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Curar la violencia

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Hospital Paroissien de La Matanza. Es una trinchera en medio de una guerra de alta intensidad. Desde allí se pueden ver los síntomas de un sistema que enferma, pero también cómo se curan esas mortales heridas. Y que escribimos a manera de homenaje y agradecimiento.

Curar la violenciaLas cosas pueden ser vistas desde muchos lugares.
Si se miran desde el Hospital Paroissien de La Matanza, por momentos parece inevitable sentir, en términos clásicos, que todo se está yendo a la mierda.
El Paroissien es un hospital de guerra. Llega un grupo trayendo a un tiroteado, traen a personas semidescuartizadas en un accidente de tránsito, otras en coma alcohólico, gritan unas mujeres, depositan a dos jóvenes con cuchilladas, la noche es fresca, un grupo traslada a un nuevo tiroteado (se rumorea que hubo enfrentamiento y empate con los del primer grupo, 1 a 1), lloran unos chicos, las estrellas están lejos, y estamos esperando que nos informen si nuestra compañera de la Cooperativa lavaca, Penélope Lauman, va a vivir luego de haber recibido tres balazos por la espalda. No es probable. Le destrozaron un riñón, parte del hígado, del estómago, de los intestinos, pulmones… no es probable. Llorar es la única actividad útil en estos casos, pero hasta las lágrimas se distraen ante el flujo intermitente de nuevos heridos de una guerra que nadie tuvo la gentileza de declararnos: aquí resulta evidente, además, que vamos perdiendo.
Un año más tarde…
Penélope se sobrepuso a las balas que intentaron quitarle la vida cuando iba a comprar un par de alfajores para mirar tele con su hijo Agustín (11 años) y quedó en medio de uno de estos enfrentamientos indescifrables en el Barrio Villegas, planeta del sistema solar de Ciudad Evita, en el universo de La Matanza, a 20 cuadras del hospital. Su situación, y la de la zona, se reflejó en mu de junio del año pasado: Terrorismo de barrio. Penélope y su cuerpo tejieron lo que había que tejer para sobrevivir a decenas de operaciones y en mayo de 2011, cuando ya podía celebrar un año de su nueva vida, le hicieron la última intervención: cierre de colostomía. Ir a visitarla al Hospital General de Agudos Diego Paroissien implica la misma percepción de un año atrás: un lugar al que llegan personas que, al menos por un tiempo, evitaron ir directamente a una morgue. Una especie de colostomía social, que no fluye hacia una bolsa de plástico, sino hacia la Sala de Guardia del Paroissien, un sitio donde se ejercen:
a) Una ciencia llamada velocidad.
b) El oficio de robarle a la Parca posibles huéspedes del más allá.
La guerra continúa, aunque los diarios no dicen nada. Pido en la dirección del Hospital hablar sobre estos asuntos, sospechando que no me cruzaré con teóricos ni retóricos de la medicina, sino con testimonios de un frente de batalla que no entiendo contra quién se libra. El director, Alejandro Royo, me sugiere hablar primero con el área de Salud Mental. Tal vez no es un consejo, sino un síntoma, que cada uno puede interpretar como prefiera.
Datos
Te reciben las cifras:
Cada día ingresan 3 ó 4 intentos de suicidio.
Cada día llegan de 10 a 12 víctimas de violencia (golpeados, baleados, acuchillados, entre otros).
La cifra sube según dos coordenadas cruciales: que sea fin de semana y/o que haga calor.
Cada día de fin de semana llegan de 15 a 20 heridos de distinta gravedad en accidentes de tránsito.
Atienden al menos uno o dos casos semanales de abuso de menor.
Cada día hay de 6 a 8 cirugías de alta complejidad.
Por mes, egresan con alta médica (o reingresan a la vida) 1.400 internados.
En 2010 se atendieron por emergencias 46.635 personas.
El Paroissien cuenta con 304 camas.
46 camas son de toco-ginecología. Hay 3.000 partos por año.
El Servicio de Salud Mental atiende a unas 3.000 personas por mes.
La mayoría de las veces es por trastornos de ansiedad, ataques de pánico, depresiones, o enfermedades psiquiátricas. Pese a que no cuentan con cifras exactas, los profesionales observan además el aumento de casos de autoagresión.
Entre el 70 y el 80 por ciento de los pacientes que pasan por el Paroissien no tiene cobertura ni seguridad médica alguna.
