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El Ledesmazo

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35 años y 1 día después de aquel apagón, hubo 4 muertos más en esas tierras de impunidad. Fue el saldo de la batalla que libran allí “los desesperados contra la política y los negocios”, como ellos mismos definen. Algo huele mal y es Ledesma.

El LedesmazoLa pregunta es inquietante, universal, y me la sugiere una señora llamada María en uno de los asentamientos, casi como al pasar: ¿cómo se hace para vivir?
Flota esa duda como el olor a podrido que llega desde el ingenio Ledesma, producido por el bagazo, el desecho de la caña de azúcar que alimenta otro negocio: la papelera. María plantea el tema sin esperar respuesta, mientras su nuera martilla un clavo con una piedra para que la construcción de cuatro palos y un plástico negro no se venga abajo. Más allá, el hijo de María, camionero, quema restos de caña de azúcar para limpiar el terreno y evitar la convivencia con ratas y serpientes.
Cuando uno mira alrededor, el panorama es de cientos de carpas ínfimas o ranchos instalados sobre la tierra con palos, incertidumbres y polietileno negro: un gigantesco camping de lo insoportable.
Cada carpa está dentro de un lote de 8 x 20 en el mejor de los casos, que los vecinos van achicando de común acuerdo para que entren más aspirantes a explorar la pregunta de María.
Los lotes están delimitados con cuerdas, hilos, o cintas blancas y rojas que dicen “peligro”. Más allá se ven las planicies de Ledesma, marrones tras la cosecha de la caña de azúcar. Aún más allá el color es verde soja. Y más lejos, ya en el horizonte, los cerros jujeños, y el cielo anaranjado de un atardecer frío. Según ciertas mitologías, en el cielo hay un reino que será propiedad de los pobres.
Los vecinos de Libertador General San Martín no parecen tan seguros sobre tal oferta de eternidad inmobiliaria y decidieron armar no un reino –o quién sabe– pero al menos un lugar en el más acá.
Huevo frito
La abogada Mariana Vargas describió el lugar como un huevo frito, donde el pueblo de Libertador General San Martín (60.000 habitantes) es la yema, rodeado por la clara del Ingenio Ledesma, unas 130.000 hectáreas. Pero la empresa es además la sartén controlada por el mango, en el sentido que se prefiera. Hasta 1950 el pueblo se llamó Ledesma, y hoy sigue siendo llamado así por más de uno.
La historia que se fríe aquí incluyó La Noche del Apagón (27 de julio de 1976) cuando la dictadura junto a la empresa planificó un operativo que dejó sin luz a Libertador General San Martín y usó la tiniebla para secuestrar, detener y torturar de diversas formas a 400 personas, de las cuales 30 siguen desaparecidas.
Un salto exacto de 35 años y un día llevan a este 28 de julio último: la jornada de la represión contra la toma de tierras de Ledesma que habían efectuado unas 500 familias, con cuatro muertos como saldo.
“Había un compromiso desde hace tres años de cedernos ese sector de 15 hectáreas, El Triángulo, que además no se usa para nada porque tiene caña seca”, dice José María Leiva, que tiene lote en el asentamiento, es uno de los delegados, e integra la CCC (Corriente Clasista y Combativa). “Agotamos todas las posibilidades, todos los diálogos, hicimos dos marchas a Ledesma este año, hablamos con Federico Gatti (administrador del ingenio), con el intendente Jorge Ale, con el gobernador Walter Barrionuevo. La tercera marcha dijimos: en lugar de ir a Ledesma, nos vamos para El Triángulo, y lo tomamos. Eso fue el 20 de julio. Y el 28 vinieron a desalojarnos y a reprimirnos”.
La batalla
Fue una batalla de 8 horas. Los ocupantes fueron primero desalojados por la policía con orden judicial, y finalmente recuperaron el terreno cuando una contraorden política frenó la matanza que dejó quebradas a las familias de Ariel Farfán (17 años), Félix Reyes (21), Juan Velázquez (37) y Alejandro Farfán (22, policía, sin relación familiar con Ariel).
