-ginecología. Hay 3.000 partos por año.
El Servicio de Salud Mental atiende a unas 3.000 personas por mes.
La mayoría de las veces es por trastornos de ansiedad, ataques de pánico, depresiones, o enfermedades psiquiátricas. Pese a que no cuentan con cifras exactas, los profesionales observan además el aumento de casos de autoagresión.
Entre el 70 y el 80 por ciento de los pacientes que pasan por el Paroissien no tiene cobertura ni seguridad médica alguna.
Consulta a quien lee: ¿cuáles de estos datos simbolizan violencia?
1 peso
“La falta de posibilidades a nivel social es violencia”, responde Andrea Caride, psicoterapeuta familiar y Coordinadora de Internación del Servicio de Salud Mental del Hospital. La jefa del Servicio es la psiquiatra Estela Casal Romero: “De la población que viene al Hospital muy pocos terminaron la escuela, muy pocos tienen un trabajo estable, menos todavía obra social, es gente que no tiene las necesidades básicas satisfechas”.
¿Por ejemplo? Andrea: “A veces no tienen una moneda, un peso, para venir al Hospital. Vienen caminando, no sé cuántas cuadras, 30 ó 40, o más. Eso también es violencia. El que no se topa con esta realidad no la puede entender: que alguien no tenga un peso”. Agregado: la diferencia que señala Estela es la que hace cada vez más difícil hablar de “una” sociedad. Si alguna vez se pensó a la sociedad dibujándola como una pirámide en la que unos estaban arriba y otros abajo de la misma estructura, hoy el dibujo se rompió en pedazos: los de un fragmento ya no entienden qué significa no tener 1 peso. Eugenio Zaffaroni proponía hace un tiempo en MU otro modo de imaginar lo social: como una autopista: “El 20 ó 30 por ciento va por la autopista en autos. El 70 u 80 por ciento vive abajo, pobre, hacinado y no puede salir. Para que los de abajo no sean un peligro, la ‘solución’ del esquema es que se maten entre ellos”.
En el Paroissien lo observan cotidianamente: “Yo vengo en colectivo desde Lanús y veo cómo la gente le pide al colectivero que la traiga hasta el kilómetro 21, donde queda el hospital. Algunos aceptan, otros no. Hay pacientes que vienen del otro lado, del kilómetro 40”, informa Estela. Son 19 kilómetros si no los traen: 190 cuadras. “Cuando les dábamos el alta algunas personas preguntaban: ¿podemos irnos después de la comida? Un matrimonio pidió darse una ducha antes de irse. En la casa no tenían agua caliente. Acá sí”, dice Andrea: “Eso es violencia”. Estela: “Lo del colectivo lo pueden resolver, o caminan. Lo del agua no. No hay articulaciones desde el Estado y lo público que den cuenta de ese problema”.
No dan cuenta, y nadie sabe si se dan cuenta.
Pánico al ataque
En la Sala de Guardia hay equipo permanente de psicólogo y psiquiatra. Además Salud Mental dispone de otros 7 psicólogos, 2 psiquiatras de consulta externa para pacientes ambulatorios, 3 psicólogos de internación y atención tanto individual como grupal. “Falta recurso humano en psiquiatría”, aclara Estela Casal Romero (carencia nacional que parece repetirse en distintos ámbitos políticos, periodísticos, universitarios, sindicales y televisivos, por citar algunos).
Estela cree que la realidad barrial es terreno propicio para que lo emocional sea más vulnerable, y algo se dispare después. ¿Qué problemas traen los que llegan? Estela y Andrea se miran, la enumeración es un vértigo. Aclaran que no hay estadísticas realizadas, pero la percepción cotidiana le permite a Estela calcular que reciben 3 ó 4 casos por día de intentos de suicidio. Sigue la explicación: “En psiquiatría dividimos entre cuadros psicóticos y neuróticos. Psicóticos son los que tienen cuadros crónicos, como esquizofrenia. Dentro de los neuróticos aparecen los trastornos de ansiedad, que incluyen los trastornos de angustia, ataques de pánico”. Andrea Caride suma a esa tarea cotidiana “las depresiones y las autoagresiones, que no son verdaderos intentos de suicidio, sino formas de lastimarse a uno mismo. Y llegan mucho por consumo de sustancias”. ¿Qué sustancias? Lo mediático se regodea hablando de “drogas” y “paco”, pero en el Paroissien la realidad indica otra cosa: “El primer problema, lejos, es el alcohol, en todas las edades. Mucho después aparecen las pastillas, el paco”.