Consulta a quien lee: ¿cuáles de estos datos simbolizan violencia?
1 peso
«La falta de posibilidades a nivel social es violencia”, responde Andrea Caride, psicoterapeuta familiar y Coordinadora de Internación del Servicio de Salud Mental del Hospital. La jefa del Servicio es la psiquiatra Estela Casal Romero: “De la población que viene al Hospital muy pocos terminaron la escuela, muy pocos tienen un trabajo estable, menos todavía obra social, es gente que no tiene las necesidades básicas satisfechas”.
¿Por ejemplo? Andrea: “A veces no tienen una moneda, un peso, para venir al Hospital. Vienen caminando, no sé cuántas cuadras, 30 ó 40, o más. Eso también es violencia. El que no se topa con esta realidad no la puede entender: que alguien no tenga un peso”. Agregado: la diferencia que señala Estela es la que hace cada vez más difícil hablar de “una” sociedad. Si alguna vez se pensó a la sociedad dibujándola como una pirámide en la que unos estaban arriba y otros abajo de la misma estructura, hoy el dibujo se rompió en pedazos: los de un fragmento ya no entienden qué significa no tener 1 peso. Eugenio Zaffaroni proponía hace un tiempo en MU otro modo de imaginar lo social: como una autopista: “El 20 ó 30 por ciento va por la autopista en autos. El 70 u 80 por ciento vive abajo, pobre, hacinado y no puede salir. Para que los de abajo no sean un peligro, la ‘solución’ del esquema es que se maten entre ellos”.
En el Paroissien lo observan cotidianamente: “Yo vengo en colectivo desde Lanús y veo cómo la gente le pide al colectivero que la traiga hasta el kilómetro 21, donde queda el hospital. Algunos aceptan, otros no. Hay pacientes que vienen del otro lado, del kilómetro 40”, informa Estela. Son 19 kilómetros si no los traen: 190 cuadras. “Cuando les dábamos el alta algunas personas preguntaban: ¿podemos irnos después de la comida? Un matrimonio pidió darse una ducha antes de irse. En la casa no tenían agua caliente. Acá sí”, dice Andrea: “Eso es violencia”. Estela: “Lo del colectivo lo pueden resolver, o caminan. Lo del agua no. No hay articulaciones desde el Estado y lo público que den cuenta de ese problema”.
No dan cuenta, y nadie sabe si se dan cuenta.
Pánico al ataque
En la Sala de Guardia hay equipo permanente de psicólogo y psiquiatra. Además Salud Mental dispone de otros 7 psicólogos, 2 psiquiatras de consulta externa para pacientes ambulatorios, 3 psicólogos de internación y atención tanto individual como grupal. “Falta recurso humano en psiquiatría”, aclara Estela Casal Romero (carencia nacional que parece repetirse en distintos ámbitos políticos, periodísticos, universitarios, sindicales y televisivos, por citar algunos).
Estela cree que la realidad barrial es terreno propicio para que lo emocional sea más vulnerable, y algo se dispare después. ¿Qué problemas traen los que llegan? Estela y Andrea se miran, la enumeración es un vértigo. Aclaran que no hay estadísticas realizadas, pero la percepción cotidiana le permite a Estela calcular que reciben 3 ó 4 casos por día de intentos de suicidio. Sigue la explicación: “En psiquiatría dividimos entre cuadros psicóticos y neuróticos. Psicóticos son los que tienen cuadros crónicos, como esquizofrenia. Dentro de los neuróticos aparecen los trastornos de ansiedad, que incluyen los trastornos de angustia, ataques de pánico”. Andrea Caride suma a esa tarea cotidiana “las depresiones y las autoagresiones, que no son verdaderos intentos de suicidio, sino formas de lastimarse a uno mismo. Y llegan mucho por consumo de sustancias”. ¿Qué sustancias? Lo mediático se regodea hablando de “drogas” y “paco”, pero en el Paroissien la realidad indica otra cosa: “El primer problema, lejos, es el alcohol, en todas las edades. Mucho después aparecen las pastillas, el paco”.