Enrique Kike Mosquera, referente o delegado de la CCC, me dice que lo conseguido no vale una sola de esas muertes, pero todo Jujuy interpretó el hecho como un triunfo de los ocupantes, que además es histórico. Ninguno de los ocupantes muertos, conviene aclarar, pertenecía a la CCC (en el velorio de Reyes, en especial, exigieron a Mosquera que se retirase).
Se produjeron al menos cuatro ocupaciones más, que abarcan a 2.500 familias (más de 10.000 personas), y la ola empezó a tener brotes en otras localidades.
En Libertador General San Martín la yema empezó a derramarse sobre la clara: ejemplos como el de El Triángulo siempre son inspiradores y contagiosos para la imprescindible ciencia de romper huevos.
Clases de toma
Las tomas pueden diferenciarse en dos grandes grupos:
La primera (la de la batalla de El Triángulo) es la de los más pobres: desocupados, beneficiarios de planes sociales, trabajadores precarios o mal pagos. Esperan acceder a lo que la poesía gauchesca suele llamar “un plan de viviendas”. En el momento de la toma eran 500 familias. Cuando lograron sobreponerse a la represión subieron a 700 y ahora ya superan el perímetro original de El Triángulo y llegan a 900.
Esa ocupación desencadenó las otras: policías (representados por sus esposas para evitar decapitaciones), personal de hospitales, del ingenio, empleados municipales, docentes, cuentapropistas, vendedores ambulantes, camioneros, comerciantes y hasta profesionales, que pese a tener más recursos económicos (se nota porque, al menos, tienen carpas) tampoco pueden acceder a tierra o vivienda, y quedan atados a alquileres perpetuos. Este segundo grupo propone pagar el terreno o vivienda que reciban.
Hablemos de plata
Nadie sabe muy bien cuáles son las matemáticas del problema de vivienda en Ledesma, pero todos saben que tienden al infinito y más allá. Sonia Segovia, docente y ocupante de uno de los lotes, señala la vereda de enfrente: “En todo ese barrio, La Loma, hay solamente ocho lotes en venta, y cuestan entre 100.000 y 200.000 pesos cada uno. Cualquier casa puede costar desde 300.000 a 400.000 pesos. Cada vez hay más gente, no hay nuevas viviendas, los alquileres se van a las nubes, y no hay donde vivir”. Sonia paga 1.800 pesos de alquiler, gana 2.400 y su marido es trabajador independiente con un ingreso similar. Luz, agua, impuestos, comer, etc, y quedan ahogados: “No pude pagar la luz, fui a pedir una prórroga”, confiesa Sonia, que se lanzó a ocupar lotes junto a dos amigas: Mabel Contreras (vende empanadas y pizzas en la calle) y Jessica Aramayo (repostera, también vendedora ambulante). Todas están en lista de espera desde hace cinco años y me muestran su carnet del IVUJ (Instituto de Vivienda y Urbanismo de Jujuy) para demostrarlo. Mabel, en cambio, tiene un Acta de Compromiso por una futura vivienda que le dieron tras una toma anterior, hace tres años. La toma en El Triángulo desnudó la inutilidad de tanta espera.
El modelo
Roberto Trigo armó con sus manos un rancho de lona plástica. Llega en su 4 x 4 Izuzu roja, reluciente, modelo 2001. “La camioneta es mi instrumento de trabajo, soy mecánico, gano unos 5 ó 6.000 pesos mensuales, tengo cinco hijos, y pago 2.000 pesos de alquiler”.
Se ven varios autos cerca del asentamiento. Tal vez una variante dentro del actual modelo productivo sea irse a vivir a los autos.
Roberto me explica: “Yo estoy dispuesto a pagar por el terreno. Y si me dicen que me vaya, me voy. No vamos a alborotar”. Selva Roldán, su mujer, parece más impaciente: “Todas las tierras son de Ledesma, y no las ceden. La gente tuvo que tomar estas medidas. Tienen años a todo el mundo esperando. Hay gente que ya estuvo en tres o cuatro tomas, se fue con el compromiso de que les darían tierra, y siempre nos han engañado”. Selva define mejor que cualquier analista o politólogo el modelo Ledesma: “Todo acá es política y negocio. Así se manejan las cosas”.