Hágalo usted mismo
Sobre los intentos de suicidio: “Hicimos un estudio que determinó que ha cambiado la forma, crecieron los intentos de ahorcamiento”. Sobre el alcohol: “Nos traen los casos sobre todo cuando aparecen la violencia, o las consecuencias neurológicas y físicas del consumo, o la familia que dice que la persona ya no puede parar de tomar y ni sale de la casa”. El ataque de pánico: “La persona no puede respirar, siente que va a morir, tiene temblores, inquietud, alteración del sueño, taquicardia. A veces ingresan por clínica. Otros tienen experiencia, y vienen directamente a psiquiatría”. ¿Causas? “Siempre hay un disparador: la familia, el trabajo, la pareja. Y se nota que la gente no encuentra una salida, un proyecto de vida. En los adolescentes se agrava porque, además, se nota muchas veces la disgregación familiar”.
Andrea agrega: “Se vive en un estado de alerta permanente, a la defensiva. En un sector social la causa puede ser el miedo a que te roben. Pero en las personas con menos posibilidades ese alerta es diferente: consiste en no tener para comer, no saber de qué vivir”.
Sobre los trastornos de ansiedad: “Cuando los problemas cotidianos no se pueden resolver, si estoy siempre chocando con lo mismo y no lo soluciono, el cuerpo empieza a hablar. Por algún lado la angustia sale”.
Sobre las autoagresiones: “Uno habla de intento de suicidio cuando el paciente reconoce que quiso morirse. Pero muchas veces se autoagrede para calmar su angustia. La intención no es matarse; dicen que cambian la angustia: les duele lo físico en lugar de lo psíquico”. Ese desplazamiento se verifica en general a través de cortes. (El modelo zaffarónico de pobres que se matan entre ellos pasaría a tener muchas variantes: policías versus no policías, bandas versus bandas, violencia entre las personas, en las familias, abusos a menores y el punto sublime del esquema: la guerra contra uno mismo).
Respire hondo
Estela Casal: “El modelo capitalista a ultranza es el del ganador absoluto, único, que triunfa a costa de pisar a los demás. Se ve en los medios, en lo publicitario. Te la tenés que arreglar por tu cuenta. Y si no, vos sos el que tenés un problema, es una cuestión tuya”. La persona queda con la sensación de que viene fallada de fábrica, lo cual es otra violencia.
Estela propone otra mirada: “Hay algo del contexto que está fallando”. Por eso propone: “Hay que trabajar con la persona para ver cuánto hay de ella en el problema, y cuánto de lo social. Pero no ponerle un rótulo”.
¿Qué se hace frente a todo esto? “Primero, la escucha. Se evalúa si es necesaria la contención, la medicación, la internación”. La escucha en sí ya es toda una novedad para personas que suelen llegar encerradas en su propio silencio frente a sus problemas. “Nos ha pasado con chicos no necesariamente con depresiones, pero bajoneados, angustiados; citamos no sólo a la familia que tenga, sino a profesores, compañeros, vecinos, para tener múltiples miradas sobre lo que les pasa”. Según ciertas leyendas, en siglos previos el lazo social y vecinal se daba con otra naturalidad, pero hoy parece un tema hospitalario. “Cuando se rompen los lazos de comunicación hay que abrirlos. Uno sólo no sale”. Es la oscilación entre dos ilusiones, que Estela percibe sobre todo en los jóvenes: “La omnipotencia, creer que todo lo pueden. Y creer que nada pueden”. Omnipotencia e impotencia son dos formas de vacío: uno solo no sale, pero tampoco se sale sin uno mismo.
Andrea reconoce que el solo contacto, la propia escucha, empieza a generar un alivio. Antiguamente los clínicos ordenaban “respire hondo” para escuchar los secretos de los pulmones. Hoy se solicita lo mismo, para recobrar cierto dominio. “Más allá de la medicación que pueda aplicarse, se busca en principio que la persona respire profundamente, se tranquilice, hable de lo que pasa”.
Pare de sufrir
Si algo del contexto que está fallando, como decía Estela, ese puede ser un diagnóstico para todo este esquema de violencia, enfermedad, accidente, abuso, sangre, enfermedad y sufrimiento psíquico del cual el Hospital Paroissien se hace cargo sin feriados. La “salida”, cuando el cuerpo habla o cuando calla, en muchos casos es más de lo mismo: alcohol, o cualquier otra droga, violencia, enfermedad. Otra oferta frente a la angustia suele ser evangélica (en los barrios el viejo catolicismo está como ciertos equipos grandes, en el descenso). El hospital en cambio es una opción de salud pública. Andrea: “Somos la variante científica. Pero hemos tenido que llamar a pastores evangélicos para que no le prohíban a la gente hacer los tratamientos o tomar las medicaciones. Cuando son más fundamentalistas, tenemos que trabajar el doble”.