Hágalo usted mismo
Sobre los intentos de suicidio: “Hicimos un estudio que determinó que ha cambiado la forma, crecieron los intentos de ahorcamiento”. Sobre el alcohol: “Nos traen los casos sobre todo cuando aparecen la violencia, o las consecuencias neurológicas y físicas del consumo, o la familia que dice que la persona ya no puede parar de tomar y ni sale de la casa”. El ataque de pánico: “La persona no puede respirar, siente que va a morir, tiene temblores, inquietud, alteración del sueño, taquicardia. A veces ingresan por clínica. Otros tienen experiencia, y vienen directamente a psiquiatría”. ¿Causas? “Siempre hay un disparador: la familia, el trabajo, la pareja. Y se nota que la gente no encuentra una salida, un proyecto de vida. En los adolescentes se agrava porque, además, se nota muchas veces la disgregación familiar”.
Andrea agrega: “Se vive en un estado de alerta permanente, a la defensiva. En un sector social la causa puede ser el miedo a que te roben. Pero en las personas con menos posibilidades ese alerta es diferente: consiste en no tener para comer, no saber de qué vivir”.
Sobre los trastornos de ansiedad: “Cuando los problemas cotidianos no se pueden resolver, si estoy siempre chocando con lo mismo y no lo soluciono, el cuerpo empieza a hablar. Por algún lado la angustia sale”.
Sobre las autoagresiones: “Uno habla de intento de suicidio cuando el paciente reconoce que quiso morirse. Pero muchas veces se autoagrede para calmar su angustia. La intención no es matarse; dicen que cambian la angustia: les duele lo físico en lugar de lo psíquico”. Ese desplazamiento se verifica en general a través de cortes. (El modelo zaffarónico de pobres que se matan entre ellos pasaría a tener muchas variantes: policías versus no policías, bandas versus bandas, violencia entre las personas, en las familias, abusos a menores y el punto sublime del esquema: la guerra contra uno mismo).
Respire hondo
Estela Casal: “El modelo capitalista a ultranza es el del ganador absoluto, único, que triunfa a costa de pisar a los demás. Se ve en los medios, en lo publicitario. Te la tenés que arreglar por tu cuenta. Y si no, vos sos el que tenés un problema, es una cuestión tuya”. La persona queda con la sensación de que viene fallada de fábrica, lo cual es otra violencia.
Estela propone otra mirada: “Hay algo del contexto que está fallando”. Por eso propone: “Hay que trabajar con la persona para ver cuánto hay de ella en el problema, y cuánto de lo social. Pero no ponerle un rótulo”.
¿Qué se hace frente a todo esto? “Primero, la escucha. Se evalúa si es necesaria la contención, la medicación, la internación”. La escucha en sí ya es toda una novedad para personas que suelen llegar encerradas en su propio silencio frente a sus problemas. “Nos ha pasado con chicos no necesariamente con depresiones, pero bajoneados, angustiados; citamos no sólo a la familia que tenga, sino a profesores, compañeros, vecinos, para tener múltiples miradas sobre lo que les pasa”. Según ciertas leyendas, en siglos previos el lazo social y vecinal se daba con otra naturalidad, pero hoy parece un tema hospitalario. “Cuando se rompen los lazos de comunicación hay que abrirlos. Uno sólo no sale”. Es la oscilación entre dos ilusiones, que Estela percibe sobre todo en los jóvenes: “La omnipotencia, creer que todo lo pueden. Y creer que nada pueden”. Omnipotencia e impotencia son dos formas de vacío: uno solo no sale, pero tampoco se sale sin uno mismo.
Andrea reconoce que el solo contacto, la propia escucha, empieza a generar un alivio. Antiguamente los clínicos ordenaban “respire hondo” para escuchar los secretos de los pulmones. Hoy se solicita lo mismo, para recobrar cierto dominio. “Más allá de la medicación que pueda aplicarse, se busca en principio que la persona respire profundamente, se tranquilice, hable de lo que pasa”.
Pare de sufrir
Si algo del contexto que está fallando, como decía Estela, ese puede ser un diagnóstico para todo este esquema de violencia, enfermedad, accidente, abuso, sangre, enfermedad y sufrimiento psíquico del cual el Hospital Paroissien se hace cargo sin feriados. La “salida”, cuando el cuerpo habla o cuando calla, en muchos casos es más de lo mismo: alcohol, o cualquier otra droga, violencia, enfermedad. Otra oferta frente a la angustia suele ser evangélica (en los barrios el viejo catolicismo está como ciertos equipos grandes, en el descenso). El hospital en cambio es una opción de salud pública. Andrea: “Somos la variante científica. Pero hemos tenido que llamar a pastores evangélicos para que no le prohíban a la gente hacer los tratamientos o tomar las medicaciones. Cuando son más fundamentalistas, tenemos que trabajar el doble”.