Desde otra carpa, Ezequiel, vendedor ambulante, me aclara que gana 1.500 pesos. Por una pieza con baño para él, su mujer y dos hijas le piden 800. Los 400 que gana su mujer trabajando en casas de familia no cubren esas costumbres que tiene la gente tales como comer, vestirse, e incluso pagar impuestos, entre otros excesos.
La nueva familia
“Yo soy agregada en la casa de mi suegro”, dice Adriana, junto a un fogoncito en El Triángulo. Como en otros lugares del universo, en este pueblo hay parentescos convencionales, pero otra definición es la de “agregada”, o sea la persona o grupo familiar que vive en la casa de abuelos, padres, suegros, hermanos o el que tenga espacio y voluntad de hacer un lugarcito. “Yo tengo 40 años, dos hijas, y todavía vivo agregada con mi mamá”, me aclara Mirta, que además del ranchito de plástico abrió una bolsa de azúcar de arpillera de Ledesma para protegerse del viento.
Otra relación típica es la de parejas formales, con hijos, que no se han casado. “Estamos juntados”, me dijeron, por ejemplo, Fabián López y Pamela (y casi todas las parejas con las que hablé). Incluso se separaron, describe Fabián: “Pero no porque nos peleamos, sino porque ya no podíamos vivir diez en la casa de mi vieja, en tres habitaciones. Soy camionero, tengo 35 años, y sigo con mi vieja. Nos separamos con Pamela hace tres años, después que tuvimos la nena, entonces yo voy a veces a la casa de ella, y cuando hay lugar ella viene a mi casa. Ahora nos vinimos para tener aunque sea algo de 2 x 2, pero para nosotros, ¿me entiende?”. El único problema de amontonamiento con el que pudieron lidiar fue con el televisor. “Te los dan por monedas en cuotas, entonces tenemos dos para no pelearnos”. Otro aspecto del modelo de crecimiento & desarrollo: tal vez no haya viviendas suficientes, pero sí High Definition.
Sin ceremonias ni casamiento formal, parejas como la de Fabián y Pamela parecen tan fuertes como para separarse tres años y seguir juntados (que tal vez sea algo más que estar juntos). Con machete, rastrillo y risotadas de alegría, siguen cortando las cañas de azúcar de Ledesma para tener su lugar en el mundo.
Panorama político
En los autodenominados medios de comunicación aparecieron interpretaciones y análisis sugiriendo que las tomas fueron producto de manipulaciones de políticos (peronistas o radicales que a su vez se acusan mutuamente, a movimientos sociales oficialistas u opositores aliados a partidos convencionales; en otras localidades jujeñas el gobierno provincial culpó a los gobiernos municipales, y viceversa, y así sucesivamente).
Todas estas telenovelas indican que multitud de políticos que se autodenominan “dirigentes”, operadores llamados “periodistas”, y grupos de poder que se definen como “empresarios”, consideran que las personas son manipulables. Y por eso todos manipulan.
En un año electoral, se sabe, la trampa es ley. En los asentamientos, frente al olor a podrido de Ledesma, mezclado con el olor a sangre, se percibe que la oscura agitadora de lo ocurrido fue la desesperación, inseminada por el hartazgo parcial o total justamente hacia esa farándula política, empresarial y mediática.
En términos de modelo o de sistema, conviene que la teoría de la manipulación sea cierta. De lo contrario estas personas estarían incubando unas peligrosas creencias sobre la igualdad ante la vida, y sobre su capacidad de acción. Y si es así, no es muy claro a esta altura qué falta hacer para que el modelo domestique y controle esas extrañas pretensiones.
Envidia al revés
Roberto aclara en su rancho de polietileno, señalando hacia El Triángulo: “Acá no somos como en el otro asentamiento. Yo soy laburante”. Mabel agrega: “Lo que pasa es que los del otro asentamiento no quieren trabajar, porque les dan el plan social, el bolsón de comida, y con eso se conforman”. Raquel Aquino: “Si esa gente toma los terrenos y al final se los dan, ¿por qué no los vamos a tomar nosotros que vivimos trabajando? Uno al final toma coraje”. El argumento no es nuevo: una especie de envidia al revés, del que tiene algo con respecto al crecimiento del que tiene menos, que ha recorrido toda la historia desde la extravagante colonización española hasta la actualidad. En esos comentarios espontáneos late lo que suele llamarse fractura social, individualismo, prejuicio y demás.