Cabezazo a la doctora
Carlos Gaglianoni es jefe de guardia del Paroissien, y está alarmado por la violencia hacia los profesionales de la salud. “El jueves pasado una médica clínica recibió un cabezazo frontal en la región nasal, producido por un familiar de un paciente al que se le pidió que espere. Esa es la violencia que sufrimos nosotros. Con respecto a la violencia en general, empeora los fines de semana, y cuando hace calor. El calor cambia la conducta. La gente sale, se generan situaciones. Con el frío la persona se repliega un poco más. Uno ya tiene registrados los ritmos de esta locura. Los fines de semana todo lo que es emergencias aumenta. Y a partir del lunes vienen los que tienen que venir”. Los enfermos.
Armando Parise es director asociado del Paroissien, y aprendió a ver todo el panorama. “A veces esto es como una tienda de campaña, con momentos muy dramáticos, mucha sangre en las guardias, mucho trabajo en los quirófanos. Mucha angustia. Sobre todo porque la mayoría de las víctimas son pibes jóvenes, con enfermedades en todo caso relacionadas con lo social: alcohol, drogas y todo lo que se genera en función de sus dificultades de inserción en este medio, que es bastante hostil”. Parise reconoce haber visto las peleas entre patotas, cada uno con su herido, o que alguna vez tomando mate sintió un golpe en la cabeza y era un perdigón, vaya uno a saber llegado de dónde. “Sin duda somos testigos de lo que nos pasa como sociedad. Si hay una sociedad violenta que discrimina, aísla y separa, éste es el resultado. La población que atendemos es de las más castigada en ese sentido. Son muchas décadas. Hace 30 años que estoy aquí y hay un nivel estable y permanente de violencia. No veo una mejora. Vas a un barrio, ves a un chiquito que nace en un hogar carenciado, con padre o madre o ambos ausentes, y ya hay un posible pronóstico. No necesariamente va a tener problemas, va a hablar muy bien de él que pueda superarlos, pero va a tener obstáculos que no tienen chicos de otros estratos sociales. Dificultades biológicas, y hasta proteicas”.
Sobre proteínas políticas: “Son muchos años en los que estos grupos sociales han sido políticamente abandonados. Cada uno tendrá sus propios conceptos sobre esto, pero estamos viendo consecuencias que son generacionales”.
Qué es la salud
Parise no ve series de médicos en televisión (“Las detesto, con lo de aquí sobra”) y explica cómo la situación enferma a los profesionales de la salud: “A veces aparece un desgaste muy grande. No pongo a los médicos como víctimas, ojo. Pero hay una sensación de frustración y los que no tienen claro un concepto que diría que es ideológico la sufren más: la salud no está en manos de los médicos, ni del equipo de salud. Es un bien social. Por ahí hace más por la salud un buen drenaje cloacal, que construir hospitales. Lo digo en términos concretos y cuantitativos”.
¿Y cuál es la frustración? “Te carga mucho pensar: ‘me mato trabajando, saco a la persona de un coma, vuelve al barrio a chupar otra vez como un beduino, y a los dos meses vuelvo a tenerlo internado igual o peor’. O ver a un chiquito agredido o cualquier otra situación que a veces deja la impresión de querer apagar un incendio con vasos de agua, que para colmo cuesta muchísimo conseguir. Al final te agarra un bajón”. Técnicamente es el “burn out”, el Síndrome del Quemado. “Me pasó a mí, nos pasa a todos. ¿Sirve esto que hago? Es una depresión que uno sufre. Hay compañeros que tratan de salir con un mecanismo de raje, escapar, burocratizarse, decir: no me caliento más, yo hago lo mío y listo. Esas cosas de salida individual no te sirven, te hundís cada vez más”.
No se apagan así ni los incendios, ni el burn out. ¿Qué conviene hacer entonces? Una pista, según el doctor Parise: “La solución es juntarse, hablar, compartir las dudas, saber qué piensan los demás, trabajar con las otras disciplinas. Saber, por ejemplo, que un camillero o una enfermera, que son tan profesionales de la salud como los médicos –que somos muy hegemónicos– son los que más saben muchas veces de un paciente o los que te pueden dar la pista más exacta para un diagnóstico”.
Otra vez aparece la comunicación como un recurso de salud: “Desde los años 50 lo que vino fue fragmentarnos, separarnos y evitar que los que estamos en lo popular –por ejemplo, estar acá– hablemos entre nosotros”. El “nosotros” de Parise es un desafío. Abarca a pacientes, víctimas, familiares, profesionales de la salud: “Si no hablamos entre nosotros se busca la salida individual. Y cualquier atajo que agarres te lleva a perderte más todavía en esta quemazón”.