Cabezazo a la doctora
Carlos Gaglianoni es jefe de guardia del Paroissien, y está alarmado por la violencia hacia los profesionales de la salud. “El jueves pasado una médica clínica recibió un cabezazo frontal en la región nasal, producido por un familiar de un paciente al que se le pidió que espere. Esa es la violencia que sufrimos nosotros. Con respecto a la violencia en general, empeora los fines de semana, y cuando hace calor. El calor cambia la conducta. La gente sale, se generan situaciones. Con el frío la persona se repliega un poco más. Uno ya tiene registrados los ritmos de esta locura. Los fines de semana todo lo que es emergencias aumenta. Y a partir del lunes vienen los que tienen que venir”. Los enfermos.
Armando Parise es director asociado del Paroissien, y aprendió a ver todo el panorama. “A veces esto es como una tienda de campaña, con momentos muy dramáticos, mucha sangre en las guardias, mucho trabajo en los quirófanos. Mucha angustia. Sobre todo porque la mayoría de las víctimas son pibes jóvenes, con enfermedades en todo caso relacionadas con lo social: alcohol, drogas y todo lo que se genera en función de sus dificultades de inserción en este medio, que es bastante hostil”. Parise reconoce haber visto las peleas entre patotas, cada uno con su herido, o que alguna vez tomando mate sintió un golpe en la cabeza y era un perdigón, vaya uno a saber llegado de dónde. “Sin duda somos testigos de lo que nos pasa como sociedad. Si hay una sociedad violenta que discrimina, aísla y separa, éste es el resultado. La población que atendemos es de las más castigada en ese sentido. Son muchas décadas. Hace 30 años que estoy aquí y hay un nivel estable y permanente de violencia. No veo una mejora. Vas a un barrio, ves a un chiquito que nace en un hogar carenciado, con padre o madre o ambos ausentes, y ya hay un posible pronóstico. No necesariamente va a tener problemas, va a hablar muy bien de él que pueda superarlos, pero va a tener obstáculos que no tienen chicos de otros estratos sociales. Dificultades biológicas, y hasta proteicas”.
Sobre proteínas políticas: “Son muchos años en los que estos grupos sociales han sido políticamente abandonados. Cada uno tendrá sus propios conceptos sobre esto, pero estamos viendo consecuencias que son generacionales”.
Qué es la salud
Parise no ve series de médicos en televisión (“Las detesto, con lo de aquí sobra”) y explica cómo la situación enferma a los profesionales de la salud: “A veces aparece un desgaste muy grande. No pongo a los médicos como víctimas, ojo. Pero hay una sensación de frustración y los que no tienen claro un concepto que diría que es ideológico la sufren más: la salud no está en manos de los médicos, ni del equipo de salud. Es un bien social. Por ahí hace más por la salud un buen drenaje cloacal, que construir hospitales. Lo digo en términos concretos y cuantitativos”.
¿Y cuál es la frustración? “Te carga mucho pensar: ‘me mato trabajando, saco a la persona de un coma, vuelve al barrio a chupar otra vez como un beduino, y a los dos meses vuelvo a tenerlo internado igual o peor’. O ver a un chiquito agredido o cualquier otra situación que a veces deja la impresión de querer apagar un incendio con vasos de agua, que para colmo cuesta muchísimo conseguir. Al final te agarra un bajón”. Técnicamente es el “burn out”, el Síndrome del Quemado. “Me pasó a mí, nos pasa a todos. ¿Sirve esto que hago? Es una depresión que uno sufre. Hay compañeros que tratan de salir con un mecanismo de raje, escapar, burocratizarse, decir: no me caliento más, yo hago lo mío y listo. Esas cosas de salida individual no te sirven, te hundís cada vez más”.
No se apagan así ni los incendios, ni el burn out. ¿Qué conviene hacer entonces? Una pista, según el doctor Parise: “La solución es juntarse, hablar, compartir las dudas, saber qué piensan los demás, trabajar con las otras disciplinas. Saber, por ejemplo, que un camillero o una enfermera, que son tan profesionales de la salud como los médicos –que somos muy hegemónicos– son los que más saben muchas veces de un paciente o los que te pueden dar la pista más exacta para un diagnóstico”.