Pero entre esas mismas personas la conversación va llevando a otras ideas. Mabel, la vendedora ambulante: “Claro, una habla así y parece que fuésemos más de clase media, pero la verdad es que no tanto”. Sonia, la maestra: “Hay gente que nos dice si no tenemos vergüenza de ser ocupas como los otros. Pero la verdad es que los que tendrían que tener vergüenza son los políticos y los del Ingenio”. (O sea: sufren la misma mirada despectiva y prejuiciosa que ellos a veces le aplican a los de El Triángulo). La señora Elsa Herrera, con lágrimas en sus grandes ojos: “¿Tenían que morir cuatro personas? ¿Usted entiende lo que nos está pasando?”. Selva: “Ledesma no cede, y la gente tiene que hacer algo”. Roberto: “Te obligan, le criás coraje a la gente que no encuentra otra salida”.
Las dos actitudes conviven en las mismas personas: rechazo vs. empatía; prejuicio vs. juicio, diferenciación vs. reconocimiento y convivencia. Las guerras por el control social y por el sentido de las cosas están librándose en nuestras propias cabezas.
Tomografía de la CCC
En El Triángulo la mayoría de la gente que encontré trabaja. Adriana limpia en casas de familias, gana 400 mensuales y es agregada en la casa del suegro. María trabaja en un restaurante por 1.200 mensuales y es agregada, a los 40, en lo de su mamá. Jacquelin carga energía ajena en una estación de servicio. Hay también mujeres de policías, municipales y empleados de Ledesma, pero no pueden ni aparecer por temor a las represalias en sus trabajos. Según los rumores del pueblo, hay un número creciente de empleados del ingenio despedidos por haber sido detectados tomando tierras.
La mitad de las familias de El Triángulo está relacionada con la CCC. Traducción: la organización recibe planes sociales estatales, que traslada a esas personas. Números, según José María Leiva: “Tenemos 800 personas que cobran Seguro de Capacitación y Empleo de 225 pesos mensuales. Varias Asignaciones Universales por hijo de 180 pesos, 50 capacitadores que cobramos 1.015 pesos, y 100 compañeros en obras de pavimentación que cobran 900 pesos cada uno, pero en negro”. Además, reparten bolsas de alimentos con 10 productos: sémola, arroz, fideos… La gentileza es que el azúcar no es de Ledesma, sino de Ingenio Tucumán.
Los planes: los que cobran 225 pesos son capacitados por los que cobran 1.015 en oficios como programación de PC, peluquería, carpintería, corte y confección. José María, por ejemplo, cobra como alfabetizador ,y por el mismo precio, coordina el trabajo del grupo que pavimenta. Además es profesor de Ciencias Económicas y Jurídicas. La trampa de los planes:
¿Cuánto duran las capacitaciones?
Un año lectivo.
¿La gente luego consigue trabajo?
Nadie.
¿Y qué hacen?
Se reenganchan en otra capacitación.
Es un modo de seguir cobrando los 225 pesos. José María: “Obviamente nadie quiere eso, queremos trabajo real, como el de la pavimentación, pero mejor, o que no sea en negro. Yo mismo tengo currículum más o menos para pelearla, soy docente desde hace 10 años y no encuentro trabajo. Hasta en eso el sistema es un poquito perverso, porque como profesor te obligan a tener puntaje, para eso tenés que hacer cursos y necesitás plata para pagarlos. Si no trabajás, no tenés la plata, y si trabajás, no tenés el tiempo. Nos dicen que somos unos vagos de mierda, pero la verdad es que hay una gran discriminación. La principal es que si no te prendés con un político, no conseguís nada”.
