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Hacer justicia
El caso de Julián Antillanca. La policía y la prensa dijeron que murió de un coma alcohólico. Su padre dejó de trabajar para dedicarse a buscar a los culpables. Ahora, exige condenarlos.
Antes del 6 de septiembre de 2010, César Antillanca vivía en Comodoro Rivadavia, trabajaba como albañil y unos ahorros lo futureaban en algún lugar de Europa, dice, quizás en el estadio del Barcelona, sueña, ojalá que viendo a Messi junto a sus dos hijos, Ayelén y Julián. Pero esa madrugada todo cambió. Su domicilio sigue en Comodoro, pero se la pasa en Trelew visitando juzgados y comisarías, trabaja únicamente los fines de semana y la plata ahorrada se le fue en viajes -no precisamente a Europa- y abogados. Aquél domingo se enteró por teléfono: su hijo Julián había muerto. “Yo soy mapuche, tengo una visión bastante natural de la muerte”, digiere César.
Desandó entonces los 400 kilómetros que lo separaban de Trelew y su familia. Cuando llegó, el comisario de la seccional 4° se encargó de recibirlo y desinformarlo: dijo que Julián había muerto de un coma alcohólico. Y agregó: “Tiene un raspón en la oreja producto de la caída”. Al cuerpo lo entregarían recién a la madrugada. Había que esperar.
La hora llegó lenta. Ya en la sala velatoria, los familiares se abalanzaron sobre el cajón abierto. Fue entonces cuando para César se desplomó al instante la visión natural de la muerte. Fue cuando su hija le gritó: “Papá, no me dijiste que Julián estaba todo golpeado”. César: “Dije lo que me contó el comisario”. Enseguida lo llamó e intimó a que fuese a la sala. El comisario se negó; César lo fue a buscar; el comisario ya no estaba. César volvió, sacó fotos al cuerpo y corrió hasta el diario El Chubut, que días atrás había publicado en tapa: “Encuentran a joven muerto por coma alcohólico”. Encaró al periodista autor de la nota. Mostró las fotos. El periodista se excusó: “Yo sólo escribo según el parte policial”. César: “Bueno: ahora publicá según esto”.
El experto
omo todos los sábados, Julián había ido a bailar con sus amigos. “Después te voy a pasar los exámenes de alcohol en sangre y la vejiga” se sincera César. Los amigos y la seguridad del boliche declararon que, si bien había bebido, “estaba lúcido”. Lo recuerdan como un pibe tranquilo, sin antecedentes. Cerca de las 6 de la mañana salió del boliche. Fue encontrado muerto a unas seis cuadras del lugar, golpeado, sin el pasaporte que llevaba. El mismo que su padre le había hecho sacar pensando en un viaje juntos.
Conoció a su abogado gracias al periodista que corrigió la noticia. Y ese abogado acercó, a través de un amigo, a una primera testigo, Jorgelina Domínguez, que había visto a Julián siendo bajado del patrullero. Ésta fue la primera pista que articulaba los hechos: no había registro alguno en la comisaría de que Julián haya ingresado. Las pericias, luego, confirmaron por qué: el libro de actas tenía varias hojas arrancadas.
El 2 de octubre de 2010 esa testigo reconoció al suboficial Martín Solís como uno de los que cargaban el cuerpo y el policía quedó bajo prisión preventiva. Dos meses después, el juez de la causa le concedía, inexplicablemente, la prisión domiciliaria. Mientras, se esperaban los resultados de una serie de peritajes que la policía judicial de Chubut había hecho en dos patrulleros de la seccional 4° de Trelew.
De todas las partes, el único presente en ese peritaje fue César. ¿Por qué no estaba su abogado? “No sé, yo me encargo de mi trabajo, mi ignorancia no da para hacer reclamos”. La pericia concluyó que la sangre encontrada en alfombras y asientos era de Julián Antillanca. El chofer de aquel vehículo, Jorge Abraham, el suboficial Pablo Morales y la oficial Laura Córdoba están detenidos, procesados y aguardan el juicio. “La expectativa de pena para los 4 es de cadena perpetua. Lo concreto es que la fiscalía va a pedir para todos la misma pena, en concurso real, que significa que todas las imputaciones son sumatorias”, cuenta César. Le digo que ya es todo un experto. Me mira y dice: “Lamentablemente”.
Despertar
El caso se fue moviendo relativamente rápido en comparación con otros de la provincia en particular y, en general, con todos en los que están involucrados efectivos policiales. ¿Por qué? Responde César: “Creo que tiene que ver con la dedicación. Desde que sucedió esto no trabajé más que sábados y domingos. El resto del tiempo me puse a buscar y buscar el modo de defender lo más inteligentemente la causa”. Es la sexta vez que viaja a Buenos Aires, y hubo luego una séptima en la que le sacamos las fotos aprovechando su cita con gente del CELS y la CORREPI, dos de los organismos con los que se reunió. Logró que estos ambos envíen observadores jurídicos para seguir el juicio oral.
Está en esa espera. Le pregunto si está contento con la expectativa de pena, que es la mayor: “No, porque esto va a seguir pasando”. Y me cuenta que el próximo paso entonces es lograr juzgar a los responsables políticos: “En este tipo de crímenes lo que hay son responsabilidades por omisión”, explica. Ya hay un pedido de interpelación al ministro de Gobierno y Justicia, Héctor Miguel Castro, quien sigue estirando la citación con pedidos de prórroga. “Otro de los factores es la corrupción, la cadena de favores es connivencia”. Y explica: “La connivencia es la facilidad de perdonar entre poderes. Y ahí entra la policía, en un marco de impunidad que creen suficientemente fuerte como para no ser tocados. En este caso les fue mal”.
César recorrió la provincia, habló con los familiares de Iván Torres, los de Atahualpa Vinaya, y de otras decenas de jóvenes desaparecidos o muertos por la policía sureña. Muestra entonces una revista que lleva en su bolso, la abre y señala una página donde hay fotos de esos chicos desaparecidos. “Tienen todos el mismo perfil, son morochos, son pobres… Está muy determinada la franja que es susceptible. Pero yo nunca uso estos alegatos, porque creo que el solo hecho de ser una persona ya torna esto muy grave”. Hasta la muerte de su hijo, el albañil César confiesa que no conocía ninguno de estos casos. Y sobre eso ensaya otra reflexión: “Tenemos una influencia muy marcada, de estar metidos en nuestros propios afanes, y eso nos quita panorama del lugar donde estamos viviendo. Y cuando te pasa, te despertás”.
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El ingenio Blaquier
La marca Ledesma es sinónimo de azúcar y papel y el apellido Blaquier, de aristocracia. Han acumulado dinero y lo demuestran. Por ejemplo, comprando 7 yates o destinando una mansión de 17 mil metros cuadrados exclusivamente a cenas de negocios. La pasión por el arte es otra de las virtudes de Carlos Pedro Blaquier, presidente del grupo y también filósofo y poeta. Cómo enfrenta una familia de tan alto perfil social los hechos que la vinculan con los crímenes de la dictadura militar en el ámbito de su Ingenio y los asesinatos que se cometieron hoy para defender sus tierras.
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El Ledesmazo
35 años y 1 día después de aquel apagón, hubo 4 muertos más en esas tierras de impunidad. Fue el saldo de la batalla que libran allí “los desesperados contra la política y los negocios”, como ellos mismos definen. Algo huele mal y es Ledesma.
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