Por eso agrega un dato para evitar las visiones románticas: “Esto es un laburo. Cuando viene un herido grave por el motivo que sea, no espera que yo le hable de las cloacas ni de la sociedad”. Puede pensarse que ésa sería otra forma de violencia: “Yo estoy para atenderlo, operarlo, suturarlo, ponerle el antibiótico que más convenga, llevarlo a terapia intensiva y que se mejore. Mi función social es ésa. Entender el contexto te sirve para entender que no sirven los atajos y saber que no vas a arreglar todo, pero que podés hacer tu trabajo de la mejor forma”.
Parise lo plantea como una cuestión ideológica que podría describirse así: aunque el resultado sea incierto, en los incendios no hay que descartar los vasos de agua.
Tres balas
Gracias a esa forma de pensar y de actuar, Penélope Lauman está viva. Falta la última operación, la colostomía. Tiene más miedo que cuando la balearon y casi no entendía lo que le pasaba mientras la operaban día y noche. Penélope es el otro lado del mostrador, o el lado de arriba de la camilla del Paroissien. En carne propia, literalmente, sufrió tres de los efectos de esta violencia. Antes de la última operación, de regreso al Paroissien un año después, cuenta: “La situación del barrio sigue igual. Nunca se sabe cuándo van a empezar los tiros. Veo pasar a los pibes desde la ventana. Van armados, tienen revólver, escopeta, ni se esconden. Yo digo: ‘faaaa, ¿cómo van a andar con escopetas?’, pero no pasa nada. Para la gente ya es medio normal. ¿La policía? No hace nada. Pasan y se van. La policía sabe todo: quiénes son, qué hacen, qué compran, qué venden, pero no hace nada”. Todo lo que relata es una descripción serena, nada quejosa, que tal vez deba ser leída con más ánimo de entender que de juzgar.
¿Cuál puede ser la causa de los enfrentamientos entre grupos, cosa que se repite en cantidad de barrios como Villegas? “El motivo es: vos sos de allá, yo soy de acá, y estamos en guerra. En realidad están como en esa guerra que ni saben por qué es, todos mirando lo del otro. Qué tiene, qué no tiene, de dónde lo sacó. Son pibes resentidos de la vida, resentidos del padre drogado, la madre transa, todos en la esquina. ¿Entendés?”.
¿Pero será que en el barrio hay una disputa de poder, territorial, de algún negocio? “No. Todos los días se agarran a tiros, unos más chicos, otros más grandes, pero es la establecer quién es más fuerte, quién aguanta. Consiguen armas fácilmente, y dicen: ‘mirá la que tengo’. Y cuando la tienen, hay que usarla. Se arma un circuito. Es como el juego de la playstation, el GTA (Grand Theft Auto) que gana el que más mata. Aquí también. Juegan a matar. Y te matan y se matan”.
Penélope asegura que ni siquiera tiene que ver necesariamente con robos. Ni con los que se drogan: “Para mí la culpa de esto es del tipo de vida. No tenés nada que hacer, vas a la esquina. No sólo la piba o el pibe, también los adultos, que actúan como adolescentes”.
Penélope tiene más o menos cicatrizados los balazos que casi la matan. “No tengo un resentimiento. Lo traté de canalizar a mi manera. La ligué de arriba. ¿Qué voy a hacer?”, dice con esa especie de sonrisa que más que resignada, parece sabia.
¿Qué se podría hacer para que las cosas cambien, Penélope? “Algo con los chicos, para que conozcan otras cosas. El barrio no tiene nada. No hay lugar donde estar, tendría que haber cosas que le hagan bien a uno, música, cultura, una escuela en serio, deportes, algo. Pero no”, dice Penélope, cuando va terminando el horario de visitas.
El Paroissien empieza a organizar la operación, que fue un éxito: Penélope tejió lo suyo, y está entera otra vez.
Acabo de recordar que antes de ir al quirófano Penélope planteó algo que los estudiosos de esta época tendrían que meditar: “¿Sabés qué? Es todo un sistema el que está enfermo”.
Mu46
Qué tiene un rico en la cabeza
Douglas Tompkins. En la década del 90 llegó a la patagonia chilena y compró las mejores tierras. Luego, pasó a Argentina donde acumuló estancias en zonas estratégicas. Dice que su proyecto es conservar la biodiversidad y donar al Estado esas tierras salvadas de la depredación del modelo extractivo. Se declara enemigo del monocultivo sojero y la minería. Y amante del chamamé. ¿Un excéntrico, un visionario o un gringo de última generación? Pasen y lean.
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Bailando por un Facebook
Turros Bailando Piola. Alguien subió un video para burlarse y terminaron cosechando dos millones de visitas. Ahora tienen fans que los adoran y hacen giras por el conurbano.
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