Recibir esos planes obliga, explícita o tácitamente, a los beneficiarios a movilizarse con la CCC. Mónica no lo hizo inspirada en el maoísmo combativo: “Yo ‘trabajaba’ para la CCC por un plan de 150 pesos y acompañaba los cortes de ruta, pero preferí salir y trabajar en casa de familia, porque no podés levantar cabeza”. Ese es el caldo de contradicciones sociales en el que se cocina parte de esta historia. José María: “Lo que hacemos es paliar necesidades inmediatas. Libertador es un ejemplo de cómo funciona el sistema. Poder económico muy grande, poder político que responde al económico. Y un pueblo abandonado siempre por esos dos poderes, que de golpe se une y vence a ambos”. Las 15 hectáreas de El Triángulo se transformaron en ola de ocupaciones y posible ley de expropiación de 45 hectáreas sólo en Libertador, con doble discurso sobre posibles desalojos o pedidos de que la gente se retire para “acondicionar” los terrenos. En ninguno de los asentamientos nadie se quiere ir, con una frase clonada: “Ya nos engañaron demasiadas veces”.
En los asentamientos no hay agua (en el mejor de los casos algunas canillas cercanas, para miles de personas) ni baños, salvo algunas cañas de azúcar de Ledesma que cumplen esa función comunitaria.
Cuando se recorren los alrededores de Libertador se percibe otra paradoja: miles y miles de hectáreas de caña. Con una ínfima parte de esas hectáreas, se podrían organizar emprendimientos agrícolas sustentables, para evitar el hacinamiento de familias en lugares donde –aunque consigan tener lote o casa– no hay trabajo. José María: “Hemos hecho experiencias de huertas que funcionan muy bien, pero estamos con el problema de siempre: no hay tierras. Tenemos un país rico que puede producir todo para sí mismo. Pero al estar toda la tierra concentrada, produce sólo para unos pocos”.
Quién mata policías
Kike Mosquera es de esos políticos barriales simpáticos, voluminosos, carismáticos, un tanto operísticos. Saluda a todos, atiende entrevistas radiales por celular, le dice “mamá” a las mujeres, arma asambleas espontáneas con vecinos que se le acercan, bromea, abraza, ve venir picando una pelota, se la devuelve al pie al muchacho que estaba jugando, levanta los brazos y anuncia: “La magia está intacta”.
Caminamos por El Triángulo: “Los que tomaron los otros terrenos hacen exactamente lo mismo que nosotros, pero dicen que quieren pagar. Para nosotros la sangre de las personas que murieron vale más que todas estas hectáreas, y vamos a seguir peleando para que haya justicia por esos crímenes, y que todo esto quede en manos de nuestros compañeros”.
José María va tranquilo, la gente se acerca a plantearle asuntos que él resuelve velozmente: en términos deportivos y/o de cualquier organización, es de esas personas que uno siempre quiere que juegen para el propio equipo. Le pregunté, integrando una organización maoísta, qué piensa de la China actual: “Un país imperialista”.
Le pregunto a Kike si los planes sociales no terminan generando un efecto perverso en la gente: “Lo perverso no es el plan, es la desocupación. Nosotros no luchamos por planes ni bolsones, eso te lo dan para que no tengamos hambre. Pero tenemos manos para trabajar. Cuando tenemos obras públicas trabajamos todos, incluido quien te habla. La defensa del río, la pavimentación, los que dicen que no laburamos que expliquen quién hizo esas cosas”.
Plan de trabajo: “Primero peleamos por la tierra. Después vamos a pelear por la mínimas condiciones de vida. Por el agua, las cloacas. Después las viviendas, y el hospital, y la escuela, y el espacio verde. Así, cada tema”.
¿Quién es responsable de la represión y los cuatro muertos? Kike Mosquera: “El juez Jorge Samman dio la orden de desalojo y se fue de vacaciones. Ledesma había pedido sacarnos del terreno, coordinó y planificó el operativo represivo, acompañándolo con seguridad propia. Lo que hicieron toda la vida. El gobierno dice que no sabía del desalojo, pero tiene la responsabilidad política, porque ¿quién maneja a la policía? Y la policía, además de reprimir y pegarle incluso a las mujeres, le quemó los plásticos y las cositas que tenían las familias”.
Si el barrio se defendió con palos y piedras solamente, ¿qué bala mató al policía Alejandro Farfán? Kike: “Para mi se enmarca en un plan urdido por Ledesma y los sectores políticos de matar a ese compañero, a cualquier policía, para generar más represión, miedo, y que no haya más tomas”. Es tan difundida la hipótesis en Libertador, que me la confirman las propias integrantes de la Asociación de Esposas de Policías, y Margarita Mendoza, presidenta de la Cooperadora policial y madre de un suboficial.