Otra vez aparece la comunicación como un recurso de salud: “Desde los años 50 lo que vino fue fragmentarnos, separarnos y evitar que los que estamos en lo popular –por ejemplo, estar acá– hablemos entre nosotros”. El “nosotros” de Parise es un desafío. Abarca a pacientes, víctimas, familiares, profesionales de la salud: “Si no hablamos entre nosotros se busca la salida individual. Y cualquier atajo que agarres te lleva a perderte más todavía en esta quemazón”.
Por eso agrega un dato para evitar las visiones románticas: “Esto es un laburo. Cuando viene un herido grave por el motivo que sea, no espera que yo le hable de las cloacas ni de la sociedad”. Puede pensarse que ésa sería otra forma de violencia: “Yo estoy para atenderlo, operarlo, suturarlo, ponerle el antibiótico que más convenga, llevarlo a terapia intensiva y que se mejore. Mi función social es ésa. Entender el contexto te sirve para entender que no sirven los atajos y saber que no vas a arreglar todo, pero que podés hacer tu trabajo de la mejor forma”.
Parise lo plantea como una cuestión ideológica que podría describirse así: aunque el resultado sea incierto, en los incendios no hay que descartar los vasos de agua.
Tres balas
Gracias a esa forma de pensar y de actuar, Penélope Lauman está viva. Falta la última operación, la colostomía. Tiene más miedo que cuando la balearon y casi no entendía lo que le pasaba mientras la operaban día y noche. Penélope es el otro lado del mostrador, o el lado de arriba de la camilla del Paroissien. En carne propia, literalmente, sufrió tres de los efectos de esta violencia. Antes de la última operación, de regreso al Paroissien un año después, cuenta: “La situación del barrio sigue igual. Nunca se sabe cuándo van a empezar los tiros. Veo pasar a los pibes desde la ventana. Van armados, tienen revólver, escopeta, ni se esconden. Yo digo: ‘faaaa, ¿cómo van a andar con escopetas?’, pero no pasa nada. Para la gente ya es medio normal. ¿La policía? No hace nada. Pasan y se van. La policía sabe todo: quiénes son, qué hacen, qué compran, qué venden, pero no hace nada”. Todo lo que relata es una descripción serena, nada quejosa, que tal vez deba ser leída con más ánimo de entender que de juzgar.
¿Cuál puede ser la causa de los enfrentamientos entre grupos, cosa que se repite en cantidad de barrios como Villegas? “El motivo es: vos sos de allá, yo soy de acá, y estamos en guerra. En realidad están como en esa guerra que ni saben por qué es, todos mirando lo del otro. Qué tiene, qué no tiene, de dónde lo sacó. Son pibes resentidos de la vida, resentidos del padre drogado, la madre transa, todos en la esquina. ¿Entendés?”.
¿Pero será que en el barrio hay una disputa de poder, territorial, de algún negocio? “No. Todos los días se agarran a tiros, unos más chicos, otros más grandes, pero es la establecer quién es más fuerte, quién aguanta. Consiguen armas fácilmente, y dicen: ‘mirá la que tengo’. Y cuando la tienen, hay que usarla. Se arma un circuito. Es como el juego de la playstation, el GTA (Grand Theft Auto) que gana el que más mata. Aquí también. Juegan a matar. Y te matan y se matan”.
Penélope asegura que ni siquiera tiene que ver necesariamente con robos. Ni con los que se drogan: “Para mí la culpa de esto es del tipo de vida. No tenés nada que hacer, vas a la esquina. No sólo la piba o el pibe, también los adultos, que actúan como adolescentes”.
Penélope tiene más o menos cicatrizados los balazos que casi la matan. “No tengo un resentimiento. Lo traté de canalizar a mi manera. La ligué de arriba. ¿Qué voy a hacer?”, dice con esa especie de sonrisa que más que resignada, parece sabia.
¿Qué se podría hacer para que las cosas cambien, Penélope? “Algo con los chicos, para que conozcan otras cosas. El barrio no tiene nada. No hay lugar donde estar, tendría que haber cosas que le hagan bien a uno, música, cultura, una escuela en serio, deportes, algo. Pero no”, dice Penélope, cuando va terminando el horario de visitas.
El Paroissien empieza a organizar la operación, que fue un éxito: Penélope tejió lo suyo, y está entera otra vez.
Acabo de recordar que antes de ir al quirófano Penélope planteó algo que los estudiosos de esta época tendrían que meditar: “¿Sabés qué? Es todo un sistema el que está enfermo”.
 
 
 

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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