El juez Samman tal vez sea un genio posmoderno al haber ordenado el desastre mientras partía de vacaciones. La abogada Mariana Vargas lo recusa ahora porque “es inadmisible que el mismo juez que ordenó desalojar investigue ahora los homicidios”. Paradoja típica: ¿a qué juez exigirle justicia?
Amar e ir al baño
En los asentamientos nuevos es fácil toparse con gente agradecida hacia el Ingenio Ledesma. Raquel Aquino: “Le debemos la vida a Ledesma, ahí trabajó mi padre, trabaja mi marido. Les pedimos disculpas por tomar estos terrenos, pero no es para hacerles daño. Si cierra Ledesma esto es un pueblo muerto. Y los que están activando no nos van a dar soluciones para nuestros hijos”. Su hija, Raquel Salazar, es profesora de arte y es quien está ocupando un lote: “Mire, don, allá están las plantaciones y nadie se las toca, porque Ledesma es una cadena de negocios de las que vivimos la mayoría”. Fernanda es una de las dos enfermeras del Hospital Oscar Oría que tomaron casas a medio hacer (desde hace tres años) acompañada por sus compañeros de hospital que suman 32 familias que esperan esas viviendas. Adriana, también enfermera, dice: “Ledesma algunas cosas hace, algunas donaciones. No mucho. Es lo que hay”.
En casas sin techo a medio hacer, la segunda gran toma fue la de la Comisión de Esposas de Policías (que dan la cara porque sus maridos tienen prohibido hacerlo). “Los de Ledesma ya echaron a 6 por estar en las tomas. Son peores que la policía”, dice Silvia provocando las carcajadas de sus compañeras.
¿Cómo viven el hecho de que sus maridos estén enfrentados con sus vecinos que reclaman vivienda, como ustedes?
Es una discriminación, para que nos matemos entre nosotros. Para mí la pelea no tiene que haber sido de policías contra el pueblo, sino de todos juntos contra Ledesma y contra los que gobiernan que nunca terminan de hacer lo que dicen, como pasa con estas mismas casas que están por la mitad hace años.
Habla Miriam, para usar una palabra actual, indignada. El resto mueve la cabeza afirmativamente.
Un poco más allá, Margarita Mendoza se reconoce peronista de toda la vida y también acompaña a sus hijos ocupas: “La gente vive como sardinas con los padres, tíos, abuelos, y eso crea caos social y caos familiar. Mi sobrina vive en una casa donde son dos familias, 9 personas, en dos piezas. Mi hijo está agregado con el suegro, son 7”. Matías (1.800 mensuales como chofer) reconoce: “Es un problema ir al baño, usar la cocina, todo amontonado, y sin plata para ir a alquilar”.
Margarita es más explícita: “Libertador se llenó de moteles para que las parejas, padres de familia, vayan a hacer su intimidad. Es una vergüenza Ledesma”. Como presidenta de la Cooperadora policial “lucho para que la policía tenga chalecos antibalas, elementos mínimos. Mi hijo es policial inspector, pero el día del desalojo trajeron gente de San Salvador que venía con balas de plomo. Y había gente de civil de Ledesma. Para cuando matan al policía uno se imagina qué pudo haber pasado”. Margarita estuvo en El Triángulo durante el desalojo: “Ahí no había gente armada. Una lo sabe de toda la vida: es gente necesitada. A mi sobrino la policía le metió tres balazos en un pie, la mujer quedó asfixiada por los gases y sacamos de casualidad a mi sobrinito de un año. A mí que no me la cuenten”.
Nueve mujeres
A Jaquelin Padilla tampoco tienen que contársela. Bella, 23 años, dos hijos, empleada de una estación de servicio (a 600 pesos mensuales) relata: “Sabíamos que venía el desalojo. Cuando llegaron tiraban tiros y gases lacrimógenos para pegarte. Estaba en mi carpita y me escondí. Salimos con mi mamá porque empezaron a quemar la carpa. Había una señora embarazada con un infante de Jujuy que le apuntaba con un arma. Gritaba la señora. Nos acercamos y el infantería disparó al aire, al suelo y el tercer tiro se lo dio en el dedo a mi mamá. Le rozó, porque si no se lo hacía volar. Sangraba. Un comisario me agarra con dos policías y me tiran al piso. Yo quería ayudar a mi mamá. Me pisaron la cabeza y la espalda, me patearon. Me pusieron esposas y con el tironeo, como uno me agarraba del pelo y el otro para el otro lado, me fracturaron la muñeca. Nos llevaron a la Comisaría 24, que está en el Ingenio. Y de ahí a Fraile Pintado. Éramos 9 mujeres. Nos re humillaron. Nos desnudaron. Nos insultaron. Pedimos que atendieran a la señora embarazada de riesgo, pero le dieron a tomar ¿sabe qué? Una botella de orina. Sintió enseguida y escupió todo. Los policías se reían. Se abusan. Yo no sé por qué hay tanta maldad”.
Ya no logro hacer a tiempo para volver preguntarle a las esposas de policías qué opinan de la saña policial contra personas como Jacquelin y las otras mujeres, que intuyo, no querrían para ellas mismas.
Bajo tierra, sobre tierra
Una tromba, Margarita me enseña su celular con la foto de un chico herido: “Hijo de mi cuñada, que está buscando escribano para que esté en la operación cuando le saquen la bala, porque queremos saber la verdad y acá siempre te trampean”. Otra definición: “La gente que habla bien de Ledesma, más que por agradecimiento es por miedo. Porque vos trabajás, ellos te pagan, ¿de qué tenés que estar agradecido?”
En el asentamiento más cercano a la sede del ingenio, Ricardo está sentado como un Buda junto a su carpita: “Todo esto no es de Ledesma, era de indígenas que no eran muy despiertos y les sacaron todo. Entonces hay que despertarse, y decir la verdad: Ledesma no nos regaló nada. Uno trabaja, brinda sus servicios, pero esto parece una esclavitud de 100 años. Ellos son los que viven del pueblo, y no al revés”. No lo dice ni indignado ni como discurso, sino como una descripción del estado de las cosas. Sonia: “Mi hijo trabajaba en el ingenio y me contó que el año pasado estaban haciendo unas excavaciones y encontraron huesos humanos. Vino la policía, los metió en una bolsita de basura y los fueron a tirar a otro lado. La señora Olga no hablaba por hablar”.
La señora Olga Arédez fue la solitaria Madre que reclamó por la desaparición de su esposo durante décadas, sola, girando en la plaza de Libertador. Murió en 2005 por un cáncer desencadenado por la bagazosis, provocada a su vez por los deshechos de caña con que Ledesma hace el papel y que impregnan el aire con lo que Jessica llama generosamente: “olor a cloaca”.
Desde el asentamiento se ve a Ledesma humeando, se huele a podrido. Las carpas están sobre la tierra surcada por la cosecha de caña de azúcar. Hay banderas argentinas, de comunidades guaraníes o kollas, se escucha cumbia, y la gente se sienta como Buda o en reposeras, esperando. Pero juntos, o incluso juntados, están buscando una respuesta: cómo se hace para vivir.
 
 

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El ingenio Blaquier

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La marca Ledesma es sinónimo de azúcar y papel y el apellido Blaquier, de aristocracia. Han acumulado dinero y lo demuestran. Por ejemplo, comprando 7 yates o destinando una mansión de 17 mil metros cuadrados exclusivamente a cenas de negocios. La pasión por el arte es otra de las virtudes de Carlos Pedro Blaquier, presidente del grupo y también filósofo y poeta. Cómo enfrenta una familia de tan alto perfil social los hechos que la vinculan con los crímenes de la dictadura militar en el ámbito de su Ingenio y los asesinatos que se cometieron hoy para defender sus tierras.
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El caso de Julián Antillanca. La policía y la prensa dijeron que murió de un coma alcohólico. Su padre dejó de trabajar para dedicarse a buscar a los culpables. Ahora, exige condenarlos.
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Tierra de sueños

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El Movimiento Giros. Tomó como eje de su práctica política la disputa por la tierra. Logró que el Consejo Deliberante de Rosario prohíba la construcción de barrios cerrados. Declaró zona insurgente al barrio rural Nuevo Alberti y elaboró una invitación: Ciudad Futura.
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LA NUEVA MU. La vanguardia

La nueva Mu
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